Tenía apenas 22 años, la estatuilla más codiciada en mano, y todas las miradas encima. “Sos demasiado joven para haber llegado tan lejos, ¿creés que es algo bueno?”, le preguntó un periodista a Jennifer Lawrence. La actriz no sabía qué decir. “¿No te preocupa haber llegado a la cima demasiado pronto?”, insistió el periodista. “Bueno… ahora sí, ¡Dios!”, respondió entre la sorpresa y la molestia.
La pregunta podía parecer malintencionada en ese contexto. Lawrence había recibido, unos minutos antes, el Oscar por El lado luminoso de la vida (2012, disponible en Prime Video). Era oficialmente la primera persona nacida en 1990 en ganar el dorado premio de la Academia, resplandecía con esa luz que solo el éxito contempla, y conseguía que todos los ojos se desviaran hacia ella. Mientras la industria reconocía su talento, ella lideraba una de las franquicias más exitosas de Hollywood: Los juegos del hambre. Su carrera no parecía tener techo. ¿Acaso su historia podía convertirse en la de Ícaro, aquel que perdió las alas deslumbrado por lo alto que podía llegar?
Lawrence cultivó un estilo propio, casi rebelde y algo desfachatada, frente a la seriedad y la rigidez que exige la industria con las estrellas. Ella era así, espontánea, con la ingenuidad y torpeza que solo la juventud ofrece. ¿Pero lo suyo era “honestidad” o era parte del show?
El meteórico ascenso a la fama de Lawrence fue de la mano con la expansión de la vida social a través de redes como Facebook, Twitter o Instagram. Pero si hay algo que caracteriza a la “opinión pública” de esas plazas virtuales es la velocidad con la que una figura pública puede pasar de la admiración al escarnio. Lawrence estaba a punto de descubrir que entre el cielo y el infierno hay solo un clic de distancia.
La caída que la elevó y luego la hundió
Su primer momento viral lo protagonizó mientras subía al escenario para recibir el Oscar. Se resbaló ante los ojos de millones de personas que veían la ceremonia. “Me están aplaudiendo de pie porque me caí y se sienten mal por eso”, dijo entre risas. La caída no hizo más que reforzar la simpatía que generaba la actriz. Los comentarios más votados en YouTube, en el video del accidente, eran todos positivos.
A pesar de la fama, la belleza, el dinero, el vestido Christian Dior, las joyas, y el Oscar, Lawrence daba apariencia de “girl-next-door”: chica sencilla, agradable, graciosa, amigable, terrenal. Una relatable queen, la reina con la que muchas se podían identificar.
Apenas un año después de ganar el Oscar, volvió a la ceremonia nominada por Escándalo americano. Un nuevo tropezón en la alfombra roja la volvió a convertir en tendencia. Empezaron a aparecer los comentarios de aquellos que dudaban sobre la “torpeza” de la nueva reina. Y eso sucedió la segunda vez que se cayó en público: cuando tuvo su cuarto resbalón en un evento, los comentarios en contra de la actriz eran la mayoría.
Hagamos un salto temporal para comprender cómo, apenas 10 años después de la primera caída, la “opinión pública 2.0” había dado un giro de 180 grados sobre Jennifer Lawrence. En foros como Facebook o Twitter cuestionaban todo lo que hacía o decía la chica norteamericana.
“En Hollywood soy considerada obesa. Me alimento como una cavernícola, debo ser la única sobre la que no circulan rumores de anorexia en esta industria”, expresó Lawrence en 2013 sobre su propio cuerpo y los estándares de la industria. No solo en el universo online cayeron mal sus dichos. “Lawrence tropezó con su propia arrogancia”, cuestionó la comediante y presentadora de televisión Joan Rivers.

