Fernando Ruiz Díaz: el ACV que cambió sus planes, el recuerdo de la primera vez que estuvo “cara a cara” con la muerte y su presente solista

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Hace rato que se hizo de noche en Caballito y la extensa charla con Fernando Ruiz Díaz ya pasó por varios tópicos, nombres, momentos y sobre todo canciones. La semana pasada salió el primer volumen de Continhuará (sí, con esa hache en el medio; ya llegaremos a eso) y este viernes lo presentará en el teatro Ópera. Sí, él, que siempre estuvo acompañado, escudado y potenciado por Catupecu Machu, ahora se defiende solo. Aunque no tan solo. A esto también llegaremos en su momento.

De las coincidencias entorno a Ricardo Iorio a su amistad con Fernando Aguerre, referente del surf en Argentina y el mundo; de su admiración por Sr. Flavio a su nueva pasión por las bicicletas; del pago que lo vio nacer, Santa Fe, a su amor por las ciudades de Mendoza y Mar del Plata; de la cerveza que nos dio la bienvenida al whisky con el que nos despedimos. En casi cuatro horas, Ruiz Díaz expuso sus sentimientos, repasó el ACV que sufrió en el mismo sitio en el que nos encontramos ahora y entregó varias de las máximas que rigen su vida.

“Faltaban dos días y medio y nos subíamos al avión”, cuenta ahora, después de una sesión de fotos. Estamos en su casa dentro de su casa: su estudio. Estamos rodeados por figuras de Star Wars, por diferentes guasones (el clásico y el más reciente, el de Joaquin Phoenix), acertijos, objetos de historietas, vinilos, el disco de Joy Division Unknown Pleasures en varios formatos, instrumentos, libros. Este es su mundo y con la confianza que le da estar en él abre su corazón.

En febrero del año pasado, después de los festivales de verano y a punto de iniciar una gira europea con Catupecu Machu, el cantante y guitarrista tuvo un ACV aquí en su casa que fue “mucho más heavy” de lo que se permite contar. “Yo me quería quedar acá y se ve que me tenía que quedar. Ni siquiera es que me desperté, tuve conciencia todo el tiempo. No me explotó la vena porque los dioses quisieron que así sea. Se me quemó un pedazo del cerebelo, la parte que maneja el equilibrio. El cerebro es muy loco, porque después reconecta, hace red neuronal por otro lado. No me quedaron secuelas. Mi gran preocupación era no poder volver a tocar la guitarra, cantar o subirme a un escenario. Eso hubiera sido tremendo”.

Ese día caluroso de verano, tan distinto a los que estamos viviendo, Fernando estaba sentado en el sillón que ahora tenemos a nuestras espaldas. “Estaba contestando unas preguntas por WahtsApp para una radio de España. De repente empezó todo y fue delirante. Me di cuenta que estaba perdiendo la batalla. Personas que saben más que yo de esto me dijeron: ‘No es que te dejaron un rato más, te preguntaron si te querías quedar’. Yo no recuerdo si me preguntaron pero sí que miraba la computadora y pensaba: ‘Tengo que terminar el disco de Catupecu’. Estaba trabajando mucho en ese disco que todavía no salió. Miraba la computadora que la había dejado abierta y decía: ‘Mirá si Lila entra (su hija, que ahora tiene 12 años) y me encuentra muerto acá’. Pude llegar a la casa (deck mediante, su estudio está a unos quince metros de la casa) y llamar por teléfono a los Catupecu y a la mamá de Lila».

 La mamá de su hija llegó primero y luego Julián Gondell y Charlie Noguera, baterista y bajista de Catupecu Machu, respectivamente. Fueron ellos quienes lo llevaron al hospital. En todo momento Fernando se mantuvo consciente. “Me cuidaron un montón ellos, mi novia, mis amigos y el equipo impresionante del Hospital de Clínicas con el doctor Luis Sarotto a la cabeza, al que conocí en un cumpleaños del Zorrito”. Sí, porque la vida de este guerrero del rock local está plagada de extrañas coincidencias.

Hace unos años, el músico Fabián Quintiero, Zorrito para todo el mundo, celebraba su cumpleaños en Mar del Plata. “Me sentó al lado de Sarotto -recuerda Fernando–, que me preguntó en un momento si me había hecho un chequeo general. Yo ya tenía 50 años (hoy anda por los 56) y nunca me había hecho uno. ‘Venite a hacer los análisis al Clínicas’, me dijo él. Por eso cuando Charlie y Julián me vinieron a buscar les dije que me llevaran al hospital de Clínicas, donde Sarotto es el jefe del departamento de cirugía. Yo iba roto en la camioneta. El SAME nunca llegó. Había venido antes, porque ya me sentía mal. Me tomaron la presión y me dieron una pastilla. Por suerte no la tomé. Si lo hacía me explotaba la cabeza».

