Javier Milei, primero en la carrera de obstáculos

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¿Apenas un interregno o cambio profundo de época? La pregunta que acompaña a Javier Milei desde su llegada al poder pasó el primer obstáculo, la tan mentada elección legislativa de octubre. ¿Qué significa Milei para el presente y el futuro de la Argentina? Quedó claro que el desembarco libertario de hace dos años no es una tormenta de verano condenada a pasar rápido. La política electoral le vuelve a dar a Milei aquello que la política legislativa le hizo imposible en los últimos meses: gobernabilidad política y económica y poder para implementar reformas.

El voto popular se muestra, otra vez, como la base más segura del poder mileísta: el Presidente sigue siendo más eficaz para representar demandas subterráneas de la ciudadanía, que casi nadie capta, que para negociar y consensuar. En política, ese poder es un superpoder: sin votos, no hay posesión ni percepción de poder. 

Ese talento mileísta es la contracara de su principal desafío, que define las metas de la nueva etapa del Gobierno: para transformar la Argentina, el líder libertario deberá ser capaz de traducir votos en las urnas en votos en el Congreso. Desde el domingo, esa meta está mucho más cerca.

Con el triunfo electoral, Milei logró muchas cosas. Primero, postergar indefinidamente la fecha de vencimiento que intentó estamparle el arco opositor más duro, sobre todo el perokirchnerismo, anticipadamente: eso de “Gobierno terminado”. El voto popular desafió la pretensión kirchnerista de representar mejor que Milei: ese poder kirchnerista quedó reducido a tan sólo un 25 por ciento de la ciudadanía.

Con la victoria del domingo, Milei desarticuló el universo alternativo que construyó el kirchnerismo. En dos años, el kirchnerismo pasó del desconcierto y una relativa humildad ante el apoyo popular que cosechó Milei en 2023 y en 2024 a una actitud combativa: los errores del Milei modelo 2025 le dieron munición al kirchnerismo para reagruparse y contraatacar. Con la imputación de “crueldad” al mileísmo, el kirchnerismo creyó sintetizar un sentir popular generalizado.

Pero, como pasó en 2023, el kirchnerismo se sobregiró en la interpretación crítica de Milei y perdió contacto con el votante. Cayó en una relativización de transformaciones positivas clave que vive la Argentina, y que impactan en la vida cotidiana, a pesar de todo lo pendiente. En 2024, el kirchnerismo pareció esforzarse por revalorizar el equilibrio fiscal y la baja de la inflación. En los últimos meses, en cambio, retomó sus viejos instintos: empezó a minimizar los beneficios vitales de la baja de la inflación, a poner en duda la caída de la pobreza que va de la mano de ese indicador y a destacar, cada vez más decididamente, otra vez, supuestos efectos colaterales positivos de la deuda y del déficit fiscal.

“Estados Unidos está en bancarrota. Debería llamarle la atención a Milei porque refuta todas las teorías que dice. Tiene déficit fiscal como casi todos los países del mundo y no tiene inflación. El vínculo entre déficit e inflación, que para Milei es obvio, no se ve en la práctica”, dijo Kicillof este año. Ese argumento fue insistente en los dos últimos meses.

Hasta China y su régimen de partido único empezaron a ser objeto de una lectura virtuosa: en esta coyuntura, China comenzó a ser interpretado como un ejemplo exitoso de políticas de Estado centralizadas capaces de generar crecimiento, en oposición a la política libertaria y su retirada de la planificación centralizada del Estado. En esa concepción, China es un ejemplo encomiable de políticas de desarrollo y del rol del Estado presente, pero Estados Unidos es la “patria expoliadora” y el ejemplo de un capitalismo abusivo y cruel con su gente y con otros países.

La potencia constructiva de China es un fenómeno central en el debate global. Pero su inclusión en la matriz conceptual kirchnerista en este particular contexto, como oposición al mileísmo, es lo curioso y relevante. Y eso más allá de que el Gobierno ofrece un flanco débil en las políticas de infraestructura.

El festejo en el bunker libertario

La lección electoral

El resultado del domingo le corrió el velo al nuevo relato kirchnerista. Quedó expuesto el único poder que retiene por el momento: es buenísimo para la arquitectura dedicada a levantar cámaras de eco con resonancia entre sus votantes más fieles que creen ver en ese espejismo la representación de todas las demandas sociales. Ese convencimiento y una cierta autopercepción de superioridad moral política es un problema del kirchnerismo que sigue negándole legitimidad a la alternancia política. Mientras el peronismo y el kirchnerismo confundan deseo con realidad, no va a llegar la luz a su laberinto.

