Excesos de consejos: cuando el contenido “útil” se vuelve una trampa

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Bajar 5 kilos en dos días sin hacer dieta ni ejercicio, trabajar solo 4 horas por día facturando US$50.000 al mes, y hacerse viral en 48 horas con cinco prácticas “secretas”. Cada vez que se entra a Instagram, Facebook, TikTok o LinkedIn, aparece alguien prometiendo un cambio radical, rápido y fácil de lograr. Sin embargo, lo que al principio motivaba, inspiraba y hacía sentir que todo era posible, hoy abruma y genera más decepción que entusiasmo. Promesas milagrosas que resultan inalcanzables, más obligaciones y un caudal de información imposible de procesar.

Según Karina Bidondo, licenciada en Trabajo Social y Responsable del Área Laboral del Programa de jóvenes Ofek – Jabad, aunque este tipo de contenido suele estar pensado para ayudar, motivar o brindar herramientas, la exposición en exceso puede terminar generando saturación, confusión y una presión incesante por “mejorar” o “hacer más”. Muchas veces aparece una sensación de no estar a la altura, lo que impacta en la autoestima, genera ansiedad y hace perder de vista los propios procesos y tiempos.

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Esa avalancha de contenidos, no es casualidad. Los algoritmos de plataformas como TikTok e Instagram están diseñados para que nunca dejemos de mirar. Analizan cada movimiento: qué videos se ven, cuánto tiempo se permanece en ellos, si se repiten o si hay interacción. Cuando detectan que un tema nos retiene unos segundos, muestran más contenido similar. TikTok lo explica en su propio blog oficial: su sistema de recomendación se basa en señales como la retención de video, likes y comentarios para construir un feed “personalizado” que prioriza lo que más engancha.

El problema es que ese “feed personalizado” se transforma en un loop. Un tip de productividad, belleza o alimentación sana visto por más de unos segundos basta para que aparezcan cien más. Al dejar de interactuar, el algoritmo lo nota, cambia el menú y lanza nuevos temas. Así, de “cómo bajar 5 kilos” se pasa a “cómo ganar US$10.000 por mes trabajando desde casa”. Una cascada infinita donde siempre hay algo más que se debería hacer mejor.

Los algoritmos de plataformas como TikTok e Instagram están diseñados para que nunca dejemos de mirar; analizan cada movimiento: qué videos se ven, cuánto tiempo se permanece en ellos, si se repiten o si hay interacción

Según un informe de la Universidad de Harvard citado por El País, revisar el celular libera pequeñas dosis de dopamina similares a las que generan otros hábitos compulsivos, reforzando la necesidad de volver una y otra vez a la pantalla incluso sin una razón concreta. Es una reacción aprendida que convierte cualquier momento libre en una excusa para entrar a Instagram, TikTok o LinkedIn y consumir “contenido de valor”.

Población vulnerable

En 2024, la expresión “brain rot” (podredumbre cerebral) fue elegida como palabra del año por el diccionario de Oxford. Su definición describe el deterioro mental o intelectual producido por el consumo excesivo de contenido trivial, especialmente en internet.

Los expertos señalan que el impacto de este tipo de contenido que inunda las redes sociales, es especialmente profundo en poblaciones vulnerables: niños, adolescentes en pleno desarrollo cognitivo, personas con trastornos de ansiedad o depresión, e incluso adultos que atraviesan enfermedades crónicas o altos niveles de estrés. Mariana Gayo Lerner, educadora y psicoterapeuta infantil, afirma que los niños son muy influenciables, por lo tanto pueden llegar a seguir consejos sin el poder de análisis de un adulto, pudiendo tomar tanto sugerencias valiosas como información sin fundamentos sólidos. La sobreexposición a pantallas y redes sociales generan ansiedad, déficit de atención e hiperactividad. A su vez, según Lerner, las redes sociales pueden generar comparaciones constantes, baja autoestima y miedo a la exclusión por “no estar a la altura”.

