El 1° de agosto de 2024, una imagen recorrió el mundo: de un lado, un matrimonio y sus dos hijos, los cuatro recién llegados a Moscú; del otro, Vladimir Putin –con esa expresión indescifrable a la que ya nos tiene acostumbrados– los recibía con ramos de flores. Los recién llegados viajaban con pasaporte argentino. Los niños habían nacido en Buenos Aires pero los padres, no: eran espías rusos y entre 2009 y 2022 habían vivido, sin despertar sospechas, en nuestro país. Nada que envidiar a la serie The Americans.
Casi dos años antes, cuando ya circulaba la información sobre dos personas con nacionalidad argentina detenidas en Eslovenia (en los prolegómenos del que sería el mayor intercambio de espías después de la Guerra Fría), un periodista de LA NACION se puso a seguir el caso. “Hay un libro ahí”, le dijo Luciana Vázquez, colega que leía una a una las notas que iba publicando. El periodista dudaba: faltaban datos, documentos, elementos de un rompecabezas con demasiadas piezas sueltas.
Un día, combinó una reunión con una fuente del área de Inteligencia Criminal del Ministerio de Seguridad. Bar Bidou de la calle Lavalle, trajín porteño y cuatro horas de charla que cambiaron todo.
Hugo Alconada Mon –el periodista en cuestión– salió de ese encuentro con la certeza de que, ahora sí, tenía un libro entre manos. Y no cualquier libro: una historia de falsificación de identidades, antenas nada inocentes instaladas en terrazas porteñas, mensajes encriptados, rivalidad entre el SVR (el servicio de inteligencia ruso en el extranjero), la CIA y el MI6, circulación de información y llamadas decisivas, en horas cruciales, desde los teléfonos más poderosos del planeta.
El libro se llama Topos y se presenta mañana, a las 19, en la sala José Hernández de la Feria Internacional del Libro en Buenos Aires. Alconada Mon, autor tanto de libros de investigación periodística como de novelas, en este caso eligió no alejarse ni un centímetro de los hechos, pero contarlos con la agilidad del relato de peripecias. “Esta historia es un ejemplo perfecto de que la realidad supera la ficción”, dice. Y su entusiasmo es tan real como increíble la historia que logró reconstruir.
–Hace rato que tus investigaciones se meten con el tema del espionaje argentino. ¿Qué encontraste de distinto en este caso?
–Es como comparar la Champions League con la Liga Barrial. Vos tenés a servicios como la CIA, el MI6, el BND alemán, el Mossad, los iraníes, los eslovenos, que están hablando de espionaje internacional, cuestiones energéticas, “agentes” y “topos” en distintas partes del mundo, inteligencia sobre patentes comerciales o la guerra en Ucrania. Mientras tanto, los espías locales están mirándose el ombligo, con peleas intestinas o espiando a políticos, periodistas, sacerdotes, sindicalistas. Tanto durante el kirchnerismo como durante el macrismo e incluso ahora con el gobierno de Milei. Te doy un ejemplo puntual. En 2017, este matrimonio ruso ya estaba en la Argentina y hasta fue a votar en las elecciones nacionales. Ese mismo año, la SIDE desarrolla el grupo Súper Mario Bros para espiar a Horacio Rodríguez Larreta, María Eugenia Vidal y otros políticos, obispos, sindicalistas y periodistas como yo. En vez de estar buscando espías rusos o de cualquier otro país, me estaban buscando a mí para ver cuáles eran mis fuentes. Esto está verificado por la Justicia federal. Y al mismo tiempo, hay que reconocer que el área de Inteligencia Criminal del Ministerio de Seguridad fue la que desde 2022 encontró muchísima información sobre estos espías, que sirvió para condenarlos en Eslovenia.
–En el libro hay una suerte de glosario del espionaje: “handlers”, “ilegales”, “durmientes”… ¿Te resultó muy nuevo?
–Algunas aristas, sí. El funcionamiento del SVR, el servicio de inteligencia ruso en el extranjero, me impresionó mucho. Ese tipo de trabajo de los “ilegales” [espías que no están oficialmente reconocidos por sus embajadas] comenzó hace 100 años. O sea, es otra dimensión. Cuando la revolución bolchevique tumbó a los zares y la nueva Rusia no era reconocida por los poderes establecidos occidentales, ellos no podían montar un servicio de espionaje a través de sus embajadas porque sus embajadas no estaban reconocidas. Ahí es donde empezaron a desarrollar el lado B, podríamos decir el “espía blue” [sonríe]. Mientras tanto, nosotros estamos en el corto plazo. Y ellos están “sembrando” espías que por ahí van a mantener “durmiendo” durante años.
