Hernán Casciari: el oficio de contar historias, decir que no y el libro que cambió su vida

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Escritor, editor y creador de contenidos de gráfica, radio, televisión, teatro y cine; creador de un blog que fue una leyenda –premiado internacionalmente– y de Orsai, una comunidad cultural que ya lleva 16 años de existencia. Hernán Casciari publicó más de una docena de libros y encontró un nuevo oficio cuando dejó de fumar y empezó a leer sus historias en voz alta en la radio, en la tele y en los teatros. Hugo Alconada Mon se da un gusto y charla con él en una nueva entrega del ciclo Conversaciones.

– ¿Qué te trajo hasta acá?

– Yo creo que la necesidad absoluta de comunicarme, de la manera que fuera, con otros. La necesidad de no estar solo. Estoy hablando, incluso, de la primaria: contarles historias a mis amigos para que entendieran ciertas cosas, si no, me hubieran dejado aparte. Me parece que [me trajo] una necesidad muy fuerte de comunicar, muy fuerte en todas las etapas de mi vida; las absolutamente amateurs, las transiciones y ahora, que tengo clarísimo que estoy recibiendo las mieles de todo lo que me gusta hacer.

– En un larguísimo recorrido, en el que has tenido múltiples picos y valles.

– Sí, yo creo que he tenido un montón de preparativos, y después nunca sentí un altibajo. Siempre sentí que, desde un momento, la cosa empezó a crecer. Siempre me sentía en un valle tranquilo, soy bastante gasolero en ese sentido. Tengo el recuerdo de haber sido felizmente pobre, no en el sentido de víctima de la pobreza. Pobre significa fumar el cigarro más barato, comer arroz durante muchos días; pero también con una enorme felicidad, hija de la juventud. No sé si ahora lo soportaría, pero sentía que ese valle, en ese momento, si continuaba, si mi afán de ser escritor funcionaba mal, creo que hubiera elegido seguir siéndolo en vez de hacer cosas más rentables, ajenas a mi placer. Después, la cosa fue funcionando. Y cuando empezó a funcionar, nunca dejó de funcionar. Entonces, no siento un ida y vuelta, una montaña rusa en ese sentido, sino un caminito lento, por mi parte, bastante seguro.

– En varias ocasiones planteaste que tenías claro que estabas dispuesto a remarla en pos de un objetivo: poder dedicarte a lo que te apasionaba y evitar el trabajo en el sentido formal.

– Absolutamente. Y eso fue así, posiblemente, con cierta conciencia. Con una conciencia, en la infancia y en la juventud, muy sostenida por una literatura de izquierda, por leer a Cortázar y a otros que también proponían que la adultez no tenía que ser, necesariamente, una responsabilidad, una cosa cuadradita. Eso me ayudó mucho para decir: “Ah, esta gente es grande y está jugando”. Yo era muy fan de ciertas literaturas. Estaba muy contento con haber encontrado eso y siempre dije: “Yo me tengo que dedicar a esto, a jugar”. Eso siempre lo tuve claro.

– Aun así, hubo momentos en los cuales mordiste la banquina, como cuando trabajaste en una editorial.

– Durante toda mi infancia, la adolescencia y la primera juventud intenté ser un escritor inteligente, de esos que escriben cosas inteligentes. Me salía mal. No soy inteligente en ese sentido. Soy muy despierto, pero no soy inteligente en lo formal. Nunca fui académico, no terminé el secundario. Empecé a hacer cuentos para concursos que pagaban bien –en Francia, México, España, incluso algunos en Argentina–, stalkeaba a los jurados para ver cómo escribían ellos y les escribía cosas que se parecían a ellos. Gané algunas cosas ahí, triunfos (económicos) chiquititos que eran para sobrevivir. Gané un concurso en Francia, me pagaron el pasaje para buscar el premio, y ahí me enamoré de una catalana y me quedé a vivir.

En ese momento empezó el blog. Empecé a escribir ahí y, muy rápidamente, tuve un primer espaldarazo con esta novelita. Gana el premio al mejor blog del mundo de la Deutsche Welle, las editoriales se empiezan a interesar y ahí siento que toco el cielo con las manos.

Yo soy muy fan de todo lo editorial y entendía, una vez que llegabas a esos lugares, que yo iba a poder tomar decisiones. Estaba loco. No sabía que eso no existe. Entonces, desde la primera reunión les empecé a hablar de marketing, de cómo íbamos a vender el libro, de cómo iba a ser el lomo… Me sacaron c*gando. Y eso me empezó a decepcionar, pero tampoco tenía la intención de patear el tablero. Empecé a patear el tablero cuando vi lo que te roban. Renuncié a todo lo que tenía que ver con editoriales y puse mi propia editorial (Orsai) para que no me pasara.

– ¿Qué es la literatura?

– Creo que durante muchísimo tiempo confundimos literatura con escribir y con leer en voz baja, porque cuando decimos audiolibro o película parece que no fuera. Entonces, se queda en un lugar elitista, en donde solamente las personas que tienen un ejercicio cotidiano de la lectura pueden disfrutar de la literatura. Si a una persona que no lee, no entiende bien lo que es un punto y coma, lee a trompicones o le cuesta un poco la página, vos le das el mejor cuento del mundo, va a creer que es malo; pero no por culpa del cuento, sino por culpa de que el ejercicio natural de la lectura no es el adecuado.

Entonces, yo empiezo a descreer de esa sacralización, de que todo lo que se lee tiene que estar tremendamente bien escrito y ser un gran lector para poder consumirlo. Si solamente hablamos de esa élite de escritores que escriben para escritores, de grandes lectores que consumen una literatura experimental, yo estoy afuera de todo eso. No me interesa, me aburro, no quiero. Ahora, si le ponemos el nombre, la etiqueta a todo, yo ahí me meto y digo que es la mejor manera que tenemos de seguir vivos, la mejor manera que tenemos de soportar la realidad. Eso es la literatura.

