Si bien ya durante la campaña Javier Milei indicó que su aspiración fundamental era librar la batalla cultural, hasta ahora el proyecto intelectual mileísta es módico y esencialmente mediocre. La Libertad Avanza heredó el arcón de LEGOs del kirchnerismo, que son apenas tuneados a medida de sus obsesiones.
Si gorila era el mote clásico para definir al enemigo, el cosmos Milei lo retoca y propone mandril: primate primito del gorila que se destaca por su zona anal. La zoología del maltrato kirchnerista se mantiene, sólo se tunea el tipo de mono, coloreándole un poco la cola haciéndola resaltar; el mandril es, en rigor, la vedette de los monos, similar en su énfasis trasero al atuendo calipigio que desplegó Fátima Flores para besar al presidente en Mar del Plata, allá cuando aún fungía como su novia.
La innovación del mileísmo intelectual es que, además de mandriles, hay kukas: hay enemigos de sangre caliente y también otros más pequeños que se escurren por las alcantarillas. Si antes el eslogan era “el Estado te salva”, ahora el Estado te dice quién te salva (el Javo) y quién no –quién es mandril y quién no (los kukas se esconden solos). Como revolución cultural, el mileísmo es apenas una nota al pie del sistema discursivo del peronismo.
Por eso vale la pena prestar atención a los filósofos de la corte de Milei: Agustín Laje y Nicolás Márquez. Ambos son amigotes presidenciales que sobrevivieron varias purgas, a diferencia de Ramiro Marra, caído en combate en otra guerra: la que se juega en el interior del ego traumado de Milei. Son sus lugartenientes en la batalla cultural: Márquez es el biógrafo oficial de Milei, y Laje, el presidente de la Fundación Faro, think tank afín al gobierno.
Hace poco compartieron escenario en La Derecha Fest, un festival partidario en Córdoba, de donde es oriundo Laje. Márquez apareció enfundado en un abrigo abotonado hasta el cuello, un caparazón de donde emergía su cabecita maquillada de naranja (guiño trumpista).
Laje ha erradicado de su habla el encanto del acento cordobés, trocándolo por unas eses exageradas que dan a su discurso un repelús subliminal. Verborrágicos, vehementes, efusivos y bajitos, Márquez es el más encendido, chabacano y tirabombas de la dupla. Laje se presenta como el pensador cauto y reflexivo. Busca enmarcar sus planteos en “silogismos”: con una batería de citas y esas eses dolorosas, intenta hacer pasar afirmaciones pueriles como “los zurdos son envidiosos e infelices” por demostraciones lógicas. Funcionan como guerreros y a la vez mártires, los equivalentes libertarios de la finada Hebe de Bonafini (Márquez) y de Estela de Carlotto (Laje). En efecto, la primera pasión que los unió fue la revisión de los años 70 y la lucha armada.
Laje, sin embargo, también sabe estallar de furia, como cuando en un acto/cena le tocó hablar después de Milei. El Presidente había dado un discurso de cuarenta minutos, el evento se había atrasado; Laje quería hablar cuarenta minutos también. Como la gente se puso a comer, Laje estalló ofendido contra su audiencia: les gritó que no estaban a la altura, que le daban vergüenza. Acaso quería demostrar silogísticamente que la gente de izquierda no se baña, o alguna perogrullada similar que los invitados ya conocían; como sea, Laje comparte con Milei la candidez de los genios incomprendidos. Tal vez por eso desde el riñón libertario señalan a Laje como el delfín natural de Milei.
Las redes sociales suelen mofarse de la intensidad del vínculo amistoso entre Márquez y Laje; Márquez recogió las inquietudes de Laje cuando era apenas un adolescente precoz y se convirtió en su mentor. Pero, más que una pareja, se trata de un nacimiento siamés de intelectuales argentinos que advirtieron un déficit como una oportunidad de negocios. Descubrieron que “no hay intelectuales de derecha en la Argentina”, y que, ante esta falla de mercado, Laje y Márquez podrían llenar ese vacío con sus productos (ambos son muy prolíficos). Sin embargo, ese diagnóstico manifiesta un error de concepto profundo, que delata su escasa formación.
Desde Leopoldo Lugones (poeta y cantor del golpe a Yrigoyen, en La hora de la espada), a Jorge Luis Borges y Bioy Casares, pasando por Manuel Mujica Láinez y Ernesto Sábato, crítico acérrimo del progreso como Miguel Cané en el siglo XIX, la posición conservadora cosmopolita es la que ha mantenido la influencia más vasta y duradera sobre la cultura argentina, al punto que el siglo XX y el XXI son impensables sin esa tradición. ¿Se puede hablar de cultura argentina sin pasar por Borges y la revista Sur, donde escribían Héctor Murena, Victoria Ocampo y hasta Drieu La Rochelle, conocido collaborateur de Vichy?).
En la Argentina nunca faltaron los intelectuales conservadores; lo que no había era activistas de derecha, una forma inferior del trabajo intelectual popularizada lastimosamente por el kirchnerismo. Laje y Márquez son, más bien, barrabravas retóricos, incapaces de refinamiento cognitivo propio de la tradición conservadora de este país.
En efecto, el éxito online de Laje como intelectual es comprensible en un contexto latinoamericano, pero no en el ámbito argentino. Su prédica antifeminista y antigay cala hondo en Perú, Colombia y México, donde el machismo en sangre es mucho mayor y donde el discurso antigay le susurra al oído a buena parte de la población. Pero en la Argentina contemporánea, la batalla cultural de Laje y Márquez contra la homosexualidad (que ellos llaman “homosexualismo cultural”) no resiste análisis.