–Personas que fingen ser otras para intervenir en algo que quizás nunca se produzca. Algo así les pasó a los protagonistas de tu historia, ¿no? El objetivo era hacer inteligencia en Eslovenia con la cobertura de las identidades argentinas, pero los descubrieron antes.
–En el caso de estos espías en particular, los dos son rusos. Él viene de una pequeña aldea ubicada 1500 km al este de Moscú. Se va a estudiar a la cuarta ciudad de Rusia, Ekaterimburgo. Ahí es donde lo reclutan, por lo que lo hemos logrado reconstruir. Conoce después a su pareja, también espía, en un entrenamiento en contraterrorismo. Un romántico [sonríe]. A los tres meses se casan. Esto es en 2004: empiezan un proceso de entrenamiento que toma años, porque tenés que aprender a hablar, moverte y vestirte como occidental; desarrollan algo así como distintas pieles. Yo les encontré al menos cuatro pieles, no sé si serán más, pero cada piel implica estudiar nombres, apellidos, fechas, nombres de padres, lugares donde te criaste, hospitales, bares, música, recetas de cocina… Porque si vos decís que sos austríaco, tenés que responder cualquier pregunta que te hagan como austríaco. Ellos vienen a la Argentina en 2009, están acá con dos identidades distintas entre 2009 y 2022, aunque ya entre 2017 y 2018 empiezan a viajar a Eslovenia, donde finalmente se instalan. Son detenidos en Eslovenia en 2022 y en 2024 participan en el intercambio más grande de espías desde el final de la Guerra Fría. Durante 20 años estuvieron moviéndose con identidades distintas. Son dos décadas de tu vida en las que tenés una careta delante del rostro.
–¿Hubo algo que, en lo personal, te haya impresionado más?
–Los chicos. Mentirles a los propios hijos [los chicos, nacidos en Buenos Aires y criados como argentinos, descubrieron que sus padres eran rusos recién cuando la familia viajó a Moscú, en 2024]. Que los hijos sean daños colaterales, que eventualmente puedan sufrir un impacto psicológico mayúsculo… Porque uno les podría decir a esos padres: “Ustedes están convencidos en su servicio a una patria de que lo que están haciendo es lo correcto, y están dispuestos a asumir algunos riesgos por eso. Pero están metiendo en el baile a los chicos”. Eso me impresionó y fue un factor muy fuerte de interés mientras hacía la cobertura para el diario. Me preguntaba: ¿Qué pasa con estos chicos? ¿Dónde están? ¿Qué está haciendo la Cancillería argentina? Porque, cuando los eslovenos capturaron a los padres, los chicos fueron a un orfanato. Dos argentinos nativos menores de edad quedaron en un orfanato esloveno.
–Cerca de Ucrania, en una zona que se ponía cada vez más complicada.
–Estuvieron alojados en un orfanato con chicos que venían de la guerra en Ucrania, que contaban cómo se habían tenido que ir de su país y que criticaban e insultaban a los rusos. Mientras estaban en el orfanato, los rusos eran los malos. Y de repente, una vez que la familia vuelve a reunirse, los padres les dicen: “Somos rusos”. Uf…
–Difícil imaginar ese momento.
–Mi mujer, que es psicóloga, me decía: “Depende de cómo lo procesen”. Es lo que se llama la resignificación de lo que has vivido. Si lo resignifican diciendo “mis padres son héroes que hicieron lo mejor por la patria”, es un camino. Otro muy distinto es si dicen: “Estoy lidiando con unos mentirosos que me pusieron en riesgo”.
–De todos modos, se intuye que, si hubo un factor real en toda esta historia, es el vínculo amoroso entre los padres. La decisión de tener hijos probablemente estuvo ligada a eso.
