El espinoso tema del suicidio de hombres y mujeres de letras atraviesa, con sus respectivos matices, latitudes y culturas diversas; basta pensar en Yasunari Kawabata y Osamu Dazai, en Hemingway y Malcom Lowry, en Barón Biza y Alfonsina Storni. Casos extremos en que la página en blanco expresa tanto un vacío creativo como una crisis existencial, en los que los autores han urdido, radicalmente, el tramado de la letra y la sangre, el texto y la vida.
El español Juan Tallón (Vilardevós, Ourense, 1975) –del que acaba de distribuirse también su más reciente novela El mejor del mundo–, encontró allí, donde otros desdichados se toparon con el silencio inescrutable de la muerte, un puñado de historias por contar. Centrado en los últimos días de Cesare Pavese, Alejandra Pizarnik, Anne Sexton y Gabriel Ferrater, el breve Fin de poema se aventura en la narración íntima y postrera de estas figuras que –intencionadamente o no, poco importa– convirtieron el suicidio en la rúbrica final de una obra que, por otra parte, se sostenía por sus propias virtudes. Cuatro poetas que se atrevieron a hurgar en el agujero negro de la psiquis sin saber que este, como diría Nietzsche, les devolvería la mirada.
Aquejado por un insomnio atroz, Pavese se instala en un hotelucho de Turín para terminar comprendiendo que el lazo que lo unía a los otros se ha deshilachado por entero. “Advierte, como si fuese una molesta física, que todo el mundo con el que ha tenido contacto alguna vez lleva adentro algo miserable y villano”. Un desierto se extiende sobre todas las cosas y el poeta solo se tiene a sí mismo; se encuentra por ende en la peor de las compañías. Pizarnik charla en su cuartito con Olga Orozco; la conversación parece enmarcada por una cita de Artaud inscripta sobre el escritorio: “Había que tener antes que nada ganas de vivir”. Alejandra se pregunta por los recuerdos, por qué advienen unos y otros, sin más, se evaporan. ¿Por qué recuerda, por caso, la parsimoniosa manera de encender el cigarrillo que tenía su padre? Gabriel Ferrater se dirige a un bar para tomar sus acostumbradas ginebras y la dueña del comercio, en una apuesta samaritana que contraría sus arcas, pretende, infructuosamente, que el cliente predilecto reduzca el número de cócteles. Anne Sexton dialoga por teléfono con una amiga y le narra el intento de suicidio que, junto a Silvia Plath, pergeñaron acostadas en las vías del tren.
Los capítulos de Fin de poema llevan nombre de ciudades (Turín, Buenos Aires, Sant Cugat, Boston) porque a ellas quedaron asociadas las muertes de los escritores; sin embargo, incapaces de hallar las riendas de la escritura en sus tramos finales, estos poetas terminan siendo, como sostiene el narrador, polizontes de sí mismos, extranjeros en todos lados. Y allí donde la poesía muere para ellos, nace, para Tallón, la ficción.
Fin de poema
Por Juan Tallón
Anagrama
130 páginas, $ 19.000