SANTA FE DE LA VERA CRUZ (especial para LA NACION).– “No tendría que estar acá”.
Marcelo Daniel Gómez ni festejaba. Se lo veía conmovido. Tenía un copón en una mano, otro trofeo en la otra, y vidriosos los ojos. Como tantos ganadores en el deporte. Como casi ninguno. Él no tenía que estar ahí.
Hace dos meses lo llamó Juan Carlos Quiroga para que finalmente hiciera lo que Marcelo tenía pensado hacer: participar en el Gran Premio Argentino Histórico (GPAH), la competencia de regularidad que, organizada por Automóvil Club Argentino (ACA), congrega a más de un centenar de autos añosos a lo largo de miles de kilómetros por el país. Al piloto le había pasado algo terrible: la muerte de su esposa. Que iba a tomar parte en la prueba.
“Hace nueve meses, diez, mi señora se operó para correr conmigo y falleció. Entonces, yo no tendría que estar acá. Me insistió Juan para venir”, contó al cabo de la premiación en Santa Fe, a la vera del río Laguna Setúbal. Frágil en su estado emocional, siguió: “Ella iba a correr conmigo. Se hizo una operación de prevención y salió mal. Amalia, Amalia Acosta. Le encontraron un aneurisma, pero… un desastre los médicos. No pude hacer nada”. No hizo falta que hablara de dedicatoria del triunfo: “Obvio que sí. Obvio: ella estaba arriba del auto. Estaba arriba del auto”.
Gómez-Quiroga fue la mejor pareja de las 100 que finalizaron el GPAH este viernes, sobre las 126 que lo iniciaron siete días antes frente a la sede central de ACA, de Buenos Aires. La caravana de autos históricos hizo escalas en Gualeguaychú, Goya, Posadas, Puerto Iguazú, Resistencia y Concordia, y pasó por innumerables localidades intermedias, hasta arribar a Santa Fe. Hubo Ford Falcon, Peugeot 404 y 504, cupecitas Ford y Chevrolet, Mercedes-Benz y BMW sesentosos, Volvo, Torino, FIAT 1500 y 128… y Renault 12, naturalmente. Modelo que nunca había vencido en 21 realizaciones del gran premio. Extraño para un icono del mercador automotor argentino.
“Soy fanático, fanático del Renault 12. El auto es mío. Aparte, lo armé yo, desde cero”, cambió Gómez el tono de voz. Ser el primer triunfador con el emblemático producto del rombo era especial. Lo mismo que para Quiroga: “Mi primer auto fue un Renault 12. Al haber sido mi primer auto, esto es fantástico”, celebró el copiloto. Los nombres de ambos quedaron en los registros de una competencia que tiene un motivo para no haber encaramado antes al insigne R12: la regularidad requiere precisión (además de confiabilidad en el caso de los coches antiguos), y ésa no está entre las virtudes del noble y exitoso modelo francés.
Y en eso, precisión, pocos como Juan Quiroga. En regularidad, una especialidad que se define por décimas de segundo al cabo de decenas de kilómetros cronometrados, el navegante es quien hace los cálculos de tiempo y velocidad. Cruciales. Fue el factor diferencial, según Gómez. “El animal este, que con los dedos es un pulpo. El que la ganó es él. Viene con los relojes tirando magia”, elogió el conductor a quien debutó en el GPAH en 2009. “Y es la primera vez que gano, algo que era muy buscado por mí. Llevo como 15 años”, añadió el ocupante de la butaca derecha. Que no cree tener tanto mérito: “Muchos hablan de que los navegantes son lo más importante, pero uno necesita un piloto que le lleve bien el auto. Si no, no puede hacer los números. Es un conjunto de tres: auto, piloto y navegante: 33, 33, 33. Es así. Si no está todo redondeado, no se puede”.
Pues parece que Gómez y Quiroga redondean lo suyo con ser buena gente. En las largadas de los primes, por caso, ayudaban a un binomio que era rival directo por la victoria, Andrés Castelli-Julián Quatrocchi, jaqueado por el burro de arranque del FIAT 128 que lideró buena parte de las siete jornadas. Y además de ser buena gente, Marcelo es un aprendiz veloz. En la regularidad hace diferencia la experiencia, pero él empezó hace apenas unos seis años. Es más: ésta fue su apenas segunda intervención en el GPAH, y ya lo conquistó. Incluso, como novato en el gran premio en la variante odómetro, que demanda más exactitud que la velocímetro. “Pero la ganó el monstruo este. Obvio que en la regularidad tiene más incidencia el navegante que el piloto. Como le digo, es un pulpo con los relojes”, insistió Gómez aludiendo a su compañero, oriundo de Monte Grande.
Compañero y más. “Somos amigos. Él tuvo un problema muy serio, así que hace dos meses lo llamé para venir a correr. La idea era participar y darle una mano como para apuntalarlo”, afirmó Juan sobre el piloto, con quien hizo unos ensayos, afrontó dos carreras y salió a las rutas mesopotámicas, hasta ganar la competencia de regularidad más grande del país, la que congrega a los mejores de Argentina.
Marcelo es platense y protagoniza pruebas de regularidad junto a su hija. Pero Agustina esta vez se quedó en la capital bonaerense, para cuidar a sus chicos. “Por mis nietos, Morena y Benjamín, tenía que hacer algo para seguir”, sostuvo el conductor. Pues vaya si hizo algo, aunque hoy por hoy no le alcance para recuperar el ánimo. “Yo no tendría que estar acá. Y no sé si voy a seguir; depende un poco de la cabeza mía. No, hoy no correría de vuelta, no. Sinceramente. Pero vamos a ver qué pasa”, finalizó el hombre que con apenas seis años de experiencia, en su segunda actuación en el GPAH y la primera en odómetro, con un modelo de auto que nunca se había coronado, con poca práctica con su navegante y, sobre todo, con la pérdida de su mujer, ganó el gran premio imposible. El que, así, no podía conquistar.