– ¿Cuán metódico sos a la hora de escribir?

– Escribo cuando las yemas de los dedos me chisporrotean. Tengo la suerte de no tener una espada de Damocles ni un contrarreloj de una editorial. Una vez que te liberás de cualquier tipo de contrato, todo es mejor, incluso la metodología, porque tenés la posibilidad de decirle a tu cabeza: “Che, llámame cuando tengas algo, no me hagas sentar todo el día a ver qué pasa”.

Yo tengo esa suerte porque hace un montón empecé a autogestionarme para que esas cosas ocurran. Y también hay otra suerte que me la dio la ausencia del cigarro. Cuando tuve que dejar de fumar por el infarto de 2015, no me salía escribir: era un texto muerto, un texto sin placer, sin involucre. El cigarro faltaba. De hecho, yo escribía el primer párrafo y tanteaba la mesa [buscándolo] porque era un ritual que había nacido a mis 13 años, el de escribir y el de fumar. Estaban juntos.

En vez de decir “vuelvo a fumar para seguir escribiendo”, tuve la suerte de buscarme otros oficios, por ejemplo, leer en voz alta, intentar en la radio, el teatro, la adaptación de mis propios textos. Empecé a interpretar, de alguna manera, todos los textos escritos durante mi larguísima etapa de fumador.

Está bien no haber resignado la salud para volver a escribir. Siempre hay otra cosa que podés hacer cuando algo te impide hacer aquello que te parece que es lo único que sabés hacer en la vida.

– ¿Aprendiste a decir que no?

– Creo, y de hecho estoy convencido, de que es el primer gran aprendizaje de la libertad, de ser libre o todo lo libre que uno pueda ser dentro de este mundo. Generalmente, me pone muy orgulloso decirle que no al dinero, al dinero que me dan para que yo haga algo que me chupa un huevo.

Estar en casa, habiendo dicho que no tres veces durante el día para poder seguir estando ahí, me pone muy bien de la cabeza. Para mí, eso es llegar: decir que no a lo que no querés y decir que sí a lo que querés, no importa cuanto haya. Esto me gusta, esto tiene sentido, esto me hace bien; le hace bien a mi hija verme haciendo esto, va a entender cosas buenas del mundo si ve que estoy haciendo esto; le hace bien a mis amigos. ¿Hace bien en general? Vamos para adelante, después vemos cuánto hay, qué onda con esa otra parte que también es vital, pero que tampoco se tiene que convertir en un coleccionismo.

– ¿Qué libro, película u obra te marcó para siempre?

– Lo tengo muy claro. Hay un libro que, de grande, supe que me marcó tremendamente cuando lo leí a los once o doce años, que se llama Las aventuras de Tom Sawyer de Mark Twain. Extrañamente, cada vez que vuelvo al libro, digo “Ah, yo soy así por este capítulo”, “A mí me pasó esto por esto otro”.

Tom Sawyer les hace creer a sus amiguitos que lo que para él era una responsabilidad, para los demás era un placer. Mi trabajo es ese. Yo trabajo de eso desde que tengo memoria. O sea, todo el tiempo estoy convenciendo a otros de que mi laburo es fantástico, háganlo y páguenme. Es mi juguete.

– Tu respuesta es mil veces mejor que la que yo creía: El gato negro.

El gato negro fue el primer cuento que me hizo morir de miedo. Yo tenía una bolsa de libros que me había regalado una tía, con mucha literatura juvenil. Un día agarro Narraciones extraordinarias de Edgar Allan Poe, pensando que era literatura juvenil de aventura, y empiezo con El gato negro. No dormí en toda la noche del susto que me dio, y fue la primera vez que entendí la fuerza de la literatura.

– ¿Con quién te gustaría tener una última charla?

– Me gustaría un montón, un montón, hablar con Perón. Muchísimo.

– Creí que ibas a decir tu viejo.

– No, tuve mis charlas con mi viejo. De hecho, creo que las tengo. Me convertí un poco en él. Lo descubro contestándole a mi hija chiquita. Estoy a diez años de su muerte. Él se murió a los 64 años, yo tengo 54. Lo recuerdo así como soy yo, sé que soy un poco él. Entonces, creo que estoy construyendo mis charlas con él. Con Perón, no. Y Perón me parece que es el personaje más importante de la Argentina en la que vivo, para bien y para mal. De hecho, no sé si para bien o para mal. Por eso me gustaría charlar, porque no sé si es para bien o para mal. Sigo sin saberlo. Sigo sin saber si todo lo fuerte que seguimos siendo fue gracias a ciertas estructuras que él armó en un momento, si nos estamos cayendo de esa maravilla o si, en realidad, nos estamos cayendo a causa de eso que no era ninguna maravilla.

Este me cuenta una cosa, este otro me cuenta la otra; se pelean por el escudo, por quién lo nombra y quién lo deja de nombrar, o si esto sigue siendo lo peor que nos pasó o lo mejor. Y sinceramente, con honestidad intelectual y haciéndome cargo de mi ingenuidad, sigo sin saber si es gracias a él o por culpa de él la Argentina que tenemos.

Para mí es importantísimo poder tener una visión más, algo que ya no está, de ese que nombramos tanto y que nos da tanto miedo y tanto respeto y tanto amor y tanto odio, y que no habla, desde hace un montón de años no dice nada. Y eso es jodido porque estamos un poco huérfanos del odio y del amor también.

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