El secreto de Azucena, la flamante novela de Gabriela Exilart, pone en primer plano uno de los episodios más brutales y menos explorados de la historia argentina: la llamada “Masacre de Tata Dios”, ocurrida en Tandil en 1872: el asesinato de 36 extranjeros, niños y adultos, a quienes acusaban para robarles la tierra y el trabajo.
A través de una rigurosa reconstrucción histórica y apoyada en fuentes documentales, Exilart sitúa la ficción en el corazón de una comunidad atravesada por el miedo, la violencia y el racismo estructural, donde el fanatismo religioso funcionó como instrumento de intereses políticos y económicos.
El relato se adentra en las heridas individuales y colectivas abiertas, y se posa sobre Azucena, la protagonista, que representa la lucha de las mujeres frente a mandatos sociales, desigualdades y prejuicios. Por su parte, Ani, testigo y víctima infantil, permite descubrir el impacto directo del horror en quienes más difícilmente pueden defenderse. Exilart explora las emociones, los vínculos secretos y el modo en que la violencia traspasa generaciones.
En esta entrevista con Infobae Cultura, Gabriela Exilart comparte el proceso de investigación, los motivos para rescatar este episodio y las claves para construir una ficción que desafía los relatos oficiales.
—¿Por qué elegiste la masacre del Tata Dios?
—Bueno… Me van a llamar “la escritora de las masacres”, porque tengo ya varias escritas (risas). La de Napalpí, la de Oberá… Pero no es que las busque, llegan.
—¿Qué te resulta atractivo de este tipo de hechos?
—Después de encontrar el hecho histórico, una tiene que analizar si este escenario realmente sirve para escribir una novela o no. Porque puede ser un escenario interesante a nivel histórico, pero por ahí no sirve para hacer una novela. Y esta masacre llegó a mí por un libro que me regalaron en Chaco cuando yo fui a presentar Napalpí. Un escritor de La Plata, que vive en Chaco, me regaló su libro, que se llama Tata Dios, y yo lo guardé. Eso habrá sido en 2018, 2019. Y el año pasado, no sé por qué, lo fui a buscar y lo leí. Era una crónica de los hechos ocurridos en Tandil en 1872, que me pareció super interesante y muy poco narrado a nivel ficción. Además, estaba cerca de mi ciudad, porque Tandil y Mar de Plata están relativamente cerca. Me pregunté: “¿Cómo no conozco este hecho?”. Leí su crónica y empecé a buscar material. Compré más libros del tema, que tampoco había muchos. Y ahí empecé a escribir la novela.
—¿Esta historia está negada en Tandil?
—Y…, son hechos que han quedado muy atrás en el tiempo, pero todavía hay familias… nombres históricos de Tandil, como la familia Santamarina, los Chapar, los Figueroa, sobrevivientes de esa masacre. Y yo creo que como todo lo que no gusta, o todo lo feo, lo cruento, lo doloroso, se tapa, ¿no? No forman parte de la conversación cotidiana de las familias. Obviamente que en Tandil es muy conocido, porque de hecho yo tengo amigos tandilenses que te dicen: “Ah, sí, el Tata Dios, el Tata Dios”. Hay muchas anécdotas y cosas que surgen. Pero creo que no es una historia que ha trascendido demasiado a nivel nacional. Entonces, para mí era interesante narrarlo.
Son cosas de las que no se habla mucho. Porque además, detrás de todo lo que se le adjudica a Tata Dios, había toda una cuestión económica y política también, que salió después a la luz con las investigaciones.
—¿Encontraste puntos de contacto con algo que todavía sucede hoy?
—Sí, la manipulación de determinado sector por una religión o de una supuesta salvación. Un ejercicio de poder sobre el que quizás es más ignorante o no entiende.
También la cuestión racial contra el extranjero, ¿no?, Contra este “desconocido que viene a quitarnos algo”. Esa creencia popular, y más en esa época, de que los extranjeros estaban copando los campos y se estaban haciendo más fuertes.
—Cuando escribís sobre hechos históricos y personajes reales, ¿te mantenes fiel a la historia o tomás más licencias?
—Yo trato de no tomarme licencias, trato de que sea lo más verosímil y concordante con la realidad de lo que ocurrió. Si me tomo alguna licencia, lo como nota de autor o algo así. Cuento los hechos tal como fueron, según la documentación que encuentro. Y siempre trato de tener por lo menos dos bases documentales coincidentes. Si tengo duda de algo, prefiero no ponerlo, porque no quiero cometer ningún error histórico.
—Con todo este trabajo de investigación y la reelaboración, ¿cuánto tiempo te lleva escribir una novela de estas características?
—Como promedio, un año. Hay novelas que han tardado más, y hay otras novelas que, por ahí, en ocho meses están escritas. Después, viene la corrección.
Una vez que tengo lo básico, arranco a escribir, y después sigo sumando material. O sea, estoy escribiendo algo y me surge algo, tengo que salir a buscar material, pero sigo escribiendo a la par que voy investigando. Porque van surgiendo cosas. Una parte de un plan inicial y después la historia se va (ríe) para cualquier otro lado. Hay que estar investigando todo el tiempo.
—¿Resulta fácil acceder a fuentes confiables?
