Gustavo Bermúdez: “Con la ‘lotería de vientre’ tuve mucha suerte”

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Un asado con amigos, una mirada cómplice de sus hijas, la permanencia indeleble de su hermano Gabriel. La felicidad la encuentra ahí, en esos refugios. Y en el lugar que sea: en Rosario, donde nació; en Buenos Aires; donde comenzó su carrera profesional, en San Martín de los Andes, donde crio a sus hijas lejos del acoso de la metrópolis porteña en años en los que su presencia en el prime time de la televisión, cuando las telenovelas de la tarda coqueteaban los treinta puntos de raiting, implosionaba en su intimidad familiar. Dice que su lugar en el mundo es “donde sea” mientras la compañía sea buena.

Gustavo Bermúdez dice que necesita poco para pasarla bien. Su valoración se sostiene con un estilo de vida reservado y sereno, con la sencillez de sus opiniones y el tono mesurado de sus respuestas. Lleve décadas de vigencia en el medio artístico. Desde protagonizar Pelito en 1983 hasta que la marquesina del teatro El Nacional lo incluyera en el cartel promocional de “La cena de los tontos” junto a Martín Bossi y Laurita Fernández, pasaron 42 años.

El actor de 61 años que carga en su trayectoria éxitos del calibre de Nano, Celeste, Celeste siempre Celeste, Antonella y Alén, luz de luna, jura que la fama nunca lo desbordó. Encontró la forma de que la exposición, la fascinación de la gente, la devoción del público, el colapso a las salidas de los teatros, las infinidades de propuestas, no alteraron la base de su identidad. “Tuve muchas anécdotas que me podría haber mareado. Y la verdad que nunca me pasó. Tuve un entorno familiar que también colaboró mucho en eso”, reconoce.

Huyó de la televisión y de la ciudad en el súmmum de su popularidad para dedicarse a la crianza de sus hijos en su sur adoptado. Volvió, atemperado, para graduar su participación en pantallas y escenarios y volcarse a la producción de espectáculos. Pero siempre, dice, supo reconocer dónde está lo verdaderamente importante y qué situaciones son descartables.

Gustavo Bermúdez volvió al teatro en

—Tenés un perfil muy bajo.

—Sí. Por lo general cuando no estoy trabajando, no tengo mucho para hablar.

—Pero siempre estás trabajando. Lo que pasa es que a veces estás en el detrás.

—Sí, a veces estoy detrás de cámara, es verdad.

—Si lograste estar muchos años sin trabajar, contanos la receta.

—Bueno, yo tuve suerte en un momento, pero igual más allá de eso es que necesito poco… Entonces me arreglo bastante bien.

—¿Qué significa necesitar poco?

—Y, con respecto a la agenda completa: no estoy atrás ni del dinero ni del ego. Necesito poco para pasarla bien. La vida pasa muy rápido y creo que tengo claro qué son las cosas importantes y qué menos importantes.

—¿Por dónde pasa hoy para vos el pasarla bien?

—Por las compañías. Por familia, amigos. Gente que me ayuda a pensar, que me ayude a crecer, que me ayude a divertirme. Pero fundamentalmente las compañías. Bueno, mi viejo siempre hablaba de eso, ojo con las compañías. Siempre nos dejó ese mensaje como muy presente. Cuando había amigos que no le gustaban decía “ojo”. Porque empezás a normalizar lo que no es normal. Es muy importante. Yo siempre le digo mucho a mis hijas que estén atentas a las compañías.

—¿Les diste dolores de cabeza a tus padres?

—Sí, fui un adolescente bravo.

—¿Por qué?

—Y… era medio rebelde.

—¿Te escapabas?

—No, no era tan estudioso. Era medio rebelde.

—¿Te fueron a buscar a alguna comisaría?

—Eh…

—Estás dudando Gustavo (risas).

