Gran parte de los argentinos nunca lo entendieron. Fue un hombre abierto a todos. Un luchador implacable contra los prejuicios, que supo poner el corazón por encima de los dogmas. En tal dirección caminaron sus enseñanzas. Bergoglio, el jesuita que de joven asume muy altas responsabilidades organizativas en su congregación, discípulo del padre Ismael J. Quiles, fue un gran impulsor del diálogo intercultural e interreligioso. A instancias de Antonio Quarracino, Juan Pablo II lo nombró obispo, el primer obispo jesuita argentino incluida la época colonial. Bergoglio trajo a la Argentina, desde Alemania, la imagen de la Virgen Desatanudos, cuya devoción ha tendido raíces en el país.
La elección de su nombre lo dijo todo. Su predilección por la vida simple y por la austeridad llevó a que algunos lo tacharan de comunista. Una vez le pregunté, cuando era obispo, a quién admiraba en política. No habló de Perón ni de nadie de trayectoria demasiado notoria. Sin dudar dijo: Elpidio González. Un político perteneciente a la orden terciaria seglar de san Francisco, curiosamente. Al hablar de “predilección por los pobres”, Francisco, lejos de aceptar el marxismo y menos de admirar lo que algunos han dado en llamar “pobrismo”, destaca el papel preponderante de la economía de mercado. En junio de 2014, Francisco sostiene textualmente: “El Evangelio se dirige indistintamente a los pobres y a los ricos. No condena para nada a los ricos, pero sí las riquezas cuando se hacen objetos de idolatría”.
Sus críticas al mercado se basan en lo que denomina “cultura del descarte”, refiriéndose a las personas desempleadas o que viven debajo del nivel de la pobreza. No desprecia el mercado, sino que efectúa una denuncia constructiva para que las personas –sobre todo de los dirigentes– no releguen la importancia de la dignidad humana.
Las críticas a su encíclica Hermanos todos fueron feroces. Aquí Francisco expresa: “La tradición cristiana nunca reconoció como absoluto o intocable el derecho a la propiedad privada y subrayó la función social de cualquier forma de propiedad privada”. Cualquiera que haya leído totalmente las encíclicas puede dar fe de esta afirmación. Continúa, sin apartarse, la línea trazada por la Iglesia desde antiguo. El Concilio Vaticano II enseña: “El hombre no debe considerar las cosas que legítimamente posee como exclusivamente suyas, sino también como comunes, en el sentido de que no le aprovechen a él solamente, sino también a los demás”. La enseñanza de la Iglesia sobre la propiedad y su función social tiene profundas raíces bíblicas y es parte de la doctrina social, de la Rerum Novarum de León XIII (1891) a la actualidad.
Bergoglio sigue las enseñanzas de Juan Pablo II –a quien admiraba y con quien mantuvo una estrecha relación– al reconocer el sistema de economía de libre empresa como el mejor y como el escenario adecuado para el ejercicio de la creatividad humana, el ingenio y el coraje. Por eso argumenta que la primera función del empresario no es distribuir, sino “fomentar las capacidades económicas y tecnológicas para hacer crecer los bienes y aumentar la riqueza”. Para entender al Papa es necesario leer todos los documentos que él cita en sus afirmaciones. En caso contrario, fácil puede resultar su malinterpretación.
La figura de Francisco irá agrandándose con el tiempo, más que nada por su enorme humanidad y ecumenismo. Los argentinos iremos cayendo en la cuenta del tesoro que salió de las entrañas de nuestra patria.
Economista