Con algo de culpa acumulada y tras varias promesas previas no cumplidas, finalmente la decisión fue tomada. El próximo lunes comenzaré un plan de estilo de vida sana. Esta vez en serio. Una infinidad de videos, frases motivadoras, y comentarios de influencers en las redes sociales lograron lo que muchos médicos no fueron capaces de hacer: me despido del cigarrillo. Vuelvo al gimnasio. Empiezo meditación. Duermo más. Como mejor. Todo lo que el mantra de los nuevos gurúes de la longevidad predica para vivir más y mejor. Es decir, para lograr morir joven, pero a una edad avanzada.
La receta suena ideal: dormir siete horas, hacer ejercicio regular -incluyendo pesas-, seguir una dieta mediterránea, evitar o moderar el alcohol, y socializar todo lo posible. El paquete completo del buen vivir es conocido. Y sin duda es muy positivo.
Pero aquí está el problema: esta versión popular del “estilo de vida saludable” no considera algo crítico. Dos enemigos invisibles, silenciosos y letales que están, literalmente, en el corazón del problema: la hipertensión arterial y el colesterol. Estos dos factores de riesgo vascular son responsables de la mayor parte de los eventos vasculares -infarto cardíaco, accidente cerebrovascular, demencia- y las consecuencias de la enfermedad arterial no controlada -insuficiencia renal, fatiga y debilidad severas, secuelas físicas y cognitivas del ACV, disfunción sexual y otros efectos devastadores-. Y lo más grave es que tanto la presión arterial alta como el colesterol elevado están, en general, no solo mal diagnosticados, sino que muchas veces ni siquiera se evalúan. Y por eso, no se tratan ni controlan.
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La trampa del “yo me cuido”
Mucha gente mide su salud por lo que hace: si come bien, si duermen bien, si corren o si hacen yoga. Pero no pueden valorar lo que ignoran: su presión arterial y si tienen placas de colesterol tapizando la pared de sus arterias. Y aquí comienza la trampa: personas proactivas, informadas, aparentemente sanas pueden sufrir un ACV o infarto cardíaco repentino a pesar del anillo que monitorea el sueño, de la aplicación que cuenta los pasos diarios y de su dieta de semillas y frutos secos.
La hipertensión: cuando el consultorio engaña
La mitad de los adultos -mayores de 18 años- desarrollará hipertensión en algún momento de su vida. Y una de cada dos mujeres se hará hipertensa a los 55 años. Si bien guías recientes proponen valores normales de presión arterial más bajos que los aceptados previamente, es correcto decir que la presión arterial debe ser menor que 130/80 (o 13/8 como muchos lo expresan). Pero cuando alguien supera ese valor, casi sin excepción escucho excusas: “esta es la primera vez que tengo este valor”, “deben ser los nervios”, o “es presión de consultorio o de guardapolvo blanco”. Estos son argumentos falsos y peligrosos.
En nuestro centro atendemos cientos de pacientes jóvenes -menores de 25 años- que consultan por migraña, epilepsia y otros temas propios de la edad. Ninguno de ellos, aún con el estrés de enfrentar a un neurólogo que los duplica o triplica en edad, tiene presión elevada. Esto demuestra que la presión arterial no sube por nervios o por una reacción emocional. La llamada hipertensión de consultorio no es un fenómeno benigno. Es hipertensión. Y debe tratarse.
La hipertensión es como una filtración de agua en el techo que no se ve y debilita toda la estructura de nuestra casa día a día. Hasta que el sistema colapsa cuando nadie lo espera. Y una de cada tres personas que tiene hipertensión no lo sabe. Y de los que sí lo saben, el 80% no la tiene bien controlada.
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Diagnosticarla es simple usando tensiómetros electrónicos con la técnica adecuada o una presurometría de 24 horas cuando sea necesario. Los tensiómetros manuales que se usan con estetoscopio son causa de múltiples errores de medición y deben evitarse. Pero se necesita más educación: muchos pacientes y, lamentablemente también algunos profesionales, no comprenden el daño que hacen todas las formas de hipertensión. El tratamiento de la hipertensión disminuye entre 20 y 40% el riesgo de sufrir un infarto cardíaco o cerebral. Y también disminuye el riesgo de demencia. No es solo una decisión terapéutica, es una decisión de vida.
