“Un programa que es puro placer.” Eso promete el gran tenor mexicano Javier Camarena en su esperado regreso a la Argentina, esta vez para sumarse a la prestigiosa temporada de conciertos del Mozarteum. Tras un debut exitoso en 2017 y luego en 2022, un recital y el protagónico en la ópera L’Elisir d’amore, vuelve al Teatro Colón celebrando dos décadas de una carrera brillante que cosechó éxitos en los escenarios más consagratorios del género. Desde el Metropolitan de New York hasta la Ópera de Zurich. Desde México hasta España, China y Japón, el mundo musical ha rendido su respeto y admiración ante una de las voces líricas más bellas y aclamadas de la actualidad. “Voy a presentar una selección del desarrollo histórico de la voz —comenta el cantante desde España, horas antes de tomar el avión que lo trae a Buenos Aires—. Música del Barroco, Gluck y Händel, pasando por el belcanto con Rossini y Donizetti, hasta el Romanticismo francés, luego Verdi y una serie del álbum Sogno con obras de Tosti ¡Todas canciones maravillosas que son un verdadero deleite! ¡Un gran gozo volver a cantar este programa, que es puro placer!”
-Veinte años de trayectoria cantando en un género que se reafirma en las tradiciones. Pocas cosas profundas cambian dentro de la burbuja operística ¿Cuáles has percibido desde tus comienzos al día de hoy?
-¡Los avances tecnológicos que han cambiado el nivel de exposición en la actualidad! A simple vista podría parecer que da lo mismo, pero no da lo mismo por ejemplo ir al teatro y hacer tu función para el público de la sala, a que esa función sea transmitida. De repente, los teatros empezaron a promover las transmisiones de sus representaciones en directo. Eso quiere decir que ya no estás cantando para ese público solo sino para millones de personas que están en cualquier lugar alrededor del mundo.
-In aeternum…
-¡Exacto! Con la tecnología además nunca falta ese tipo de “público coleccionista” que con un clic está mandando al círculo que sigue la ópera, todas las representaciones que uno hace. ¡Eso es agotador! Para quien lo ve de afuera puede parecer que da lo mismo. Pero para el cantante no lo es porque lo pone bajo la tremenda presión de tener que estar todos los días, todo el tiempo y bajo todas las condiciones, siempre en la mejor de las formas.
-¿A eso se suma una invitación tácita a mostrarse activo en las redes sociales, a producir contenidos e interactuar con un público virtual?
-Antes de la pandemia estaba muy activo en las redes sociales. Hacía muchísimos videos en directo para Facebook, hablaba de la técnica vocal, hacía vivos cantando desde mi casa. Lo tomaba con un sentido recreativo, de diversión y conexión con el público. Sin embargo, a raíz de la pandemia, cuando comenzó a utilizarse como una herramienta profesional para los teatros y los artistas, la cuestión comenzó a pesarme. Entiendo el impacto que puede tener un anuncio a través de redes sociales, pero tengamos en cuenta que para que esas redes tengan un impacto real, hay que pagar como se paga para que un comercial esté en circulación. De modo que tener que hacer el trabajo extra de “producir contenidos” es una carga. Finalmente, cuando comenzó a hacerlo todo el mundo, para mí perdió interés y atractivo.
-¿Pensás que ese tipo de vínculo en que el artista muestra sin filtros su vida cotidiana, la preparación y el detrás de escena de una producción, ha terminado con el tiempo de los divos y las primadonnas?
-Creo que cualquier cantante con un poquito de sentido común da por sobreentendido que eso es una necesidad: aterrizar como artistas. La ópera ya no es el espectáculo que fue hasta hace 30 años. Hace poco vi la película de María Callas y me divertí con una escena donde se queja diciendo: “¿Podés creer que Frank Sinatra gana más dinero que yo? ¡Frank Sinatra!“. Hoy en día uno piensa en Sinatra y dice: ”Bueno, fue un buen cantante popular». ¡Si eso era en aquel tiempo! Hoy el círculo es muy limitado y ni de lejos llega a ser lo que fue en tiempos de Plácido Domingo. Los nombres sobresalientes de la lírica actual que son Kaufmann, Netrebko, Juan Diego Flores, Piotr Beczcała, Elina Garanča…, ninguno llega a la influencia mediática de generaciones anteriores. Luciano Pavarotti, el último de ellos. Se ha acabado el divismo en términos de la figura a la que no se le podía pisar ni la sombra, porque ninguno de esos nombres famosos jamás va a tener la popularidad de Billie Eilish, Bad Bunny o Rosalía. Es otro género y es otro público. Hay un estudio, una técnica y un conocimiento que nos separa, una formación que marca la diferencia porque trabajamos para convertir la voz en un instrumento de precisión y alto rendimiento. Los cantantes líricos tenemos la conciencia de esto. Amamos nuestro arte y nuestro trabajo. Sabemos lo que valemos. Pero la ópera no aplica para ese nivel de popularidad.
Nuevas generaciones
-¿A qué aspira hoy un joven que comienza a dedicarse a la lírica profesionalmente?
