Gianni Lunadei nació en Italia y llegó a nuestro país escapando de la hambruna y las penurias de la posguerra. Se empecinó en ser actor y empezó a formarse con apenas 16 años. Hizo muchos trabajos dramáticos, pero la popularidad le llegó de la mano de la comedia.
Algunos de sus programas dejaron huella en el inconsciente colectivo. ¿Quién no recuerda al maldito Della Nata de Mesa de noticias y su célebre latiguillo “Benemérito Señor Director, le pertenezco”, que dedicaba al personaje que interpretaba Juan Carlos Mesa, su gran amigo y compañero también en El Gordo y El Flaco. Lunadei y Mesa formaron una dupla que hizo historia en nuestra televisión.
Su muerte fue trágica e inesperada: a los 60 años se suicidó en el living de la casa que compartía con la actriz Perla Caron, pegándose un tiro con una pistola calibre 32. Fue la tarde del 17 de junio de 1998.
Lunadei nació en Roma el 1 de mayo de 1938 y fue hijo único de una modista y un albañil. “No eran personas de la cultura, pero cuando yo tenía cinco años, en medio de la guerra, me llevaron por primera vez a la ópera y me hicieron conocer grandes espectáculos como La Bohéme, Tosca, Aída. Eso me marcó para siempre”, recordaba el actor sobre su familia. Quizá en ese momento sus padres plantaron la semilla de su destino.
La primera impresión
“Sufrí mucho en mi tierra, no tuve el tiempo de disfrutar de la felicidad y de la belleza que me podría haber brindado. Estuve hasta los 12 años y viví lo peor de la guerra y lo peor de la posguerra. Por la puerta de mi casa pasaban tropas de toda índole; los americanos, los fascistas, las SS que eran lo más impresionante…”, contó alguna vez en el programa Siglo XX Cambalache.
Emigró escapando del hambre de la posguerra y detalló que llegó a la Argentina solo, en 1950. Su mamá ya estaba aquí y su papá llegó un tiempo después. “La imagen que recuerdo es la de una Argentina bellísima, casi de cuento, porque yo venía de la Segunda Guerra Mundial, la miseria, el hambre, la destrucción, la persecución. Y me encontré con que acá todo valía 20 centavos, y hasta había días en los que ni siquiera se pagaba el cine, el famoso Día de damas. Era un lugar en donde las confiterías ponían las facturas del día anterior en la calle para que la gente que pasaba comiera gratis. Era una maravilla, una Argentina muy poética… Aprendí a hablar castellano en quince días de la necesidad de comunicarme y de la felicidad que tenía de estar acá”.
Sus días transcurrían felices cuando descubrió su vocación de casualidad: se hizo la rata en la escuela y en lugar de ir a clases fue a jugar al villar con sus amigos. Al final y terminaron en el teatro. “Lo único que había visto en Roma era lírica, todo ópera, nunca una representación de teatro de prosa. Vimos Volpone el Magnífico, de Ben Jonson, y al día siguiente me anoté en la escuela del teatro municipal de Morón, donde Ernesto Bianco daba clases. Siempre quise ser artista”, contó alguna vez. Y cumplió su sueño.
A los 15 años ganó un concurso de Radio El Mundo para actuar en el radioteatro Yo pecador, con Fray Mojica y Milagros de la Vega. Un año después debutó en Todos eran mis hijos, de Arthur Miller, y luego se subió al escenario del Teatro Cervantes para hacer un pequeño papel en la ópera El Empresario, de Mozart, con dirección de Alejandro Casona.
En teatro fue parte de Marat-Sade, La sombra de un republicano, Platónov, Don Juan, El burlador de Sevilla y convidado de piedra, Seis personajes en busca de autor, Arlequino servidor de dos patrones, La doncella prodigiosa, La pulga en la oreja y Drácula, entre muchas otras obras. Formó parte de la Comedia Provincial, de la Comedia Nacional durante once años y del elenco estable del Teatro San Martín.
Pasta de comediante
Fue China Zorrilla quien le vio pasta de comediante luego de observarlo en un bar hablando con algunos colegas. Y esa chispa se reafirmó con su composición de Pantaleón, en Arlequín servidor de dos patrones, estrenada en 1974, obra con la que ganó aplausos durante varias temporadas y muy buenas críticas. Y también ganó el premio Molière, que incluía un viaje a Francia. Sin embargo, decidió no viajar. Tampoco volvió nunca a Roma.
Lunadei llegó a la televisión en 1966 con la adaptación de Los navegantes del Génesis, en el ciclo Teatro como en el teatro, y ese mismo año fue uno de los galanes de la novela Cuatro hombres para Eva. Luego hizo La bonita página, Los hermanos Torterolo, Archivo negro, Señoras y señores, Locas por ellos, Son o se hacen, Matrimonios y algo más. Y entre 1983 y 1987 fue parte del exitoso programa Mesa de noticias. “Nadie creía que podía hacer comedia. Logré un éxito absoluto, pero me costó el prestigio como actor dramático. Yo no me encasillé, me encasillaron los productores”, decía.
