Gerardo Romano: su obra de teatro con Ana María Picchio, el adelanto de En el barro y cómo es la vida con Parkinson

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Gerardo Romano llega en bicicleta al estudio del director Manuel González Gil, donde ensaya la comedia francesa El secreto, escrita por el dramaturgo y cineasta Eric Assous, que se dio con buena recepción de público en mercados como el madrileño y se estrenará el 20 de agosto en Buenos Aires.

“Esta comedia tiene una precisión matemática, uno se da cuenta de eso cuando tiene que estudiar la letra. Es más fácil un concepto abstracto, pero, en este tipo de obras, con rasgos de vodevil, hay una exactitud que no se puede borrar, todo lo que sea improvisación y repentización le resta”, sostiene el actor, quien encabezará el espectáculo junto a Ana María Picchio, con quien nunca compartió un proyecto teatral. “Siempre hay una primera vez”.

Junto a ellos estarán Rodrigo Noya y Gabriela Sari, bajo la producción de Tomás Rottemberg, Juan Manuel Caballé y Faroni Producciones.

El director Manuel González Gil oficia de gran anfitrión y, antes de continuar con la escritura de un nuevo texto en su escritorio, ofrece café. “Cierro la puerta”, amaga con educación, pero el actor le remarca que no es necesario.

Sobre las paredes, infinidad de afiches de las piezas que González Gil dirigió. Allí descansa la gráfica de Un judío común y corriente, el monólogo rubricado por el dramaturgo y cineasta Charles Lewinsky, que Gerardo Romano viene protagonizando desde hace poco más de una década. “Es un material que me acompañó mucho”, reconoce el actor.

La historia de El secreto gira en torno a una pareja que acaba de jubilarse y asiste a la transformación del vínculo -sostenido en las décadas sin grandes sobresaltos- cuando algo oculto sale a la luz para transformarlo todo. En definitiva, la posibilidad de poner en blanco sobre negro la verdad silenciada.

-¿Qué razones te llevaron a aceptar el coprotagónico de El secreto?

-En primer lugar, porque me permitía compartir el escenario, es muy seductor disfrutar de lo que significa el sentido gregario en una creación artística, sobre todo en el teatro.

-En El secreto no formarás parte de una épica monologal. Por otra parte, nunca habías compartido una experiencia teatral con Ana María Picchio.

-Compartimos la vida y muchos trabajos, pero nunca un escenario. Hicimos televisión. ¿Recordamos cuándo había ficción en televisión? Yo trabajé en esa televisión que tenía ficción.

Así en la escena como en la foto. Picchio y Romano jugaron con el lente de LA NACION

A Ana María Picchio la conoció en Pinamar. “Fue en 1974, en una reunión social, ella estaba en la cresta de la ola por haber sido parte de la película La tregua y, ni bien la vi, no me despegué de ella. Me quedé charlando toda la noche, taladrándole la cabeza, fue muy emocionante”.

Golpean la puerta y Gerardo Romano le avisa al dueño de casa que alguien desea ingresar. González Gil se encuentra a varios metros, preparando el espacio, una formidable sala de ensayo que montó en su casa anulando un jardín con piscina. “Manuel, golpean”. La proyección de la voz del actor, estremece. No hay dudas que se trata de un “animal de teatro”, esos a los que se los puede escuchar hasta en la última fila de una gran platea sin necesidad de micrófonos.

-Volvés a trabajar bajo las órdenes de Manuel González Gil.

-Es un verdadero privilegio.

-¿Sos un actor “dócil”? ¿Te dejás dirigir?

-Sí, por supuesto. El director es un rol paternal, sobre todo en el unipersonal, donde sos hijo único. En esa condición, si te hacés el caprichoso con tu padre, sos un bolud… Sobre todo, cuando tenés frente a vos un director con seguridad y experiencia y, además, que es muy generoso, como en el caso de Manuel (González Gil).

No tan solo

“Hice varios unipersonales, una herencia insoslayable de Antonio Gasalla y Carlitos Perciavalle”, sostiene el actor, quien sorprende con el atravesamiento de la obra de los humoristas sobre su propia carrera, de poética tan diferente.

-¿Qué influencia de Gasalla y Perciavalle se hizo tangible en tu hacer?

-Cuando comencé a acercarme al teatro, ellos hacían café concert. Me impactó ese vértigo, la ruptura de la “cuarta pared”, y el vínculo directo e interactivo con los espectadores que provoca algo incierto. En el teatro tradicional, todos sabemos que la función termina con el aplauso, pero, en el tipo de espectáculos que hacían ellos, un espectador podía levantarse, sacar un revólver y pegarle un tiro al actor o insultarlo. Un vértigo parecido a la vida, donde no sabés qué caraj… va a pasar.

-El escenario es muy parecido a la vida, su espejo.

-Pero cuando hay “cuarta pared”, sabés que todo termina en el aplauso y el “bravo”.

-Entonces, de la experiencia del café concert se nutre tu trayectoria al frente de monólogos.