-Estoy en contacto con la juventud, aunque enseñar no es mi ocupación principal. Sigue sorprendiéndome cómo las diferencias culturales pueden determinar el potencial de una carrera. Vengo de China. Es llamativa la cantidad de voces hermosísimas que se escuchan. Pero me quedé tan impactado con esto como con la bajísima preocupación que hay por aprender idiomas. ¿Por qué lo menciono? Porque dentro de ese desconocimiento y apatía entra todo lo que implica la dicción, el pronunciar las cosas, decir las palabras, un texto y un mensaje. Lo que veo en la juventud es la prisa ¡Lo quieren todo y lo quieren ya! A eso nos está acostumbrando la tecnología: esperar resultados inmediatos, cosas instantáneas, rápidas y en vivo, a un clic de velocidad. Y la música no va por ahí. Ese no es el camino porque se requiere de un estudio y un proceso en el que no solamente importa que tengas una voz bonita. El cantante de ópera es un estudioso de la música. Tiene que ser un músico, saber leer una partitura y poder interpretarla. Se cree erróneamente que todo se puede conseguir con el consejo de un tutorial por internet. Pero en esta carrera hay mucho sacrificio de por medio, hay mucho estudio y trabajo, y un dominio que se logra en base a la disciplina y la constancia. Es cada vez más notorio el desinterés de las nuevas generaciones en invertir tiempo y dinero en una verdadera formación.
-Sos la contratara de esto. ¿Percibís a lo largo de tus experiencias en el mundo que esto es un fenómeno irreversible?
-Más allá del efecto en la música, creo que como humanidad tenemos el deber de reencontrar nuestra propia inteligencia, fuera de la IA. Una de las cosas que han cambiado mucho es el aprendizaje. Antes nos tocaba hacer la tarea escolar: ir a la biblioteca, buscar un tema en un libro, completar con otro, tomar apuntes, hacer conexiones, organizar la información, escribirla, presentarla. Todas conexiones neuronales que forman parte del proceso de aprendizaje. Ahora se pregunta al Chat GPT, se copia, pega y manda el trabajo con un clic. Ahí no hay aprendizaje. No hay nada. Hay solo dependencia. Pienso que vale la pena que reevaluemos las cuestiones que nos acompañaron y fueron valiosas hasta hace muy poco y ya no están. Porque es cierto que hay muchos pros, pero también hay contras. Hay que hacer un stop y preguntarse por el aprendizaje más idóneo, no como músicos, sino como seres humanos para centrarnos en nuestra inteligencia antes de que nos domine la IA.
Cambios
-¿Encontrás indiferencia o atención en el público del arte respecto de esto?
-Voy a dar un ejemplo equivalente. Puede que muchos me crucifiquen, pero creo que el público operístico se ha ido dejando impresionar solo por el caudal de las voces. Con el verismo tomó fuerza una manera musical en la que, para sobrepasar orquestaciones densas, se debía cantar con toda la fuerza. Para esa demanda vocal se necesitan voces grandes y cantantes que se desboquen. Pero después van al belcanto y no pueden hacer más que lo mismo. Consecuencia: la gente se acostumbró a que solo le impresione el tamaño de una voz no ya el dominio de un fraseo largo, por ejemplo, porque ni siquiera saben qué es eso, ni un diminuendo o un agudo. Solo saben de sonidos estruendosos.
-Siendo un ciudadano del mundo que emigró en busca de un sueño ¿Qué sentís con la política del vecino Estados Unidos?
-La política no me interesa. Pero creo que hay agendas de las cuales la gente común nunca tendrá conocimiento cabal. Es muy triste lo que vemos porque estamos —no al grado terrible de la Segunda Guerra con el nazismo—, pero de alguna manera reescribiendo parte de una historia que conocemos: estigmatizar a una comunidad, en este caso la latina, como la culpable de los problemas que tienen otros. Supuestamente somos los que hacemos daño a una sociedad que sin embargo se vio beneficiada por el esfuerzo y el trabajo de esa gente. Toda la gente que he podido conocer en mi paso por los Estados Unidos, de mis años en New York, Chicago, San Francisco y Los Ángeles, es gente de bien, gente trabajadora que salió de mi país buscando oportunidades de trabajo, ser productivo y dar una mejor calidad de vida a su familia. Se sabe que la base obrera de los Estados Unidos está conformada por latinos. Pero no le están robando oportunidades al americano que tampoco quiere hacer ese trabajo. A mi entender y muy por el contrario, lo que debe hacer un verdadero líder, un gran gobernante es tener la visión de cooperación con sus vecinos. ¿Por qué? Porque afortunada o desafortunadamente, México es un país vecino de los Estados Unidos y dentro de esa simbiosis en la que también incluyo a Canadá, si hubiera verdadero interés en el desarrollo, se debería crear un terreno de oportunidades que beneficie a los tres. Esta satanización de un pueblo porque lo consideras inferior, es parte de una historia que conocemos y sabemos qué mal termina. Es inconcebible e injusto que la humanidad este volviendo a transitar ese camino.
-La pregunta incómoda para el final ¿cuáles son las condiciones que más te gustan de tu voz?
-(Risas) Se peca de falsa modestia, pero claro que uno tiene que poder responder eso. Lo que más disfruto de mi voz es la flexibilidad y la posibilidad de llegar a notas sobreagudas, de poder cantar el repertorio ligero de Rossini y Donizetti. Ahora con el color más oscuro que ha ido ganando la voz con el tiempo, cantar La Traviata o Romeo y Julieta que es ahora mi ópera favorita. ¡Esas dos cualidades! Y luego el color, el timbre que es bello y dócil, que tiene mucho terciopelo y también tiene el metal cuando llega a la parte más comprometida lírica y emocionalmente. ¡Sí! Esas partes me gustan de mí.
Para agendar
Mozarteum Argentino, 73º temporada de abono. Recital de canto y piano, Javier Camarena (Tenor), Ángel Rodríguez (piano). Obras de: Gluck, Donizetti, Händel, Rossini, Massenet, Verdi y otros. Función: lunes 16 de junio a las 20. Teatro Colón (Libertad 621).