Si la historia de Pretty Woman es ante todo el encuentro de dos mundos diferentes, bien podría aplicarse a Flor Peña y Juan Ingaramo, los protagonistas de este musical basado en la película de Julia Roberts y Richard Gere. Ella no necesita presentación en el mundo del espectáculo, con más de cuarenta años de carrera desde aquel debut en Festilindo y cada vez más consolidada en el musical, como lo demuestra el reciente éxito de Mamma Mia!. Él viene mostrando sus cualidades camaleónicas entre la elegancia del pop indie y el desparpajo de la música popular, con acento cordobés y mucho más. Está en pareja hace diez años con la actriz Violeta Urtizberea con quien tienen una hija, Lila, y desembarcó en el universo mainstream actoral con su participación en la serie El Reino. Y en la apuesta a esa química entre los contrastes está el kilómetro cero de esta historia que recién empieza a escribirse.
Los actores reciben a Teleshow días antes del estreno, y por sus cuerpos corre la adrenalina de cada debut, que en un punto acorta aquellas distancias. Si cada vez que un artista sale a escena tiene ese cosquilleo que lo define como tal, por estas horas los dos sienten más o menos lo mismo. Los nervios, las ansiedades y las ganas brotan como si fuera la primera vez. Y las ganas de cantar y de contarle al mundo lo que tienen entre manos se multiplica.
Los ensayos comenzaron hace dos meses con una disciplina casi marcial. Ocho horas diarias en los que fueron conociendo y sorprendiéndose con el musical con canciones de Bryan Adams. Si a Flor la había impactado el despliegue de Mamma Mia!, acá la apuesta se eleva. 120 cambios de vestuario, 27 de escenografía y un registro más rockero que la pone a prueba una vez más. Y ese es un terreno que siente cómoda. Para Juan, fue descubrir un universo desconocido, al que enfrentó con el respaldo que le dan los años de escenarios y ese oficio de cantautor que lo fue curtiendo y forjando.
Al igual que Mamma Mia!, Mujer Bonita tiene la bendición de las tres P: el protagónico de Peña, la producción de Pardo, Miguel y la dirección de Pashkus, Ricky. Éxito total en el verano de Carlos Paz, ancló en Buenos Aires, giró por el país y se despidió arrasando en Mar del Plata. “Podría haberme quedado, de hecho la obra sigue, pero yo me muevo. Siempre necesito ir por más”, dice Flor. Y en ese ejercicio de honestidad intelectual y artística termina de explicarse el proyecto que estrena el miércoles 28 en el Teatro Astral.
—Dicen que los éxitos no se abandonan. ¿Qué te llevó a esta nueva aventura?
Flor Peña: —Necesitaba revalidar mis votos conmigo misma, y cuando me pregunté cómo seguir, apareció este musical, que requiere una disciplina mayor a la hora de cantar, porque las canciones son muchísimo más difíciles, son más rockeras y es un género que no abordé mucho. Tiene algo bastante parecido a lo que fue Sweet Charity, que es un personaje que no sale casi nunca del escenario. Y siempre mi batalla es contra mí misma, que creo que en definitiva es la batalla del ser humano. Y con Ricky y con Pardo, las tres P como decís, quisimos ir por más en todos los sentidos, porque eso es algo que no transamos. Y espero estar a la altura de las circunstancias.
—Como productora ejecutiva ¿cuánto tuviste que ver en la elección de Juan? Un artista con una carrera sólida, pero que viene de otro ambiente y con otra exposición.
Peña: —Con Ricky Pashkus pensamos mucho en el protagonista, y en un momento me dice que tendría que ser alguien de otro palo. Y me pareció bien. Se nos ocurrió el nombre de Juan y justo dio la casualidad de que Mariano Otero, mi exmarido, le produce el disco que está grabando. Cuando Mariano se entera, me llama y me dice que no lo dude. “Es buena persona, labura muy parecido a vos, es exigente como vos, un disciplinado, se van a llevar muy bien”. Y la verdad que fue así y no nos arrepentimos de haberlo elegido.
