“El futuro le pertenece”, escribió sobre su voz un importante diario de Salzburg que, si de algo sabe la ciudad de Mozart, es de música. Y el futuro se convirtió en presente. El presente brillante de Jonathan Tetelman como el tenor del momento. Una suerte de Rodolfo Valentino en la ópera actual. No solo por el tipo de estampa y todo aquello que encierra el término del Latin Lover que Hollywood acuñó para el galán italiano, rey del cine mudo, sino también por el pasado de una vida nocturna en los clubes de Nueva York.
Una analogía con el mito cinematográfico que de las fotos y la pantalla grande se traslada a los escenarios líricos y a una voz impactante que de barítono mudó a tenor “con sangre, sudor y lágrimas” y lo consagró entre los mejores de su registro. Por la pasión, la ternura, la flexibilidad y el “color dorado” de su bello timbre, por la elegancia y el brío dramático de sus actuaciones, y por la presencia que se impone como una estrella de cine en las producciones discográficas que difunde su sello (la famosa etiqueta amarilla Deutsche Grammophon), Jonathan Tetelman representa hoy el non plus ultra del héroe romántico.
“Soy un tipo fuera de lo común” es lo primero que afirma el cantante norteamericano de origen chileno que vive en Berlín junto a su esposa rumana y sus dos pequeñas hijas de tres años y seis meses de edad. Un tipo fuera de lo común, sin dudas y nada más cierto para comenzar. Nació en 1988 en la ciudad de Castro, la Isla de Chiloé. A los siete meses fue entregado en adopción a un matrimonio de Nueva Jersey, un abogado y una arquitecta estadounidenses que luego tuvieron una hija, su hermana menor. “Me eligieron a mí porque me querían”, dice sin atisbos de resentimiento, más bien con felicidad y gratitud.
A los ocho años, un maestro descubrió su talento para la música. “Hay que hacer algo con el potencial de este chico”, les advirtió el docente a los padres en un campamento de verano donde Jonathan se destacaba como integrante del coro, y ya desde entonces pedía “por favor” seguir la recomendación del maestro y anotarlo en una escuela dedicada al canto coral: la famosa American Boychoir School de Princeton, que le reveló la alegría del canto y le cambió la vida para siempre.
Aunque ese “para siempre” no se dio tan fácil. Después vino la universidad y la escuela de música en Manhattan, donde se graduó como barítono, y un momento decisivo en que todo cambió: la voz y él.
Del idilio del belcanto y los corales a cuatro voces pasó a las fiestas tecno en el solaz de la noche. De la poesía y los madrigales renacentistas, a la música electrónica en los pubs de Nueva York. Se convirtió en DJ, en promotor de clubes, de discotecas y diversión nocturna. “Conocí gente de todas partes del mundo. Aprendí a interactuar, a hablar, a reunir chicas hermosas, a llevarlas al club y a cenar, a dar paseos en limusina… Me convertí en un gran vendedor de la noche”, recuerda desde Munich, antes de su debut argentino con una selección de arias y canciones que presentará en el marco del exclusivo ciclo de recitales AURA el próximo domingo 17 en el Teatro Colón.
En este diálogo con LA NACION, el tenor repasa su trayectoria, el abrupto cambio de rumbo en el que casi naufraga su talento y el reencuentro glorioso en una apuesta a todo o nada, con una pasión que había alimentado de chico. “Un día llegué a mi casa y me dije: lo que estoy haciendo es una gran mentira. Lo que quiero de verdad es ser un cantante de ópera”.
–¿Cómo te gusta contar la historia de tu éxito?
–Con el hecho de que no hice la trayectoria típica. No seguí los pasos que cumple la mayoría de la gente en este medio. Básicamente el haber llegado a donde estoy sin seguir una línea recta. ¿Qué quiero decir con eso? Que no hice ninguna escuela especial, no seguí ningún programa de formación de cantantes líricos, no trabajé con los directores habituales, no tuve clases con el mejor maestro de canto… Todo lo que sea que hace el cantante tradicionalmente, yo no lo hice. Sin embargo, y creo que es lo más importante para mí, el canto estuvo siempre conmigo, desde el comienzo, porque fue algo con lo que conecté intensamente. De manera que hice lo que hice con lo que tenía a mano. Y me gusta destacarlo. Por otra parte, siendo chileno y norteamericano, recorriendo lugares diferentes y siendo como músico un “ciudadano del mundo”, es en la voz y en el canto donde encuentro mi lugar, mi espacio propio, mi hogar. Tengo una historia fuera de lo común y por eso no soy la figura convencional del medio clásico. Aun así, cuánto más rara, más original y diferente sea, mejor para contar ¿no?
