Gol de Caparrós: viaje a la Bombonera con el gran escritor que pintó como nadie la historia de un club de fútbol

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El ingreso a la Bombonera, claro, fue distinto. Con Juan, su hijo, subió durante años a la platea de la tercera bandeja cumpliendo el rito de este escalón sí, este no. Acá por el lado izquierdo y acá por el derecho. El grito de “¡vamos Boca, carajo!”. Ya no. Porque “mis piernas”, dice Martín Caparrós, “han decidido invertir su rol histórico: ya no me llevan, tengo que llevarlas”. El último domingo, Boca abrió para él el portón de la calle Del Valle Iberlucea. Caparrós, 68 años, diagnosticado con ELA, condujo su silla de ruedas directo al césped. A metros del arco en el que Antonio Roma atajó a Delem un penal histórico en un Boca-River de 1962. Fue el penal que a los cinco años lo hizo de Boca. Y que, casi medio siglo después, derivó en Boquita, el mejor libro escrito en Argentina sobre la historia de un club de fútbol. Y sobre mucho más que eso.

Cansado de que su padre lo llevara siempre al Monumental (estuvo en la Puerta 12 de 1968, setenta y un muertos, la peor tragedia del fútbol argentino), Caparrós, doce años, se fue a la Boca y se hizo socio. Imposible olvidar el Boca-Sporting Cristal de 1971. Lucha libre. Veintiún expulsados. Fue uno de los textos de Antes que nada, su gran último libro, leído por sus amigos el martes pasado en un Teatro Alvear colmado. Dos días antes, la UBA lo distinguió con el doctorado Honoris Causa y él, emocionado y agradecido, habló del país, de fracasos personales y colectivos, y se lamentó porque quince millones de personas eligieron presidente a “un gritón desquiciado”, que “vocifera, amenaza y maltrata… Nunca creí que mi país tuviera tanto odio, que desbordara esta violencia contra los más débiles”. La Bombonera fue el tercer acto público de su visita. Camiseta autografiada por el plantel y libro institucional. Y recorrido posterior hasta Caminito. Las camisetas de Leandro Paredes, gritaban desde los puestos, a quince mil pesos.

Martín Caparrós recibe el título de Doctor Honoris Causa por parte de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires UBA

Boquita, publicado en 2005, le permitió conocer a sus ídolos de infancia. Pero Martín advirtió rápido que no podría ser como ellos. Se fue al rugby, que jugó hasta categoría veteranos. Medio scrum primero, inside después. Jugó rugby incluso en Francia y en España, años de militancia política, exilio, amores, primeras notas. Y Mundial 78. Y él, en París. Denunció a Videla pero también gritó los goles “como un descosido”. Sufrió luego durante tres días “el peor dolor de cabeza” de su vida. Recuperada la democracia, otra vez en Argentina, el primero de casi cuarenta libros. Novela, crónica, ensayo. El interior, El hambre, La voluntad, Ñamérica. Viajes y premios. Allá y acá. “La fiesta de la mano suelta sobre el teclado”, lo describió su colega Daniel Guebel el martes en Puán.

El fútbol fue su “espacio de salvajería feliz”. Sacarse de encima todo lo que uno ha construído de sí mismo. Hora y media de “gozoso descontrol. La mugre que el fútbol te permite”. Un momento de “estupidez absoluta”, improductivo, y hasta de emociones indefendibles. Pero inmensamente feliz. De pibe escribió en la revista Goles y, ya autor consagrado, lo hizo décadas después para el diario deportivo Olé (Daniel Angelici, dijo en un artículo, no solo debía renovarle contrato a Juan Román Riquelme, sino también cebarle el mate). Para Caparrós, el fútbol es “uno de los inventos más potentes de estos tiempos (mil quinientos millones de personas viendo al mismo tiempo la final del último Mundial, la mayor cantidad de personas jamás convocada), pero que si no hubiera existido no habría pasado nada”. ¿Y por qué el fútbol y no otro? Por la perfección del gol. Valor escaso. Y que cotiza en oro. Con azul, el oro es Boquita.

Amigos del escritor y periodista Martín Caparrós le realizan un homenaje leyendo fragmentos de su último libro en el teatro Alvear

Para terminar ese libro, Caparrós convenció a Editorial Planeta y viajó a Manizales, a la final de la Libertadores de 2004 contra Once Caldas. “Viajó sin entrada, ni hotel, ni nada”. ¿Cómo hará? Nacho Iraola, entonces jefe de prensa de la editorial, se juntó con Miguel Rep para ver la final. Se rieron cuando la TV enfocó a la masa azul y oro y vieron a un pelado alto y de negro. “¡Caparrós!”. Por Boquita, Martín habló también con La 12. Les pidió una nota cuando los vio en Japón, en pleno Mundial 2002. “Che, bigote, ¿vos estás en tu hotel?”, le preguntaron. Debió alojarlos tres días en su habitación.

Esa y muchas otras anécdotas contó Martín el domingo. El escritor Juan José Becerra, presente en la Bombonera, recordó al Caparrós históricamente crítico, enojado hasta con la pizza en el pospartido. “Era como ‘el Contra’ de Calabró”, se ríe Becerra, admirado porque en Antes que nada (el libro en el que comienza diciendo “Me dijeron que me voy a morir”), Caparrós, lejos de ser “un príncipe arrogante”, cuenta “problemas, flaquezas”. Se puede descubrir no solo lo que no se sabe, sino también lo que ya se sabe, verlo de una forma distinta, es como verlo por primera vez, escribe en su libro para niños (El tiempo más feliz) Martín Kohan, otro de los grandes escritores hinchas de Boca.

Martín Caparrós, de 68 años, fue diagnosticado con ELA

Así puede estar hoy Caparrós. Viendo por primera vez. Vulnerable. Y deseoso de vivir mientras siga vivo. El que faltó el domingo a la Bombonera fue Caparrós hijo. Es “raro” ir a la cancha sin él, me dice. “Una sensación de vacío”. Y “la familia de la cancha” que pregunta por su padre. El domingo, mientras estábamos en la Bombonera, Juan, nueve difícil, anotaba un gol en el triunfo 2-0 de Sociales contra Exactas. Gol de Caparrós.

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