Ya se hace cada vez más una costumbre encontrarse con Juan Minujín fuera de la Argentina, en alguna capital del mundo, comprometido con propuestas audiovisuales (cine, sobre todo) de alcance internacional. Desde que apareció hace una década hablando en inglés junto a Will Smith y Margot Robbie en Focus, proyecto de alto perfil íntegramente estadounidense filmado en Buenos Aires, el actor argentino fue encontrando en otras geografías un espacio de reconocimiento que alcanzó hace poco una de sus cumbres.
El año pasado, Minujín se sumó en uno de los papeles protagónicos al más reciente proyecto de Angelina Jolie como directora, Without Blood (Sin sangre), una coproducción entre Italia y los Estados Unidos basada en la muy difundida novela de Alessandro Baricco (hay edición en español, de Anagrama) y filmada en los legendarios estudios Cinecittá, de Roma, y otros exteriores de la región de Lazio. Todavía no tiene fecha de estreno en la Argentina.
El mano a mano de Minujín con LA NACION transcurre en Madrid y en la víspera de los Premios Platino, ceremonia de la que fue uno de los presentadores. Por esas mismas horas se desarrollaba en Roma el funeral del papa Francisco, a quien el actor argentino personificó en sus tiempos de juventud, cuando Jorge Bergoglio todavía no había recibido la ordenación como sacerdote jesuita. Lo hizo en Los dos papas (2019), del brasileño Fernando Meirelles, junto a Anthony Hopkins (Benedicto XVI) y Jonathan Pryce (Francisco), ambos nominados al Oscar por ese film.
“El día que murió el Papa me llamó un montón de gente y no atendí a nadie porque la noticia me apenó mucho. Y eso que en mi historia no hay un solo católico, vengo de una familia de judíos y de drusos. Yo no tengo nada en mi vida identificado con la religión. Cuando me convocaron para personificarlo reconozco que empecé con algunos prejuicios, pero a medida que fui encontrando gente que lo conoció, que estudió y trabajó con él me di cuenta que era una persona muy especial”, señala.
-Seguís conmovido.
-No sé si vamos a volver a encontrar una voz global de la calidad y de la lucidez de Francisco. Al verlo en sus viajes a Bolivia, a Brasil, a Lampedusa y a tantos otros lugares vi a alguien que de verdad se puso del lado de los desamparados y de las personas que el sistema va expulsando para todos lados. Esa es una agenda que a mí también me interesa.
-¿Venís de filmar una película aquí en España?
-Sí, en el País Vasco. Estuve allí unas seis, siete semanas. Se llama Los domingos y la dirige Alauda Ruiz de Azúa, una directora vasca que hizo una serie buenísima llamada Querer. Fue una experiencia hermosa. Ahora vuelvo a la Argentina y estamos por arrancar con la segunda temporada de Coppola, el representante. La vamos a filmar entre Buenos Aires, Montevideo y Nápoles de nuevo con Ariel Winograd como director, con el mismo equipo de guionistas y la misma productora, Pampa Films.
-¿Qué se puede anticipar de este regreso?
-En principio que estamos embarcados en esto, lo demás no lo puedo contar. Coppola es un personaje que siempre tiene algo más para dar. Tuvo una vida muy divertida, muy extravagante, con muchos altibajos. Como actor, este personaje es una de esas joyas que a veces aparecen. Personificarlo es un placer infinito.
-¿Es el personaje que más satisfacciones te dio en cuanto a la respuesta de la gente, el más popular de todos?
-No lo sé. Haber hecho El marginal me dio muchas satisfacciones. Todo es tan dinámico que pareciera que te hablo del siglo pasado, pero en la época de las series, de las tiras y las comedias diarias como Viudas e Hijas y 100 días para enamorarse me pasó algo parecido. A la televisión yo entré de grande, pero siempre tuve la suerte de hacer personajes que me reportaron mucho.
-¿Extrañás esa época? ¿Es un tiempo que no va a volver?