Contenido con causa: adiós al algoritmo, hola a la curaduría

Este efecto no se limita a las infancias y adolescencias. También se manifiesta en adultos atravesando momentos de especial fragilidad emocional, como mujeres que enfrentan procesos de maternidad diferida o tratamientos de reproducción asistida, en muchos casos tras superar patologías oncológicas u otros desafíos médicos. En estos contextos, la constante exposición a relatos idealizados de embarazo y crianza en redes impone una presión silenciosa que poco tiene que ver con la realidad cotidiana.

En este contexto, Judith Cosogliad, psicóloga clínica especializada en Psicología de la Reproducción Humana Asistida, sostiene que: “la respuesta no está en cerrar los dispositivos, sino en abrir espacios terapéuticos donde cada mujer pueda cuestionar los mandatos digitales y habilitar una narrativa íntima y real”.

El problema es que ese “feed personalizado” se transforma en un loop. Un tip de productividad, belleza o alimentación sana visto por más de unos segundos basta para que aparezcan cien más

Y si el consumo excesivo de contenido en redes ya resulta agotador para quienes solo navegan, el desgaste en quienes dependen de ellas para trabajar es aún mayor. Los creadores de contenidos enfrentan una presión creciente que los obliga a publicar sin pausa, competir por la atención en un escenario saturado donde otros les “roban” los likes, y cumplir cada vez más requisitos para posicionarse: desde responder miles de comentarios hasta seguir al detalle las reglas cambiantes de cada plataforma, todo bajo una necesidad permanente de exposición sin fin.

El burnout de los “influencers”

Muchos creadores de contenidos admiten que la presión por mantener una presencia constante en redes produce desgaste mental severo. Según un artículo de The Guardian (julio 2025), el 50% de los creadores encuestados reportó burnout, y el 37% ha pensado en abandonar la red por fatiga laboral y emocional.

Un caso ejemplar que rompió en las redes: la cantante argentina María Becerra, quien en 2024 decidió alejarse de Instagram y Twitter tras sufrir un impacto negativo en su salud mental producto del ciberacoso y los comentarios sobre su cuerpo. Bajo el mensaje “Estoy cansada, esto duele”, Becerra reveló que los ataques constantes la llevaron a replantearse su presencia pública. Su advertencia levantó una bandera roja sobre el ambiente hostil detrás de la viralidad y la presión social online.

Hora de cambiar

Frente a esta sobrecarga informativa, los especialistas coinciden en que la salida no pasa por apagar los dispositivos de manera radical, sino por repensar el vínculo con lo digital. “Los niños son muy influenciables y pueden llegar a seguir consejos sin el poder de análisis de un adulto, mezclando sugerencias útiles con información sin fundamentos”, advierte Mariana Gayo Lerner, psicopedagoga, quien subraya que la sobreexposición genera ansiedad, déficit de atención y comparaciones que afectan la autoestima desde edades tempranas.

En los adultos, el fenómeno adopta otras formas. Según Karina Bidondo, licenciada en Trabajo Social, el exceso de contenido “útil” puede convertirse en una trampa: “Cuanto más leemos o escuchamos, más difícil se vuelve identificar qué nos sirve realmente. Aparece la sensación de estar en deuda con lo que deberíamos hacer o ser, lo que alimenta la ansiedad y el síndrome del impostor”. Para ella, más que desconectarse, se trata de encontrar espacios de pausa y escucha que permitan filtrar el ruido y reconectar con lo que importa.

“La respuesta no está en cerrar los dispositivos, sino en abrir espacios terapéuticos donde cada mujer pueda administrar su tiempo de forma efectiva y singular”, sostiene Judith Cosogliad. Pensar la propia temporalidad, cuestionar los mandatos digitales y habilitar una narrativa personal y real se vuelve esencial.

En definitiva, no se trata solo de menos pantallas, sino de un uso consciente que devuelva al usuario el control sobre su tiempo, atención y bienestar. Y le permita preguntarse si ¿de verdad hace falta otro tip más?.

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