–Me quedó esa sensación, sí, por múltiples indicios de que los chicos fueron fruto de amor, que habían sido buscados y que habían traído alegría a ese hogar. Madres del colegio con las cuales hablé te decían cómo interactuaban esos padres con las criaturas. Los que atendieron los partos los recuerdan felices, emocionados. Pero la otra pregunta es: ¿Qué estaban preparando? ¿La siguiente generación de espías? Porque ¿cuál es el espía ideal? La siguiente generación, con pasaporte argentino, nacidos en la Argentina, que luego viven en Europa como occidentales, pero que están al servicio de Moscú.
–¿Los chicos podían ser hijos deseados y, a la vez, recursos para las tareas de espionaje?
–En Buenos Aires, ellos vivían en O’Higgins 2191. Anotaron a sus hijos en el colegio St. Matthew’s, un colegio privado bilingüe, a unas nueve cuadras de su casa. A tres cuadras tenían la escuela Normal número 10, Juan Bautista Alberdi. Una buena escuela. ¿Por qué no la eligieron? Vamos a hacer una presunción. ¿Dónde podés tener mejores contactos? ¿En una escuela pública o en una escuela privada bilingüe? Y esto no es una presunción o estereotipo argentino, porque hicieron lo mismo en Eslovenia. Los llevaron a la mejor escuela, en Ljubljana, la capital eslovena, donde iban hijos de diplomáticos, hijos de políticos. De hecho, ella había empezado a hacer tareas de espionaje allá sobre el titular de la Agencia Europea de Energía, cuyos hijos iban a esa escuela.
–Vuelvo a la terminología. En el libro se describe el trabajo con el que estos espías se armaron una “leyenda”. ¿Es un término usual en el mundo del espionaje?
–En inglés se habla de leyenda, sí. Para nosotros una palabra más apropiada sería “fachada”. Montar una fachada. Es decir, construir una biografía “oficial” en un país intermedio, para después utilizarla en tu destino final, tu país objetivo. Antes de llegar a ese país objetivo, tenés que conseguir el documento, el pasaporte, estudiar, eventualmente casarte, eventualmente votar y hasta tener chicos en ese país intermedio donde construís tu “leyenda”. El país intermedio de ellos fue la Argentina; el objetivo, Eslovenia, por el acceso que les brindaba a toda Europa. Imaginate: mientras construían su “leyenda” acá y conseguían la ciudadanía argentina, no escuchaban música o la radio de su país, no veían la tele, no leían la prensa, no cocinaban la comida de su infancia, no esto, no lo otro… Él se hacía pasar por un ciudadano austríaco nacido en Namibia de madre argentina. Ella decía que era mexicana, nacida en Grecia. Nunca se les escapó una palabra en ruso. A ella, ni siquiera en los partos.
–Son unos niveles superlativos de autodisciplina … ¿En algún momento te sentiste identificado?
Alconada Mon lanza una carcajada. Hace minutos nomás les había mostrado, a la cronista y al fotógrafo, algunas de las cajas donde guarda sus materiales de investigación. Envases de cartón, impecables, donde reposan, también impecables, carpetas ordenadas alfabéticamente con apuntes, datos, documentos.
Hay que tener método, eje interno. Saber que hay un tiempo para la familia, un tiempo para la lectura, otro para el entrenamiento físico y otro para el trabajo. Y forjarse una enorme capacidad para, regularmente, decir que “no” a las distracciones, encerrarse y abordar la escritura con voluntad samurái. La de Alconada Mon es una sobriedad amable; autodisciplina férrea y sonrisa en los labios. Desde hace años, bajo el teclado de su computadora, lo acompañan las ilustraciones de The Art of GyShiDo: una propuesta –simpática y con toques pop– que promueve cierta ética de la concentración. Organización férrea: mientras comenzaba a investigar el caso de los espías rusos, daba los toques finales a su novela La cacería de Hierro. Mientras investigaba cuestiones de la coyuntura actual como el caso $Libra, se impuso el organigrama que le permitió terminar Topos en tiempo récord.
Tras el libro, horas de trabajo y el reconocimiento que el periodista hace al sostén amoroso de los suyos. Y cajas de cartón con el nombre de los espías rusos Artem y Anna Dultsev –Ludwig Gisch y María Rosa Mayer Munos en sus pasaportes argentinos–, padres de Danielito y Sophie, de 10 y 12 años respectivamente.
–¿Nunca hubo una fisura en el relato de Artem y Anna?
