“Antes, el FBI solo iba a la FIFA para arrestar gente. Hoy trabajamos juntos”. Se cumplen diez años del FIFAGate, la sábana del hotel VIP en Suiza que tapó el arresto de una dirigencia corrupta. El vocero de la FIFA me destaca la reunión que Gianni Infantino celebró el 9 de abril pasado con Kash Patel y con Pamela Bondi, director del FBI y fiscal general de Estados Unidos, respectivamente. El vínculo nuevo y distinto. La reunión fue en la oficina que la FIFA abrió en Miami. La misma oficina a la que, me dice otra fuente, habría rechazado sumarse una empleada de la FIFA, asustada tras ser retenida largas horas en Migraciones, parte de la nueva y dura política de Estados Unidos.
Nada importa. Luego del FIFAGate que echó a la vieja FIFA corrupta y permitió su arribo al poder, Infantino decidió ser el mejor amigo de Donald Trump. Le dio a Estados Unidos el Mundial de Clubes y los mundiales de selecciones masculinas y femeninas. Y le dio el Mundial de 2034 a Arabia Saudita. La segunda fuente, crítica, se disculpa por la expresión, pero se tienta citando la frase atribuida un siglo atrás al ex presidente Franklin Delano Roosevelt sobre el dictador nicaragüense Anastasio Somoza: “Es un hijo de p…, pero es nuestro hijo de p…”.
La asignación unilateral de Infantino a Arabia Saudita fue justamente el punto central citado este martes por FairSquare, organización de derechos humanos que tiene sede en Londres, para denunciar que la FIFA no cambió. También la de Qatar 2022 fue una designación polémica. Al menos fue votada. Pero le ganó a Estados Unidos. Y Washington, si bien había iniciado una investigación fiscal, tomó entonces la decisión política de lanzar el FIFAGate. Estados Unidos actuó “por el bien del fútbol”, dijo entonces la fiscal general Loretta Lynch (que años después, en un bufete privado, pasó a trabajar para la nueva FIFA). La propia Corte Suprema de Estados Unidos terminó objetando la interpretación legal y la extraterritorialidad audaz usada por la fiscalía.
Ken Bensinger, autor de Tarjeta roja, el mejor libro sobre el FIFAGate, descree de que la causa haya sido impulsada por motivaciones políticas. Sí acaso por fiscales, me responde, “que probaron los límites de la justicia estadounidense” y se beneficiaron luego con “sueldos millonarios” cuando fueron contratados por bufetes de peso. Como sea, algunas condenas tuvieron que ser anuladas. Y puede haber más. Ya es tarde. “Aunque hoy sea atribuida a Trump”, me dice un especialista en relaciones internacionales, “la cultura de pegar y así sacar ventaja es histórica de Estados Unidos”.
“Tenemos el Mundial y los Juegos Olímpicos [Los Angeles 2028]. Lo tengo todo”, exclamó el propio Trump el lunes pasado en el cementerio de Arlington. Era el Día de los Caídos, soldados muertos en batalla, pero Trump, siempre narcisista, habló de sus logros. En nombre de “valores” (“democracia”, “libertad”), Estados Unidos justificó históricamente invasiones y dictaduras. Pero ahora, en un “descarado abandono de liderazgo moral”, Trump “ni siquiera finge tener esos valores. Ha vaciado el marco ético y moral de la política exterior estadounidense”, decía este martes un artículo en el diario británico The Guardian. Infantino eligió ser su amigo. La UEFA sugiere que tanta cercanía puede quemarlo. Que no todo el mundo quiere visitar al Estados Unidos de Trump.
Dos docenas de declaraciones de culpabilidad. Cuatro condenas. Cientos de millones recuperados. Acusados que perdieron todo su dinero. Y, pese a amplias evidencias de corrupción, los mundiales que la FIFA mantuvo en Rusia (2018) y Qatar (2022). Es parte de un hilo que publicó Bensinger este martes en X. El colega añade que sí hay “una FIFA distinta”, aunque tal vez no “mejor”. Y que la vieja “mafia” de João Havelange y Joseph Blatter es hoy un gobierno “autocrático” de Infantino, “subsidiario” a los gobiernos de Qatar, Arabia Saudita y, sí, Donald Trump.
“Ahora”, dijo a Yahoo Sports Joseph Weiler, ex miembro del Comité de Gobernanza, “ni siquiera existe la pretensión de ser democrático”. La FIFA de Infantino, afirmó, ejerce “un tipo diferente de corrupción”, un “soborno legal”. El informe enumera ocho millones de dólares a cada federación cada cuatro años. Es dinero clave para la subsistencia del setenta por ciento de las 211 federaciones que votan y que, según destaca la FIFA, multiplicaron por siete su inversión en desarrollo. Hay también 250 mil dólares anuales para cada uno de los 37 miembros del Consejo y un salario anual de 4 millones para el propio Infantino, “el rey del fútbol”, como lo definió Trump.
Los controles, dice Yahoo Sports, son relativos. Y, para obtener ese dinero, Infantino “se congració con dictadores”, creó y amplió competencias, “pisoteó normas” y echó a auditores incómodos. Paradójicamente, Alejandro Burzaco, el gran valijero de Torneos del FIFAGate, “arrepentido” apenas fue descubierto, no pasó casi un día preso, y ahora, residente en Estados Unidos, hasta podría ver a su amado River en el Mundial de Clubes.
La última plaza para el torneo será disputada este sábado por América, que desplazó a Pachuca en interna de clave mexicana y se medirá contra Los Angeles FC. América es propiedad de Televisa, el grupo todopoderoso que llegó a un nuevo acuerdo con la FIFA para televisar los mundiales de Clubes y de selecciones. Televisa, igual que Fox, fue uno de los pagadores de coimas en el FIFAGate, el escándalo que, nos decían todos, prometía “cambiar al fútbol para siempre”.