—Juan, ¿cuál fue tu reacción cuando te convocan para un musical con Flor Peña?
Juan Ingaramo: — Ya había actuado en un par de series, pero nunca en teatro, y jamás me había imaginado algo así. Fue primero sorpresa y enseguida curiosidad de saber de qué se trataba. Un título como este, una compañera como Flor Peña, una producción tan grande, ¿qué más podía pedir? Y fue un sí rotundo y muy feliz, con mucha ilusión de aprender, de vivir nuevas experiencias, de expandirme como artista. En un punto no dejan de ser canciones en un escenario, pero en otra dimensión teatral. Estoy contento de esta oportunidad y con muchas ganas de empezar… re casetera la respuesta, ¿no? (Risas).
—¿Le pediste un consejo a Violeta, más curtida en este tipo de exposiciones?
Ingaramo: —Siempre jodemos con ella, porque cada vez que daba vueltas hacer algo en teatro, me decía que no lo hiciera, que este es su lugar. Y cuando le conté de esta oportunidad, me dijo de una “sí, hacelo”. Y acá estoy comprobando que fue una buena elección, más allá de cómo sea el resultado. Este proceso de armado y montaje de la obra me dio un montón de elementos que necesitaba como persona, como músico y como artista integral.
—Casi todos vimos la película y muy pocos el musical. ¿En qué se parecen y en qué se diferencian?
Peña: —La historia es la de la película, la de este millonario que conoce a una prostituta, la contrata y se enamora. La diferencia es la época. La película sucedió hace 35 años atrás. La obra de teatro es moderna, y eso la hace, de entrada, no romantizar el tema de la prostitución. Los personajes cantan lo que sienten y lo que piensan. Entonces podemos contarle al espectador lo mal que la estamos pasando en algunas circunstancias y tiene una mirada muy feminista, que también me acercó. Ella lo dice en un momento: “Yo no soy Cenicienta, yo no quiero un tipo que me que me banque con la guita. Yo quiero ser quien soy”.
—Hay un argumento más propio de esta época.
Peña: —Creo que lo interesante de la obra es que profundiza en cosas que la película no pudo. Y me parece que esa vuelta de tuerca hace que también el personaje de Edward pueda expresarse, porque, además de la prostitución, en la película se romantizaba al millonario. Y esto lo hablamos mucho con Juan. Hoy, donde el único objetivo a perseguir parece ser el dinero, y que si no tenés guita no existís, él se empieza a dar cuenta de que está completamente vacío y que hay un montón de cosas que le faltan. Tiene mucha plata, pero no tiene amor, no tiene felicidad. Eso también se pone en tela de juicio y me parece muy interesante.
—Juan, cuando se estrenó Mujer Bonita vos tenías tres años. ¿Cómo es tu relación con la película y tu aproximación al Edward de Richard Gere?
Ingaramo: —Yo no había visto la película. Cuando supe que iba a hacer el musical, la vi varias veces y a medida que ensayamos, me di cuenta que el teatro te transforma. Y traté de apropiarme del personaje y darle una actualización a ese tipo que un poco conocemos todos, esos millonarios, omnipotentes que creen que a través del dinero pueden controlar todo. Y eso me divierte, me imagino cómo podría ser un millonario cordobés y a partir de ahí, poder construir con Flor esa química.
Peña: —También es encontrarse con la peli, porque para su generación no fue tan icónica como sí fue para la nuestra.
—Flor, en alguna oportunidad contaste que Julia Roberts era una actriz de referencia. ¿Cómo fue ponerte en el cuerpo de uno de sus personajes más emblemáticos?
Peña: —Nunca que tengo que interpretar un papel busco la referencia en la actriz que la hizo, porque si no me vuelvo loca. Yo quiero construir mi propia historia. Pero más allá de eso, yo he hecho personajes que han hecho grandes actrices en el mundo y nunca mi intención fue imitarlas, siempre le pongo mi impronta, y construyo mis personajes a partir de mi mirada como actriz y como persona. Y ahí siempre salgo ganando, tengo demasiado teatro encima como para que la gente pueda sentarse a recibir lo que tengo para dar. Y Juan, si bien ni en pedo está imitando a Richard Gere, y que no tiene esa impronta ni se comporta como un galán, es un chongazo. Ya lo van a ver en el escenario.