—Sí, pero en la época militar, cuando había razzias y eso. Pedían documentos y sí, mi viejo fue a buscarme a una comisaría. Pero no porque haya hecho nada malo. Pararon un colectivo y nos llevaron a la comisaría.

—Qué susto.

—Sí. Sí. Era medio inconsciente en ese momento, no tenía sustos. Pero mi viejo fue y me retiró. Era un modus operandi en esa época. Difícil.

—Pero no porque te hayas metido en ninguna complicada vos. Era el colegio. ¿Y quién se ponía ahí más firme, papá o mamá?

—No, hacían una buena dupla. Hacían el policía malo y el policía bueno. Se iban alternando.

—¿Y tu propia paternidad con las chicas?

—Bien, creo que bien.

Gustavo Bermúdez y Verónica Varano (RS Fotos)

—¿En qué período profesional estabas cuando nacieron?

—Dos distintos. La más grande era a full. Yo estaba en un período tremendo de trabajo que fue -ella nació en el 91- en plena novela. Y después no: cuando nació Manuela, la más chica, que se llevan nueve años de diferencia, me fui a vivir a San Martín.

—¿Ahí te enamoraste del sur o vos ya habías estado en el sur?

—No, ya había estado. Cuando era chico había estado. Me gustaba más el campo pero la decisión familiar fue San Martín de los Andes. Si yo hubiese elegido, hubiese elegido más campo.

—¿Cuánto tiempo estuviste instalado allá?

—Previamente estuve con el tema de la novela, pero desde el 2000 en adelante.

—Bueno, pero hoy hay una pata acá también muy fuerte.

—Sí, voy y vengo.

—¿Tenés casa en las dos ciudades?

—Sí, sí.

—¿Te sale fácil eso de entender por dónde pasa el disfrute, por dónde pasa lo importante?

—No me costó tanto. Siempre estuve cerca de esa cuerda de la vida. Nunca me alejé tanto. Las cosas que me pasaron en la profesión, siempre las viví como anécdotas, no como algo. Nunca fui tan agarrado hacia determinadas cosas. A veces soy más relajado si las cosas no salen.

—¿Y cómo empezás a producir? ¿Cómo pasa el actor del otro lado?

—Y, pasa que como arranqué de chico y hubo muchos cambios en la televisión y yo había vivido una televisión distinta, que se grababa distinto. Tuve la suerte de trabajar con Alberto Migré, Hugo Moser padre, eran talentos enormes. Y era otra televisión entonces yo participé en un cambio en los 90 que se cambió la forma de hacer televisión. Volvió también una época de venta de programas nuestros al exterior entonces tratábamos de buscar un valor agregado a las producciones que hacíamos. Y se logró un montón. La verdad que se logró un montón. Y bueno, siempre me interesó, siempre me gustó, siempre fui inquieto en eso. Siempre tuve una cuotita empresarial dentro mío. Pequeña eh, no tan grande.

—¿Invertiste bien?

—Sí.

—¿Cómo para estar tranquilo si pasas un tiempo sin trabajar?

—Sí, siempre mantuve como una línea de consumo siempre estable. O sea, cuando tenía ingresos muy altos o cuando no tenía ingresos. Lo que te decía antes, necesito poco para pasarla bien. La verdad que ya con un asado con amigos es un planazo para mí.

—Hay que tener el ego muy acomodado para entrar y salir y no necesitar estar todo el tiempo arriba del escenario o al frente de un programa.

—No sé si muy acomodado, pero trato de darle batalla y que no me gane.

—¿Costó en algún momento?

—No, no tanto. Le agradezco mucho al entorno que tuve. En su momento la mamá de mis hijas. Mi hermano siempre.

—¿Cuándo estuvo el quiebre, cuando te instalaste en el sur?

—No, siempre estuve cerca de la soga de la realidad.

—Pero hubo un momento en el que eras un rockstar en la televisión. Para quienes no hayan vivido ese momento de la tele, otros presupuestos, otras producciones, ficciones que se vendían al mundo.