-Fui muy amigo de Antonio (Gasalla) y Carlos (Perciavalle), incluso, con Antonio fui conviviente; vivimos juntos en su casa durante dos años.

Gerardo Romano fue docente de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, donde se había recibido de abogado

-¿En qué época?

-Entre 1982 y 1984, él ya había debutado en el Maipo y estallado como artista. Se decía que, en ese tiempo, ganaba 150 mil dólares por mes.

-¿Por qué motivo viviste en la casa de Gasalla?

-Se terminó una pareja y me quedé sin domicilio, sólo tenía un ciclomotor destartalado que me había regalado Miguel Ángel Solá, quien había vivido en mi casa durante dos años. Eso quiere decir que lo que me había dado Gasalla a mí, yo ya se lo había ofrecido a Solá.

Gerardo Romano en Un judío común y corriente, un unipersonal que

Romano recuerda con exactitud cada etapa de su vida. Se expresa sereno, como quien hurga en ese arcón de la memoria en busca de aquellos hitos que merecen ser rememorados. “En mi casa del Bajo Belgrano vivió Martiniano Pereyra, campeón sudamericano de boxeo profesional, un grande. Con mi papá éramos muy aficionados al boxeo, así que, cuando le dije que Pereyra trabajaba con nosotros como albañil y sereno, se moría por darle un abrazo”. Evidentemente, de compartir el hogar también se forjó su existencia.

Inicios

“Comencé en tiempos dictatoriales”. En 1976, cuando irrumpió el golpe de Estado en Argentina, Gerardo Romano era docente de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, donde se había recibido de abogado. Además, militaba en la Juventud Universitaria Peronista. En ese tiempo, también mostraba sus destrezas deportivas en torno al rugby.

“Cuando sucede el golpe, aparece la censura, no puedo seguir militando y, en paralelo, me había vuelto viejo para continuar jugando al rugby. Me preguntaba qué hacer con mi vida”. La autora Susana Torres Molina, gran amiga, me impulsó a hacer teatro. Así arrancó este camino de la actuación.

-Indudablemente, ella había visto algo en vos.

-Yo me pasaba las noches haciéndole monólogos y ella a las seis de la mañana me decía: “No me vas a cog…, pero hacé teatro”.

También la gran maestra austríaca Hedy Crilla -fallecida en Buenos Aires en 1984- impulsó su camino en el arte de la interpretación. “La ayudaba en todo lo que podía, porque ya estaba muy mayor”.

Rodolfo Ranni y Gerardo Romano en el unitario televisivo Zona de riesgo

A pesar de la aridez actual de la industria, forma parte de En el barro, el spin off de la serie El marginal, creada por Sebastián Ortega, que se estrenará en Netflix el próximo 14 de agosto. “De los actores de mi camada también están Cecilia Rossetto y Rita Cortese”, cuenta.

En el barro se centra en el vínculo entre las presidiarias de una cárcel de mujeres y los códigos que se tejen en ese ecosistema opresivo. Además de recordar a sus colegas, el actor se emociona ante la figura de la pugilista Alejandra “Locomotora” Oliveras, recientemente fallecida, y que formó parte de esta aventura de ficción: “Pobrecita… La pasamos tan bien juntos, la jodía tanto, porque sabía que soy peronista y ella se había acercado a La Libertad Avanza”.

-¿Se chicaneaban?

-No, teníamos una relación muy afectuosa y no poníamos por delante la ideología.

Gerardo Romano en la piel de Sergio Antín, su personaje en En el barro

-¿Cómo resultó la experiencia de rodar En el barro? Hay mucha expectativa por la serie.

-Ya había estado en las cinco temporadas de El marginal, así que conocía cómo trabajaba el equipo. Hacer ficción con Sebastián Ortega es muy grato, tiene un gran equipo, muy aceitado.

-Tu personaje, Sergio Antín, resultó sumamente interesante.

-Eso lo sabés una vez que lo construiste, de lo contrario, todos elegiríamos bien.

-Con el diario del lunes, ¿qué te dio y vos qué le diste?

-Una enorme libertad, producto de lo que me ofrecieron los directores Alejandro Ciancio, Luis Ortega y Adrián Caetano. Lo mejor que le puede pasar a un actor es ser dirigido por un director que sea seguro, que le permita probar, porque, cuando se prueba, se encuentran cosas que, de otra forma, no hubiesen aparecido.

El tiempo

El 6 de julio de 2026 cumplirá ocho décadas de vida. Como en Solo 80, la pieza de Colin Higgins, a Romano se lo percibe vital como a Maude, la anciana desparpajada que protagoniza aquel cuento teatral. “Pensar en el paso del tiempo va de la mano con algo existencial y profundo como es la finitud”.

A mediados del año pasado, el actor dio a conocer públicamente su diagnóstico de Parkinson, patología que lleva con entereza, sin eufemismos, y sin que haya podido socavar su actividad profesional.

-¿Cómo afrontás el paso del tiempo?

