Investigación en Estados Unidos: nuevo estudio sobre el efecto del consumo de alcohol en el corazón

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La idea de que una copa de vino al día puede ser buena para el corazón empieza a perder sustento científico. Un nuevo informe publicado este 9 de junio por la Asociación Estadounidense del Corazón (AHA) en la revista Circulation revisa de forma exhaustiva los estudios existentes sobre el consumo de alcohol y su impacto en la salud cardiovascular, y concluye que los riesgos superan a los posibles beneficios. Mientras el consumo excesivo y el binge drinking se asocian de manera clara con un mayor riesgo de infarto, ACV, fibrilación auricular y otras enfermedades cardíacas, los efectos supuestamente protectores del consumo leve o moderado son cada vez más inciertos, y no hay evidencia suficiente para recomendar el alcohol como parte de un estilo de vida saludable.

Según la AHA, beber una o dos copas por día podría tener una relación neutra o incluso levemente beneficiosa en algunos casos, pero los estudios que apoyan esa posibilidad presentan limitaciones importantes: son observacionales, no controlados, y por lo tanto susceptibles a múltiples sesgos. En cambio, cuando se analiza el consumo promedio de tres o más copas diarias, el vínculo con mayor riesgo cardiovascular es claro y consistente.

El informe advierte que el consumo de alcohol está extendido en la población general. En Estados Unidos, el 85% de los adultos declaró haber bebido alguna vez en su vida, y más de 60 millones de personas mayores de 12 años reportaron haber tenido al menos un episodio reciente de consumo excesivo. El inicio temprano es común: muchos comienzan en la adolescencia y mantienen la conducta hasta la adultez avanzada. De hecho, el 44% de los adultos mayores de 65 años sigue consumiendo alcohol. Durante la pandemia de COVID-19, se registró un aumento sostenido en la frecuencia y la cantidad de consumo, incluyendo casos problemáticos.

Para entender los riesgos, el informe establece una definición estandarizada de bebida: en Estados Unidos, una unidad equivale a 14 gramos de alcohol, lo que se traduce en 350 ml de cerveza (5%), 150 ml de vino (12%) o 45 ml de licor fuerte (40%). Sin embargo, estas equivalencias no son uniformes en todo el mundo, lo que complica la comparación de datos entre países y poblaciones.

El documento señala que existe una falta de consenso internacional en las recomendaciones sobre el consumo de alcohol. Mientras la Organización Mundial de la Salud sostiene que no hay un nivel seguro, las guías alimentarias de Estados Unidos reconocen la incertidumbre respecto de los efectos del consumo leve y no promueven el alcohol como parte de una dieta saludable.

Uno de los principales focos del informe es la relación entre alcohol y presión arterial. En general, beber una o dos copas por día no parece generar un impacto inmediato significativo. Pero a partir de tres unidades, la respuesta del organismo cambia: hay una caída inicial de la presión, seguida de un aumento sostenido que puede prolongarse hasta por 24 horas. En estudios controlados, personas que consumían seis copas diarias y redujeron a la mitad esa cantidad lograron descensos notables en los valores de presión sistólica y diastólica. Además, un metaanálisis que incluyó datos de más de 600.000 personas mostró que incluso una copa diaria puede elevar progresivamente la presión arterial, sin que se haya identificado un umbral seguro.

El vínculo entre el consumo de alcohol y el infarto de miocardio presenta matices. Según el informe, algunas investigaciones sugieren una leve reducción del riesgo cuando se consume dentro de los límites considerados “moderados” (una bebida diaria para mujeres, dos para hombres). Pero este efecto desaparece si hay episodios de consumo excesivo. Además, cuando se utilizan metodologías más rigurosas como la aleatorización mendeliana —que recurre a información genética para evitar errores típicos de los estudios observacionales— no se encuentran beneficios cardiovasculares claros. De hecho, los datos y los estudios de casos y controles agrupados indican, en el mejor de los casos, una reducción muy débil del riesgo, que no justifica una recomendación clínica.

En lo que respecta al accidente cerebrovascular (ACV), los hallazgos son similares. El consumo de hasta dos copas por día podría vincularse con una leve disminución del riesgo de ACV isquémico. Sin embargo, esa posible protección desaparece e incluso se revierte cuando se superan las tres copas diarias. A partir de ese punto, el riesgo aumenta tanto para los ACV isquémicos como para los hemorrágicos. La evidencia genética más reciente es contundente: cuanto mayor es el consumo promedio de alcohol, mayor es el riesgo de sufrir cualquier tipo de ACV, tanto en hombres como en mujeres.

