
Durante la última década, la inteligencia artificial (IA) avanzó desde el ámbito experimental hasta convertirse en la mayor disrupción tecnológica desde la llegada de Internet.
La discusión actual ya no cuestiona si la IA transformará la economía, sino a qué ritmo y con cuánta profundidad lo hará. En particular, el efecto sobre la productividad -ese motor silencioso detrás del crecimiento y el bienestar de largo plazo- adquiere una relevancia central.
La evidencia empírica resulta prometedora. En naciones desarrolladas, diferentes estudios indican que la IA podría elevar la productividad total de los factores (PTF) en magnitudes similares a revoluciones previas, como la electricidad o la informática.
Un trabajo de Aghion y colaboradores (NBER, 2024) estima que la IA generativa podría aportar hasta 0,7 puntos porcentuales adicionales al crecimiento anual de la productividad en Estados Unidos durante la próxima década. Así, una economía con un crecimiento del 2% podría alcanzar el 2,7%, con repercusiones significativas en niveles de ingresos, consumo e inversión.
Los efectos no se circunscriben al mundo desarrollado. El Fondo Monetario Internacional (FMI) proyecta que, en promedio, las economías emergentes podrían obtener entre 0,3 y 0,5 puntos porcentuales de crecimiento extra anual si integran la IA de manera extensiva, sobre todo en servicios financieros, comercio y administración pública. La brecha con los países avanzados responde principalmente a la velocidad de adopción y a las capacidades digitales, más que a las potencialidades tecnológicas.
Las economías emergentes podrían obtener entre 0,3 y 0,5 puntos porcentuales de crecimiento extra anual si integran la IA de manera extensiva (FMI)
El impacto de la IA depende también de la composición económica. En países con fuerte peso de sectores basados en conocimiento -finanzas, software, salud, comercio digital- las mejoras en productividad suelen trasladarse rápidamente a los indicadores macroeconómicos. En contraste, donde predominan la agricultura tradicional, la construcción o manufacturas de bajo valor agregado, la adopción será más gradual.
Para América Latina, esta distinción resulta clave: aunque el peso de los servicios sigue siendo menor, áreas como agroindustria, minería, energía y turismo pueden lograr avances de eficiencia con efecto multiplicador.
A nivel microeconómico, la evidencia es contundente. Un estudio en centros de atención telefónica de India comprobó que el uso de IA elevó la productividad entre 13% y 14%, con mayores mejoras entre los empleados menos experimentados:
- En servicios legales, la asistencia con IA reduce los tiempos de respuesta hasta en 40%.
- En desarrollo de software, se registran aumentos de entre 20% y 30% en la velocidad de programación. Replicados a escala, estos incrementos generan un círculo virtuoso en el que la mayor eficiencia reduce costos y permite reasignar recursos a tareas de mayor valor.
A pesar de este panorama alentador, es prudente mantener cautela. La experiencia histórica muestra que los grandes saltos tecnológicos suelen tardar en reflejarse en las estadísticas agregadas de productividad.
Inicialmente, los avances aparecen en determinadas actividades dinámicas y solo a medida que la adopción se generaliza se observan mejoras visibles en las cuentas nacionales. La IA no será la excepción: aunque los impactos a nivel de empresa ya son concretos, su efecto macro requerirá un proceso de adaptación y difusión sostenida.
Los grandes saltos tecnológicos suelen tardar en reflejarse en las estadísticas agregadas de productividad
Naturalmente, este proceso plantea desafíos estructurales. La reasignación de tareas, los dilemas éticos y la concentración de mercado son riesgos a gestionar cuidadosamente. El balance, sin embargo, es transparente: los incrementos de productividad pueden eclipsar con creces los costos de transición.
Cada revolución tecnológica implicó ajustes, pero los efectos agregados históricamente han sido positivos. La IA seguirá ese camino, siempre que empresas y gobiernos acompañen con inversión en capacitación, marcos regulatorios actualizados e incentivos claros a la innovación.
Ola de disrupción
El reto no radica sólo en lo tecnológico, sino en la estrategia. Decidir si la IA será un accesorio marginal o el eje vertebral del modelo de negocios marcará la diferencia.
La experiencia internacional es clara: quienes lideran las olas de disrupción -y las convierten en productividad sostenida- son los que marcan el ritmo del crecimiento global. Hoy atravesamos una de esas coyunturas.
La IA ofrece una ventana inédita para potenciar productividad y desarrollo económico. Aprovecharla es condición imprescindible para competir y avanzar en la próxima década.
El autor es profesor de Economía en IAE Business School. Esta nota se publicó en el IEM de octubre del IAE, Escuela de Negocios de la Universidad Austral
