Hospital Garrahan: motosierra y algo más

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Un hecho trascendente como lo es la crisis en el hospital pediátrico más importante del país y la región merece, para su análisis, dejar sedimentar unos días los sentimientos que ha generado en los médicos y docentes universitarios de medicina, como en amplios sectores de la sociedad, para que el análisis no sea conducido por la indignación, y poder atisbar y disecar las capas profundas que subyacen bajo lo evidente.

El contexto general y el escenario del conflicto han sido descriptos en estas páginas en varias oportunidades. Un médico residente de primer año cobraba menos de $ 800.000 de sueldo enfrentando semanas laborales de 60 a 70 horas, inmerso en la enorme responsabilidad de formar parte de los equipos médicos que tratan las patologías infantiles más complejas. En el Garrahan se realizan más de 600.000 consultas ambulatorias anuales, 12.000 cirugías y 110 trasplantes por año. Con 587 camas para internación (de las cuales 132 corresponden a terapias intensivas), y 20 quirófanos, una proporción importante de los pacientes pediátricos oncológicos del país se atiende en el Hospital Garrahan. Se realizan allí diálisis a menores de 10 años y tratamientos muy complejos en recién nacidos de alto riesgo. Obras sociales y empresas de medicina prepaga derivan sus pacientes pediátricos de alta complejidad al Garrahan. Allí se forman generaciones de médicos pediatras adquiriendo una experiencia invalorable. Lleva muchos años formar equipos de salud del nivel que tienen en el Garrahan, dado que la complejidad de las patología que enfrentan requiere la intervención minuciosamente coordinada de distintas disciplinas.

Ese contexto que ya estaba mal, ahora, según sus protagonistas, está peor. Según informó la prensa, “unos 200 empleados renunciaron en los últimos tiempos, incluyendo 50 médicos de planta”. Esto no comenzó con el actual gobierno, pero las señales que tuvimos sobre el enfoque de este conflicto dejaron traslucir, como mínimo, una gran desprolijidad en las explicaciones. Lo cierto es que el conflicto desbordó a las autoridades por su repercusión social y hubo que salir con el extintor de incendios. ¿Era necesario llegar a este punto límite, cuando desde hacia tiempo el principal recurso de un hospital (el equipo de salud) venía reclamando por su situación? De nuevo: esto no es producto directo del actual gobierno, pero las señales de quienes viven el día a día dentro del hospital indican un marcado deterioro de la situación. En un testimonio televisivo de un médico oncólogo infantil del Garrahan se expresó: “Sentimos que se está destruyendo el hospital con una política clara de vaciamiento” y “ante la precariedad de los sueldos, los profesionales buscan otras opciones para subsistir”. Hay que aferrarme a la idea de que son expresiones del colega generadas por la angustia, y que indubitablemente las autoridades tomaron nota y mejorarán este escenario despejando dicha angustia. No hay por qué dudar de la experiencia de las autoridades sanitarias y su expertise, pero la duda es si las restricciones presupuestarias que “el modelo exige” y el fundamentalismo en su aplicación, no las está conduciendo a daños “colaterales” que llevará mucho tiempo revertir (disolución de equipos de salud por migración voluntaria en áreas sensibles) .

La crisis del Garrahan desnudó también, una vez más, que la salud pública nunca estuvo en el centro de la agenda política, ni de esta ni de otras administraciones. Tampoco lo está en la sociedad, hay que ser sinceros, abrumada desde hace años por temas económicos y de seguridad.