Al líder de Catupecu Machu le salvaron la vida en el Clínicas y más tarde se la volvieron a salvar en el Finochietto, donde lo operaron del corazón. “Estuve 20 días en el Clínicas. Con todos los análisis que me hicieron, tres tomografías en el Fleni, decían: ‘No tiene nada’. Hasta que pasó el coágulo y descubrieron que tenía un agujero congénito en el corazón. Era casi inevitable que me pasara. Ahí me operaró el doctor Matías Sztejfman, un genio total”.

–Uno vive proyectando y pensando en el futuro porque creé que va a despertar al otro día y al siguiente también…

–Y puede no pasar. Siempre disfruté todo, siempre valoré todo, no es que lo hago ahora por lo que me pasó, y así y todo capaz lo que me quedó después del ACV es que salgo a tocar, estoy con mi hija o estoy en la calle y cada tanto me viene el: “¡Uy! Esto podría no haber pasado más”. Siento que las situaciones siempre son nuevas y un poco este disco para mí significa eso. Podría no haber pasado.

–Una vez que volviste a tu casa y empezaste la recuperación, te trazaste el objetivo de volver a subir a un escenario, ¿no?

–Sí, ese era mi horizonte y me imaginé que iba a volver a subir con ese show que me gusta hacer solo y que a la gente le gusta mucho. De hecho, acá en Capital lo hice muy poco y en lugares chiquitos, por eso este show en el Ópera es un acontecimiento.

A diferencia de todos esos años en los que no se había hecho ni un chequeo médico, Fernando ahora cumplía al pie de la letra con lo que se le había pedido. “Ejercicio”, dijo el doctor y él retomó una pasión de la niñez. “Me hice tres bicicletas. Me crucé con un amigo que tenía una que me fascinó y le pregunté dónde la había comprado y me dijo que era de Forever Bikes, la marca de una chica que se llama Romina. Es como una luthier de bicicletas. Es todo para mí ese lugar. Me hice una con ruedas enormes, una Fat Bike; una chopera que tuneé toda y una BMX, pero más grande».

Eso puertas afuera. Puertas adentro Fernando despuntaba el vicio con una criolla. Tenía una canción nueva que llevaba años madurando y por algo había sido: resultó ser el germen para este disco solista pero no en solitario. “‘Primer movimiento’ la había empezado a escribir cuando mi hija todavía no había nacido. ‘De semilla a cuerpo, de cuerpo a las aguas, primer movimiento’; el nacimiento. ‘Sin ropa, sin cáscara, sin conocer dónde entraremos”.

–En una entrevista anterior, dos años atrás, decías que vivimos muchas vidas dentro de esta vida…

–¡Qué loco! ¿Eso decía? Es así, son muchísimas vidas dentro de una. Tengo 56 años pero siento que ya tengo 400 y más después de esto. Tengo una vida en Catupecu con Gaby (su hermano Gabriel Ruiz Díaz), una sin él, una vida antes de Catupecu. Cuando empezó la banda yo ya había vivido mucho. Y después, no sabía que iba a morir Gaby, que iba a nacer mi hija. Son tantas cosas, y Catupecu ha sido hasta este momento y lo sigue siendo un viaje alucinante. Un viaje de mutaciones, de transformación.

–Este primer volumen está integrado por siete temas, entre ellos una versión de “Magia veneno” con Germán Daffunchio y el Zorrito. ¿Te acordás de cómo surgió esta canción, uno de los grandes clásicos de Catupecu y del rock argentino de este siglo?

–“Magia veneno” la soñé. Una novia me había dejado porque me tenía que dejar, se había muerto mi viejo y me habían pasado todas las cosas que me tenían que pasar para llegar a esa canción. De repente una noche la estaba soñando, era la banda de sonido de mi sueño. Cuando me desperté fui directo a prender la portaestudio. Ahora no planifiqué hacerla para este disco. Agarré un charango y empecé a tocar el riff. Y me gustó cómo sonaba. El disco lo grabé con [los ingenieros de sonido] Francisco Demichelis y Estanislao López. Este es un disco esencial, por eso tiene versiones de clásicos de otros como “Allá en Tilcara”. ¿Querés escucharla?

