San Martín de San Juan buscaba desesperado cualquier objeto que flotara en el agua para seguir aferrado a la posibilidad de salvar la categoría y encontró el tronco perfecto. En este torneo, nadie oficia mejor de salvavidas para los demás que Independiente, único equipo sin victorias, el segundo con menos goles a favor, el que no convierte un tanto en jugada desde la segunda fecha. Los cuyanos vencieron 1 a 0 sin hacer más virtudes que la paciencia y la contundencia para aprovechar una de las dos ocasiones que generó en los insufribles 103 minutos de juego.
Tal vez los más veteranos lo recuerden. Allá por los lejanos años 70, los domingos por la mañana se emitía por televisión Fútbol en el Potrero. Eran transmisiones en directo desde una de las tantas canchitas semisilvestres que por entonces salpicaban en mayor número que ahora los barrios de la Capital y el conurbano. Como la exigencia era mínima, el espectáculo resultaba entretenido dado el entusiasmo que ponían los protagonistas, suficiente para disimular su larga lista de déficits individuales y colectivos, más allá de algún contado “crack escondido” que aparecía de tanto en tanto.
Claro que aquello era amateur. No cobraban los jugadores, no pagaban ni el público ni los televidentes para verlo. Con los profesionales y en Primera División, las cosas son distintas. O deberían serlo.
San Martín e Independiente afrontaron su choque bajo el calor y sanjuanino con idénticas necesidades y obligaciones, pero lo que pusieron en escena fueron todas las carencias que los condena a sendas dosis de sufrimiento. Uno, el local, por no descender; el otro, por sacudirse la malaria y ganar por lo menos una vez en el torneo, meta que no le serviría para enderezar una campaña patética, pero sí al menos para cortar una racha nefasta. Bastó apenas media hora para comprender por qué ambos están donde están: sobre el césped del estadio Hilario Sánchez se jugaba un típico partido de potrero.
Enfrascados en sus conflictivas y confusas realidades, verdinegros y rojos se confabularon para encadenar choques permanentes, pases sencillos fallados por varios metros, rechazos a cualquier parte, centros sin destino y errores puntuales de todo tipo. Groseros como una pifia de Rodrigo Fernández Cedrés en la puerta del área; conceptuales como el de Ignacio Maestro Puch al rematar débil a las manos de Rodrigo Rey, cuando la lógica indicaba centro atrás; o por falta de fe, como la que no se tuvo Matías Abaldo para encarar a Matías Borgogno tras una buena cortada de Luciano Cabral y, sobre todo, Pablo Galdames a los 5 minutos del inicio. Al volante chileno le cometió un claro penal Nicolás Watson, pidió ejecutarlo y lo remató suave, a media altura, no demasiado esquinado, ideal para que el brazo izquierdo del arquero lo rechazara.
La ocasión desperdiciada ahondó la crisis de todo tipo que padece Independiente, que sumó su decimoquinto encuentro sin triunfos y va en camino de firmar el peor campeonato de su historia. De un tiempo a esta parte, el Rojo se convirtió en un equipo que se va en amagues. Como el boxeador que se mueve alrededor de su rival amenazando una y otra vez con sacar las manos pero nunca decide bien el momento de hacerlo, o en su defecto, no ajusta ni el destino ni la fuerza del golpe, lo que reduce la posibilidad de daño. Suele pasarle en los primeros tiempos de los últimos partidos.
Lo mejor del partido
El conjunto que dirige Gustavo Quinteros comienza los encuentros con los ánimos aparentemente renovados, se las ingenia para capturar la pelota y dominar, pero su absoluto nivel de ineficacia le va bajando la autoestima a medida que avanza el reloj. Los rivales lo saben y esperan, conscientes de que en algún momento llegará su oportunidad. San Martín cumplió el plan al pie de la letra, hasta que a los 15 de la segunda mitad, el local recuperó el balón a la salida de un córner, Juan Cavallaro la metió por arriba, se quedó enganchado Iván Marcone evitando un offside que sancionó mal el asistente y corrigió el VAR, se fue solo Tomás Fernández y definió cómodo ante la pasividad de Rey. Tener la mandíbula de cristal suele ser otro defecto de los malos boxeadores.
El empujón final del Rojo, con gol bien anulado por el VAR a Leonardo Godoy incluido, solo confirmó su carácter de conjunto negado en todo sentido. Para tener una pizca de suerte a su favor, para sacudirse la malaria, para sonreír al menos una vez. Claro que para dejar de ser el salvavidas de todos también le vendría bien mostrar un nivel superior al de aquel viejo Fútbol en el Potrero que entretenía las mañanas domingueras a pura voluntad y entusiasmo.