—A veces hay libros que no se consiguen, porque no es literatura comercial, no está accesible en las librerías. A veces son trabajos de editoriales de universidades, en las que no hay una gran edición. Entonces, vos le escribís y te dicen: “No, está agotado, no hay reedición”. Hay que buscar el libro usado, que lo traen desde quién sabe dónde. Siempre cuento que cuando escribí El susurro de las mujeres, yo quería contar la vida de Julieta Lanteri. En realidad, la novela fue una excusa para contarla a ella. Trato de que esté bien documentado todo porque no me quiero equivocar. Para mí contar un hecho histórico no siendo historiadora, es una gran responsabilidad, y trato de hacerlo de la mejor manera.
—¿Y cómo llegaste a escribir novelas con ambientación histórica?
—Como lectora. Siempre leí novelas históricas, pero ambientadas en Inglaterra, en el siglo XVIII o en el siglo XIX. No sabía que había novela romántica histórica argentina. Y para un cumpleaños me regalaron un libro de Florencia Bonelli, El cuarto arcano. Yo siempre le agradezco a ella. Lo leí y dije: “¡Ay, novela romántica con historia argentina!”. Me encantó. Yo escribía hacía unos años; policiales románticos, y había empezado a escribir algo histórico argentino, también. Y dije: “Bueno, hay alguien que lo hace acá”. Y empecé a investigar quién era Florencia Bonelli, porque yo no la conocía, y me di cuenta de que ella tenía un montón de novelas que iban por ese lado. Y me lancé. Me encantó porque aprendí mucho de historia argentina y creo que es maravilloso, porque novelada la historia es mucho más fácil. Nunca me gustó la historia en la escuela, entonces, estudiarla a partir de la lectura de novelas históricas es maravilloso (ríe).
—¿Por qué decidiste centrar la novela en Azucena y Ani?
—Ay, siempre me voy con las voces femeninas (ríe). Es algo inconsciente, quizás porque hay una identificación mucho mayor con la problemática de la mujer. Me quise salir de eso en Los hijos de la cosecha, y por eso también hay un personaje masculino que relata en primera persona. Siempre estoy buscando hacer cosas distintas y nuevos desafíos para mi escritura. Quise experimentar la voz de una nena. Por eso está la voz de Ani en primera persona, que me parecía muy difícil narrar desde esa visión. Para mí fue un descubrimiento. Es hallar esa voz y que quede bien, que no quede forzada ni anacrónica. Son desafíos personales que yo me pongo para que las novelas sean distintas. Y con Azucena quería un personaje con sus defectos, como tenemos todos los seres humanos: que fuera egoísta, contestataria, que no le gustaran los chicos. Y se tiene que hacer cargo de una nena… Quería un personaje más real, más cercano a lo que le puede ocurrir una mujer. Por eso centré la historia en ellas dos.
—Debe ser difícil meterse en la psicología de una niña, y además, de otra época.
—Sí, fue muy difícil. Traté de transportarme a mi infancia en el campo, y todo lo que a mí me deslumbraba allí. De alguna manera, me vi en esa niña. Traté de centrarme en lo que ella podía ver, percibir y sentir de esa vida en el campo, con las tragedias que la atraviesan. Y las palabras nuevas, que los chicos a veces las interpretan de otra forma, o no las conocen y hacen asociaciones que por ahí no tienen nada que ver. Eso me pareció también muy tierno.
—¿Creés que la novela histórica romántica permite mayores libertades para narrar?
—Yo creo que hoy en día (suspira), en pos de la libertad de todo, se habla de todo con mucha falta de respeto y desparpajo. Creo que hoy no hay demasiados límites para lo que uno dice, cuenta o hace. Esta es una novela histórica, y lo que yo traté de poner sobre la mesa es ese hecho puntual, que me pareció muy poco conocido y que refleja algunas cuestiones actuales. Es una manera también de mostrar que la historia, de alguna forma, es circular, se repite. Nuevos racismos que están surgiendo en todo el mundo, lamentablemente, no son más que un reflejo de esto, que siempre existió.
—¿Cómo resulta escribir este género en un contexto de cancelación?
—Yo me siento bastante a salvo de eso. Pienso que sería más difícil si yo escribiera algo contemporáneo, como me pasó cuando escribí Pulsión. Ahí tuve algunos ataques que no fueron lindos. Pero en el hecho histórico, yo me siento bastante protegida porque es algo que ocurrió hace más de cien años. Y lo único que estoy haciendo es revisar esa historia y contarla de una manera ficcional. No se puede achacar nada personal.
—Separar al autor de su obra.
—Claro, en definitiva creo que no se entiende la ficción que implica la figura del narrador. O sea, la novela es una ficción y el narrador también es una ficción que construye el autor para contar la historia. Entonces, si no se entiende eso, que es un concepto muy intangible, se cree que el autor piensa lo que dice el narrador. Pero si uno pensara en todo eso a la hora de escribir, no escribiría nada. Porque las críticas y la exposición son muchas, entonces estaríamos limitados por eso. Yo trato de que no me afecte, de escribir lo que a mí me hace feliz. No quiero tener esas limitaciones. porque me frustraría.
—¿Pensás que podrías escribir en algún momento otro género literario?
—Yo creo que puedo escribir cualquier otra cosa. No sé si con la aceptación que tienen las novelas románticas históricas. De hecho, yo escribo otras cosas. Escribí Pulsión, tengo novelas negras, policiales, un montón de cosas que las escribí para mí, porque a mí me gusta y me hace feliz. Quizás lo que más se conoce de mí es esto. Y es lo que funciona y lo que va bien. Y es lo que el público lector pide. Esta novela recién acaba de salir y ya hay gente que la terminó y me dice: “¿y ahora?“.
[Fotos: Alejandra López/gentileza prensa Penguin Random House]