“Es bastante difícil contestar sobre las emociones, ¿no? Pero hay una frase que me define: solo recuerdo la emoción de las cosas”, responde Graciela Borges, la gran actriz argentina que, aun siendo esquiva al rótulo de diva, es referente indiscutida del cine nacional. La pregunta de Teleshow, con quien la intérprete dialogó este fin de semana, apuntaba a sus sensaciones por la distinción que le otorgará la Universidad de Buenos Aires en el marco del FIC.UBA 2025, el festival de cine de la UBA, este miércoles 1 de octubre. Visiblemente conmovida, agregó: “Más acá o más allá de lo que sea Honoris Causa, que hayan pensado en mí para este reconocimiento, la verdad que ha sido muy intenso”.
A lo largo de más de seis décadas frente a cámara, más de cincuenta películas e infinidad de premios, la nacida en Dolores, provincia de Buenos Aires, el 10 de junio de 1941 siempre ha resistido la tentación de idealizar su recorrido y se permite la vulnerabilidad cuando responde qué la inspiró en sus inicios, cuando la inesperada aparición de Hugo del Carril y el azar la pusieron, a los catorce años, en el centro de la escena de su propia historia.
—¿Cuándo se despertó en vos la vocación de actriz?
—En realidad, hablar de mi vocación de actriz a los catorce años creo que no fue fortuito. Fui al conservatorio y entre esos jóvenes, muy jóvenes, vino Hugo del Carril a elegir dos chicos para hacer de escolares en “Una cita con la vida” y me convocó a mí. Nunca había pensado en ninguna actriz, ni en ningún actor, ni en ninguna película. Sinceramente, no. Me gustaba mucho estar en el conservatorio, porque había distintas cosas que uno podía hacer, distintas materias, pero nunca pensaba en la actuación.
—¿Tuvo que ver lo que alguna vez llamaste “la infancia más triste del mundo” para despertar tus ganas de ser otros?
—Me imagino, con una perspectiva más lejana, que sí. Dicen que la infancia es el padre de la vida y creo que en mi generación, ser hija de padres separados y con mala relación entre ellos marcó mucho una infancia que, como no tenía hermanos en ese momento —después nacieron, por parte de mi padre—, me dio una sensación de soledad muy grande. Me sentí profundamente triste en esa época. Me imagino que hay mucha gente que pasa por lo mismo.
—Tu voz es muy característica. Sé que de chica tenías un conflicto con tu voz ronca y sufriste bullying por eso. ¿Cuándo te amigaste con ella?
—Bueno, (ríe) no tuve más remedio, cuando pasó el tiempo, que amigarme. Al principio me molestó mucho. En el colegio, como era muy pálida y flaquita, se reían mucho de mí y de mi voz. Después lo tomé como se toman las cosas en la vida, como algo irremediable. Yluego llegó a gustarme, porque tanta gente me pide que grabe cosas para ellos en los teatros, compañeros y artistas, que algo bueno debe tener.
— ¿Por qué elegiste “Borges” como apellido artístico y no usaste el tuyo, Zabala?
—La historia es que mi padre no quería que fuese actriz, y un día, en casa de un escritor, a la que iba los domingos en general, porque era muy amiga de su hijo y la familia me quería mucho, Borges me vio llorando. Yo le conté: ‘Mi padre no quiere que yo trabaje en una película de Hugo del Carril, y no quiere que use su nombre’. Yo tenía catorce años. Entonces, Borges me dijo: “Le presto mi nombre”. Borges no decía ‘mi apellido’, decía ‘Borges. Mi nombre es Borges. Le presto mi nombre’. Siempre que me encontraba decía: ‘¿Seguís honrando mi nombre?’, cosa que me emocionaba mucho. Un querido maestro.
— ¿Cómo lograste que tu padre te dejara actuar a los 15 años dirigida por Hugo del Carril en “Una cita con la vida”?
— Al principio, se enojó mucho. Pero no quiero seguir con esa historia de que no quería que yo trabajase como actriz. Con el tiempo, creo que empezó a gustarle que yo hiciera cosas que le parecían serias y lindas. Siempre pensaba, cuando hacía una película: ¿¿mi papá la verá?’ Y creo que, cerca de su partida, me hizo saber que estaba muy orgulloso de mí. Terminamos una conversación el día de su muerte, yo iba a visitarlo, pero no llegué, lamentablemente. Por teléfono, yo le dije: ‘Te quiero con todo mi corazón’. Y él me respondió: ‘Y yo con toda mi alma’. Y ahí terminó nuestra historia. Tal vez nos debemos alguna conversación más larga, en otro plano.
— Comenzaste a actuar siendo una adolescente. A los 16 años, haciendo “Zafra”, contrajiste tuberculosis y continuaste adelante. ¿Cómo lo manejaste, siendo tan joven?
—Siempre pienso, y a veces lo cuento para estudiantes de cine, en lo complejo que es filmar. Es verdad, yo tenía dieciséis años y estaba haciendo “Zafra” con Lucas Demare y con mi adorado Alfredo Alcón. Estábamos en mitad de la película, en Jujuy, donde era muy difícil filmar. Y bueno, apareció esta enfermedad. Entonces me despertaba muy temprano, me daban una inyección para la fiebre y seguía trabajando. Fue complejo por el tema de la tuberculosis, pero fue una película que después brilló y yo la resistí. Y resistir es una norma del cine. El cine es para resistir.
— ¿Es cierto que Carlo Ponti, el productor y marido de Sophia Loren, te invitó a actuar en Europa y le dijiste que no? ¿Por qué?
