“Aprovechando que ya estás semi retirado…»
-¡Claro! ¡Ahora puedo aprovechar que tengo más tiempo libre!
Jon Lee Anderson esboza una sonrisa que mezcla ironía, complicidad y un toque de fastidio. Catorce horas antes estuvo a punto de asesinar a un colega.
Esta entrevista comenzó a gestarse la noche anterior, cuando una de las leyendas vivas del periodismo contemporáneo evaluó arrojar a un incauto desde un cuarto piso de hotel.
El colega cometió un error que malquistó a Anderson. Sin asidero, le preguntó al icónico redactor de la revista The New Yorker, al autor de entrevistas señeras, perfiles excepcionales y libros de referencia, al corresponsal de las guerras más sanguinarias del mundo, al experto en conflictos internacionales qué hacía con su vida… desde que estaba “semi-retirado”. A los 68 años, con un viaje a Congo caliente aún en su pasaporte y tan activo como siempre, Anderson se lo quiso comer. O terminar con él.
El incauto, encima, no se percató de su error. O huyó hacia delante, lanzado a un carrusel de palabras sin ton ni son, ignorante del riesgo que corría en el balcón de la habitación 441 del hotel de Punta Cana donde la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) celebraba su 81ª Asamblea General y había convocado a Anderson como invitado especial.
Trump es un ser egoísta, narcisista, vengativo.Está desbaratando la institucionalidad democrática y el tejido social de Estados Unidos
La habitación era la de Carlos Fernando Chamorro, otro referente insoslayable del periodismo contemporáneo, forzado al exilio por la dictadura nicaragüense. Presenció la escena junto al maestro de generaciones de periodistas, el brasileño Rosental Alves, al columnista venezolano de El País y exeditor de Opinión de The New York Times, Boris Muñoz, y a quien esto escribe, que volvió a la carga con Anderson, catorce horas después, para hablar sobre Donald Trump y Javier Milei, sobre cómo el poder transforma a los líderes y del periodismo como frontera final entre la democracia y la oscuridad.
-Aprovechando la perspectiva que te da estar semi retirado y tener tiempo libre, ¿es este un buen momento para el periodismo?
-[Esboza una mueca y, de inmediato, se pone serio] Bueno, existe el cliché de que los peores momentos son los mejores momentos. Estamos rascando el barril de lo que fue el periodismo hasta hace décadas, pero también se están produciendo posibilidades nuevas. Lo que pasa es que no vemos todavía la luz al final del túnel. Está cambiando la estructura del periodismo, quizás inclusive su moral y ética, y ni hablar del comportamiento de los usuarios, que ya no son público sino consumidores. La pregunta fundamental es si seremos proveedores de contenido, términos netamente capitalistas, o si seguimos intentando hacer lo que hacemos como un servicio público. Los periodistas que intentamos plasmar una realidad sincera somos los baluartes de las democracias. Pero todo está en jaque ahorita.
-En ese contexto, ¿cuál es el mayor desafío? ¿Qué es lo que más te inquieta? ¿La dinámica de las redes sociales? ¿Las fake news? ¿La creciente polarización social?
-La más apremiante es el adueñamiento de lo que ahora se llama la plaza pública por los “Tecno Bros” [en alusión a los magnates de X, Facebook y Google, entre otras plataformas digitales]. Twitter, o ahora X, es la plaza pública para una gran mayoría del público. Esto ha desplazado al periodismo tradicional de los periódicos, la radio y la televisión. Ante las embestidas contra la democracia por parte de Donald Trump y sus emuladores, y por parte de los que se han adueñado de esta plaza pública, nos damos cuenta de que, más allá del cliché, somos una piedra en el camino al autoritarismo y, por ende, baluartes de la democracia. Tenemos que pelear duro para que no nos desborde y nos inunde el tsunami de fake news, de parcialización de la realidad y del infotenimiento.
Milei es un tipo extraño. Tuve la sensación de alguien muy solo y sin capacidad de ponerse una máscara para ocultar su verdadero yo
-¿Cómo seleccionas las coberturas, los temas o personas sobre las cuales escribís? Porque me consta que te preocupa el panorama actual, pero nunca has encarado una cobertura sobre los “Tecno Bros” o un perfil sobre Donald Trump, por ejemplo.
-Tengo mi nicho y mi área. He hecho incursiones, como un perfil de Javier Milei o inclusive un perfil de Noboa [por Daniel, presidente de Ecuador]. Si pudiera acceder a Trump, lo haría, pero no veo cómo; además, lo aborrezco. Donde he sido más crítico en torno a este tema es justamente en conversaciones, tertulias en público y entrevistas. Pero sí he hecho un perfil que toca esto: el perfil del juez Alexandre de Moraes en Brasil. Fue interesante porque De Moraes representa a alguien que se ha sacado la cabeza, primero en contra de Musk y en contra de la tiranía digital en ciernes. De Moraes ha tratado de tomar acciones para frenar los aspectos más malignos del bolsonarismo de ultraderecha en Brasil, que está en coordinación con la ultraderecha norteamericana y los Tecno Bros.