—Otro vínculo de la tele con el público. Había un vínculo muy sólido, muy fuerte. Había mucho cariño, mucho amor, mucha conexión que se fue perdiendo con la tele abierta. Por eso teníamos esos ratings, treinta y pico de puntos una novela a las tres de la tarde o a las seis. Era un vínculo muy fuerte. Y lo recibí cuando hice teatro con Romeo y Julieta. Fueron anécdotas muy lindas.

—¿Qué fue lo mejor y lo peor del galán?

—No, no tengo nada de peor. No. La verdad que no tengo nada que reprocharle, ni reclamarle ni me debe nada.

—¿Nunca lo padeciste?

—No, no lo padecí. No lo disfruté tanto como hoy, con mi experiencia, con mis aprendizajes, lo hubiese disfrutado más.

—¿Hoy el escenario lo disfrutas más que en aquel momento?

—Sí.

—¿Por qué?

—Porque yo siempre fui como muy leal, lo sigo siendo, pero era como que entregaba demasiado… O sea, tenía compromisos con el canal. Específicamente con Hugo Di Guglielmo, en ese momento él era gerente de programación que había apostado mucho por mí, por un proyecto en conjunto que tenía que ver con la venta internacional de las telenovelas. Y quería devolverle el doble de la apuesta. Entonces sentía mucha presión, que no me lo pedían pero era como decir “si está apostando este señor por mí, por este proyecto, y cree”, sentía la necesidad de dar todo y más. Entonces, lo vivía todo con un poco de tensión.

Gustavo Bermúdez y Araceli Gonzalez, protagonistas de

—Era un éxito atrás del otro. ¿En qué momento dijiste “ah, soy bueno en lo que hago”?

—No, nunca, nunca. Yo creo que siempre es una prueba. Hay que dar examen. Acá no te recibís nunca, hay que ir a rendir examen siempre.

—Te vi volando con una orca por la cabeza Gustavo…

—Sí, es verdad. Me acuerdo de que hicimos el lanzamiento, que estaba también Hugo, hasta gente que se ha emocionado mucho cuando hicimos la presentación de esa novela yo tenía que hacer el salto y había noventa, cien medios periodísticos más o menos que habían viajado nada más que para ese lanzamiento. Y yo tenía que hacer ese salto en vivo con todas las cámaras, que no siempre te salía bien porque no estás solo, estás con un animal. Y yo tenía que empezar a saltar cuando veía una línea en el fondo. Me acuerdo de que también estuve muy, muy nervioso.

—¿Cómo se llamaba la orca?

—Belén.

—Entrenaste mucho para eso.

—Sí, sí. Igual pegué buena onda con los animales, con todo el equipo que me ayudó. Con todos los entrenadores de Mundo Marino. Y funcionó bien.

—¿Salió bien el salto?

—Sí, salió bien. Siempre sentís un poquito de nervios. Bueno, ahora con la primera función de La cena de los tontos también.

—Alguna actriz me contó aca que el primer día de una obra de teatro se pregunta, “¿por qué me dedico a esto? ¿con qué necesidad? ¿quién me manda a mí a hacer teatro”. ¿Hay algo de eso?

—Sí, hay algo de eso. Traté de tenerlo bien presente para darle la magnitud y decir, siempre yo a mis hijas cuando tenían un examen o algo, estaban muy nerviosas, les decía “bueno, ¿qué es lo peor que te puede pasar? ¿Y qué es lo peor que te puede pasar si rendís mal? ¿Y qué es lo peor que te puede pasar si pasa eso?”. Entonces hasta llegar a decir “no es tan grave”.

—Y salió bárbaro porque la están rompiendo. Es una comedia maravillosa.

—El material es excelente.

—¿Cómo decidiste sumarte a este éxito teatral?

