Un estudio reciente del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) intensificó el debate internacional sobre el impacto de la inteligencia artificial generativa, como ChatGPT, en la salud cerebral. Los resultados, que aún esperan revisión por pares, revelan una disminución del 47% en la actividad cerebral de quienes escribieron con ayuda de ChatGPT, frente a quienes realizaron la tarea sin ningún tipo de asistencia tecnológica.
Este hallazgo encendió la alarma entre especialistas en neurociencia y psiquiatría, quienes advierten sobre el posible aumento de riesgo de demencia y problemas cognitivos, especialmente en niños y jóvenes, por el uso pasivo y excesivo de estas herramientas.
El trabajo del MIT, realizado con 54 estudiantes de cinco universidades de Boston, dividió a los participantes en tres grupos: uno utilizó ChatGPT, otro recurrió a Google y el último escribió sin ayuda digital. Durante cuatro meses, los ensayos fueron monitoreados mediante electroencefalogramas. El grupo asistido por IA no solo registró la menor actividad cerebral, sino también los resultados más débiles en memoria y una escasa sensación de autoría sobre los textos producidos.
Al dejar de usar la herramienta, estos efectos persistieron, lo que evidencia la profundidad del impacto. Se estimó que el 83% de los usuarios de ChatGPT no pudo recordar el contenido escrito minutos después.
Riesgos para la memoria y el aprendizaje
Daniel Amen, especialista en prevención de demencia, subrayó que “el uso pasivo de la IA puede aumentar el riesgo de demencia”. Amen define la carga cognitiva como el esfuerzo mental que realiza el cerebro y advirtió que reducirla de manera continua puede debilitarlo al largo plazo.
Lo comparó con el entrenamiento físico: “Es como pasar de levantar una pesa de 10 kilos a una de uno: el músculo se atrofia”. También remarcó que el aprendizaje activo y la implicación intelectual resultan esenciales para prevenir enfermedades neurodegenerativas, y quienes dejan de formarse o tienen bajo nivel educativo afrontan un mayor riesgo de deterioro.
Terry Sejnowski, referente de la neurociencia computacional, coincidió en que el impacto de la IA puede ser negativo si se emplea solo para facilitar tareas, pero defendió que, bien utilizada, puede potenciar el aprendizaje y estimular nuevas competencias: “Si la IA sirve para interactuar y aprender, puede resultar beneficiosa; si solo se emplea para hacer el trabajo más fácil, el cerebro se debilita”. Tecnologías previas, como la calculadora, también redujeron la actividad cerebral en tareas específicas, pero facilitaron el desarrollo de actividades más complejas.
Sin embargo, advirtió que la falta de criticidad y la delegación total en la tecnología erosionan la memoria y la creatividad.
Impacto en niños y adolescentes: una generación vulnerable
El efecto se agrava en menores, cuyo cerebro sigue en desarrollo. Amen alertó: “La IA es mucho más peligrosa para el cerebro en formación”. Señaló, además, que la actual generación enfrenta niveles inéditos de problemas de salud mental, en parte por el uso intensivo de dispositivos y redes sociales.
Amen sostiene que la inteligencia artificial podría tener un impacto aún más negativo en el desarrollo cerebral de los niños que las redes sociales o los teléfonos inteligentes. “Tenemos la generación joven más enferma de la historia del mundo”, afirmó el especialista, citando datos de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC): “El 58% de las adolescentes reportan sentirse persistentemente tristes. El 32% ha pensado en suicidarse, el 24% ha planeado hacerlo y el 13% lo ha intentado”.
Para el experto, estos datos reflejan el efecto de haber introducido tecnologías como los celulares y las redes sociales “sin ningún estudio de neurociencia”. Y marcó la urgencia de regular y estudiar la inteligencia artificial. “Está fuera de control. Tenemos que hablar de ello, legislarlo, estudiarlo. Seguimos lanzando cosas tan atractivas que no estudiamos su impacto”, insistió Amen.
