El mito de la infalibilidad de Javier Milei se construyó sobre tres pilares. Solvencia técnica, reflejada en una planificación milimétrica del programa económico. Un mensaje ético orientado al combate de los desalmados que usan el Estado para enriquecerse. Y una mística grupal que infunde lazos religiosos entre sus seguidores. Todo ese edificio narrativo tambalea en el momento más inoportuno.
Los días previos a las elecciones en la provincia de Buenos Aires se sucedieron como un calvario para el gobierno libertario. Milei empezó la campaña en un pico de optimismo, que lo llevó a convertir unos comicios de fuerte impronta municipal en una cruzada para terminar con el kirchnerismo. La terminó enredado en una severa crisis de confianza, con su dispositivo de gobernabilidad averiado, los mercados en alerta y un manifiesto espíritu de desunión entre los propios.
El resultado que se conocerá en la noche del domingo pondrá a Milei ante un punto de inflexión. El “empate técnico” que pronosticó antes de la veda o una victoria de la alianza entre La Libertad Avanza (LLA) y el Pro le permitirían detener una dañina espiral de incertidumbre. Pero difícilmente le alcanzarían para acomodar mágicamente todo lo que se salió de lugar.
Lo que está en juego en las urnas bonaerenses es en qué clima tendrá que iniciar Milei la reconstrucción de su política cambiaria -emparchada de urgencia el martes pasado-, de su equipo de colaboradores y de las alianzas requeridas para gobernar en minoría parlamentaria, una condición que no se arreglará en este turno electoral.
¿Habrá sosiego al final del escrutinio? Las sospechas de corrupción en el área de Discapacidad, instaladas con la difusión de los audios de Diego Spagnuolo, afectaron no solo la popularidad de los hermanos Milei, sino también su ánimo. Una atmósfera persecutoria rodea a la Casa Rosada sobre todo desde que se conocieron grabaciones clandestinas a Karina Milei.
La reacción agotó todo atisbo de templanza en la cima del poder. Se ordenó una exhaustiva revisión de todos los despachos relevantes, en busca de micrófonos ocultos. No apareció nada. Lo mismo se hizo en las salas nobles de la Cámara de Diputados, señorío de los Menem. La secretaria general de la Presidencia impulsó una demanda judicial para prohibir la publicación de cualquier grabación de su voz. Un juez civil y comercial, Alejandro Patricio Maraniello, le dio el gusto de imponer una censura previa en nombre de la libertad.
A la jugada se zambulló Patricia Bullrich con un escrito en el que le pidió a la justicia federal que allanara a periodistas y medios en busca de información sobre las grabaciones al “Jefe”, como llama Milei a su hermana. Lo quiso negar cuando le recordaron en televisión su antiguo afán por defender la inviolabilidad de las fuentes periodísticas. Le salió mal.
El Gobierno denunció una conjura internacional en la que ubicó a los servicios rusos, el gobierno de Venezuela y la AFA, mezclados con la diputada Marcela Pagano, que entró al Congreso como protegida de Milei hace apenas dos años. Todo con el objetivo de afectar a los hermanos libertarios, socavar la seguridad nacional y allanar el regreso del kirchnerismo al poder.
Es un relato victimista que traza una explicación para los problemas del oficialismo, pero no ofrece respuestas a los dichos atribuidos a Spagnuolo sobre un supuesto sistema de retornos en la compra de drogas para el área de Discapacidad. ¿Cómo encaja un amigo íntimo del Presidente, asiduo concurrente a las veladas dominicales de ópera en la residencia de Olivos, en el complot maléfico gestado por Putin, Maduro y el Chiqui Tapia?
Bullrich consideró un agravante que los encargados de la operación hubieran guardado durante un año los audios de Spagnuolo para darlos a conocer en la campaña electoral. No se preguntó si lo que decía en esas charlas impúdicas era cierto o no y cómo pudo ser que nadie hubiera prevenido al Presidente durante todo ese tiempo de lo que iba diciendo por ahí un funcionario que alguna vez lo representó como abogado.
El escándalo reavivó la tendencia obscena en el ambiente libertario a grabarse entre ellos a escondidas. Al exjefe de Gabinete Nicolás Posse lo expulsaron bajo la acusación (nunca comprobada) de hacer espionaje interno. Desde antes de llegar al poder candidatos, legisladores y funcionarios se revolean audios por los medios o redes sociales al compás de sus rabietas internas.