-También has llegado a afirmar que no descartás una guerra civil en los Estados Unidos, pero tampoco has abordado tu país como foco de cobertura…
-Me siento en vilo con mi país a partir del fenómeno Trump como nunca antes lo he estado. No descarto la posibilidad de ir a Estados Unidos y cubrirlo como un corresponsal extranjero. Lo que me tiene en vilo es un proceso dinámico de degeneración social y política a partir de Trump que está desbaratando la institucionalidad democrática, el tejido social, los sentimientos cívicos, y polarizando la población. Él ha sacado las costras de los prejuicios y enemistades que estaban soterradas, y ha dado oxígeno al racismo y la violencia. Por eso he dicho que no puedo descartar una posible nueva guerra civil en Estados Unidos, porque hace 150 años ese país tuvo una guerra civil violentísima. Y la consagración de Barack Obama como Presidente, que pensamos que era la cúspide, resultó ser el detonante, lo que activó a Trump y reanimó los fantasmas soterrados del país.
-¿Trump es un líder o es un síntoma que evidencia mucho que ya estaba ahí?
-Trump reúne ciertas cualidades. Es una figura grotesca. Muchos líderes de culto de secta son así: son absurdos y aparecen ridículos, como [Adolf] Hitler o Abimael Guzmán [por el fallecido líder de la guerrilla peruana Sendero Luminoso]. Mírale la cara a los que ponen las gorras MAGA [por “Make America Great Again”] en sus mítines y te das cuenta de que están embobados e hipnotizados. Sea por oportunismo mezquino o pecuniario o porque Trump les ofrece una manera de “sacar el clavo” [N. de la R: superar un mal], o porque están embobados, o una mezcla de todo lo anterior. Trump es un fenómeno; si se le aparta del escenario, el culto se diluye por sí mismo.
A veces la gente no se conoce a sí misma hasta que tiene poder. Entonces se convierten en seres resplandecientes o en matones
-Milei, Luis Lula da Silva, Vladimir Putin y tantos otros que has entrevistado o abordado en tus textos… ¿qué patrones ves en la forma en que el poder cambia a estos y otros líderes?
-El mismo poder. Casi siempre que tengo acceso a un líder les hago la misma pregunta sobre el poder. A veces la gente no se conoce a sí misma hasta que tienen poder y se convierten en seres resplandecidos o en bullies, en matones. Trump es un ser maligno. No se le puede reconocer alguna virtud positiva, algún gesto benéfico, o ser una persona magnánima. Es un ser egoísta, narcisista, mezquino, vengativo, malo. En el juego de la proyección de una ideología, uno se puede perder fácilmente, porque una vez que empiezas a derramar sangre o tener un poder abusivo, ahí te puedes perder. Trump nunca tuvo una virtud.
-¿Ves, por el contrario, algo positivo en Milei?
-Mira, él es un tipo extraño. Le hice un juego de nombrar líderes históricos. Tenía roña con la izquierda, como con Fidel Castro, pero le pregunté por Videla [por Jorge Rafael] y respondió “dictador sanguinario”. Es decir, no es alguien que desconoce la guerra sucia en Argentina. Tiene sus disparates, sí, pero dentro de lo que es un universo moral, un juicio moral, tiene cierta ancla. Su enojo con Castro era exacerbado, al igual que su veneración por Musk [Elon, empresario fundador de OpenAI y dueño de la empresa SpaceX y la red social X]. En el fondo, tiene raciocinio, tiene un color a tierra. Pero su vida personal descontrolada es lo que se le suelta de vez en cuando, como vemos a veces en el escenario.
-¿Cómo preparás una entrevista?
-Intento saber algo de las personas que abordaré: recurro a videos, libros o artículos que hayan escrito otros. Si son figuras de mayor trascendencia, recurro a libros de historia para entender el contexto político del país. A veces la ficción nutre. Casi siempre preparo una lista de unas 10 preguntas. Considero que con 10 preguntas puedes tener una buena conversación, un buen diálogo con un jefe de Estado. Claro que siempre intento que sean más preguntas, pero los secuaces siempre quieren que sean menos. Entonces, si puedes lograr seis o siete buenas preguntas e ignorarlos mientras te hacen así [hace el gesto de cortar la entrevista], estás bien. Intento, además, que no todas las preguntas sean puntuales, sino que vayan al personaje, al fondo de la persona. Y a veces me surgen algunas repreguntas durante la entrevista, como me ocurrió con Milei.
-¿Cómo fue eso?
