Fu Manchú, el padre de la magia argentina

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El 5 de enero de 1966, el ilusionista Fu Manchú abrió el telón de su último espectáculo, llamado Asombros Asiáticos, en el Teatro Liceo. Finalizado tres meses después, el show de dos horas mostraba la calidad del mago que, desde 1928, se había afincado en la Argentina, proveniente de Estados Unidos.

El enviado a cubrir el espectáculo de Genii, una revista especializada estadounidense, cuenta que tuvo que esperar cinco días para conseguir una entrada debido al suceso de público.

El mago y periodista Ralph Mayer así resumió el show: “El espectáculo de Fu Manchú es lo que llamaríamos una extravagancia mágica; la noche llena de magia e ilusión emplea a dos hombres y dos mujeres como asistentes de David Bamberg. La consumada habilidad de este artista lo ha convertido casi en una leyenda en Latinoamérica, y su nombre lo ha convertido en una leyenda en este país. La manera en que mantiene la atención del público es ejemplar. Este crítico consideró que fue una de las mejores noches de magia que había experimentado, y todos los espectadores abandonaron el teatro con una ligera punzada de decepción al ver que el espectáculo había terminado. Todos querían ver más de este hacedor de milagros. Yo también”.

David Bamberg, tal su nombre original, reinó en la escena mágica latinoamericana del siglo XX con su acto de mística oriental, cajas de desaparición, animales en escena y un gran pulso para la comedia, como lo demuestran las crónicas de la época. A diferencia de otros magos cuyas rutinas eran principalmente musicales, Fu Manchú sazonaba sus trucos de magia con soliloquios cómicos, similar a un standupero de nuestra actualidad.

La historia de Bamberg fue escrita por el mismo ilusionista a fines de los sesenta en inglés, con el nombre de Illusion Show, pero nunca editada en español hasta ahora. El devenir de su autobiografía es una aventura en sí misma que comprende 70 años de falsos comienzos, papeles perdidos y una incansable búsqueda por parte de su mayor fan, el argentino Martín Pacheco.

Historiador del arte mágico y coleccionista, Pacheco es también el dueño del Bazar de Magia, local de provisiones para magos, en Hipólito Yrigoyen 969, donde además se descubre el Museo Fu Manchú, con una colección asombrosa de los trajes y aparatos que utilizaba el mago en sus shows. Tal es la fascinación por Fu que el nombre de su local, Bazar de Magia, es un homenaje al título de uno de los principales actos del mago.

Pacheco se dedicó años a estudiar Illusion Show, traducirlo, ampliarlo y agregarle varios apéndices hasta convertirlo en un libro llamado Fu Manchú, una vida para la magia, editado por el mismo Bazar. De 440 páginas y de tapa dura, el volumen es, en partes iguales, una crónica histórica, una biografía cultural y merecido homenaje.

La investigación fue extensa y minuciosa: el autor viajó, entrevistó a herederos, buscó documentos olvidados en bibliotecas privadas y conversó con magos contemporáneos para reconstruir el universo de Fu Manchú.

Cuando Fu Manchú presentó

Pacheco recorre con minuciosidad detectivesca la vida de este mago nacido en el seno de una familia de artistas ambulantes, formado en los escenarios del mundo y consagrado en América Latina como una leyenda viva. Una figura que desbordó los límites del espectáculo para convertirse en símbolo de una época: la del esplendor del teatro de variedades, el exotismo como forma de atracción y la magia como espectáculo total.

Illusion Show lo escribió casi en su retiro y es un libro de memorias -cuenta Pacheco-. Fu cuenta toda su vida: sus aciertos y sus fracasos. Cuando lo terminó, un mago norteamericano, Dr. Albo, le compra los derechos y lo publica en febrero de 1974. Cuando se lo mandó a Fu, el mago descubrió que su nombre era uno entre tres y que el libro contaba la historia de la familia Bamberg. Todo su trabajo había quedado» afuera. Murió en agosto de ese año sin poder ver el libro publicado. En 1988 se rescató un manuscrito completo en Estados Unidos, pero faltaban páginas. Ahí nació la decisión de hacer una edición ampliada y sumarle fotos de mi colección”, redondea el autor.

Un linaje de prestidigitadores

David Bamberg nació en Inglaterra, en 1904, pero su vida comenzó mucho antes, en los bastidores de la magia itinerante. Su bisabuelo, el holandés Jasper Bamberg, fue un mago autodidacta que en el siglo XIX convirtió su afición en profesión. Su hijo, Tobias Bamberg —más conocido como Okito— alcanzó renombre en Europa y Estados Unidos gracias a su estilo refinado y sus rutinas orientales, cargadas de misterio y técnica.

Fue Okito quien introdujo en la familia la estética que luego retomaría David, bajo el seudónimo de Fu Manchú. Desde muy pequeño, David acompañó a su padre en giras por el mundo. Se crio entre bambalinas, conviviendo con escapistas, hipnotizadores y mentalistas. Fue testigo de la era dorada del ilusionismo y conoció a todos los grandes de esa época: Kellar, Thurston y Houdini, quien era el presidente de una sociedad mágica neoyorquina donde iba el joven David.

Bamberg desembarcó en Buenos Aires a fines de la década del veinte, acompañando la gira mágica del Gran Raymond. Después de unos meses decidió quedarse. El motivo lo explica Pacheco, investigando una conversación que tuvo el mago con otra persona: “Se asombraba que, a la puerta de los restaurantes, donde estaban los tachos de basura, se tiraran las sobras de carne y no había gente agarrándola. Otra época”.