—Bueno, en realidad me costaba mucho tomar el compromiso de hacer teatro porque es un compromiso a largo plazo, de fines de semana, de ya tener algo esquemático e inamovible. Entonces ese vivo sentía que me coartaba un poquitito algunas libertades. Y me costaba tomar ese compromiso hasta que, bueno, es un material, es una obra que yo había visto hace muchos años y es muy, muy buena.

—Con Adrián Suar y con Guillermo Francella, ¿no?

—Sí, sí. La vi hace muchos años con ellos y me reí muchísimo. Así que dije “lo tengo que hacer”. Y lo iba a hacer en Mar del Plata y después me pidieron que me adelante acá para hacer unos meses en Buenos Aires y fue una buena decisión, la verdad que me alegro haber aceptado.

—¿Tenías ganas?

—Sí, sí. Me dieron muchas ganas la obra, los compañeros que los conocía de haber trabajado. Y me parecía un lindo lugar para ir.

—¿Adrián cuánto tuvo que ver en la decisión? Digamos por si alguien no sabe que ustedes son muy amigos.

—Sí, sí, somos muy amigos. No, tuvo que ver sí, pero no tanto, él me conoce mucho. Es muy respetuoso de mis decisiones y sabe lo que yo opino de los compromisos o de la agenda completa y él es muy respetuoso de eso, me conoce mucho. Entonces no exigió tanto.

—Si estás de acuerdo vamos a jugar, te quiero conocer un poco más. La peor cita de tu vida, ¿te la acordás?

—No.

—¿No huiste nunca de ninguna cita?

—No, huir no.

—¿Pero? (Risas).

—Pero decir “uf, qué hago acá” sí, puede ser.

—¿Sexo a la mañana o a la noche?

—Paso.

—Si vas a un karaoke, ¿qué canción cantas sí o sí?

—Con mucho humor para que se rían todos. Cualquier cosa. Porque soy un desastre cantando. Pero un desastre, me quedo corto.

—¿Si pudieras eliminar un chisme sobre vos cuál sería? No tuviste grandes quilombos.

—No.

—Vamos a inventar uno entonces. Si tenemos que armar un escándalo mediático con quién te gustaría protagonizarlo.

—Con nadie.

—Con Adrián.

—No, escándalo no, ¿para qué? Con lo lindo que es todo, ¿para qué hacer escándalo?

—Inventemos algo. Con Messi, con algo.

—Messi, gran persona. Conozco a la familia. Muy buena gente.

—¿Cómo fue ese encuentro? Lo que se pueda saber.

—Bien, son demasiado normales así que no tiene nada de extraordinario.

—¿Tenés el WhatsApp de Messi?

—Sí. No, de Lío no. Cambió el teléfono, no lo tengo. Sí el de la familia. Pero trato de no molestarlo a Lío. Aparte los aprecio mucho a toda la familia, gente muy querida por mí.

—¿De dónde viene ese vínculo?

—Bueno, ellos son rosarinos. Y la mamá de Lío era fanática mía de la época de las novelas y vivía cerca de casa. Y Jorge, el marido, siempre me cuenta cuando pasaban decía “ay, acá vive Gustavito”. Y me dice “me tenía podrido con Gustavito”. Después los conocí después de muchos años. Son realmente encantadores.

—Mirá los beneficios que siguen trayendo hoy las novelas.

—(Risas) Claro.

Gustavo Bermúdez junto a Tatiana Schapiro en Infobae (Maximiliano Luna)

—Viste que hay un momento de mucha remake ahora, ¿no? Muchas cosas que la rompieron en ese momento que se vuelven a hacer. ¿Creés que se podría volver a hacer alguna?

—Sí, claro se podrían hacer. Habría que actualizarles algunas cosas, pero sí.

—¿Cuál? ¿Vos como productor hoy cuál llevarías a una plataforma?

—Y Antonela creo que fue una buena telenovela. La historia era muy buena. Tenía comedia, tenía amor, tenía drama. Estaba buena.