Quien más se acercó a repudiar a Spagnuolo fue Milei. Prometió denunciarlo penalmente hace 10 días, pero aún no lo hizo. El exfuncionario deja trascender que podría declarar como arrepentido en la causa judicial. Las amenazas cruzadas congelan la situación.
Un relativo alivio era palpable en el oficialismo porque no aparecieron nuevos audios comprometedores en las vísperas de la votación. Pero sobrevolaba una incógnita sobre la conveniencia de la estrategia judicial elegida. ¿La desesperación por censurar unas grabaciones en apariencia insulsas no habrá alimentado la suspicacia de que Karina Milei tiene algo que ocultar?
Milei se encargó de reivindicarla en público. Y le pidió que se quedara en Buenos Aires mientras él viajó a Los Ángeles, como señal de que la Casa Rosada quedaba bajo control familiar en esas horas de estrépito.
El que no flota… vuela
El Presidente se llevó a Luis Caputo. Fue una forma de mostrar unidad en el mando económico en horas en las que corrían versiones de un distanciamiento entre ellos a raíz de filtraciones surgidas desde el Palacio de Hacienda que atribuyen a Milei –y no a Caputo- la autoría intelectual de una serie de decisiones que afectaron la política aplicada desde el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI).
La presión sobre el mercado de cambios derivó en el anuncio de que el Tesoro intervendrá dentro de las bandas de flotación anunciadas en abril. Fue como arriar una bandera gigante. “¡El dólar flooooooota!”, gritaban Milei, Caputo y todo el equipo económico para burlarse de los técnicos que señalaban inconsistencias en el programa cambiario. Negar la intervención estatal en el mercado era un dogma. Cómo olvidar el “comprá, campeón, no te la pierdas” del ministro. Pasó una vida: fue el 1 de julio.
El nuevo parche le sirvió al Gobierno para tapar una olla a presión. Pero al costo de vender unos 500 millones de dólares en cuatro días. Y algo peor: tuvo que romper una regla firmada con el FMI y anunciada por el Presidente. La confianza se construye cuando las normas se cumplen en los momentos difíciles.
El mercado recela de la improvisación. Milei y Caputo lo saben, a juzgar por su costumbre de presentar sus medidas como fruto de un frío cálculo diseñado en tiempos inmemoriales. El volantazo inocultable del martes pasado confirmó la expectativa de que habrá un nuevo esquema cambiario después del proceso electoral. Lo que garantiza al menos dos meses de inestabilidad hasta las legislativas de finales de octubre.
A la agitación financiera se sumó otro Vietnam en el Congreso. La oposición dio vuelta el veto de Milei a la emergencia en discapacidad con el voto de todos los senadores salvo los libertarios y la bullrichista Carmen Álvarez Rivero. Otra mayoría abrumadora dio el primer paso hacia la aprobación de una ley que limitaría el uso de decretos para gobernar.
Los libertarios van desamparados a las sesiones. Hasta los aliados del Pro arrastran los pies. La ruptura de los pactos con los gobernadores que le permitió a Milei gestionar con pocos sobresaltos en 2024 ha sido una fuente de debilidad institucional. Para muchos opositores moderados se rompió el tabú de “votar con el kirchnerismo”. El Presidente minimizó el efecto porque creía a ciegas en un triunfo arrasador en las elecciones que obligaría a los díscolos a volver, arrodillados, a pedir clemencia.
Ese escenario está hoy en dudas. Los gobernadores, obsesionados con blindar sus territorios, empezaron a explorar una alianza nacional de cara a 2027. Se convencieron de que Milei nunca los admitirá en su paraíso libertario y que solo les propone el trato del escorpión: picarlos en pleno cruce del río. La foto de casi todos los gobernadores en ronda durante la fiesta aniversario del diario Clarín, el lunes pasado, fue un mensaje político que el ala racional de la Casa Rosada leyó con preocupación.
La desunión avanza
La derrota con la ley de discapacidad expuso al mileísmo a otro episodio incómodo. Fue cuando el propagandista Daniel Parisini (Gordo Dan) emitió un tuit aberrante contra el senador Luis Juez, que votó con la oposición y alegó que lo hacía en nombre de su hija con parálisis cerebral. El jefe de Gabinete, Guillermo Francos, sintió la necesidad de condenar la brutalidad de Parisini. “Este señor no forma parte del Gobierno”, dijo. Parisini insistió con su ataque a Juez y se permitió recordarle a Francos su pasado como funcionario de la administración de Alberto Fernández (fue representante argentino en el BID).