Bamberg se hacía llamar “Syko el Psíquico”. Después de un tiempo haciendo su acto de sombras chinescas en el Teatro Casino de Buenos Aires, un empresario lo contrató, pero le sugirió que se cambie el nombre artístico. Como era fanático del personaje Fu Manchú, creado por el inglés Sax Rohmer en 1912, decidió adoptarlo.

Fu Manchu

Curiosamente, el nombre del villano de las novelas de Rohmer estaba inspirado en el de otro mago, Chung Ling Soo, apodo artístico del norteamericano William Ellsworth Robinson, que falleció en 1918, después de haber fallado en el truco de atrapar una bala con su boca. Ya llamado Fu Manchú, el mago tuvo éxito instantáneo y decidió hacer de Buenos Aires su hogar y centro de operaciones.

En la década del treinta, el ilusionista buscaba bailarinas para su show. Al casting se presentó un jovencísima Eva Duarte, pero el mago no estuvo convencido y no la contrató. Años después, Fu Manchú fue convocado para un show privado en la Quinta de Olivos, ya con Perón como presidente y Eva como su esposa. Ambos se reconocieron pero, según cuenta Fu, Evita se pasó todo el show del mago mirando hacia atrás, dándole la nuca al espectáculo y hablando con Domingo Mercante, entonces gobernador de la provincia de Buenos Aires.

Llamarse Fu Manchú le trajo éxito y reconocimiento. Desde comienzos de siglo había una moda de ilusionistas con nombres orientales, todos de origen europeo o norteamericano, pero que mantenían el enigma sin hablar en público. Vestidos con trajes de seda y texturas exóticas, lo que ahora se llamaría apropiación cultural, los ilusionistas “del lejano oriente” -así de forma ambigua- se multiplicaron teniendo éxito en teatros y shows de variedades.

Fu Manchú no fue la excepción, aunque su nombre le trajo un par de problemas. Si bien recorría el mundo con ese seudónimo, en los países anglosajones, como Inglaterra y Estados Unidos, Fu Manchú era una marca registrada. Bamberg entonces adoptó el nombre de Fu Chan en las giras de esos países.

Cincuenta años después de su muerte, el haberse llamado Fu Manchú siguió trayendo problemas. Pacheco los relata así: “El libro iba a ser originalmente impreso en China. Cuando mandamos el archivo a la imprenta, nos llega un email que dice que tiene contenido sensible y no puede ser impreso. Yo me pregunté de qué se trataba: no tiene violencia, ni sexo, ni es político. Resulta que la oficina GAPP (Administración General de Prensa y Publicaciones), encargada de la censura china, tiene al nombre Fu Manchú prohibido porque las novelas del personaje perpetúan un estereotipo que ellos no quieren. No sirvió que explicase que no es el personaje de Rohmer, sino el mago, etc, etc”.

Legado en celuloide

Pocos saben que Fu Manchú también tuvo una carrera paralela como actor y productor de cine. Debido a su éxito en sus tours latinoamericanos, en México, durante los años 40, lo llamaron para aparecer en tres películas –El espectro de la novia (1943), La mujer sin cabeza (1944) y El as negro (1944)- en las que combinaba el policial, lo fantástico y la magia en vivo.

Martín Pacheco, editor de la autobiografía de Fu Manchu, en Bazar de Magia

Decepcionado por cómo habían salido, Bamberg decidió escribir él mismo sus guiones y protagonizar las películas. El resultado fue otras tres más, donde no aparecía ningún efecto mágico. Estas películas, de estética expresionista y tramas bizarras, son hoy objeto de culto. En ellas, el mago no era solo un animador, sino un héroe detectivesco con poderes ocultos. La obra de Pacheco rescata esas películas, además de guiones inéditos, cartas, diarios y aparatos diseñados por el propio Bamberg.

La escuela y los discípulos

Asombros asiáticos fue su último show. Fu Manchú decidió retirarse y dedicarse a la enseñanza fundando una escuela de magia en la calle Riobamba 143, en el barrio de Congreso. Al día de hoy, es un centro cultural y una placa recuerda el lugar que supo ser otrora.

“Había una placa de bronce hace años, pero la robaron -se lamenta Pacheco-. Ahora pusieron otra”. En una nota más positiva, desafía: “Pensá en algún mago argentino. Cualquiera. Seguramente pasó por la escuela de Fu Manchú. ¿René Lavand? Fue alumno de Fu. ¿Charly Brown? Alumno de Fu cuando Charly era un nene. La influencia de Fu en el magia argentina es total. Falleció en 1974, pero sus alumnos fueron profesores y así la cadena continúa. Pero, lamentablemente, en la Argentina no tenemos una costumbre de honrar nuestro legado. Yo soy enfermo de Fu Manchú y colecciono todo, pero somos pocos.

“No hay acervo cultural mágico argentino. Cuando fue el vigésimo aniversario de su muerte, en 1994, se reunieron varios presidentes de las sociedades mágicas argentinas y fueron hasta Chacarita para rendirle homenaje y depositarle flores en su tumba. No la encontraron porque nadie había pagado la manutención y después de un tiempo fue al osario general. Se perdió el lugar de descanso del mago más famoso de la Argentina”.

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