Segundo, Milei pudo adelantar otra fecha central: la del interés de los mercados financieros y, sobre todo, de los inversores de la economía real. El triunfo oficialista, tan rotundo como sorpresivo, renovó la confianza y con esa renovación, abrió la puerta a una visión de futuro que muchos esperaban que estuviera despejada recién en 2027. La incertidumbre de la alternancia política, es decir, el riesgo de un retorno del kirchnerismo en las próximas elecciones presidenciales, obligaba a la prudencia de los mercados e inversores. La experiencia de la presidencia de Mauricio Macri está presente en la memoria colectiva, también de los mercados.

El desempeño del Gobierno en los últimos meses y la consecuente coreografía del oficialismo y la oposición modificaron ese horizonte temporal. Hasta fines de 2024, actores del mercado que siguen el caso argentino desde Manhattan minimizaban la elección legislativa de 2025: aunque veían necesario un triunfo mileísta, en aquellos meses todavía no se veía como existencial. La marcha del Gobierno hacía pensar en un triunfo seguro, renovado en abril con el acuerdo con el FMI y la salida del cepo y luego, con el triunfo libertario en la Ciudad.

Pero desde junio todo cambió y con la derrota bonaerense del 7 de septiembre, ese cambio generó urgencias, y alteró la escala de las expectativas. Octubre se volvió esencial. La contundencia del triunfo del domingo, que llegó incluso a la provincia de Buenos Aires, conquista un escenario de certidumbre con dos años de anticipación. El reto del Gobierno es la sostenibilidad de esa pax en los mercados. Nada menos. Es decir, asegurarse de no volver a ser su peor versión.

Tercero, con ese triunfo electoral, y con el modo en que se recuperó de la derrota bonaerense, Milei mostró otra dimensión de su identidad política. O mejor dicho, esa dimensión quedó reforzada por la gravedad del obstáculo que tuvo que sortear: el 7 de septiembre pudo haberse continuado en otra derrota en octubre. Y, sin embargo, el Gobierno logró lo impensado, un triunfo en Provincia de Buenos Aires. La victoria del domingo puede ser sorpresiva pero no fue casual.

La clave de esa recuperación es la psicología política de Milei. Lo dejó claro en el discurso de campaña de la elección bonaerense en Moreno: “Yo me fortalezco en la adversidad, muchachos. ¿Todavía no se dieron cuenta?”. En un mes y veinte días, entre una elección y otra, el oficialismo vivió un fracaso electoral, una corrida cambiaria y una crisis política por la denuncia narco contra Espert. En plena campaña nacional, Milei redobló la apuesta. La resolución del tema Espert dejó afuera de la lista al diputado; Milei se expuso como nunca a entrevistas más desafiantes y a recorridas por el país; y fue más allá: produjo un hecho inédito en la historia argentina, y del mundo en general: un acuerdo pragmático explícito y sin vueltas con Trump y Bessent para salir de la crisis cambiaria. Las urnas no condenaron ese acuerdo. Al contrario, lo asumieron con pragmatismo.

Primero, lo urgente; después, lo deseable y perfecto. Como dice el analista Esteban Schmit: “El pueblo aceptó un virreinato”. Para el votante, la racionalidad macro ordena el futuro. La percepción del último tren para la Argentina y para varias generaciones de argentinos viene detrás del viento de cola del par Trump-Bessent. 

Cuarto, el triunfo dejó claro que el mileísmo tiene a su favor al kirchnerismo: para el no peronismo, la polarización kirchnerismo v antikirchnerismo se conjuga en la dimensión temporal. La disyuntiva es el regreso a un pasado que conduce a un callejón sin salida o el avance hacia un futuro de normalización macro. El votante no compró la noción de “crueldad” kirchnerista. Las críticas al Gobierno por el tema universitario, Garrahan y discapacidad son válidas. Pero el kirchnerismo funcionó como un tornado: terminó ideologizando reclamos atendibles y le quitaron una legitimidad transversal. En lugar de plantear un diálogo racional sobre el manejo de la economía, planteó un debate moral y la insistencia en sus lugares macroeconómicos irracionales.

En los dos primeros años de su gestión, el oficialismo se vio obligado a convivir con un desfasaje inscripto en su genética política: la falta de convergencia entre voto popular y voto legislativo. El mileísmo nació por fuerza del voto antes que como aparato político bien aceitado y de eficiencia probada en las instituciones del Estado. Desde ahora, gozará de una convergencia mucho mayor entre esos mundos: un alineamiento entre mayorías alcanzables en el Congreso, apoyo popular, poder ejecutivo y lapicera. Y el respaldo único de Estados Unidos.

En esta segunda etapa su mayor riesgo ya no será su condición minoritaria. Al contrario, el riesgo será la tentación hegemónica y sus efectos colaterales: pérdida de institucionalidad, opacidad y corrupción, espíritu de secta. El kirchnerismo y su modo de ejercicio del poder es el espejo que desde el pasado que le muestra al mileísmo un riesgo futuro. A toda hegemonía le llega su fin.

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