Una dirigencia entregada a su voluntad, un plantel que no se anima a desautorizarlo ni con una mueca de disgusto y una hinchada que como mayor muestra de pleitesía le levantó una estatua. Pocas veces un entrenador tiene tanto a disposición, en lo material y afectivo, y devuelve tan poco, medido en rendimiento futbolístico y resultados. La suma del poder absoluto lo deja a Marcelo Gallardo como el máximo responsable de la preocupante actualidad de River.
El Muñeco, tras la derrota frente a Deportivo Riestra –la cuarta consecutiva, algo que no sucedía desde hace 15 años-, le puso el pecho a la situación: “Probamos de diferentes maneras, dimos oportunidades y el equipo no ha fluido hasta ahora. Me hago cargo, pero seguiré en la búsqueda”.
Gallardo casi que no tiene excusas que lo exoneren de lo que hasta ahora puede ser catalogado como una decepción. Reforzó el plantel a su gusto, con 16 incorporaciones por más de 70 millones de dólares en tres mercados de pases. Venció la resistencia de los dirigentes que después de la ventana de transferencias de principios de este año no querían continuar “con el bolsillo del payaso”, latiguillo que circuló en los despachos en referencia al pago de sobreprecios –relación costo-condiciones futbolísticas- por algunos refuerzos, cuyo caso testigo es el colombiano Kevin Castaño y los 14 millones de dólares para el Krasnodar ruso. Todo para conformar al director técnico.
Pero ocurrió la compra relámpago de Franco Mastantuono por parte de Real Madrid, que ejecutó la cláusula sin escamotear un euro, lo cual dejó a los dirigentes sin ninguna herramienta para retenerlo, y a Gallardo con un malhumor que le duró varios días, en vísperas del Mundial de Clubes. El juvenil era uno de los pocos que ayudaba a levantar el vuelo futbolístico, con un protagonismo excesivo para sus 17 años, que dejaba expuesto a varios mayorcitos. Cuando lo anuló Silva, el lateral izquierdo que no fue tenido en cuenta por San Lorenzo y pasó por Atlanta, River no pudo con Platense en el Monumental por los cuartos de final del Apertura. Apagada la individualidad, el equipo no apareció, como tantas otras veces.
Los dirigentes salieron a socorrer la venta de Mastantuono con el último shopping de compras: Salas, Quintero, Portillo y Galarza. El anunciado control de gastos quedaba postergado, si bien por Mastantuono ingresaba dinero fresco.
“Por mi cabeza no se me cruza claudicar”. Gallardo solo rinde cuentas a sí mismo. Da explicaciones, muchas de ellas razonadas y argumentadas, pero nadie cuestiona su cesarismo. El presidente Jorge Brito se sumergió de lleno en la fastuosa remodelación y ampliación del Monumental. Intervino a fondo en lo futbolístico cuando empezó a tambalear Demichelis, al que le dio el último empujón ni bien tuvo la venia de Gallardo para volver.
Faltan poco más de dos meses para que finalice una gestión que creció mucho en hormigón armado, cerámicos, butacas y palcos, un Monumental muy chic para festejar en más de tres años y medio tres títulos locales (dos a un solo partido). Escasa cosecha, toda de Demichelis. Depende de Gallardo que pueda sumarle el Clausura o la Copa Argentina, siendo ya inmodificable la deuda internacional, medida en la bendita Copa Libertadores.
“Hay una persona que toma las decisiones y es Marcelo Gallardo. Él se encargó de cambiar casi medio plantel para sentirlo suyo”, lo empoderó aún más Enzo Francescoli en declaraciones a ESPN. Y eso que el Príncipe fue el autor intelectual del primer ciclo de Gallardo, cuando Jorge D’Onofrio le dio la atribución de elegir al sucesor del renunciante Ramón Díaz.
Hoy, sus palabras lo muestran subsumido a los designios de Gallardo, cuando en la escala jerárquica debería estar por encima. O también es una manera de distanciarse de los serios cuestionamientos a la conformación de los planteles, aunque en ese caso debería replantearse cuál es el sentido de su cargo, que es el de un empleado remunerado. ¿Y Ponzio? Por ahora el hincha solo sigue viendo en él al guerrero que volvió en las horas amargas del Nacional B y fue una de las banderas temperamentales de los primeros años de Gallardo.
Si algo se puede destacar de la forma de trabajo de Gallardo es su lealtad y coherencia: desde hace más de una década mantiene a sus principales colaboradores (Matías Biscay, Hernán Bujan y el preparador físico Pablo Dolce). Un cuerpo técnico granítico, la coraza que necesita el entrenador para sentirse protegido, aunque no esté funcionando como un laboratorio de soluciones.
«ÉL MISMO SE GENERÓ EL TEMA DE TRAER MUCHOS JUGADORES Y CAMBIAR CASI LA MITAD DE UN PLANTEL»
Enzo Francescoli habló sobre el segundo ciclo de Marcelo Gallardo en River.
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— ESPN Argentina (@ESPNArgentina) September 11, 2025
Gallardo ya probó casi todos los sistemas tácticos y combinaciones de jugadores posibles. A cada partido, una nueva fórmula. Lo que empieza como una búsqueda razonable dio paso a la confusión. No hay una formación estable, más allá de que Armani, Montiel, Acuña, Galoppo y Salas son los más titulares. Es cierto que la defensa es un flan, pero la crisis se explica mejor en el medio campo, por donde a River se le siguen escapando los partidos. Lo mejor de Enzo Pérez y Nacho Fernández ya pasó, y la nostalgia sigue por jugadores de la categoría de Exequiel Palacios o Nicolás de la Cruz.
Es tan potente lo que representa Gallardo que, todavía, nadie se atreve a imaginar que la salida de esta crisis es con otro proyecto. Ni en trascendidos trasnochados figura el nombre de un posible sucesor.
Una derrota el jueves ante Racing, además de la eliminación en la Copa Argentina, estiraría la racha a cinco caídas en fila, algo que no ocurre desde 1982, con la dirección técnica de José “Pistola” Vázquez. “Es un problema mío, vivo trabajando para encontrar un mejor funcionamiento, me hago cargo de no haberlo conseguido. Me apasiona lo que hago, desde ahí no me reprocho nada”, dijo Gallardo, que sigue sintiéndose el rey Sol en medio de los chaparrones que caen sobre River.