Francisco y la ideología woke

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“El antiguo culto al becerro de oro ha encontrado una imagen nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de una economía, que no tiene rostro. Hoy no manda el hombre, sino el dinero. ¡El dinero debe servir y no gobernar!”, dijo Francisco sorprendiendo a los diplomáticos acreditados en la Santa Sede por su lenguaje simple abordando un tema de modo tan controversial como certero, cuando llevaba apenas cinco meses como Papa.

Así era Francisco, su paso como jefe máximo de la Iglesia católica no será ignoto, abrió las puertas a los más necesitados, promovió una Iglesia inclusiva, construyendo de a poco un nuevo dogma con sus palabras y acciones para que su legado quede vivo después de su paso por la tierra, desafiando al mundo a comprender las necesidades de los marginados, pero también, al status quo de la Iglesia católica cuya génesis conservadora los limitaba, y aún lo hace, en su función social, alejándolos de los más necesitados mientras ocupaban un cómodo lugar al lado del poder político y económico mundial.

Fue quien le puso responsabilidad a una Iglesia en plena crisis institucional, desgastada por las denuncias de abuso, espionaje y pérdida de feligreses en todo el mundo. Su misión no fue solo voluntarista, enfrentar al entramado político y económico de la Santa Sede no es tarea sencilla ni tampoco se realiza sin costos personales y “sorpresas”, como operaciones mediáticas en contra de parte de quienes no querían alejarse de ese parnaso vacío de logros y contenido social, pero lleno de poder.

Para muchos fue sorpresa grata y para otros, muchos también, fue incómodo escuchar al Papa abrirles las puertas de la Iglesia a los gays- “¿quién soy yo para juzgarlos? Ellos no deben ser marginados”, dijo, no con misericordia sino con comprensión-. También ocuparse de las mujeres y hombres divorciados y vueltos a casar que buscaban su comunión, negada por su condición. “A menudo nos comportamos como controladores de fe y no como facilitadores. La Iglesia no es una aduana”, remarcó a propósito de un tema que alejaba a los fieles de su fe por falta de ventanas espirituales luego de sus fracasos en el amor. Francisco fue el Papa que asumió con vergüenza los casos de pedofilia dentro de la Iglesia y se comprometió a abordarlos con justicia, y esto lo hizo públicamente, toda una novedad. Habló del hambre, del medio ambiente, de la corrupción en la política y en la Iglesia también, porque nunca admitió a los templos y a sus hombres como ajenos a putrefacción que erosionaba la honradez, las libertades y los derechos en el mundo moderno. Siempre se hizo cargo, y eso le da más valor a su obra.

Fue un Papa que nos convocó a todos quienes nos definimos como agnósticos o ateos, porque nos hizo ver que la Iglesia Católica se sacó en encima ese envoltorio que la hacía parecer destinataria de preferencias especiales y no, lo que intentó y logró ser estos años, convertirse en un conducto donde canalizar las demandas sociales que muchas veces, y en todas partes del mundo, la política no sabía ni supo cómo y por donde buscarles una solución. Todo esto en un mundo supermercantilizado donde la palabra “mercado” ganó valor y presencia en los discursos desde el poder.

Su relación con la Argentina siempre fue polémica, nunca nos visitó, y cada audiencia a encumbrados dirigentes políticos y sociales daban pie a distintas interpretaciones. También es cierto que muchos de ellos funcionaban como exégetas de su palabra y su silencio colaboraba a que las interpretaciones interesadas hicieran que su imagen fuera utilizada de mala manera por la política local. Pudo haber sido un error de sus modos de comunicarse, que después de todo siempre se consideraron muy celosos y rígidos, sobre todo hacia el país, donde solo su diálogo con la propia Iglesia argentina era el que realmente demostraba sus intereses.

