Javier Peña: “Hay escritores que tienen vidas más fascinantes que sus libros”

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Javier Peña (Coruña, 1979) es escritor, periodista y creador del podcast Grandes infelices, un espacio en el que explora las vidas y manías de grandes autores. Tras publicar en España las novelas Infelices y Agnes, debuta en la Argentina con Tinta invisible (Blackie Books, 2024), un libro híbrido que combina memoria personal, retratos literarios y relatos breves basados en hechos reales. La obra reconstruye, a través de anécdotas y lecturas compartidas, la relación con su padre, marcada por años de distancia y un reencuentro final atravesado por historias, silencios y agradecimientos.

En esta entrevista con LA NACION, Peña revela que escribir el libro le permitió cerrar un duelo, que heredó de su padre la curiosidad por las vidas de los escritores y que encontró en la investigación —leyó más de 300 biografías para este proyecto— un modo de conectar su pasión personal con un homenaje íntimo. También habla de cómo el podcast que ideó tras la muerte de su padre se convirtió en la semilla de Tinta invisible.

-En una entrevista a un medio español contaste que renegás del término “ensayo” para este libro. ¿Cómo lo catalogarías?

-Es complicado. La etiqueta “ensayo” no me gusta porque no es un libro académico. Para mí, es un libro de cuentacuentos, de relatos breves basados en hechos reales. Es no ficción, pero se puede leer como un libro de ficción, como una serie de microcuentos. Es un híbrido entre memoria y cuento real. Este libro demuestra que la realidad suele superar a la ficción. Leyendo biografías de escritores y escribiendo sobre mi propia vida, me di cuenta de que esas experiencias son un material mucho más potente y literario que lo que puedo inventar. Hay autores cuya vida me resulta más fascinante que sus libros, sobre todo por cómo esa vida influyó en su obra. Me obsesiona pensar qué chispazo les llevó a escribir una novela que admiro, qué circunstancias o ideas encendieron esa historia.

Tinta invisible se compone a partir de fragmentos de tu vida pero también de muchas historias de autores. ¿Cómo fue el proceso de investigación?

-Básicamente, leer mucho. El libro me llevó casi tres años, y los dos primeros fueron solo de lectura. Buscaba y tomaba notas, como un arqueólogo que pasa días quitando polvo de una piedra hasta que, de pronto, aparece una estatua griega. En este trabajo muchas lecturas no acaban sirviendo directamente, pero todo lo que uno lee suma. Es cierto que vivimos en un mundo muy utilitarista: parece que no tiene sentido dedicar tiempo a algo si no hay un resultado inmediato. Pero yo tenía fe absoluta en este libro, porque para mí era necesario.

-¿Por qué?

-Porque me ayudó a cerrar un duelo que no sabía que estaba abierto. Sabía que había algo pendiente con la muerte de mi padre, pero no imaginaba cuánto. Escribirlo no solo cerró el duelo por su muerte, sino también por nuestra vida juntos: por lo que no supe agradecerle, por lo que no entendí a tiempo. Es un gesto de agradecimiento que llega tarde para él, pero en el momento justo para mí. He perdido a dos personas muy importantes: mi padre y mi mejor amiga. Ella me dijo algo muy simple pero muy poderoso: que no moriría del todo hasta que la última persona que la conoció la olvidara. Yo le prometí que no la olvidaría nunca. Y creo que pasa igual con mi padre. Considero que el mejor ejercicio que puede hacer un escritor para no olvidar a alguien es escribir sobre ellos. Lo que viví con él en el hospital está ahora en el libro, y para mí eso es eterno.

-En el libro contás que fue tu hermano quien te hizo notar que creciste en una casa donde contar historias es de alguna manera un legado.

-Sí. Todas las familias transmiten un legado, bueno y malo. Muchas veces nos quedamos con lo negativo. Mi hermano me dijo: “Si te quejás de algunas cosas, también reconocé las buenas”. Me hizo reflexionar: no valoramos lo bueno que nos dan las personas hasta que falta o hasta que hacen algo malo. En mi caso, lo bueno fue ese amor por las historias, por los libros, y eso también vino de mi padre.

-También mencionas que un escritor escribe porque es infeliz, pero que a la vez escribir lo hace más infeliz. ¿Dónde encontrás el disfrute en tu oficio?

-Más que disfrute, diría que es una necesidad, una pulsión. Es una pasión, y se hace por pasión. El disfrute está en encontrar las historias. Me encanta cuando la historia todavía está en mi cabeza y, sobre todo, cuando corrijo. Hay momentos intensísimos de placer, sobre todo cuando descubro que dos ideas que parecían no conectarse encajan a la perfección. Esa chispa es incomparable.

-Tu podcast está muy ligado a Tinta invisible. ¿Cómo nace la idea y qué llegó primero?

-Lo veo todo como un proyecto conjunto. El podcast nace tras la muerte de mi padre. Yo acababa de publicar mi segunda novela y sabía que iba a tardar años en sacar otra. Cuando mi padre enfermó, recordé que siempre hablábamos de historias y de autores. No era un lector que se quedara solo con el libro: le interesaban las vidas de quienes los escribían. Ese interés lo heredé de él. Me impresiona ver cómo, sin importar época o lugar, los escritores comparten rasgos: ego, envidia, obsesiones, traumas, sensibilidad extrema tanto para la belleza como para el dolor. El libro surgió de la idea de trabajar esos temas, y en el primer capítulo, sin planearlo, empiezo hablando de mi padre. Ahí entendí que él era el hilo conductor.

-Viniste a Argentina para presentar el libro. ¿Qué expectativas tenés?

-Mis expectativas son buenas, pero trato de mantener la prudencia para evitar la frustración. Esta gira latinoamericana incluye seis países y, hasta ahora fue espectacular: librerías llenas y mucho cariño. En España también hay interés, pero en Latinoamérica se nota más ese entusiasmo, quizá porque saben que es más difícil que un autor extranjero vuelva pronto.

Para agendar

Javier Peña presenta Tinta invisible mañana a las 18 en la librería Verne (Juan Ramírez de Velasco 1427).

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