La rubia que en algún momento simbolizó lo espontáneo, lo fresco y genuino, empezó a ser vista como la representación de lo falso y maleducado. “Eran rocas sagradas y se suponía que no teníamos que sentarnos en ellas, pero fueron buenísimas para rascarme el culo”, contó en Lawrence sobre la filmación de una película en Hawaii. Lejos de generar simpatía, en las redes la consideraron ignorante e insensible con la cultura hawaiana.
El hate creció tanto que, cuando Harvey Weinstein perdió todo su poder en Hollywood de la mano del MeToo, algunos pusieron en duda la legitimidad del Oscar para Lawrence. Cuando en 2022 le preguntaron a la actriz que fue lo más bizarro que leyó sobre su vida, respondió con seriedad: “Qué cogí con Harvey Weinstein”. Irónicamente, cuando ganó el premio por El lado luminoso de la vida, Lawrence se olvidó de agradecer al productor de la película. Tampoco mencionó a David O. Russell, el director denunciado por acoso, en su discurso.
La actriz rechazada por su “personalidad”
“¡Oh, dios mío!”, exclamó Jennifer Lawrence tapándose la cara de la vergüenza. Estaba dando una entrevista, apenas después de ganar el Oscar, cuando Jack Nicholson interrumpió la charla. “Sos mi amor platónico. Hiciste un trabajo fantástico. Me encantaste en la película. Te parecés a una novia que tuve”, le dijo el actor de Atrapado sin salida. La emoción y sorpresa de Lawrence fue genuina: Hollywood estaba a sus pies.
Pero Lawrence no recuerda con afecto todas las entrevistas que hizo desde su irrupción en Hollywood. Al contrario, siente vergüenza de ellas. “Era mi genuina mi personalidad”, reconoció en una reciente entrevista con The New Yorker sobre las críticas que despertaron sus reacciones o accidentes. “Pero al mismo tiempo fue un mecanismo de defensa. El pedestal de la fama es traicionero y falso. Así que fue una forma de defensa decir cosas como: ‘Yo no soy así, ¡me hago caca en los pantalones!’”.
“Era joven, vivía sola y me perseguían los paparazzi. Vuelvo a ver las entrevistas que hice y era una persona molesta. Entiendo por qué ver que esa persona está en todos lados podía ser insoportable. Sentí que me rechazaban no por mis películas o por mis opiniones políticas, sino por mi personalidad”, sumó.
¿Pero era su personalidad lo que molestaba, o el hecho de haber conseguido tanto en tan poco tiempo?
Su ascenso meteórico

Con 20 años protagonizó el drama independiente Lazos de sangre. Allí dio vida a una adolescente rural que buscaba a su padre con desesperación y obtuvo su primera nominación al Oscar. En menos de 2 años, la nueva estrella del cine indie demostró que también podía trabajar en superproducciones como X-Men: Primera generación (fue la camaleónica Mystique) y Los juegos del hambre (como la rebelde Katniss Everdeen).

A los 22, el Oscar se deslizó hacia sus manos después de una carrera en la que tuvo que enfrentar a Emmanuelle Riva, la legendaria actriz francesa, que a sus 85 años aspiraba al premio por Amor, de Michael Haneke. Lawrence ganó por El lado luminoso de la vida, una comedia romántica en donde se convirtió en una chica excéntrica y alocada.
A los 23 años trabajó en Escándalo americano. En la comedia sobre fraudes asumió el papel de mujer histriónica que convive con un estafador. Aunque algunas críticas objetaron la edad de Lawrence, argumentando que era demasiado joven para el rol, la rubia obtuvo otra nominación al Oscar.
El perfil de Lawrence crecía en la industria y eso se notaba en las secuelas de X-Men, donde cada vez tenía más protagonismo. Días del futuro pasado y Sinsajo, la segunda entrega de la saga de Los juegos del hambre, confirmaron su star power para llevar gente a las salas de cine.

A los 25 años se puso en la piel de Joy Mangano, una mujer divorciada de 30 años que, frente a la desesperación económica, inventó la trapeadora conocida como Miracle Mop. Aunque consiguió ser nuevamente nominada de nuevo al Oscar, fue la tercera y última colaboración que hizo con el director David O. Russell.
El renacimiento
La carrera de Lawrence empezó a dar señales de fatiga con títulos que decepcionaron en la taquilla, fueron ignorados por los premios o vapuleados por los críticos. En algunos casos, como X-Men: Dark Phoenix, ocurrieron todas esas calamidades juntas. Solo con No mires arriba, en 2021, volvió a estar en una película que fue nominada al Oscar (la película, ella se quedó sin nominación) y fue un éxito en streaming.

Pero aun cuando las producciones que hizo dividieron opiniones, Jennifer Lawrence consiguió grandes aliados que valoraron su trabajo. Uno de ellos fue Martin Scorsese. El cineasta quedó impresionado por la actuación de Lawrence en ¡Madre!, la película de terror dirigida por Darren Aronofsky. En ese relato surrealista interpreta a una mujer que vive con su marido en una casa de campo hasta que el matrimonio empieza a ser acechado por extraños.
El director de Buenos muchachos y Los infiltrados no dudó y convocó a Lawrence para Mátate, amor. En la adaptación cinematográfica de la novela escrita por la argentina Ariana Harwicz, Lawrence interpreta a Grace, una mujer que sufre depresión postparto.
Se puede argumentar que la maternidad es un concepto recurrente en la carrera de la joven actriz y es en los roles de madre donde más se destaca. Al menos así lo reconocieron las críticas de Mátate, amor, que elogiaron el trabajo de Lawrence como uno de los mejores de su carrera.
Apenas es un año mayor que Lawrence, pero Emma Stone, otra de las mujeres más exitosas de Hollywood, reconoció el trabajo de su compañera: “Si aparece un gato en pantalla, la mayoría de los espectadores va a prestar más atención al gato que a un actor, porque es más genuino. Jen tiene esa cualidad: Jen es el gato”. Para Stone no hay dudas: no hay nada de falso en el talento de Jennifer Lawrence, la mujer que está aprendiendo a volar sin quemarse las alas.