Las redes libertarias estallaron con comentarios a favor de uno y de otro. Parisini suele cobijar a Milei en su canal de streaming, Carajo. A su mesa concurren Luis Caputo y su equipo económico a explicar los detalles del programa entre risotadas, elogios y cargadas a los rivales. Y, lejos de ser un mero comunicador deslenguado, es íntimo de Santiago Caputo, que le encomendó liderar la agrupación Las Fuerzas del Cielo. ¿Fue su ráfaga despectiva contra Francos una forma de cobrarse tardíamente la derrota de su sector en el reparto de candidaturas de LLA?
Lo único seguro es que hasta el mensaje contra Juez los tuiteros caputistas parecían en huelga de dedos caídos, mientras la temperatura de las redes la marcaban los antimileístas, con jingles sobre las coimas y burlas a Karina.
Tampoco es que los ganadores de las listas garanticen un upgrade de calidad institucional. Milei pidió por un lugar expectante en la nómina de candidatos a diputados por Buenos Aires para Sergio Figliuolo, alias “Tronco”, compañero de micrófono de Alejandro Fantino. Después del acto de cierre de campaña del Presidente en Moreno, el probable futuro legislador nacional dijo que el conurbano “es the walking dead” y que los vecinos que protestaban contra los libertarios en la zona “eran 25 monos sin dientes tirando piedras”.
Milei llegó a ese acto de cierre mientras circulaban en la Casa Rosada encuestas poco favorables para LLA de cara a las legislativas bonaerenses de este domingo. Suficiente para hacerlo abrir el paraguas, hablar de un “empate técnico” y apelar, desde el dramatismo, a la participación.
No se bajó de la narrativa que se impuso al inicio de la campaña, cuando éramos tan jóvenes y pocos sabían quién era Spagnuolo. “Kirchnerismo nunca más” se pensó como un eslogan maximalista, anclado en un optimismo a prueba de balas. Cuando la economía navegaba en aguas estables, el logro de la baja inflacionaria parecía blindado, el peronismo se hundía en sus rencores y Cristina Kirchner quedaba presa en su casa.
La fantasía kirchnerista
La oferta se redujo a demonizar al enemigo. Lo mismo hizo Axel Kicillof. La polarización es un ticket al autoengaño. En el peronismo se ilusionan con festejar en medio de este momento de fragilidad libertaria. ¿Podrá un eventual triunfo de Fuerza Patria curar los odios ancestrales que dividen a sus integrantes? ¿Puede Kicillof considerarse ganador si el hipotético éxito fuera obra de los caciquejos municipales del partido? Para él, ganar es un acto de supervivencia. Solo después podrá soñar con un camino hacia el liderazgo nacional. Enfrente tendrá, antes que nadie, a Cristina y Máximo Kirchner.
Milei no distingue entre kirchneristas. Los llamó “chanchos sucios”. Los acusó de haber convertido a Buenos Aires en un gran chiquero y en un baño de sangre en los últimos 20 años de gobierno provincial. Por suerte no estaba para corregirlo su secretario de Ambiente, Daniel Scioli, gobernador en un tercio de ese período y a quien el propio Presidente asesoraba durante la aventura.
Al calor del discurso, Milei volvió a incurrir en lapsus. “¡Los kirchneristas te rompen las piernas, compran las muletas con sobreprecios y te exigen que les des las gracias! ¡Son unos delincuentes!”, bramó. Faltó que la cara de Spagnuolo se recortara en las pantallas gigantes.
Entre el público aplaudía Patricia Bullrich, a quien esta vez le falló el ojo de lince que la ayuda a detectar barrabravas en lugares. Una investigación del periodista Gustavo Grabia reveló cómo le franquearon el ingreso al acto a una docena de barras encapuchados de River y otros clubes. Al parecer cumplieron “funciones de seguridad” en previsión de desbordes de bandas enemigas. A veces, el que las hace las cobra.
Todo vale para el “nunca más” antikirchnerista. Aunque la polarización extrema configure la paradoja que condiciona el futuro de Milei: lo que funciona como truco electoral, va en contra de los intereses de un gobierno urgido de consensos para aprobar las reformas contempladas en su plan.