Quienes lo querían definían a Ricardo Piñeiro como un soñador, un príncipe del estilo y la moda que contó en su agencia de modelos con verdaderas mannequins de la talla de Andrea Frigerio, Mariana Arias, Verónica Lozano, Paula Chaves, Karina Rabolini, Ginette Reynal, Lorena Ceriscioli, Dolores Moreno, Jazmín De Grazia, Yanina Screpante, Lara Bernasconi, Inés Pujol, Jimena Buttigliengo, Chechu Bonelli, Soledad Fandiño, Delfina Frers, Dolores Trull, Fernanda Villaverde, Mery del Cerro, María Vázquez y tantas más, todas de diversas generaciones.
En los glamorosos fines de los años 80 y comienzos de los 90 fue, junto a su colega Pancho Dotto, otro referente con quien se disputaba amigablemente -y a veces no tanto- el cetro de mayor representante de bellezas a través de sus consagradas empresas. Un verdadero generador de oportunidades para jóvenes que luego triunfaron sobre la pasarela a lo largo de los años, o continuaron destacándose en distintas tareas profesionales como actrices, conductoras, periodistas, entre otras tantas actividades.
Ricardo había nacido el 7 de febrero de 1956 en Montevideo, Uruguay, y desde muy joven intentó relacionarse con el mundillo de la moda… y lo logró. Por esos tiempos no era tan común la aparición de modelos masculinos, pero él abrió su camino primero como vendedor de indumentaria en un negocio del sur del conurbano. Y luego fue por más, se atrevió a ser modelo y le fue muy bien, tanto que llegó a hacer producciones gráficas por el mundo.
Entonces pensó que podía tener su propia agencia y terminó concretando ese deseo del imperio tan soñado. Sus modelos permanecieron por décadas en las tapas de las revistas más importantes y fueron de las más requeridas por empresas de todo tipo para sus campañas publicitarias.
Perfeccionista como pocos, siempre estaba en los detalles para que tanto las mujeres que formaban parte de su staff realizaran los mejores contratos y participaran de los desfiles y eventos más trascendentes. Su foco estaba apuntado estrictamente a todo lo que tuviera que ver con lo artístico ya que no dejaba nada librado al azar. Pero semejante preocupación por aquello relacionado con la puesta en escena, hizo que dejara de lado todo lo que tuviera que ver con la organización contable y los números de su empresa.
“Me la hicieron fea”
Así, allá por 2011, por haber delegado lo concerniente a las finanzas de su agencia, lo estafaron y de repente se encontró con que estaba en situación de quiebra. Eso lo desesperó y lo deprimió. Su lugar en el mundo por el que tanto había luchado se derrumbaba. Había quebrado y recién se enteraba. No le quedó otra que dejar la gran ciudad e instalarse en su chacra de San Andrés de Giles con sus amados animales, su única compañía.
En su momento, en diálogo con LA NACION, no le esquivó al tema y habló de lo que fue una de las grandes pérdidas de su vida: la de su agencia. “(Fue) Difícil. Me estafaron, pero yo también me equivoqué. Hasta perdí mi nombre. Hubo una época en la que me vinculé con gente que, lejos de nutrirme, me terminó destruyendo. Cuando el mercado de la moda empezó a bastardearse yo quería seguir de una manera que ya no era posible. La realidad es que las cosas cambian y uno debe adaptarse a esos cambios o apartarse. Siempre fui muy idealista y bastante mal empresario. Pero de todo se aprende. Toqué fondo y pude rediseñar mi vida”, supo explicar.
Lo mismo había contado, también, en un mano a mano con HOLA! No había dudado en calificar aquella experiencia como una de las peores de su vida: “Me la hicieron fea e injustamente y no la pasé nada bien, pero bueno, me repuse”.
La lejanía con el sitio donde había reinado durante tanto tiempo lo desesperó aún más, tanto que se refugió en el alcohol, llegando a tal consumo que lo llevó a él mismo a recurrir a Alcohólicos Anónimos.
Fue ahí que la parroquia Las Esclavas entró, como un salvavidas, en la vida de Ricardo. No solo fue el lugar al que asistió para tratar su problema en los grupos especializados, sino que después se quedó a dar una mano. “Siempre digo que la parroquia Las Esclavas me salvó la vida. Yo fui a sus grupos de ayuda cuando tomaba alcohol, por eso quiero retribuir y transmitirle a la gente que está pasando situaciones oscuras que siempre hay un nuevo despertar. Si tenés voluntad y te entregás a Dios, podés salir adelante y empezar una nueva vida”, señaló a la misma revista.
Lo que siguió en su vida fue, precisamente, estar en el día a día de quienes más lo necesitaban y colaborar con las personas que viven en la calle. “Yo pasé por todas y hoy puedo decir que no guardo nada de rabia ni tristeza por lo que perdí. Y si bien me pasaron cosas horribles con el cierre de mi agencia, no estoy enojado”, señaló.
El regreso
Con el tiempo pudo volver a instalarse en Buenos Aires en un departamento pequeño en Recoleta donde tenía lo justo, ni más ni menos, valorando más su salud mental y física que cualquier otra cosa. Solía decir acerca de ese mal momento, el peor de su vida: “Pude recuperarme con mucho esfuerzo y toda la voluntad. Logré ser consciente de que me estaba haciendo daño, destruyéndome”, reflexionaba.
Ya alejado a la fuerza del universo de la moda y de sus añoradas mannequins, Piñeiro se volcó a la fotografía, siempre asesorado nada menos que por Gabriel Rocca, con quien a lo largo de los años había llevado a cabo infinidad de producciones. Se dedicó a registrar profesionalmente imágenes de sus amadas perras Dachshund: Amelie, Olympia, Helena y María Jesús y de puertas de edificios históricos de la ciudad como el Teatro Colón, el Cervantes, el Templo Libertad, primera sinagoga de la Ciudad de Buenos Aires, entre otras. Llegó a presentar exposiciones con sus obras que llamó Íconos de Buenos Aires y hasta un hotel adquirió sus trabajos que sirvieron para decorar sus cuartos.
Así, vivía de otra manera, alejado del lujo que alguna vez lo “vistió” en sus amados años 90. “La realidad es que mi vida actual es mucho más austera. Pero no necesito más. Tengo mi departamento divino, chiquito, en un barrio que me encanta. Gasto muy poco para comer porque vivo a clara de huevo, atún, tomate cherry y arroz. Afortunadamente mis fotos del libro de perros que hice hace años se siguen vendiendo. Y surgen muestras, cosa que me encanta. Soy muy gasolero. No necesito mucho para ser feliz”, contó.
Estaba alegre por su presente que cambió de manera rotunda. Había recuperado su fe, iba al gimnasio para cuidar su salud y se alimentaba sano. Pero el domingo 26 de noviembre de 2023 ocurrió lo inesperado: alguien de su confianza no recibió respuesta luego de varios intentos para comunicarse con él durante el día y decidió llamar al 911. Así, personal de la comisaría vecinal 2 y del SAME se vieron obligados a forzar la puerta de su departamento de Recoleta para poder ingresar.
Lo hallaron con bajos signos vitales y de inmediato fue trasladado al Hospital Fernández y luego al Sanatorio Otamendi. Allí permaneció hasta el miércoles 29 en estado reservado, con asistencia respiratoria mecánica, a causa de un ACV hemorrágico que le generó insuficiencia respiratoria y renal e hipotensión arterial, y terminó provocándole la muerte.