El cine debutó en Juan que reía, cuando ya tenía un largo camino recorrido en teatro y televisión. Entre otros films participó en Allá lejos y hace tiempo, Comedia rota, De cara al cielo, Cuatro pícaros bomberos, La aventura de los paraguas asesinos, Plata dulce, Pinocho, La clínica del doctor Cureta y Las puertitas del señor López.
Padre de cuatro hijos, Valeriano, Alejandro, Ignacio y Magdalena, alguna vez contó que su primera esposa fue una de las mujeres más ricas de nuestro país y vivió la gran vida hasta que “vino la malaria”, porque “me enamoré de otra mujer y me fui a vivir a una pensión donde la cucaracha más chica me saludaba a la mañana”, contaba entre risas. Su última pareja fue la actriz Perla Caron, con quien convivía en el barrio de Coghlan cuando decidió quitarse la vida. La tarde del miércoles 17 de junio de 1998 estaba solo, buscó una pistola calibre 32 y se disparó en la boca. Caron lo encontró en un sillón del living.
Había rumores sobre su salud mental, pero el mismo Lunadei se encargó de minimizar el asunto. “Se les ha dado por decir que Lunadei es un deprimido y un suicida. Esto viene ya de hace tiempo. Me pongo realmente muy triste cuando baja un programa, muy triste, pero empiezo otro. Entonces, no tengo oportunidad ni de deprimirme, ni de matarme. Además, matarse porque te levantan un programa… yo ya me hubiese matado 65 millones de veces”, dijo alguna vez a Crónica TV.
Años antes, en 1983, debió ser internado por problemas de salud y por primera vez se habló de depresión e intento de suicido, pero al salir de la clínica, el actor aclaró: “No sé de dónde salió esa versión. Hace unas semanas tuve una descompensación de presión porque mezclé dos medicamentos que hicieron efecto rebote y me tuvieron que internar de urgencia. Nada más. Estuve mal, sí, en un estado que yo llamaría más depresivo que otra cosa. Pero no creo en los intentos de suicidio. Si alguien quiere suicidarse, se suicida”.
De su vida privada poco se sabe, aunque dio pistas en algunas entrevistas sobre su relación con Caron. “Fuimos amigos durante muchos años y antes de convivir estuvimos nueve años de novios. Ella se casó cuatro veces y yo seis: somos cancheros en el asunto. Hay amor, afecto, compañía, compartimos el bien y los tiempos malos. Me mudé 14 veces, era casi un hobby. Ahora quiero estar tranquilo y cerca de mis hijos, entonces me fui a vivir con Perla, a su casa. Yo estaba lejos, en Berazategui. Cuando uno ya se pone un poquito mayor comienza a trabajar la soledad, el silencio ya no es el mismo de antes; de pronto se convierte en algo triste. Vivir lejos de la Capital era apreciable por el reposo, pero cuando estás lejos de los que querés, de tus hijos, de tu trabajo, empieza a hacerse sentir la soledad. Con Perla vivimos juntos desde hace dos meses”, contaba el actor, un año antes de su muerte.
Su hijo Nacho Lunadei, fotógrafo de profesión, lo recordó en 2024 en diálogo con LA NACION: “Me proponía bromas todo el tiempo, algunas eran medio pesadas. No era un hombre melancólico. Crecí en los teatros, ya que solía acompañarlo mucho a mi viejo. Me encantaba eso. Flasheaba en las salas inmensas, durante las funciones me escapaba a los lugares más insólitos. Mi infancia fue muy feliz, pero la adolescencia no tanto. Su muerte fue un cambio de paradigma muy grande”.
Para el Nacho de 10 años, su papá era como Maradona. “No me podía ir a buscar al colegio. Los chicos salían de las aulas para poder verlo, se les escapaban a las maestras. Me acuerdo cuando íbamos al Italpark y, como era fanáticos de los chascos, podía llegar a comprarse un brazo y hacer bromas con eso… Mi papá siempre era el alma de la fiesta. A veces lo confundían con Gino Renni. Cuando viajábamos en taxi, se hacía pasar por otra persona, se ponía a hablar con acento extranjero. Yo me daba cuenta que los taxistas lo reconocían, pero no le decía nada. El chofer no entendía por qué hablaba en chino. En la calle, era una especie de Jackass sin que nadie lo filme, lo hacía sólo por diversión. Él era muy jodón, a los actores de La pulga en la oreja los llamaba para hacerles chistes. Se comunicaba con sus compañeros varones y se hacía pasar por una espectadora que había quedado enamorada luego de verlos actuar. Se mataba de risa con las reacciones de cada uno, y yo lo estimulaba. Me acuerdo de las bromas a Cacho Espíndola, Juan Carlos Puppo y también a Claudia Lapacó, a quien llamaba y le inventaba ser espectador de obras que ella jamás había hecho”.