–¿Qué te diferencia más allá del recorrido?
–¡La pasión! Porque soy un apasionado total en lo que sea que haga. Y porque es una pasión enorme la que me impulsa en esto, la que me permite lanzarme a la carrera que estoy haciendo. Soy ese tipo de persona determinada que, si quiere algo, lo tiene que conseguir. Y lo consigo. Soy así cuando me propongo algo. No paro hasta tenerlo. Me esfuerzo por alcanzar mis metas y no acepto excusas para conmigo. Eso me diferencia.
“Antes ponía el arte en el top de la lista y hoy ese lugar lo ocupa mi familia, porque me encanta compartir mi tiempo con mi esposa y mis hijas ¡aunque tenga que viajar siete horas con los bebés gritando en la parte trasera del auto, no cambiaría eso por nada del mundo! La familia que amo, el arte y mi música. Esa es mi vida y sin estas pasiones a las que me dedico, no sería nada. Estaría completamente perdido. Por eso, como te contaba al comienzo, si bien a mí me faltó todo lo demás, pude encontrar la energía y la pasión dentro de mí, una fortaleza que pongo en el canto para desarrollar la voz y convertirla en un instrumento. Y claro que veía a otros ganando premios y competencias, entrando a los programas para jóvenes artistas, consiguiendo los papeles en la universidad… Pues yo simplemente no hice eso. Tomé otro camino y aquí estoy».
–¿De qué manera lograste captar la atención para llegar a donde estás? Con contratos en los mejores teatros líricos, roles protagónicos, exclusividad con el sello discográfico más prestigioso del mundo, una colección de grabaciones notable, portadas de revistas y una agenda completa en los destinos de elite musical.
–Muchas veces, hablando con mi esposa y amigos que están en la actividad, tratamos de descubrir qué es lo que hice yo versus lo que han hecho otros para que, como cantante, eso que yo hice me condujera al éxito y eso que hizo el resto, no los llevara al mismo lugar. ¿Qué es lo que me hizo exitoso a mí y no a los otros? Creo que muchos ingredientes de la fórmula están en mis manos. Pero después hay factores que son un don, un regalo del cielo, y no están en poder mío, no dependen de mi voluntad ni decisión. De lo que uno pone: ser tenaz y exigente, buscar la perfección, esforzarse por la meta. Ese es el tipo de persona que soy, para cantar o para limpiar mi casa (risas). Cuando me propongo una meta, la cumplo con un perfeccionismo al máximo. Al margen de eso, obviamente tengo una voz distintiva, que no es un producto comercial ni se parece a la de nadie. Yo me dedico a encontrar mi sonido, a cantar con una voz propia, a interpretar los roles con mi carácter y personalidad. Y, por último, la imagen. Cuido mi apariencia porque me importa mucho lucir bien, hago ejercicio y trato de mantener mi mente estable. No se trata de una cosa sola, es un conjunto que para mí funciona y para otros no.
–Cuando aparece una voz rutilante se suele apelar a títulos como “la nueva Callas” o “el próximo Pavarotti”. ¿Es un halago o una presión que te presenten como “la voz más radiante desde la de Pavarotti”?
–Es un término ambiguo. Tiene algo de positivo y de negativo. La connotación negativa es cuando se refiere a la voz en términos del sonido. Es un error pretender replicar el sonido de Callas, Pavarotti, Corelli o cualquiera de esos grandes nombres. Lo tomo como algo negativo. Pero si a lo que se refiere es al tipo de emoción que despiertan, a si te hace sentir como ellos lo hacían, entonces sí es algo positivo porque se refiere al trabajo de la voz. A hacer sentir esas emociones que transmitían los gigantes de la ópera es a lo que aspiramos todos, a ser capaces de traducir un sentimiento atemporal.