Tuvo idas y vueltas con todos los presidentes que fueron contemporáneos a su mandato papal, soportó y perdonó al kirchnerismo por querer involucrarlo con malicia en hechos ligados a la represión ilegal de los años 70 en manos de la dictadura. Apenas asumía como Papa, de su país llegaban noticias al mundo sobre un supuesto y culposo pasado, nunca comprobado. Su acercamiento al peronismo era casi público, de hecho, su trabajo como sacerdote durante la noche negra del Proceso Militar estuvo minado de acciones que iban en sentido contrario a las falsas denuncias. Cristina Kirchner, y no Néstor, que hasta su muerte le negaba hasta su presencia en el Tedeum de la Catedral de cada 25 de Mayo, supo ponerse cerca y hacerlo ver como un aliado de su gobierno. Sin embargo, hay algunos hechos que desmienten eso. En la campaña de 2015, los curas que oficiaban misa en iglesias del conurbano señalaban en sus homilías el peligro del avance del narcotráfico en la zona y de alguna manera, en forma implícita, invitaban a no votar a Aníbal Fernández -el candidato de Cristina- como gobernador bonaerense, favoreciendo a un sorpresivo triunfo de María Eugenia Vidal.

Con Mauricio Macri también tenía desencuentros que venían de antes de ser elegido como sumo pontífice. Algunos dicen que las peleas tenían como origen su desacuerdo porque Mauricio Macri no apeló como jefe de Gobierno porteño los fallos que legalizaban el matrimonio igualitario en CABA. Otros dicen que la pelea fue por la proliferación de talleres clandestinos en la zona sur de la ciudad. Lo cierto es que fue una relación fría pero cordial, que no tuvo mayores enfrentamientos, al menos públicos.

Pero donde realmente se comportó como un hombre de fe, que debe y sabe perdonar, es con Javier Milei, que antes de ser electo presidente lo acusó de “comunista”; “ladrón” y le espetó el peor de los insultos que puede recibir un hombre de Dios, lo llamó “el representante del maligno en la tierra”. Incluso su mentor ideológico, Alberto Benegas Lynch (h) pidió romper relaciones diplomáticas con la Santa Sede hasta que Francisco deje de ser Papa. Seguramente por conveniencia política y no por convicción, Milei cambió su mirada hacia Francisco y es uno de los tantos saltos que dio el Presidente, cambios de postura y de discurso empapados de una falta de convicción alarmante.

Milei representa, de alguna manera, todo lo que Francisco intentaba combatir. El discurso homofóbico de Davos del Presidente está en las antípodas de lo que pregonaba el Papa, sus insultos cotidianos utilizando palabras supuestamente agraviantes, según su concepción lo son sino no las utilizaría, como “mogólico”; “mandril”, “domado”, etc. que se metieron en la conversación social de la mano del mismo Presidente, representan todo lo que Francisco intentaba desterrar. Como así también su encomio fanático con el mercado y sus reglas que lograron germinar una vocación insolidaria y egoísta en una parte de la sociedad, que con derecho y razón se cansó del estado benefactor pero eligió salir de él de la peor manera.

Pero los mensajes del Papa llegaban, como decíamos antes, de la mano de la Iglesia. El último Jueves Santo, la Iglesia Católica lanzó un fuerte mensaje social al dedicar el tradicional lavado de pies a los jubilados, realizado por el mismo arzobispo de Buenos Aires, Jorge García Cuerva. Muchos dicen, convencidos, que fue a pedido del mismo Francisco, a pesar que intentaron poner la idea en los llamados curas villeros. El Papa se mostró muchas veces preocupado por la situación alarmante que atraviesan más de seis millones de jubilados y pensionados. El mensaje no llegó al poder, pero si a una sociedad que está atenta a estas cosas.

¿Fue Francisco “el Papa woke”? Porque algunos de sus postulados se identifican con esa ideología, la que pide tomar conciencia sobre las diversas formas de opresión y desigualdad, no solo económicas, culturales y sociales, sino también el sexismo, la homofobia y la discriminación hacia personas con discapacidades. Seguramente a la grey católica le incomodaría que lo llamen y recuerden así, pero fueron sus palabras y su obra las que parecen dar pie a esa identificación.

Hoy, los católicos despiden a su padre, hombres y mujeres que profesan otra fe a un guía religioso al que respetaban más que a otros que lo precedieron en ese lugar, y los que no somos creyentes, despedimos con tristeza infinita a un líder con prédica de alcance mundial, quizás el único, que intentaba enseñarle al mundo que está muy mal ser mala persona. Algo tan simple y a la vez, tan difícil de comprender en estos tiempos.

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