Escribieron juntos El libro negro de la nueva izquierda, donde describen una conspiración mundial de la izquierda diseñada para socavar la identidad de las naciones occidentales atacando la familia y la identidad nacional. Es un esquema conspiratorio conocido, que mantiene lazos estructurales con conspiraciones previas: así como hace cien años se acusaba a los judíos de infiltrar organizaciones y atentar contra el orden y la familia occidental, ahora el “homosexualismo cultural” estaría penetrando las instituciones para lograr el mismo efecto. En este update conspiranoide, los homosexuales son los nuevos Protocolos de Sión. Se trata de traslaciones (traducciones sería cruel) al castellano de las ideas de Allan Bloom, Patrick Buchanan, Matt Walsh, entre otros conservadores católicos norteamericanos.
Márquez y Laje tocan una fibra sensible de la audiencia latinoamericana: el temor de que “quieran volver a mi hijo gay”; y los libros se venden. Sin embargo, fuera de la explotación de este temor psicológico, en la Argentina la batalla cultural de Márquez y Laje se desarrolla en el vacío. Ya que ¿por qué a un hombre heterosexual le molestarían los gays? ¿Qué clase de hombre heterosexual ve una amenaza en los gays? Un gay se autoextrae del mercado sexual: los gays cumplen de buena gana otras funciones como las de bailar en las fiestas, ser amigos de las chicas, pero no compiten por el acceso carnal; un gay es, en todo caso, un aliado, no un enemigo. No es la única batalla vacía.
La Argentina no tiene conflictos limítrofes longevos, ni raciales, como sí existen en otras partes de Latinoamérica y Estados Unidos; incluso lo woke no llegó a prender con fuerza, probablemente por las urgencias que plantea la crisis económica constante. Con lo cual, el producto que venden Márquez y Laje tiene un mercado limitado, pero su prédica (y la del Gobierno) consiste en expandirlo. ¿Confían Laje y Márquez en poner de moda el terror anal? ¿Creen que, de tanto machacar, los argentinos adoptarán el temor a lo gay, como ya algunos adoptaron el término mandril?
¿Por qué seguimos fingiendo que es posible convivir con los zurdos? No es posible: ellos odian la vida, la libertad y la propiedad. Ellos son destrucción, caos y empobrecimiento.
No son conciudadanos: son enemigos. Es hora de asumirlo.— Agustín Laje (@AgustinLaje) June 8, 2025
Debe notarse aquí que esta prédica homofóbica es, en rigor, contraproducente para el Presidente. En su último discurso en Davos, Milei agitó el fantasma de lo gay como amenaza pedófila, lo que le generó muchas críticas, no sólo porque malrepresenta la elección individual de millones, sino porque va contra el paisaje sociológico que le permitió a Milei ser electo presidente. Milei mismo es post queer; no tiene una familia tradicional, se cansó de decir que su familia son sus perros y su hermana. Lo post queer indica que una familia puede ser cualquier cosa: hombre con hombre, una mujer con una mujer, o un hombre con un perro o varios; tu familia es lo que vos quieras que sea. Si la sociedad argentina eligió a Milei es porque los desvíos de la heteronorma tradición, familia y propiedad no los desviven; les da igual.
Márquez y Laje son los Batman y Robin de una expresión particularmente cerril, ramplona y paranoide de ideas conservadoras nutridas de kirchnerismo invertido. Su propuesta intelectual parece más bien una prolongación de la mente woke, del temor al diferente; una nanny philosophy hecha más para proteger que para pensar críticamente. Por eso el enemigo tiene que ser demonizado, apartado, mandrilizado. Así lo expresa Laje en X: ¿Por qué seguimos fingiendo que es posible convivir con los zurdos? No es posible: ellos odian la vida, la libertad y la propiedad. Ellos son destrucción, caos y empobrecimiento.
El escritor Gonzalo Garcés lo cruzó: Agustín, si sos consecuente con tu aseveración, sólo tenés dos alternativas: la guerra civil o la secesión. ¿Cuál es la tuya? Laje no contestó. Acaso sabe, pero esconde, que una derecha orgullosa de sí misma debería ufanarse de competir, de saberse vencedora en la contienda, y que no basta robarle las ideas al zurdo comunista empobrecedor Gramsci para ponerle las camisetas de su club.
¿Cuál es el aporte de estos muchachos a la droite divine argentine? A su favor, debe decirse que carecen de la cursilería de izquierda; no intentan pasar por buenas personas. Saben casar la vulgaridad con el talante conservador de las antiguas causas. Realizan con éxito la tarea de despojar a la derecha de su tradición más gloriosa y exquisita: su relación íntima con la belleza, el buen gusto, la educación, la jerarquía y la distinción. Milei es un desconocedor profundo de estas cuestiones, por lo que esta pequeña corte de filósofos funciona a su medida. Suprimen el dandismo acaso porque, en su lívido terror anal, confunden el estilo personal con una forma de la homosexualidad.
Pero, sobre todo, Laje y Márquez generan la fantasía maravillosa de que personas absolutamente carentes de sentido estético, tanto en la vida como en la escritura y en las ideas, como es su caso, puedan soñar con ser trendsetters que dirimen quién es feo (zurdo) y quién no. O de que dos personas que desconocen por completo la praxis concreta de crear una familia se arroguen la autoridad para decirle a un continente cómo tiene que ser una familia. Acaso Laje y Márquez sueñan con más atribuciones: que el Estado, además de decirte quién es mandril, te diga también quién te puede gustar y quién no. No sea cosa de que te dejes llevar por la libertad de elegir lo que te gusta, lo que te hace bien.