—También ese rol de galán de telenovela acartonado también es algo que está en desuso.
Juan: —Sí, porque ha cambiado también el paradigma de masculinidad. El feminismo ha rediseñado esa figura por suerte y para bien. Me preguntan mucho eso de qué se siente ser galán, y es algo que todavía no puedo contestar. Vamos a ver qué pasa una vez que lo desarrolle en el teatro.
Peña: —Hay cierto erotismo en la química de Vivian con Edward, que por suerte la pudimos construir en el escenario y nosotros abajo estamos pasando bien también. Esa química está y se traslada al espectador, en esa cosa de querer unirnos, que chapen, que se enamoren, que les pasen cosas. Y esto lo construimos a partir de nuestra mirada de los personajes.
—Hace poco viajaron a Los Ángeles y recorrieron los sitios donde transcurre la historia. ¿Cuánto influyó eso a la hora de la interpretación?
Peña: —Nos conectó mucho con la historia, con los personajes y, sobre todo, nos conectó entre nosotros, nos dio una cotidianeidad y una confianza que es clave para para actuar. Nos pasó de todo, me perdieron la valija, no llegaban las pelucas, mil cosas graciosas. Y en el Beverly Wilshire, al hotel donde se filmaron algunas escenas de esa película, yo estaba vestida de prosti y él con esos trajes maravillosos… Estamos hablando de un hotel de mil dólares la noche. La gente me miraba como diciendo “¿Quién es esta groncha?” Y eso es un poco de lo que le pase a Vivian en la película, que la observan todo el tiempo, la menosprecian cuando va a comprar ropa. Y respiramos ese espíritu de Rodeo Drive, con sus casas de marcas carísimas, y gente que tiene realmente un poder adquisitivo muy alto. Y estuvo bueno, porque más allá de nuestra mirada del dinero y de estas situaciones, la historia cuenta eso: dos mundos que en algún momento dejan de lado los prejuicios y se unen.
—Y también se transforman. Los personajes no son los mismos por más que pase todo en tan poco tiempo.
Peña: —En cada musical tengo un himno, y en este canto uno que se llama “No hay vuelta atrás”, donde Vivian cuenta que llegó hasta cierto punto. Que ya entendió lo que no la hace feliz y que necesita salir a buscar quién quiere ser. Y me parece que esa metamorfosis no tiene que ver con la ropa ni con la plata, sino que es una mirada mía y de Ricky. Porque tampoco tiene ganas de vestirse de señora paqueta aburrida como le dice en un momento a Edward. Pero sí se da cuenta de que tiene ganas de que le pasen otras cosas, que tiene un potencial que no lo está llevando adelante. Y me parece que eso hace que la obra se ubique en un lugar inspirador.
—¿Qué le aportan las canciones de Bryan Adams a la historia?
Ingaramo: —La música tiene ese espíritu pop de los 90, ese ADN de Bryan Adams que a mí en lo personal me llega mucho, con riffs bien rockeros y diseños melódicos. Esa tradición americana muy sólida, en la que parece que la melodía y la armonía están talladas como en piedra. Yo lo veo como fan y te escucho todos los incidentales, la banda sonando en vivo, los temas que canta ella, los que canto yo… Es realmente increíble.
Peña: —A veces en los ensayos preguntamos ¿dónde está Juan? Y Juan está sentado en la platea, escuchando todo, y después viene y me hace un comentario. Es un guía muy lindo y le pido muchos consejos porque estoy cantando cosas re difíciles para mí. Es un musical muy hermoso y pasa por muchos estados. La gente se va a reír mucho, que no es menor en estos tiempos, pero también la va a sentir. Y no tiene solamente que ver con el amor romántico. Hay algo de ir en busca de lo que uno quiere, de estar en el lugar en el que uno tiene ganas de estar y de desechar lo que ya no va, que me parece que es muy inspirador para esta época.