“Allá en Tilcara” es el primer tema de Peso argentino, el disco que Ricardo Iorio y Flavio Cianciarulo grabaron en 1997. No era una cuenta pendiente para Fernando, más bien fue otra señal de las muchas que tuvo el último tiempo. “Un artista de Rafaela, a través de un amigo mío, me hizo un cuadro de Ricardo Iorio con tres biromes Bic. Es hiperrealista, le ves la cara y parece que está acá. Enseguida pensé: ‘Tiene que estar en Monsterland, allá en el estudio de su gran amigo Álvaro Villagra, donde grabó todos sus discos’. Cuando terminamos los tres volúmenes de Continhuará, fuimos a Monsterland a masterizarlo y le llevé el cuadro. Les conté la historia a Álvaro y a su ingeniero de sonido, Mauri y se re emocionaron. Lo pusieron al cuadro en el control del estudio».

Gabriel Ruiz Díaz en el centro, con Javier Herrlein (izquierda) y Fernando Ruiz Díaz

En medio de esa emoción que los embargaba, Villagra se puso a tocar la guitarra criolla de Ruiz Díaz. “El Beto Zamarbide, el excantante de V8, está a cargo en toda Latinoamérica de las cuerdas Daddario, que son las que yo uso –comenta Fernando–. Me había mandado unas increíbles, extra hard tension. Álvaro, que toca muy bien la guitarra, se puso a hacer ”Allá en Tilcara” y le recordé que con Gaby habíamos hablado de hacer una versión de ese tema. ‘Vamos a hacer una cosa, lo grabamos ahora’, le comenté y lo hicimos en una toma, con mi guitarra, con una Fender de 12 cuerdas que era del estudio de CBS y que dice el mito que es la guitarra de ‘El reggae de paz y amor’, de Sumo. Cuando terminamos nos dimos cuenta que era el día del aniversario de la muerte de Ricardo».

–Por qué le pusiste al disco Continhuará con hache?

–Viste que Vanthra (la banda que creó en un parate de Catupecu Machu) es el mantra que le hice a Lila. Me gusta mucho utilizar la hache de otra forma. Es una letra que sola no podés usar, pero que con otras te dice hogar, hacer. Es una letra poderosa y para mí es como la meditación. Yo suelo firmar continuará con tres puntos suspensivos. El punto y aparte nunca lo voy a llegar a escribir. Para mí todo esto fue un continuará total y la hache es un silencio. Todo ese período entre el ACV y la internación fue como en el cine: se paró el tiempo. Fue una meditación forzosa que me hicieron hacer y por eso le sumé la hache a continuará.

–¿Notaste que cambió algo en vos después de todo lo que viviste?

–Sí, soy un agradecido, siempre lo he sido y traté de ponerle ímpetu a tener la consciencia de lo que estaba sucediendo, porque es una vida muy de película la que viví; con Gaby, con Catupecu, con todos sus integrantes a lo largo de su historia. Mi vida es Catupecu, esta no es mi carrera solista, es un disco que hice solo y a la vez acompañado por muchos amigos y amigas. De lo que más conciencia tomé es que esto termina. A la muerte la sentí groso. Y es una contrincante que si quiere te vence.

–Días atrás, en la escucha para prensa y amigos de tu disco, contaste que habías tenido una primera experiencia cercana con la muerte hace muchos años…

–Yo tenía 18 años y estaba en la costa. Yo aprendí a nadar en el río, en Santa Fe; mi papá me enseñó. Después estuve en el equipo de natación junior de Vélez; me gustaba mucho nadar. Y me gustaba nadar en el mar. No vi que había bandera roja, me mandé para adentro, me agarró un chupón y casi me ahogo. Ahí sí vi lo que cuentan del túnel y la luz. En un momento ya no podía nadar, había tragado mucha agua, me entregué y sentí mucha paz. Me salvó un guardavidas.

Una canción de Mujer Cebra (“XXYY”), banda de la nueva escena del rock local; un tema del primer disco de Catupecu (“Hay casi un metro al agua”, de Dale!) y su versión del “Hurt” de Nine Inch Nails (que muchos conocieron en la voz de Johnny Cash) con su amigo el enólogo Marcelo Pelleriti, entre otras, completan el primer volumen de este disco que termina con tres puntos y que en breve continuará. Con y sin la letra hache.

Fernando Ruiz Díaz presenta Continhuará…,Vol.1. Viernes 4 de julio, a las 21, en el teatro Ópera, Corrientes 860. Entradas desde 22600 pesos. En venta en Ticketek

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