–Ellos todavía estaban acá cuando comenzó la guerra con Ucrania. Había llegado la hora de ir a Eslovenia, y sabían que iban a entrar en zona de máximo riesgo. Lo que habrá sido subir a ese avión… decir: “Estamos yendo al matadero y estamos poniendo en riesgo a los chicos. Abrochate el cinturón”. Yo pensaba en eso cuando conseguí los registros de sus tarjetas de crédito y encontré las compras en el Duty Free antes de ese vuelo de Ezeiza a Eslovenia. Cremas faciales, chocolates para los pibes, perfumes [sonríe]. ¡Es buenísimo! Debían tener pánico a que los detengan, pero… la carnadura humana. Sos espía, pero sos humano. Te das el gustito, te comprás algo en el Duty Free. Sos disciplinado, pero no sos un robot.
–Si te ponés en su lugar, es terrible que se les haya arruinado el objetivo tan rápido.
–¡Después de 15 años de trabajo! Yo tengo la sospecha de que ellos no cometieron el error. Hay dos grandes hipótesis de por qué fallaron. La primera, que hubo un traidor, que alguien los entregó. Y la segunda, que los servicios occidentales seguían a otro espía, ella se reunió con ese espía y los servicios plantearon: “¿Y esta quién es?”. La CIA o el MI6 son los que avisaron a la inteligencia eslovena, que empezó a tirar de la cuerda.
–¿Cómo evitar que se les mezcle la identidad real con la “leyenda”?
–Bueno… Imaginate que sos un espía ilegal con otra identidad y te morís, te van a enterrar con esa otra identidad y nadie te va a ir a llorar. Porque a los ilegales rusos los rige el lema “Sin derecho a la gloria, para gloria de la nación”. Hay un personaje en particular que a mí me atrajo mucho, es de un episodio previo al de la historia de estos espías. Se llama Juan Lázaro. Un ruso que se hizo pasar por uruguayo, se casó con una peruana y se fue a vivir a Estados Unidos, su país objetivo. Pasó como 25 años allá. Finalmente, lo detienen y lo devuelven a Rusia en un intercambio de prisioneros. Y él, estando en Rusia, dice: “Esta ya no es mi Rusia; prefiero volver donde estaba”. Pide autorización y sus jefes lo dejan volver a Perú. Porque después de 25 años él tenía más cercanía con su mujer peruana y con las costumbres peruanas que con la Rusia que dejó atrás. También pasa con los chicos, que es lo que más me impactó en la historia de Topos. Los padres son rusos, están convencidos de lo que hacen, pero crían a sus hijos como argentinos. Cuando fue el Mundial de Rusia viajaron los cuatro; los padres eran rusos disfrazados de argentinos, que sabían que era un disfraz. Fueron al partido de Argentina contra Croacia en Nizhny Nóvgorod, porque ella es oriunda de allí. Fueron como argentinos, tenían una gran coartada para reunirse con su jefe, intercambiar información, y después verse con su familia. Pero los chicos fueron al partido como argentinos; Argentina perdió 3 a 0, y ellos lloraron como argentinos. Entonces, vos sos ruso, estás haciendo todo lo que hacés por la patria y te encontrás con que tu hija llora por otro país. Es extraño.
–En otro orden: escribiste La cacería de Hierro en torno a la figura de Juan Vucetich. Y acá no te privás de hacerle un homenaje.
–Es exactamente así [risas]. Es que mucha biometría, que si el iris, que si el ADN y todo eso, pero el día decisivo para ellos fue cuando Eslovenia cotejó huellas dactilares. Los eslovenos pidieron huellas dactilares a Interpol Rusia, luego a la Argentina, compararon. Y alcoyana, alcoyana. Se terminó la discusión. Cuando vi eso, todavía estaba escribiendo La cacería de Hierro y me empecé a reír a carcajadas. Después, cuando trabajo en este libro, hago un guiño, escribí que “Vucetich se debe estar revolviendo en la tumba” como diciendo: “¿por qué no empezaron por ahí?”
–En un pasaje te referís irónicamente a cierta “convención de Ginebra de los espías”. ¿Son como un mundo paralelo?