El siguiente plano de análisis está generado por las declaraciones de dos diputadas, en medio del conflicto del Garrahan, las cuales generaron mucha indignación. Pero si uno supera ese primer impacto emocional, descubre detrás de esa “honestidad brutal” un concepto instalado en el inconsciente colectivo que ha influido poderosamente en la forma de relacionarse los médicos con la sociedad y principalmente con sus pagadores. Me refiero a la “medicina como un sacerdocio”. ¿Qué dijeron exactamente esas diputadas? Una planteó que no entendía de qué se quejaban los médicos, dado que ganaban el doble del costo de la canasta básica. La otra expresó que los médicos tienen la libertad de dedicarse a otras actividades si no están de acuerdo con lo que les pagan, y que nadie (se refiere en este caso al Estado) tiene que pagar por el sueño de esos médicos, dado que al elegir la carrera de medicina esos profesionales ya sabían lo que les esperaba económicamente. Más allá de lo impactante de estas declaraciones, no se puede dejar de ver que expresan el presupuesto inconsciente de enfocar la medicina como un apostolado ajeno a toda necesidad económica de sus profesionales.

Otro plano de análisis tiene que ver con algo íntimamente vinculado a los planos anteriores. La Argentina está corriendo el riesgo de, en el mediano plazo, no tener suficientes médicos bien formados en especialidades poco rentables como la pediatría y la neonatología. La Sociedad Argentina de Pediatría (SAP) se ha expresado clara y contundentemente al respecto. El comunicado de la SAP afirma: “Hace pocos meses, diciembre de 2024, se emitió un documento para alertar sobre la profunda crisis en el ejercicio profesional de la pediatría en todo el país. Lamentablemente el tiempo transcurrido no ha traído mejoras sustanciales. Servicios de pediatría desbordados, guardias sin cubrir, vacantes en residencias que no logran completarse y un creciente desánimo entre los profesionales. La sobrecarga laboral, los bajos salarios y la falta de condiciones adecuadas están empujando a muchos profesionales fuera del sistema público debilitando aún más la estructura sanitaria que atiende a niños y adolescentes. No hay salud infantil sin pediatras bien formados y justamente valorados” (SAP, junio 2025).

Paralelamente la Confederación Médica de la República Argentina (Comra) difundió su posición ante el conflicto en el Garrahan: “El grito estremecedor que alerta sobre el futuro de una de las más prestigiosas instituciones sanitarias del país fue emitido por un grupo de jóvenes que ven comprometida su subsistencia y su porvenir”. La Comra habla de un “manejo desatinado del conflicto por parte del Ministerio de Salud de la Nación”. “Numerosos médicos altamente capacitados formados en el país, está migrando hacia otros destinos”. “La ausencia de diálogo –según la Comra– es el principal detonante del actual conflicto”. La Comra expresa finalmente su “oposición a visualizar a la salud como un bien de mercado cuando en la mayoría de los países desarrollados del mundo se la valora como un bien social”.

Se entiende claramente la importancia de estabilizar la macroeconomía. El instrumento emblemático utilizado ha sido la “motosierra”. La pregunta es: ¿cuál es el límite? En este punto es muy elocuente lo expresado por Oscar Oszlak en estas páginas: “El previo y necesario diagnóstico institucional requiere el uso del microscopio y del bisturí” (en lugar de la tosca motosierra). El microscopio para “conocer en profundidad el valor público de lo que produce cada organismo estatal” y “el bisturí para realizar los cortes selectivos que resulten del diagnóstico”. Agrega Oszlak otros dos instrumentos de precisión en su metáfora: “El telescopio para avizorar las futuras necesidades y una incubadora para crear un ambiente controlado para el desarrollo de los recursos humanos y los equipos de trabajo.”

No hay bien más importante en un hospital que el recurso humano especializado y de apoyo. Todos forman parte de un engranaje de precisión que se activa ante cada niño con una patología compleja. Hay que cobfiar en que el ministro de Salud de la Nación, con su innegable experiencia y su equipo de muy buenos expertos, sepa capitalizar esta espinosa experiencia. La salud de nuestros niños merece preservar y apuntalar toda la estructura pediátrica del país.

Profesor consulto de la Facultad de Medicina (UBA); doctor en Medicina (UBA) primera cátedra de Oftalmología. Hospital de Clínicas (UBA)

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