El extravagante estadounidense Jake Paul (90.440 kg, peso crucero) eligió organizar por primera vez en su carrera un combate en el Honda Center Stadium de Anaheim, en California. A cinco minutos de distancia del mágico complejo de Disneylandia, donde las aventuras de Mickey, Minnie y Donald no tienen fecha de vencimiento. Quizás sea ésta una referencia descriptiva absurda para un combate estelar, pero relacionar a este millonario “youtuber-boxeador” con esos personajes risueños parece adecuado. Su audacia, simpatía y desfachatez, lo catapultan a los sitios pugilísticos más inverosímiles.
Sin tener mayores recursos en el oficio del boxeador profesional, volvió a ganar una pelea de escaso relieve ante un apellido de oro para el deporte latinoamericano: Chávez, de México. Julito en este caso, el hijo de la Leyenda: el gran Julio Cesar Chávez.
Paul repitió el mismo esquema de su última victoria ante un envejecido Mike Tyson, de 58 años. Esta vez ante Chavez (h), de 39 años, con todos los síntomas del ex boxeador castigado: una mirada que enfoca y no ve; una palidez llamativa y músculos convertidos en curvas flácidas. Sin embargo, este excampeón que hace 13 años perdió con el quilmeño Sergio “Maravilla” Martínez en Las Vegas, peleó –esta vez- consigo mismo afrontando un desafió crucial: volver a un ring tras haber estado casi muerto en vida en un par de ocasiones por su entrega a las drogas, abandono y depresión. Y completar esos diez rounds, tortuosos, lentos e improductivos fue para él un logro colosal. Un triunfo de su espíritu. Y rescatar esta historia fue lo mas saliente de un combate tedioso y unilateral que Paul ganó con justicia, en base a movilidad y toques con su izquierda en apertura. Las tarjetas fueron unánimes: 99-91, 97-93 y 98–92.
Paul, de 28 años y 12 victorias, con 7 KO y un revés, fue abucheado por los más de 10.000 asistentes y sólo atinó a decir: “Hice bien mi trabajo contra una figura; fue una tarea fácil y voy a decidir con quién peleo próximamente”. Llamó poderosamente la atención el desmedido elogio vertido hacia él por Oscar de la Hoya, representante de uno de los campeones del mundo de este peso. Se trata del mexicano Gilberto Ramírez, que superó al cubano Yuniel Dorticos y retuvo el cetro crucero. ¿Intentarán clasificar a Paul en ranking? Sería lo más probable y a nadie le sorprendería. Sería ridículo, absurdo y sospechoso.
La gran reflexión que dejó esta nueva función es ¿cuál es su límite y quién le pone freno? Paul demostró que le costó asimilar algún golpe aislado enviado por un atleta “quemado” como Chávez. El negocio del boxeo –TV y organismos- lo eleva y lo cuida por lo que representa: un diamante que aporta y produce un dinero insospechado, aunque el ring, en algún momento no muy lejano, le puede pedir una prueba de suficiencia ante un boxeador relativamente entero que este dispuesto a tirar un golpe a fondo. Y ahí quizás, se acabe esta historia. Cada vez menos creíble y más difícil de digerir.