Fauré Quartett: una conversación áspera y lírica en el inicio de la temporada del Mozarteum Argentino

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Fauré Quartett. Programa: Cuarteto para piano, violín, viola y violonchelo n°2 en la mayor, opus 26, de Johannes Brahms; Cuarteto para piano, violín, viola y violonchelo n°2 en mi bemol mayor, opus 87, de Antonin Dvorák. Primera función de la temporada del Mozarteum Argentino. Teatro Colón. Opinión: excelente.

La conocida frase del poeta Goethe según la cual un cuarteto de cuerdas es la conversación razonable de cuatro amigos podría en realidad generalizarse a cualquier formación de cámara. Sin embargo, es cierto que el número par promete un equilibro que falta en la disparidad del trío o del quinteto, mientras que, por su lado, el dúo tiende, casi sin término medio, a la confrontación o al acuerdo. Pero tampoco habría que confundir lo “razonable” y el “equilibrio” con ninguna variedad de apocamiento. Si hace treinta años que el pianista Dirk Mommertz, la violinista Erika Geldsetzer, el violista Sascha Frömbling y el chelista Konstantin Heidrich, los integrantes del Fauré Quartett, tocan juntos es precisamente porque la personalidad musical de cada uno de ellos arma en el cuarteto una especie de campo de fuerzas repleta de tensiones que se compensan mutuamente. Las piezas que eligieron para su actuación, en el primero de los conciertos de la temporada de este año del Mozarteum Argentino, no podrían resultar más propicias para mostrar la acción de ese campo de fuerzas.

Fauré Quartett en su concierto de apertura del Mozarteum Argentino, en el Teatro Colón

En sus visitas anteriores de 2022 y 2023, el Fauré Quartett había tocado los cuartetos n°1 y n°3 de Brahms. Faltaba el segundo, y con él iniciaron la actuación de este año. El Cuarteto n°2 en la mayor difiere de los otros dos, y difiere no solamente por su ambición (duplica casi la extensión del tercero), sino porque su horizonte no es el mismo. Es como si Brahms hundiera aquí las manos en la tradición vienesa y extrajera sus signos más evidentes, pero también sus dificultades y enigmas. Estos enigmas pueden resolverse o ponerse al desnudo; el Fauré Quartett, acertadamente, optó por lo segundo.

El filósofo Ludwig Wittgenstein sospechaba que cada tema de Brahms era una especie de todo ya tan perfecto que llevaba dentro de sí su desarrollo. En el primer movimiento de su Cuarteto n° 2, Brahms, que acaso se diera cuenta de eso mismo que señalaba Wittgenstein, propone el experimento de incluir tres variaciones del tema principal -ese tema perfecto- en la sección de desarrollo, como si advirtiera que el tema no admite desarrollo sino variación. Brahms presenta entonces aquí problemas de difícil solución, o directamente insolubles, y además -esto es lo más inusitado- habla de ellos, si se admite decirlo así: los convierte en tema de conversación.

Vuelcos súbitos

En este caso, el problema que se anuncia es la reconciliación eventual de la forma sonata con el principio de la variación, problema muy típico de la tradición vienesa hasta Arnold Schönberg y su escuela, y el Fauré Quartett se trenzó admirablemente en esa conversación -la conversación razonable- con una fricción apasionante, con la repentización propia de los que conversan. Pero gravitaba en ese primer movimiento otra línea vienesa, la de Franz Schubert (el Schubert último del quinteto con dos chelos), y aquí de nuevo se lograron esos vuelcos súbitos, esos cambios de luz, esos extremos en las dinámicas. Tan logrado resultó esto como el perfilamiento de las voces en el Scherzo, y el relieve del fantasma de Haydn en el Trío.

El pianista Dirk Mommertz, la violinista Erika Geldsetzer, el violista Sascha Frömbling y el chelista Konstantin Heidrich tocan juntos hace tres décadas, cuando se conocieron siendo aún estudiantes

En el Cuarteto n°2, de Dvorák, que se oyó en la segunda parte, el Fauré Quartett fue pura aspereza en el Allegro y pura delicadeza en el Lento (fue maravillosa la intervención solista de Heidrich en chelo), y desplegó de punta a punta ese gesto melódico amplio, casi dadivoso que pide Dvorák, sin guardarse nada. Se tocó una sola pieza fuera de programa, Faurétango, del argentino Eduardo Hubert, una merecida celebración que el cuarteto hizo de sí mismo. Pero para los demás la celebración había sido la conversación concentrada, raramente intensa, que habían tenido antes con Brahms y con Dvorák.

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