—¿Cuál es el peor look que tuviste en tu vida? Por algún trabajo.

El Sheik. Una que hice de árabe.

—Me acuerdo perfectamente. ¿Qué habías tenido que hacer para convertirte?

—Me habían puesto una barba postiza porque yo estaba haciendo Romeo y Julieta en teatro. O sea que no me podía dejar la barba. Romeo con barba no funcionaba. Tampoco es que me crece una barba tan tupida. Y me ponían una barba postiza que yo la odiaba. No me gustaba nada. Ese sí fue un look que nunca me gustó.

—¿Te interesa la política?

—Sí claro. Hay una canción que dice “no me meto en política pero la política se mete conmigo todos los días”.

—¿Y cómo ves a Argentina hoy?

—No la veo bien.

—¿Alguna vez te ofrecieron ser candidato?

—No, no.

—¿Te interesaría?

—No. En otra vida. Porque creo que tenés que hipotecar la vida. Si querés trabajar para la gente realmente tenés que nadar con tiburones y esas mordidas son difíciles. Si te metes en política no para cambiar la vida de la gente sino para hacer negocios, no vas a tener mordida de tiburones. Pero si le querés cambiar la vida a la gente, las mordidas son fuertes.

—Tenés dos hijas que estudian y son profesionales en el país. ¿Querés que se queden?

—Sí, en eso que sean felices. Que la pasen bien. Que disfruten de la vida donde sea. Yo soy muy argentino y me gusta mucho este país y a ellas también.

—Tuviste muchas posibilidades de trabajar afuera realmente.

—Sí, sí. Y de hecho la más grande estaba trabajando afuera cuando decidió volver. Estaba trabajando en México. Cortó y quiso volver. Somos muy patriotas. Nos gusta mucho nuestro país familiarmente.

—Volvemos a mi juego. ¿Placeres culposos?

—Y… comer. Me gusta mucho comer.

—¿Qué no compartirías ni con tu mejor amigo?

—No, lo que se pueda compartir todo.

—¿No saber nada o saberlo todo?

—Uf. Las dos cosas. Depende para qué las dos cosas. A veces saberlo todo es muy difícil y a veces no saber nada también es muy difícil.

—Esta es re difícil. ¿Perder todos tus recuerdos o nunca poder crear nuevos?

—Nunca poder crear nuevos, eso seguro que no.

—Si tenés que elegir tres momentos de tu vida de esos recuerdos, ¿con cuáles te quedás?

—El nacimiento de mis hijas sin lugar a dudas.

—¿Qué te pasó ahí?

—Uf. Creo que es la felicidad. Si tengo que describir la felicidad es eso. Sí. Es como que llena todo.

—¿Tener mucha suerte o mucho talento?

—Las dos cosas hacen falta.

—¿Tuviste las dos?

—Sí. Mucho talento no sé pero que me esforcé sí. Me esfuerzo.

—¿La suerte estuvo también?

—Sí claro. Uf, tuve mucha suerte. Ya con la lotería de vientre tuve mucha suerte.

—Me gusta esta idea, no la había escuchado, de la lotería de vientre.

—Sí. Por eso digo, cuando me dicen “yo llegué acá porque me esforcé”. No, pará, hay mucha gente que se esfuerza un montón, lo que pasa es que arrancan de mucho más abajo. Pero bueno, es más profundo. Pero sí, soy un agradecido porque tuve suerte también.

—La felicidad es un lugar más fácil de alcanzar cuando uno necesita poco.

—Tal cual. Y entender que cuando tuve dinero como para comprarme cosas, esto es lo necesito.

—¿No te mareaste en ningún momento de esa época? Porque era una época de mucho dinero realmente.

—La verdad que tenía mucho para marearme. La salida del teatro era descomunal. Eran muchas cosas que me pasaban fuera del país. Tuve muchas anécdotas que me podría haber mareado. Y la verdad que nunca me pasó. Tuve un entorno familiar que también colaboró mucho en eso.

