F1: la película (F1, The Movie, Estados Unidos/2025). Dirección: Joseph Kosinski. Guión: Joseph Kosinski y Ehren Kruger. Fotografía: Claudio Miranda. Música: Hans Zimmer. Edición: Stephen Mirrione. Elenco: Brad Pitt, Damson Idris, Javier Bardem, Kerry Condon, Tobias Menzies, Sarah Niles, Kim Bodnia. Distribuidora: Warner. Duración: 155 minutos. Calificación: solo apta para mayores de 13 años. Nuestra opinión: muy buena.
F1: la película empieza con una carrera que termina muy mal. La pesadilla recurrente de Sonny Hayes (Brad Pitt), un veterano conductor de autos de carrera, es un regreso al pasado, específicamente al momento en que está al volante de un vehículo que parece volar sobre la pista en un gran premio hasta que pierde el control y se estrella con furia contra un muro.
El sueño se interrumpe bruscamente porque Hayes debe ocuparse de una competencia de verdad. Antes de ocupar el tramo nocturno de uno de los líderes de las 24 horas de Daytona, lo único que le pide su jefe de equipo es “estabilidad”. Sabe que Hayes puede aportarla siempre y cuando no lo molesten y le dejen aplicar su estrategia.
Cuando el triunfo se consuma y llega el día, Hayes ya tiene la cabeza en otro lado. No le interesan ni la copa ni los halagos, tampoco un futuro posible sin moverse de ese lugar. Lo único que parece atraerlo, allí o en cualquier lugar, es el gen competitivo entendido como una apuesta. Sonny Hayes siempre tiene en el bolsillo alguna nueva carta.
Cuando Rubén Cervantes (Javier Bardem), otra joven estrella de la categoría en los años 90, hace su propio juego y recurre al viejo amigo para salvar de la catástrofe al equipo que dirige (y lo tiene endeudado hasta el cuello), ya sabemos que Hayes es un rebelde impenitente y alguien acostumbrado a actuar siempre a partir de sus propias reglas. Nada lo distingue de Pete “Maverick” Mitchell, el gran personaje de Tom Cruise en Top Gun.
Hayes y Mitchell son almas gemelas, uno piloteando jets de combate diseñados para romper la barrera del sonido, el otro al comando de los coches de carrera más rápidos del mundo. Dos escenarios espléndidos para agigantar sentimientos, estados de ánimo y emociones a través del cine de gran espectáculo. Lo saben muy bien el productor Jerry Bruckheimer y el director Joseph Kosinski, artífices de este juego de iguales entre Top Gun: Maverick y F1, que se mira todo el tiempo en aquel espejo. Aunque en un sprint mano a mano siempre la película de Tom Cruise sacará alguna ventaja.
F1 es una fábula deliberadamente armada en el escenario más competitivo del mundo para hablar de amistades, sueños, corazonadas, revanchas y amores con un marco visualmente imponente, entretenido de principio al fin sin otro propósito de lograr la empatía del espectador con recursos clásicos, sencillos y siempre nobles, los que desde siempre sostienen al cine como experiencia colectiva frente a una gran pantalla.
Como Mitchell, Hayes es el veterano que tendrá que demostrar en su vuelta a la Fórmula 1 el valor de una sapiente vigencia (hecha a base de talento y algunas viejas mañas) en medio de la desconfianza de una nueva generación representada por su compañero de equipo Joshua Pearce (Damson Idris), sensible a los cantos de sirena del modelo exitoso impuesto en estos tiempos: redes, figuración, presencia mediática.
Ese brillo falso e impostado de la notoriedad fugaz se irá transformando en el verdadero villano del relato, por encima inclusive de las maquinaciones de un inescrupuloso inversor (Tobias Menzies). No hay que dar muchas vueltas para entender la fórmula concebida por Kosinski, autor de la historia junto a Ehren Kruger: un regreso nostálgico a ciertas tradiciones que resisten al tiempo y a cualquier moda: la convicción en las propias fuerzas, el espíritu de superación, el trabajo en equipo, la voluntad de ganar.
Todo ese arco de conductas y sentimientos tiene su ancla en un par de factores clave que Kosinski explora a la vez con sutileza y precisión: la memoria del origen y sobre todo, a partir de allí, el vínculo paterno-filial que aparece en la conciencia de los personajes centrales o configura la relación entre ellos. Hay una necesidad de reafirmar, sostener o recuperar (según el caso) una noción de familia que ayuda de paso a corregir errores o tomar conciencia de unas cuantas limitaciones. Como en tantos otros relatos clásicos, el perdón se transforma en redención.
Entre apuestas y corazonadas, el auténtico circo de la Fórmula 1 pone lo suyo (nombres, circuitos y toda la infraestructura de su temporada oficial 2023) al servicio de una enorme producción que debe verse, si es que quiere ser disfrutada, en la pantalla más grande y con el mejor sonido posible.
Gracias a las cámaras puestas en los vehículos y a un excepcional trabajo de montaje nos sentimos parte de lo que ocurre en cada una de las carreras hasta llegar a un final casi apoteósico, con esos sorpassos y accidentes que ya no abundan en las competencias reales, pero remiten al tiempo de los comienzos del personaje protagónico, que la propia película idealiza.
Todo esto también es posible gracias a la presencia central de Pitt, un gran actor de cine que tiene además su favor la irresistible fotogenia de las grandes estrellas. Al influjo de ese carisma, Pitt hace brillar también a Kerry Condon (la jefa técnica de la escudería convertida en su interés amoroso), a Idris y sobre todo a Bardem, dueño de un personaje lleno de nobleza en un relato de dos horas y media que pasan a toda velocidad, sin pausas ni descanso, con una razonable dosis de humor. Las paradas en boxes para cambiar neumáticos también valen en este caso como recurso dramático.