–En la industria del disco se suele apelar a la etiqueta del latin lover como una marca frecuente para los tenores en el repertorio italiano. Claro que solo con el rótulo y la estampa no basta, hay que sostener la imagen con la voz y el contenido. ¿Te sentís cómodo en ese papel?
–Realmente no me asocio a lo que representa esa imagen. Más bien me siento lo contrario: un poco nerd y bastante obsesivo. No me identifico en lo personal, pero puedo entender de dónde viene porque en la ópera realmente han sido pocos los tenores guapos. En general, el tipo pintón en el escenario se da más en el barítono que en el tenor. Un Mario Del Mónaco o un Franco Corelli, hoy un Jonas Kaufmann y durante bastante tiempo Plácido Domingo e incluso José Carreras, fueron tipos apuestos que con la proyección de su imagen marcaron una diferencia y facilitaron la publicidad del género y su llegada al público porque en la ópera no solo te escuchan ¡también te miran!
–Decías que tu cambio de cuerda de barítono a tenor fue un trabajo que costó sangre, sudor y lágrimas. ¿Qué implica ese esfuerzo en el canto?
–Mucho de autodidacta. Hay cosas que tuve que aprender por mi cuenta, que no me las enseñaron en la escuela ni las aprendí con un maestro. Por ejemplo, la forma en que estudio un texto, lo memorizo y lo interpreto. Esa práctica la hice solo. Estoy aprendiendo todo el tiempo a leer poesía y a inspirarme con el libreto, que es una parte importantísima de este métier, más allá del aspecto vocal, por supuesto. La voz está evolucionando todo el tiempo. Uno no dice “tengo la técnica y listo, ahora canto”. La voz cambia con la edad, la alimentación, la temperatura, la humedad, la forma en que se duerme… La voz es un instrumento muy temperamental y difícil de controlar en función del entorno. Por eso hay que descubrir cómo manejarla correctamente. Luego, hay muchas tentaciones en esto. Hay ofrecimientos a los que uno debe resistirse para no cometer errores: no aceptar roles que no se deben cantar.
–¿En qué se enfoca tu estudio de la poesía y el libreto?
–En la capacidad de poder vivir con ese texto. De dormir con ese texto y convertirlo en parte de lo que soy. No se trata de simplemente tomar la partitura y leerla. Es mucha información que se recibe al mismo tiempo entre música y letra. Hay que leer y traducir cada palabra, comprenderla, hacerla propia, vivir y respirar en cada una porque ya de por sí contienen sentimientos y emociones. La música llega después. La música es un reflejo, es la proyección de aquello que se está diciendo. Creo que a menudo se malinterpreta al decir que primero está la música. ¡No! Es al contrario. La letra está primero. ¿O acaso no fue así para el compositor? Leyó el texto y su música fluyó después. Es lo mismo que tiene que suceder en nosotros cuando cantamos.
–¿Cómo distingue el público un trabajo profundo de otro superficial?
–Hay dos tipos de actuaciones: la actuación para el público y la actuación para uno mismo. Uno tiene que encontrar su sentido, su significado en el escenario y eso no puede incluir la perspectiva del público. Por supuesto que es importante, compró su entrada y vino a disfrutar del espectáculo, pero el cantante tiene que estar allí por un propósito propio. Y si no tiene una razón profunda, lo que hace es un mero entretenimiento.
–¿Te faltaba esa razón profunda siendo DJ? ¿Soñabas con la ópera mientras trabajabas en las discotecas de Nueva York?
–Ser DJ es parecido a convertirse en un cantante de ópera en el sentido de que no te despertás un día y afuera te esperan un montón de conciertos. No funciona así. De hecho, la mejor lección que obtuve de ser DJ fue que tenía que convertirme en un emprendedor. Salir a buscar contactos, conseguir conciertos, entender la vida nocturna y convencer a otros para que arriesguen en mí. Empecé en el tercer año de la universidad descargando programas para producir música. ¡Y me volví bueno en eso! Empecé a trabajar con otro chico, a producir canciones juntos y pasar música en clubes neoyorquinos. Yo hacía la promoción, traía gente y nos pagaban a porcentaje entre un 10% y 15% de la recaudación de barra.