–Sí, claro, con códigos propios. Pero acá lo más potente es que todo pasó. Vos decís: “Esto es una locura”. Pero pasó, no hay ficción. En esa línea, tenés el intercambio de espías. Hubo negociaciones entre Washington y Moscú, que implicaron reuniones en distintas capitales del Medio Oriente. Para hacer el intercambio, que incluyó a 16 personas, los trajeron de Estados Unidos, de Alemania, de Bielorrusia, de Eslovenia, y empezaron a confluir todos en la zona VIP del aeropuerto de Ankara en Turquía. Lo perimetraron para que nadie se metiera, y ahí llevaron a gente esposada de manos y pies, con cascos de combate y chalecos antibalas: en medio de la pista de aterrizaje se hizo el intercambio. Los subieron a micros para meterlos en aviones que volaron a su vez a Washington y a Moscú. De película.
–Y mientras tanto, cantidad de personas en el limbo, porque tampoco es que la negociación salió tan fácil.
–Tanto que criticamos a los políticos, y acá hubo un punto a favor de Joe Biden. Y mirá que lo critico bastante a Biden. Pero terminó siendo el que destrabó la negociación final. Estaba enfermo de Covid y hace la llamada decisiva el mismo día en el cual decide bajarse de la carrera por su reelección. Tenés que tener cabeza para en ese momento, golpeado en la salud y golpeado anímicamente porque te estás bajando de la vida pública como presidente de los Estados Unidos, y aún con todo eso, levantás el teléfono para destrabar una negociación y decirle a otro presidente: “Necesito que me entregues a este tipo”.
–El poder asumiendo su lugar de responsabilidad.
–Y mientras ocurrían todas estas jugadas de alto nivel internacional, teníamos a los espías locales mirándose el ombligo. No tenían la más mínima idea de lo que estaba pasando.
–Pareciera que la inteligencia de los distintos países sigue metodologías similares. ¿También esa visión tan a largo plazo de la inteligencia rusa?
–Depende. Lo que pasa es que hay distintos límites morales y legales. Oficialmente algunos servicios de inteligencia no cruzan determinadas líneas. Hay una primera división entre los espías legales y los ilegales. Los legales portan nombres y nacionalidades reales. Pueden trabajar como agregado comercial, agregado económico, agregado de prensa, agregado cultural de una embajada. Si los agarran haciendo alguna macana, como tienen pasaporte diplomático y su identidad es la verdadera, lo máximo que puede pasar es que los expulsen del país, que les digan: “Andate”. Después está el otro, el ilegal, que está con otra identidad, otra nacionalidad y sin cobertura diplomática. Si lo agarran haciendo macanas, va preso. Hay países que tienen estos espías que se denominan ilegales y países que no los tienen. Y después hay algunos híbridos. Los estadounidenses tienen a los non covered: por ejemplo, alguien que en teoría es fotógrafo de una ONG en Medio Oriente, y en la práctica está espiando.
–Hablamos de Biden hace un rato. Él tenía información bastante precisa sobre la inminente invasión rusa a Ucrania. Evidentemente, se la proveían sus agentes. Ahí este tipo de actividad cobra sentido.
–Claro, los servicios de inteligencia tienen que estar. Ni siquiera son un mal necesario, son una necesidad. Por caso, la Argentina ya vivió dos atentados, en 1992 y en 1994, y tiene varias fronteras porosas. Son al menos dos o tres puntos de riesgo. Ejemplo: la Triple Frontera. Ejemplo: la Hidrovía. Entonces, si vos sabés que tenés la comunidad judía más grande de América Latina y ya tuviste dos antecedentes sangrientos, tu obligación moral y de seguridad nacional es velar por que no haya un tercer atentado. Obviamente, no podés ir a la Triple Frontera, y decir: “Hola, ¿qué tal? Soy policía. ¿Acá hay alguien interesado en hacer un atentado?”. Podés ir incluso como argentino a esa zona y empezar a presentarte como comerciante, eventualmente podés tener allá una persona con otra identidad, eventualmente de otro país, a la que reclutaste y que te va a ir entregando información a los fines de preservar tu seguridad interior. Eso es necesario, hay que hacerlo. Lo mismo si tenés una red de pederastas que escapó de la Argentina. Tenés que salir a buscarlos. Podés tener alguien en el exterior que te dice: “Esa persona que estamos buscando está en este país, hagan el pedido de captura”. Hacés ese pedido formal, apoyado en los datos extraoficiales que juntaste. Ahora que están llegando a la Argentina algunos de los clanes criminales brasileños más sangrientos, ¿qué hacés? ¿Te sentás a esperar o empezás a actuar? Ahí es donde debe funcionar el área de inteligencia criminal.