El entrevistador coincidió en la gravedad del asunto: “Creo que estamos subestimando enormemente el impacto que va a tener. Igual que con las redes sociales, donde pensábamos que nos iban a conectar, somos conejillos de indias en un experimento cuyos resultados conoceremos probablemente dentro de 20 o 30 años”. La respuesta de Amen fue tajante: “Esto no va a tardar 20 o 30 años. Creo que serán cinco”.
Sejnowski enfatizó que el mejor aprendizaje para un niño implica interacción humana directa, aunque reconoció el potencial de la IA en entornos educativos siempre que se base en valores y objetivos pedagógicos claros. Ambos expertos consideran fundamental reforzar la autonomía y el esfuerzo intelectual, ya que su debilitamiento limita la maduración cognitiva.
Un dato reciente refuerza esta inquietud: cerca del 30% de padres estadounidenses afirma que sus hijos usan la IA en procesos de aprendizaje, mientras que el 54% de los padres británicos teme que exista dependencia excesiva.
Hábitos digitales y neurodesarrollo en jóvenes
La digitalización de la educación y la recreación alteró profundamente la rutina cerebral de niños y adolescentes. La exposición continuada a pantallas y la reducción de la actividad física afectan el desarrollo neuronal y las destrezas sociales. El tiempo destinado a actividades pasivas con tecnología se traduce en oportunidades perdidas para ejercitar memoria, atención y pensamiento crítico.
Este riesgo crece en ausencia de objetivos claros o supervisión adulta. Sin límites, la dependencia tecnológica tiende a consolidarse y dificultar la construcción de autonomía personal y criterio propio.
Uso activo frente a uso pasivo de la IA
El debate subraya la importancia de cómo se utiliza la inteligencia artificial. Sejnowski explicó que interactuar activamente con ChatGPT para analizar y perfeccionar textos fortalece capacidades, pero entregarle por completo la tarea supone “dejar de pensar por uno mismo” y perder sentido de autoría. Amen advirtió que una relación saludable con la IA implica emplearla para amplificar, no reemplazar el pensamiento humano.
Factores sociales y amenazas adicionales para la salud cerebral
Socialmente, predomina la búsqueda de gratificación inmediata sobre la prevención de consecuencias a largo plazo. Steven Bartlett, presentador, alertó sobre la tendencia a priorizar la comodidad por encima del esfuerzo intelectual.
Amen sostuvo: “No estamos enseñando a los niños a amar y cuidar su cerebro. Si lo hicieran, serían más consistentes y autónomos”. Sejnowski añadió que la maduración cerebral exige esfuerzo continuo y aprendizaje a través de la dificultad, condiciones que fortalecen resiliencia y creatividad.
Además, influye la exposición simultánea a múltiples pantallas, el abuso de GPS —que debilita la memoria espacial—, el ruido ambiental, el sedentarismo, el mal descanso y los medicamentos psiquiátricos. Amen y Sejnowski coincidieron en que el ejercicio físico, una dieta adecuada, el descanso suficiente y la interacción social directa —así como limitar el multitasking— son esenciales para preservar la salud del cerebro.
Relaciones emocionales con IA y bienestar social
El surgimiento de vínculos emocionales con inteligencias artificiales plantea nuevos retos. Los especialistas advierten que estas relaciones pueden sustituir contactos humanos reales, lo que, especialmente en contextos de soledad, puede limitar el desarrollo emocional y debilitar destrezas sociales auténticas. Amen advirtió sobre el riesgo de que los jóvenes prioricen la compañía de una IA, en detrimento de actividades esenciales para la maduración cerebral.
Recomendaciones clave para la salud cerebral en la era digital
- Alternar el uso de tecnologías con aprendizaje y creatividad autónoma.
- Ejercitar pensamiento crítico y fomentar los contactos sociales reales.
- Dormir bien, realizar ejercicio físico y mantener una dieta saludable.
- Limitar la exposición a pantallas, ruidos y multitareas.
- Preguntarse siempre: “¿Esto es bueno para mi cerebro o malo para él?”
La aparición de la inteligencia artificial en la vida cotidiana exige información, reflexión y una actitud crítica tanto a nivel personal como colectivo. Elegir conscientemente cuándo y cómo usar la tecnología, potenciando la autonomía y el esfuerzo, será clave para proteger la salud cerebral de las próximas generaciones.