Uno de los vínculos más sólidos identificados en la literatura científica, y reafirmado por este informe, es el que existe entre el alcohol y la fibrilación auricular, una arritmia cardíaca común que puede aumentar el riesgo de ACV y de insuficiencia cardíaca. A diferencia de otras patologías, en este caso el riesgo crece incluso con consumos bajos. No hay un umbral mínimo definido por debajo del cual se pueda hablar de seguridad. Por el contrario, la abstinencia se asocia con una menor carga de fibrilación auricular, y estudios controlados demostraron que quienes dejaron de beber experimentaron una reducción significativa en la recurrencia del trastorno.

Consumo crónico

En el caso de la miocardiopatía alcohólica, el informe documenta que el consumo crónico y elevado —entre siete y quince copas por día durante más de cinco años— puede causar daño estructural en el corazón. También se observaron signos de disfunción cardíaca, como alteraciones en la función diastólica, en personas que ingerían solo cuatro copas semanales, lo que indica que ciertos individuos podrían ser especialmente susceptibles incluso con dosis bajas.

Respecto de la insuficiencia cardíaca, el riesgo se incrementa de forma clara cuando se superan las 21 copas semanales. Por debajo de ese umbral, no hay evidencias sólidas de un efecto protector. El informe aclara que, más allá de las cantidades consumidas, también hay factores individuales que influyen en la respuesta del organismo, como el sexo, la edad, la genética y el estado de salud general.

La AHA advierte que las mujeres tienden a alcanzar concentraciones más altas de alcohol en sangre que los hombres cuando consumen la misma cantidad, debido a diferencias en el metabolismo. Esa mayor exposición las hace más vulnerables a ciertos efectos adversos. También se identificaron diferencias genéticas según el origen étnico: algunas variantes que afectan la metabolización del alcohol son más frecuentes en personas de ascendencia asiática o africana, lo que puede modificar el riesgo en esos grupos poblacionales.

En los adultos mayores, los peligros se agravan por la frecuente interacción entre el alcohol y los medicamentos que suelen tomar a diario. En adolescentes y adultos jóvenes, el consumo episódico intenso —o binge drinking— ya se asocia con alteraciones preocupantes: mayor presión arterial, disfunción del endotelio, arritmias e incluso riesgo elevado de ACV.

El informe también aborda el efecto del alcohol en personas con diabetes. Aunque algunos ensayos clínicos detectaron mejoras modestas en el colesterol HDL tras el consumo de vino tinto, también se registraron aumentos en la presión sistólica. Otros estudios no hallaron efectos significativos sobre la glucemia ni sobre la progresión de las placas ateroscleróticas. Por lo tanto, la evidencia no permite establecer un beneficio claro del alcohol en este grupo de pacientes.

El impacto del alcohol sobre el sistema cardiovascular no se limita a un solo mecanismo. La AHA señala que su acción atraviesa múltiples vías: afecta los niveles de lípidos en sangre, altera la coagulación, influye en los procesos inflamatorios, modifica el metabolismo de la glucosa y puede alterar el peso corporal. Por ejemplo, en algunos casos se ha observado que aumenta la adiponectina y reduce el fibrinógeno, dos biomarcadores relevantes en la salud cardiovascular. Pero al mismo tiempo, puede inducir hipertensión, dificultar la adherencia a los tratamientos y generar complicaciones metabólicas.

En cuanto a la obesidad, los resultados son inconsistentes. Algunos estudios longitudinales no detectaron una relación directa entre el consumo de alcohol y el aumento de peso. Sin embargo, otros trabajos identificaron una mayor probabilidad de sobrepeso u obesidad entre quienes beben grandes cantidades con regularidad.

Ante este panorama, la conclusión del informe es categórica: el consumo excesivo y el binge drinking son nocivos para el sistema cardiovascular. La evidencia sobre los posibles beneficios del consumo moderado, en cambio, es insuficiente, contradictoria y vulnerable a errores metodológicos. Por esa razón, la AHA desaconseja a los profesionales de la salud recomendar el alcohol como una herramienta preventiva. No existen razones clínicas para sugerir su consumo en pacientes sanos ni en aquellos con riesgo cardiovascular.

En su lugar, la organización hace hincapié en la importancia de fortalecer otras estrategias de vida saludable con efectos comprobados: la actividad física regular, una alimentación equilibrada, el abandono del tabaco, el control del peso y el seguimiento médico. El informe cierra con una advertencia clara: es urgente promover más estudios clínicos controlados que permitan evaluar con precisión el impacto del alcohol en distintos subgrupos de la población y que ayuden a comprender los mecanismos involucrados en sus efectos. Hasta que eso ocurra, la precaución —y no la copa diaria— es la mejor aliada del corazón.

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