Desde que se convirtió en papá, en diciembre de 2023, José María Muscari (48) es un hombre plenamente feliz. Y, aunque la historia del director de teatro y su hijo, Lucio González Muscari (17), comenzó bastante antes de esa fecha –cuando el adolescente publicó un video conmovedor en el que pedía ser parte de una familia y José María se candidateó para adoptarlo junto a otras ciento cuarenta familias–, se convirtieron en padre e hijo recién cuando la doctora Carolina Macarrein, titular del juzgado 4 de Familia, Niñez y Adolescencia de Corrientes legalizó la adopción con su firma, el 18 de ese mes de diciembre. Una semana antes de Navidad, la primera Navidad que pasaron juntos. A partir de ahí, los dos iniciaron un proceso marcado por el amor, el deseo de conocerse a fondo, comprenderse y comunicarse, que discurrió de manera natural y, un año y medio después, celebran haberse encontrado y elegido. De todo eso, los desafíos de la paternidad, los límites y la educación de un hijo adolescente habló Muscari –que hoy tiene tres exitosas obras en cartel, Sex, Sex la obra e Irreverentes– con ¡HOLA! Argentina.
–¿Siempre tuviste el deseo de ser papá?
–El deseo de ser papá siempre estuvo presente en mí, porque a mis veintipico me acerqué a Ruaga (Registro Único de Aspirantes a Guarda con Fines Adoptivos) para preguntar cómo era el mecanismo de la adopción. Por supuesto era otra Argentina, con otras leyes de adopción, y en ese momento me resultó inaccesible. Por un montón de cosas sentía que yo ranqueaba muy abajo… por ser hombre, gay, solo, por tener una economía endeble. Así que dejé la idea para más adelante. Y un día sucedió.
–¿La paternidad resultó más fácil o más difícil de lo que imaginabas?
–Fue más fácil de lo que imaginaba. Pero a mí no me gusta romantizar el concepto de la adopción y soy consciente de que tengo un hijo muy particular: mágico, muy sano, muy buena onda. Creo que ese prejuicio que hay alrededor de adoptar a un adolescente o a una persona ya formada en este caso es como a favor, porque si bien Lucio es una persona que ya tiene educación y que sabe que hay otro montón de cosas que las va a ir adquiriendo con el tiempo y conmigo, es también una persona pensante, autónoma, que quiso ser adoptada.
–De hecho, él fue parte activa de este proceso.
–Claro, todos los niños, a partir de los 8 años, forman parte de la decisión final de qué familia los va a adoptar. Por lo cual él no estuvo obligado a nada de esto que hoy le pasa, sino todo lo contrario, fue una elección. Y creo que eso se ve, aflora en el vínculo.
–¿Le costó adaptarse a tu familia?
–Fluyó de entrada. Inmediatamente que llegó, festejamos Navidad, Año Nuevo, y nos fuimos de vacaciones con la familia a Mar de Ajó. En general, la familia viene una vez por semana a comer a casa, o nosotros vamos a la casa de mi tío Beto, o a lo de mi mamá… Tenemos bastantes rutinas familiares. Ayer, por ejemplo, hicimos una choripaneada con todos, que somos quince, que hablamos y gritamos a la vez, una familia muy italiana, y él está superintegrado.
–¿Es cierto que cuando te eligió no sabía quién eras?
–Sí, es cierto. Él no supo quién era yo hasta que me conoció y empezó a ver que la gente me sacaba fotos por la calle. Aunque, en realidad, se dio cuenta de que algo raro pasaba conmigo porque un día le preguntó a la jueza si podía hablarme por redes sociales, y la jueza le dijo que sí, pero que yo no le iba a contestar, porque tenía muchos seguidores. Entonces él se metió en mis redes, vio que tenía como 500 mil seguidores y me empezó a preguntar: “¿Vos qué hacés?”, “¿por qué te sigue tanto la gente?”, y ahí empezó a conocer un poco más sobre lo que es ser director de teatro, que tampoco es una profesión tan habitual, porque ser actor es fácil de explicar, pero director de teatro no es tan fácil de explicar.
–¿Cómo manejás con Lucio el tema de los límites?
–Si te dijera que tuve que luchar con los límites, te estaría mintiendo. No es un adolescente al que yo tenga que insistirle para que estudie, por ejemplo. No. Quizás lo veo muy colgado con la Play y le digo: “Che, hacé la tarea así te liberás del tema”, pero no más que eso. Es un adolescente muy orgánico. No es apasionado por el estudio, pero tiene claro que la escuela la tiene que aprobar, y que es mejor hacerlo lo antes que se pueda y con la menor cantidad de problemas posible. Quiere ser piloto de avión.
–¿Por qué elegiste una escuela pública?
–Porque yo soy egresado de una escuela pública y porque averigüé por un par de colegios que, si bien yo los podía pagar, me parecieron muy caros, entonces pensé: “¿Quién puede pagar esta escuela?”, “¿quiénes van a ser sus compañeros?”. No quiero que lo único que conozca sea gente de alto poder adquisitivo porque Lucio conoce un montón de gente de poder adquisitivo alto, por mí y por mi trabajo, entonces la escuela pública le iba a dar cierto equilibrio en ese sentido. Y no estoy arrepentido. Él venía de Corrientes, tenía que afrontar un montón de cambios, nueva ciudad, nueva familia, nuevos amigos, nuevo padre, y no quise que tuviera que sumar, además, la presión de una escuela privada que andá a saber qué nivel de exigencia manejaba. Así que traté de averiguar cuáles escuelas públicas del barrio tenían buena reputación, elegí esta y lo anoté. Yo estoy chocho y él está contento.
–¿Cómo se lleva tu hijo con tener un padre famoso?
–Muy bien, lo vive con naturalidad. Me paran por la calle, me sacan fotos, muchas veces lo reconocen a él y nos sacan a los dos, y él lo toma con mucha normalidad.
–Cuando Lucio recién llegó a tu vida, ¿cómo compaginaste la paternidad con tus obligaciones profesionales?
–Apenas lo adopté, me tomé ocho meses de un parate bastante total en mi trabajo. Si bien mis obras continuaban en escena, lo único que hice fue acompañarlas, nada más. Ahí hubo una decisión mía más emocional, porque él venía de un derrotero difícil, de ocho años adentro de hogares, entrando y saliendo, con familias de paso, y sentí que no estaba bueno adoptarlo y que viniera a una vida en la que no estoy en todo el día. Porque no hay otro, otro papá o una mamá con el que comparto la paternidad y que, si yo me voy, se queda con él. Así que los primeros ocho meses estuve todo el tiempo en casa. Incluso, los primeros tres, diciembre, enero y febrero, que fueron de vacaciones, fueron de una gran adaptación para los dos. Creo que fue muy importante ese tiempo de poner en pausa el trabajo, tanto para él como para mí.