— Sophia Loren y Carlo Ponti estaban en el Festival de Cannes cuando llevé “Zafra”, justamente. Él me lo propuso, no sé con qué seriedad, pero era una persona encantadora. Estuve esos días mucho con ellos. ‘¿No te gustaría quedarte en Italia?, ¿filmar? Me encantaría que trabajaras conmigo o con los italianos.’ Fue eso simplemente. Hay una cosa: a cada país al que fui, incluso en Estados Unidos con mis películas, siempre fui muy argentina. Me cuesta mucho estar lejos de mi país. Cuando filmé ocho meses en España ‘Los jinetes del Alba’, después de veinte días, llegó un momento en el que necesitaba volver. No es lo físico, sino mis amigos, el afecto, los animalitos, la vida.
— También te invitaron a los Estados Unidos. ¿Nunca te deslumbró Hollywood como para intentar una carrera allí?
— Eso es real. Te cuento. Un día fui a comer con John Huston. Tuve la suerte de almorzar con él. No estaba en Estados Unidos, estaba en México y él filmaba allí. Era muy fan de una película, qué curioso, “Piel de verano” de Torre Nilsson. Me preguntó: ‘¿Te gustaría filmar en Estados Unidos?’. Y le dije que sí. Él me dijo: ‘¡No, no! El actor debe trabajar en su lengua. Si no, no debe trabajar. Debe trabajar en su idioma, en su lengua. Eso es lo que debe hacer”. Y me impresionó mucho esto: uno es bueno cuando habla en su idioma.
— ¿Qué directores marcaron tu carrera y qué podrías destacar de cada uno?
— La verdad es que no nombro directores. Hasta los que no me parecieron los mejores como guía, han dejado algo en mí. Así que no quiero nombrar a ninguno mal ni a ninguno bien. He tenido la suerte de tener directores francamente estupendos y de otros que no nombran con una gran jerarquía. Sin embargo, todos me dieron una maestría. Obviamente, en mi corazón están mis preferidos, pero prefiero no nombrarlos.
— ¿Pensaste en dejar alguna vez la actuación? Por ejemplo, cuando fuiste madre de Juan Cruz, algo que te costó mucho…
— En realidad, nunca lo pensé del todo. Hay momentos en que estuve muy cansada y dije, sobre todo en las dos últimas películas, “Hay que parar, hay que parar, hay que parar. Hay que hacerlo con alegría, si no, no se hace”. Y bueno, cuando nació Juan Cruz, enseguida hice “Crónica de una señora” y no me costó. Él siempre estaba conmigo, siempre me ocupé de Juan porque me costó mucho traerlo al mundo. Tuve tres embarazos perdidos y lo cuidé especialmente.
— Hace un par de años dijiste que tenías síndrome de burnout y que no volverías a trabajar en cine. ¿Lo seguís sosteniendo?
—El burnout es una forma de cansancio, como cuando se te quema la cabeza y estás muy cansada. En las últimas dos películas me cansé mucho. Simplemente fue eso, pero nada más.
— ¿Cómo te sentís cuando se habla de vos como “la gran diva del cine argentino”?
—Y… la verdad es que no creo mucho en lo del divismo. Creo que es una circunstancia: a alguien que tiene ciertos, no digamos valores, porque no son valores; cierto aire especial, se le dice diva. No sé si a Catherine Deneuve —que es, porque todavía está viva y la he querido mucho, hemos sido muy amigas— le habrá importado ser la diva del cine francés. Es algo que ocurre para los demás, no para uno.
— ¿Cómo ves el panorama del cine nacional y el funcionamiento actual del INCAA?
— El cine nunca fue fácil. Hay que conseguir muchas cosas, hay que hacer muchas concesiones. Es como una venta en un antiguo mercado: te doy esto, me das lo otro. El cine es una lucha eterna. Así, también se trabaja y, sobre todo, hay que hacerlo con mucha dignidad, que es lo que queremos. Queremos que nos dejen filmar porque sabemos filmar. En este país hay gente maravillosa e inteligente.
— ¿Qué pensás de la grieta que se armó a partir del estreno de Homo Argentum y las declaraciones de Guillermo Francella sobre su gusto por las películas populares y no por las que quizás no son un éxito de taquilla?
—Hay que filmar lo que uno tiene ganas. Si fue bien, maravilloso. Y si no va bien, uno sigue mirando en la cabeza y en el corazón lo que quiere filmar. No es lo mismo “La ciénaga” que una película que hubiese hecho Carlitos Balá. Pero ambas tienen la fuerza de la creación y el amor que cada uno le puso. No me gustan las comparaciones. Creo que hay lugar para que todo el mundo filme.
— Anunciaste la película, pero ¿estuviste de acuerdo con la elección de “Belén” como representante argentina para los premios Oscar y los premios Goya o tenías otra favorita?
—Creo que “Belén” es una bella película, y creo que también estaba “La mujer de la fila”… Y hay otras que no vi. Yo no soy jurado, pero hay películas que naturalmente te gustan mucho, y a tus amigos que tienen la misma formación intelectual o el mismo gusto, no les gustan. El cine no es una cosa racional, es una cuestión de sentimientos y de amarlo o no, o de rechazarlo. Así que no… Aplaudo lo que hayan querido votar. No me meto con el compromiso de mis compañeros.
— ¿Sos una mujer feliz?
— Ser feliz es una frase muy, muy especial. Ser feliz es casi discontinuo. Ser feliz, o no, es: hoy amanecí bien, no me duele el cuerpo; hoy amanecí mal, tengo tristeza. Está todo mezclado. Esa es la vida. Y sin embargo, siempre hay que seguir empujándola.