-Vayamos al hueso. La finitud es una cuestión fundamental del hombre. En mi caso, eso viene acompañado por un condicionante como es padecer una enfermedad neurodegenerativa, lo cual no es una grata noticia ni tiene solución. Uno puede amigarse y transitarlo o no. En parte, la decisión de hacer la obra El secreto, tiene que ver con eso.

-¿Por qué?

Será mi última oportunidad teatral de manera colectiva. Posiblemente, pueda armar una unipersonal, aunque no tengo mucho para decir de esa envergadura, después de haber hecho cuatro piezas de ese tipo.

-Tu radiografía es sumamente realista, una gran conciencia de tu propia situación. ¿Te angustia?

-Sí, claro, no sería humano si no me angustiase o no tuviese miedo. Como decía China Zorrilla: “la fiesta está buenísima y no dan ganas de bajarse”. No tengo ganas de bajarme de esta fiesta.

Con todo, se lo percibe bien. No solo llegó a la entrevista con LA NACION y su posterior ensayo en bicicleta, sino que, regularmente, dedica parte de su día a la natación. “Todo es en función de la patología, si no pedaleara o nadara un kilómetro casi todos los días o memorizase el texto durante una hora y media cada vez que me levanto, quizás estaría en otra situación, no podría juntar los pensamientos o no estaría acá, haciendo una entrevista en la víspera de un estreno. “Me amigué con mi situación, pero no es fácil”.

Aferrado a la vida, pero sin hacerle oídos sordos a su diagnóstico de salud

-¿Te enojaste con la vida?

-No.

-Sos agnóstico, con lo cual no podés transitar tu presente amparado en la fe.

-Soy ateo deseante. Soy deseante de Dios. Me parece tan simplificador tener fe, no cuestionar y poder, si existe, aceptar la ayuda divina. No tengo elementos que me permitan explicarles a los otros con certezas la existencia, o no, de Dios. Lo que sostengo es que, quienes sí creen en Dios, quieren imponernos a los que tenemos la valentía de no utilizar convenientemente la fe, su propia creencia. Ojalá exista Dios. Si Dios existiera, necesitaría algunas explicaciones de su parte.

-¿Por ejemplo?

-Hablaríamos sobre qué sucede con las guerras o en torno a las injusticias sociales.

Después del amor

-A lo largo de esta charla, haz hecho referencias a la cuestión del amor, el erotismo y el sexo. ¿Qué lugar destinaste y destinás a esas cuestiones en tu vida?

-El amor ocupa un lugar fundamental. Tuve y tengo relaciones amorosas muy intensas y vigentes, con muchas personas. Antes de hacer la función de Un judío común y corriente miró hacia arriba, donde están las luces, mientras escucho el murmullo del público que va entrando a la sala, y repaso a toda mi familia. Parto desde mi abuelo Gerardo Valentín y mi abuela María Josefa, luego pienso en mis padres, en mis 13 tíos, mis decenas de primos, mis exmujeres y, en un lugar preferencial, mis dos hijos. Eso, mientras comienzo a escuchar la música y espero que se abra el telón, me genera una gran emoción.

-Decís “mis exmujeres”. ¿Recordás y tenés un pensamiento para todas?

-Por supuesto.

-Más allá que las parejas hayan terminado, ¿preservás un buen recuerdo?

-Sí, son relaciones muy vigentes. Dos de ellas son las madres de mis hijos, ellas están primero que todo.

La actriz Andrea Bonelli es la madre de su hijo Lucio (38) y la bailarina Romina Krasinski es la madre de Rita (20), su hija menor.

-Vuelvo a lo que planteaba anteriormente: durante la charla has hecho referencia al sexo en varias oportunidades. No ha sido un tema menor en tu vida.

-Para nada. No voy a ser tan tonto de decir que hoy es lo mismo que hace años. No lo practico como me gustaría, desgraciadamente, pero disfruté de todas las etapas. Atravesé el tiempo de la pastillita azul y luego dejé de tomarla. Ahora entré en una nueva zona de la vejez.

-A fines de este mes se estrena El secreto. ¿Cómo se viven estos días previos?

-Como decía antes, seguramente sea, más allá del resultado, mi última obra. La enfermedad que padezco es inexorable y ojalá que no me ocurra, pero acelera los tiempos propios de la última vejez. Todos vamos a tener un deterioro cognitivo, pero una cosa es tenerlo a los 93 y otra a los setenta y pico. Una cosa es saber que el tiempo que queda es el lógico y otra que ese plazo se abrevia. Seguramente no tenga paño para hacer otra obra dentro de cuatro años. No sé cómo este decrecimiento se producirá, pero tengo el aviso. Tengo la opción de enfrentarlo de frente y huir hacia adelante.

Para agendar

El secreto. Funciones: desde el 20 de agosto, de miércoles a domingos. Sala: Teatro Multitabarís (Avenida Corrientes 831).

Un judío común y corriente. Funciones: sábados, a las 20. Sala: Chacarerean (Nicaragua 5565).

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