-Entendí que… tenía una sensación intuitiva, quizás alimentada un poquito por algunos comentarios, que Milei tiene una singularidad e intenté llegarle por ahí: su soledad. Él es un tipo muy solo, algo que para un argentino quizás es un cliché, un lugar común, pero intenté entrarle por ahí y entendí que sí, que efectivamente es así. Le pregunté cómo es un día típico suyo y expresó que estaba totalmente entregado a descifrar la economía, a salvar el país. En ningún momento habló de hacer ejercicios, caminar con los perros u otras actividades. Bueno, salvo los domingos, que dijo que invitaba a unos amigos a su casa a mirar DVD de ópera. Y añadió que cuando dejara el poder, pasaría más tiempo con su hermana, con sus perros y si es que tenía, con su novia. Tuve la sensación de alguien muy ermitaño, muy solo, y sin capacidad de ponerse una máscara para ocultar su verdadero yo. Algo parecido me pasó con Karzai [por Amid, expresidente de Afganistán], entendí que estaba muy frustrado con su falta de potestad soberana, y cuando le pregunté sobre el poder se desenfrenó: “No me gusta el poder, aborrezco el poder”.
-¿Qué se mantiene igual y qué ha cambiado desde que arrancaste este oficio, en 1979?
-Sigue siendo lo mismo en el sentido de que siempre he querido entender cómo piensan y cuál es el nivel de justicia de los poderosos, de los que tienen poder. Vengo de la muchedumbre, no del poder; no tengo afán por inmiscuirme con el poder, es un afán de fiscalizarlo. El hecho de que algunos se sientan cómodos conmigo y me hablen se explica porque han llegado a sentir que sí entiendo el poder. Lo que ha cambiado sustancialmente es que hace 40 años existía una especie de escalera para ascender en nuestro oficio, una carrera, aunque nunca seguí esa ruta ortodoxa. No me gustó el framing de ese tipo de periodismo.
-¿Qué le dirías a un muchacho o muchacha que da sus primeros pasos en el oficio?
-Que tengan muy presente qué quieren, más allá de la carrera o de ganar plata: ¿para qué están en el periodismo? Hay que entender el porqué. El oficio conlleva cierto glamour y ofrece aparentemente cierta libertad de acción, por lo que es muy fácil confundirse. Hay muchachas y muchachos que me dicen que quieren ser corresponsales de guerra. Y mi respuesta es: “¿Estás seguro? ¿Sabés cómo es una guerra, todo lo que implica?”. Es importante pensar si lo que buscan es ser más relacionistas públicos o comunicadores sociales que periodistas. El periodismo atrae a ciertas personas que en otras épocas habrían sido misioneros, jesuitas, mercenarios, espías, diplomáticos.
-Por último, ahora que estás semi retirado, ¿qué es el periodismo?
-[Ríe] Es el canal, el fenómeno comunicacional que nos hemos creado los seres humanos para comunicarnos, más allá del diálogo personal oral. Es el contar cuentos, el narrar nuestra historia y buscar su independencia de pensamiento. Durante la Ilustración nos libramos de lo que era el ejercicio compartido del poder temporal y espiritual, política y religión juntas. El periodismo es lo único que corre aparte entre el poder y la muchedumbre. Por eso es una faja de transmisión tan importante y valiosa, que cuestiona los lugares comunes y desmitifica la mitología a veces nefasta. Está en constante evolución, no tiene el porvenir asegurado, pero también emociona. Porque con el periodismo te puedes sentir parte de un accionar humano y humanista.

EXPERIMENTADO CRONISTA DEL PODER
PERFIL: Jon Lee Anderson
Nacido en 1957, en California, Jon Lee Anderson creció entre Corea del Sur, Colombia, Taiwán, Indonesia, Liberia e Inglaterra, y desde fines de los años 70 concentró su atención en América Latina, comenzando como periodista del semanario The Lima Times, en Perú.
Cronista de reconocimiento global, entrevistó a grandes figuras de la política en todo el mundo, y cubrió las principales guerras de las últimas décadas, entre ellas la de El Líbano, Bosnia, Angola, Siria, Sudán, Irak, Somalia y Afganistán.
Ganador de múltiples premios como el Moors Cabot y Reporteros del Mundo, es profesor de la Fundación Nuevo Periodismo, fundada por García Márquez.
Ha escrito, entre otros libros, La tumba del león, La caída de Bagdad, Che Guevara: una vida revolucionaria, Los años de la espiral. Crónicas de América Latina y Aventuras de un joven vagabundo por los muelles.
Trabaja para la revista The New Yorker desde 1998, aunque sus textos también se han publicado en The New York Times, El País, Le Monde, The Guardian, Financial Times, Life, El Espectador y Harper’s, entre otros medios internacionales.