“Fui DJ residente en cuatro night clubs y trabajé regularmente en la escena neoyorquina durante unos años haciendo aperturas y cierres. Estaba muy metido en la cosa. Era divertido, me veía en el futuro saliendo de gira o siendo DJ de un festival. Promocionaba clubes seis días a la semana desde las 9 de la noche hasta las 5 de la mañana. Era un estilo de vida muy diferente. Conocí gente de todas partes del mundo que llegaba a Nueva York para salir y divertirse. Y me sirvió de joven para aprender a interactuar y hablar con la gente, a reunir chicas hermosas, a llevarlas al club y a cenar, a dar paseos en limusina… Aprendí a vender. Y me convertí en un gran vendedor de la noche.
–¿Cómo hiciste ese cambio de vida tan grande hacia la ópera?
–Un día llegué a casa y me dije: me estoy mintiendo a mí mismo. Les dije a todos que en realidad yo quería ser un cantante de ópera ¡Y que iba a ser un cantante de ópera! Que iba a cantar en todas partes, que iba a hacer esto y aquello… Les dije que lo que estaba haciendo era una gran mentira, que ya no sería DJ y que tampoco trabajaría en los clubes ni en la noche. Me faltaba algo que había sido esencial: la música. Así que me busqué un trabajo de camarero y mi abuela me ayudó a pagar las lecciones de canto. ¡Tomé de a dos lecciones por semana, cada día con un aria nueva! Así me enfoqué con mi disciplina tremenda y cambié completamente porque quería esto más que nada en el mundo.
–¿Fue difícil?
–Claro que sí. Tuve una crisis y me sentí perdido. No podía vislumbrar el futuro. Estaba completamente solo y desorientado, como si no hubiera nada a mi alrededor. Mi voz había cambiado así que necesitaba empezar de nuevo, volver a establecerme porque pasé de barítono a tenor y eso no fue fácil. Me sentí decepcionado. ¡Las escuelas me decepcionaron! No encontraba mi lugar en la sociedad ni nada que pudiera hacerme sentir bien. Pero lo superé y crecí.
–¿Dónde encontraste la motivación para perseverar en tu rumbo?
–No es fácil de contar… Cuando empecé a hacer audiciones y anotarme en las competencias recibía críticas y rechazo. No relativas a mi voz ni al canto, ni siquiera a la técnica. Me hacían comentarios relacionados a mi aspecto físico, algo velado respecto de cómo lucía. Como si me dijeran: Tenés una voz muy linda, pero sos demasiado guapo para esto. O tenés mucha pinta, ni lo intentes. No te lo vamos a permitir. ¡Lucís demasiado bien! ¡Ya está! Y realmente me decepcionaba ese tabú, ese prejuicio, porque si no era por esa vía, no sabía por dónde empezar una carrera.
“Además, me resultaba contradictorio que en un mundo donde la imagen lo es todo, tener justamente buena imagen me jugara en contra. Pero como me gusta ganar por mis méritos, esa barrera me hizo retroceder y replantearme las cosas. Esa fue la motivación, lo que me obligó a ser más competitivo y a desarrollar otras fortalezas porque me concentré en ser mucho más y mucho mejor. Cuando era DJ lo que me daba satisfacción era que la gente se sintiera bien conmigo, que estuviera feliz y en paz. ¡Y me tomó tanto tiempo descubrir que la alegría que quiero transmitirle a los otros está en mi voz cuando canto!
–¿Algo que habías experimentado de chico?