—¿Cuál es el mejor consejo que alguien te dio?

—Muchos de mi papá, de esta cosa de familia. Él decía “cuiden a la familia porque el sistema -mira, lo decía hace 40 años- quiere gente sola”. Más consumo, más televisores, más autos, más casas, más heladeras. “Así que cuiden a la familia, visítense como hermanos, cuídense, rrotéjanse”.

—Te pregunté tres momentos. Uno fue los nacimientos. ¿Dos más?

—Fuertes que me marcaron… Cuando hice parapente en una novela que dije “uff”. Esa sensación de volar. Y después dije “no, nunca más”.

—¿Dónde hiciste parapente?

—En San Martín para una escena en una novela. Lo de la orca también fue con esos animales. El buceo, ya me gustaba a mí bucear. Esas sensaciones fuertes.

—¿Con el parapente la mamá de las chicas no te dijo “dejate de joder Gustavo, tenés dos nenas”?

—Sí, me lo dijo y tenía razón. No lo hice más después.

—¿Te asustaste?

—Lo tuve que hacer varias veces. Y tuve un par de acontecimientos que dije “no, ¿para qué? Basta”. Pero bueno, toda enseñanza, por suerte que la puedo contar. Pero sí, eso de que somos…

—Ibas con alguien.

—No, no, solo. Solo.

—Estás loco.

—No, pero por eso, eso de la plumita en el viento que muchas veces lo dije: “somos una plumita en el viento”. Lo experimenté ahí en eso. Pero así como cosas fuertes de experiencias ¿no? Fueron experiencias pero creo que tienen que ver más con lo emocional, más con el vínculo. Esos momentos de felicidad. Miradas que tengo guardadas de mis hijas en determinados momentos de nuestras vidas. Esa cruzada de miradas donde inunda todo. Hasta no hace mucho, yo le veía los ojos a mis hijas cuando murió mi mamá que era una abuela querida también para ellas. O con mi hermano. Son miradas o abrazos que las guardo y las atesoro en mi corazón y creo que son los más fuertes. Así como el nacimiento de mis hijas.

—¿Qué pasa con la gente a la salida del teatro?

—Es muy lindo. La verdad que trato de tomarme el tiempo. A veces hay mucha gente y se complica un poquito más, pero trato de devolverle. Soy muy agradecido con la gente. Me ha dado mucho, mucho. Y me sigue dando mucho cariño. Entonces trato de ser agradecido.

—¿Con esta vuelta al teatro te dieron ganas también de volver a una ficción en la tele?

—Sí, puede ser.

—Contame todo.

—Puede ser, sí. Hay un par de proyectos pero ahora está como más difícil que salgan, ¿no? Hay temas presupuestarios y todo. Pero si salen algunos proyectos, puede ser también una película. No aisladamente pero sí actuar, cuando hay un proyecto lindo lo paso bien.

—Pero manteniendo también tus tiempos y el placer.

—Sí, no me gusta tener la agenda muy llena. No me gusta perderme por el trabajo estas cosas de la vida que las valoro mucho.

—¿No te agarra ansiedad cuando la agenda está tranquila?

—No. Al contrario, cuando voy a empezar a llenar la agenda digo “uy Gustavo, ojo, ojo”. Trato de mantener una ecuación de línea de flotación. El por qué lo voy a hacer, para qué. Eso me lo pregunto bastante. ¿Para qué lo voy a hacer? ¿Qué tengo ganas? ¿Voy a encontrar placer en qué, en juntar dinero? Ya no es eso lo que me motiva. No es porque no quiera el dinero, sino porque no quiero comprarme nada. ¿Qué te querés comprar? Nada.

—¿Tu lugar en el mundo es en San Martín?

—No.

—¿Dónde es?

—Con las compañías.

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