El colesterol: cuando el laboratorio no revela toda la verdad
La mayoría cree que el colesterol elevado en la sangre define si se necesita un tratamiento. Pero esto es solo una parte de la historia que puede aplicar a aquellos con mutaciones genéticas que aumentan severamente el colesterol. El resto de la población tiene valores similares que fluctúan dentro de un rango aceptable. Lo que realmente importa es cuánta placa de colesterol se ha acumulado revistiendo la pared de las arterias -sin disminuir su diámetro-. Y esto es imposible de predecir con análisis clínicos de laboratorio.
Las mediciones más útiles son las del colesterol no-HDL y la apolipoproteína B que indican la presencia de las partículas con mayor poder aterogénico (que es la capacidad de generar placas arteriales). Estudios de autopsias en personas jóvenes muestran que, a los 40 años, el 90% de las personas ya tiene algún grado de aterosclerosis. La diferencia está en detectar estas placas a tiempo y tratarlas.
El estudio PESA (Progresión de Aterosclerosis Subclínica Temprana), liderado por Valentín Fuster, evaluó las arterias de 4.000 adultos “aparentemente sanos” entre los 40 y 54 años en España. Más del 60% tenía placas de aterosclerosis que justificaban tratamiento para prevenir infarto cardíaco y ACV. El estudió también mostró una alteración de la actividad cerebral relacionada con las placas arteriales. Los pacientes más jóvenes fueron los que mejores resultados tuvieron con el tratamiento. Cuando a estos mismos individuos se les determinó el riesgo de infarto usando las escalas convencionales para esto, la mayoría no eran identificados como pacientes de riesgo. Es decir: el sistema habitual no los detectaba. También se les hizo un estudio de medición de calcio coronario con tomografía, pero esto no fue superior al método de medición de placa arterial que es más simple y económico.
El lado oscuro de las redes sociales
Muchos pacientes no aceptan la indicación de estatinas que son el medicamento más usado para tratar el colesterol. Esto ocurre por miedo, por información falsa o por el efecto nocebo en que sienten que la medicación les hace mal, aunque no genere ese efecto -es lo opuesto al placebo en que substancias sin efecto generan una respuesta positiva-. Pero la evidencia a favor del tratamiento es abrumadora. Las estatinas han salvado tantas vidas como la penicilina. La Asociación Norteamericana del Corazón tiene un documento de 44 páginas con 400 referencias mostrando el extenso beneficio del tratamiento con estatinas. Cada persona deberá consultar con su médico el tipo de estatina y la dosis que deba tomar. Un estudio mostró que el agregado de ezetimibe a la estatina beneficia a quienes han tenido un evento vascular. Algunas alternativas a las estatinas son el ácido bempedoico, medicaciones inyectables monoclonales o en desarrollo para vía oral (como los inhibidores de PCSK-9), y el Inclisirán, que se aplica solo dos veces al año.
En el futuro cercano, tendremos tratamientos más efectivos y de administración menos frecuente. No dependeremos de tomar una pastilla por día. Pero aún así, seguiremos dependiendo de hacer prevención temprana. Y para esto hay que cambiar el paradigma: en lugar de esperar a que aparezcan los síntomas, tenemos que buscar los factores de riesgo ocultos. Debemos cambiar la reacción por la prevención.
La salud se mide
Tu alimentación puede ser perfecta, podés pasar una hora diaria en el gimnasio, meditar como un monje y sin embargo tener placas de colesterol adheridas a las arterias y presión arterial elevada que dañan tu salud en silencio.
La salud se mide y no hay una aplicación o sensores que reemplacen la medición adecuada de la presión arterial o la presencia de placas de colesterol en la pared arterial. El mensaje es duro pero real: si no tratás tu hipertensión o las placas arteriales, tenés una alta probabilidad de morir joven o vivir años con una secuela. La buena noticia es que actuando a tiempo, el riesgo se puede reducir hasta un 90%.
El camino no es creer que “a mí no me va a pasar”. La enfermedad vascular solo responde a la prevención activa. Y cuanto antes se empiece, mejores serán los resultados.
*Por Dr. Conrado Estol, neurólogo y presidente de la Asociación de Salud, Calidad de Vida y Longevidad.