–Yo no vengo de una familia de músicos. Mi padre, abogado para una empresa de trabajo social. Mi madre, arquitecta en el ámbito hospitalario. Pero ellos se dieron cuenta de mi interés por el canto ya desde primer grado, cuando me inscribí para integrar un coro y luego cuando fui a un campamento de verano. Un profesor la llamó a mi mamá y le dijo: tenés que ocuparte de esto porque tu hijo tiene algo especial con el canto. Yo tenía ocho años. El profesor le habló de la American Boychoir School en Princeton, un internado de canto coral que estaba cerca de mi ciudad, que tiene actividades académicas y deportivas, pero también hace giras por todo el mundo actuando con las Filarmónicas de Nueva York, San Francisco y Boston. ¡Por favor —le pedí a mi madre—, esto es lo que quiero! Para ella era raro, pero lo aceptó. Y me mandó a esa escuela donde me enamoré del canto y me cambió la vida para siempre.
–¿Con qué personajes del repertorio te identificás preferentemente?
–Con Cavaradossi de Tosca. Me veo reflejado en ese joven que es un artista, un amante, un político, un hombre de verdad que habla y dice las cosas, que se mete en problemas, que es devoto de todo lo que ama. Es un gran personaje. El otro que me gusta es Werther. Lo hice poco, pero me agrada el muchacho vagabundo que sale de la nada y se enamora como un loco de una chica que no puede tener. Es una historia maravillosa ¡excepto por el suicidio, por supuesto! Una historia con la que todos podemos identificarnos porque un amor no correspondido forma parte del viaje de cada hombre en la tierra.
–Entre las virtudes de Cavaradossi mencionaste su compromiso político. ¿Tenés una posición definida? ¿Cómo ves la situación actual en los Estados Unidos?
–Creo que cada país tiene sus momentos buenos y malos, sus etapas mejores y peores. Pero lo que veo difícil en este momento es la falta de unidad que sentimos los norteamericanos entre nosotros. Hemos perdido la unión, el amor y la alegría compartida como país. Si me detengo a pensar por un instante, hay una gran mayoría de gente que está viviendo una vida llena de problemas graves. En realidad, nadie tiene las cosas fáciles, excepto los millonarios, claro. Necesitamos un poco de entendimiento y de empatía para convivir con el otro. Siento que hay odio. Veo una negatividad enorme. Veo mucha ira en todas partes. Una ira latente que es como un veneno. Hay mucho odio y enojo en los Estados Unidos. Algo horrible de lo cual he alejado a mi familia porque quiero que mis hijas crezcan en un entorno en el que sientan amor, cuidado y afecto.
–Además de la Argentina y tu debut en el Teatro Colón, irás a Perú y a Chile. ¿Cantarás por primera vez en tu país natal?
–A los 16 años la acompañé a mi madre que fue a Chile por trabajo, pero solo cinco días. No tuve tiempo de asimilar nada. Entonces este viaje es como la primera vez. Yendo además con mi propia familia ¡las únicas dos personas en el mundo con las que comparto un lazo de sangre, mis dos pequeñas hijas! Y estoy feliz de compartir este viaje con ellas.
–¿Te resulta un fastidio de la profesión recibir periodistas y responder tantas preguntas?
–(risas) Rara vez me resulta un fastidio. Más bien al contrario, es una parte interesante de mi trabajo cuando me obliga a pensar en cosas que de otra forma jamás me hubiese planteado.
–La última: ¿la adopción ha significado algo conflictivo en tu vida?
–Realmente no. Porque desde que tengo memoria yo supe que era adoptado. Mis padres nunca lo mantuvieron en secreto. De hecho, tengo una hermana menor con la que crecimos sabiendo que yo era el hermano adoptivo. Nunca fue una preocupación para mí porque mis padres fueron esos. Y lo que entendí es que ellos me eligieron porque me querían. ¡Me eligieron! Pienso que es un error cuando los padres no lo cuentan. A veces, pero no me ocurre todos los días sino solo cuando se presenta el tema como ahora con esta pregunta, pienso en mi familia allí. Pienso quiénes serán, cómo serán… Simplemente no los conozco, no tengo antecedentes y creo que la ley establecía una adopción cerrada por la cual nadie tiene permitido saberlo. Aun así, si algún día yo encontrara a mi familia biológica, pienso que sería genial, que estaría abierto a saber quiénes son y a conocer de dónde vengo porque hay una parte de mí que se conecta con Chile. ¿Sabés que siempre estuve orgulloso de eso? Aunque no sepa exactamente qué significa, me siento feliz de haber nacido allí.