–No lo sé. Pero hay algo que seguro no vuelve más: eso de sentarnos a una determinada hora todos juntos a ver algo en la tele. Lo comento con mis hijas y les parece una cosa de ciencia ficción. Ver un programa a cierta hora y después no poder verlo más. Después llegaron las últimas cosas que hice para Telefé, sobre todo, y para Canal 13. A esas sí la gente podía verlas a toda hora, porque más tarde llegaban al streaming, y seguían teniendo allí un diálogo muy fuerte con lo coyuntural, con lo actual. Te doy un ejemplo.
-¿A ver?
-Cuando estábamos haciendo 100 días para enamorarse se debatía la ley de interrupción voluntaria del embarazo y nosotros hicimos dos o tres programas aludiendo a ese tema. Salieron al aire una semana antes de la votación. Y como eso pasaron otras mil cosas. Desde ese lugar yo extraño mucho las tiras. Eran muy potentes.
-¿De qué forma?
-Como estímulo e inspiración para un actor. Nos daban mucha libertad. A pesar de la vorágine, de la poca preparación y de salir a la cancha con lo que teníamos. Había que estar muy atento para encontrar la precisión necesaria en medio de esa cosa tan rápida. Hemos hecho allí programas muy divertidos, improvisados y siempre muy dinámicos.
Impacto global
-Ahora estás en otra etapa y en un juego de ida y vuelta entre las producciones para el streaming y las películas, proyectos que además te llevan a lugares inesperados.
–Atrapados, la serie de Netflix, por ejemplo. Desde que arrancó tuvo un impacto global descomunal, y lo sigue teniendo no tanto por el volumen de millones de horas de visualización. Lo que más me impresiona es el alcance.
-Hasta dónde puede llegar un estreno global a través del streaming.
-En toda América y en Europa se mantuvo durante semanas en el Top Ten global. Pero lo más sorprendente es que al mismo tiempo aparecía arriba de todo en varios territorios de África, del sur y del centro de Asia, en Australia. Es algo sobrecogedor, muy fuerte porque sigo pensando que la serie en el fondo es algo muy chiquito que hicimos entre nosotros, en Bariloche, con Fernán [Mirás], con Soledad [Villamil]. A esa cosita pequeña el poder de las plataformas lo expande de manera impresionante.
-Imagino que también influyó en esa repercusión el nombre de Harlan Coben, el autor de la novela original.
-Ni hablar. Es el jugador global que teníamos. Y también influyó el género, que de todas las ficciones es lo que más y mejor viaja por el mundo. Aunque en la mayor parte del mundo nos ven doblados, al mismo tiempo Atrapados no deja de ser un contenido en el que, más allá de la trama, se habla de Bariloche y de una realidad social de nuestro país y de la región marcada por una disparidad social tremenda. No es algo neutro o híbrido. Cuanto más específica y local es la propuesta más va a viajar.
-Después de trabajar en algunas producciones internacionales más importantes, ¿se abrieron para vos más puertas en el exterior?
-Ese espacio se me fue abriendo muy de a poquito. Mi sensación es que las oportunidades fueron llegando a partir de la perseverancia en el trabajo más que por el boom de algo específico. Todo lo que hice afuera empezó haciendo casting: Focus, Los dos papas, la película de Angelina.
Con Angelina
-Tuviste el año pasado uno de los papeles protagónicos de una película dirigida por una de las grandes estrellas del cine mundial. ¿Cómo fue participar de Sin sangre?
-Fue una experiencia extraordinaria desde todo punto de vista. Trabajar con Angelina fue algo muy enriquecedor.
-¿Cómo definirías a Angelina Jolie?
-Es una mujer muy inteligente y una artista muy sensible. Tiene una mirada clara y potente de los procesos globales, de los refugiados, de los migrantes forzados, de los desplazados. Es una gran activista, y como autora su cine está atravesado todo el tiempo por la temática de la guerra. En los Balcanes, en la Segunda Guerra Mundial o en esta historia que cuenta lo que pasa en una especie de posguerra, donde ya no hay prensa ni ayuda humanitaria pero la devastación sigue y no afecta solo a lo material. Es lo que también dice Baricco en la novela.
-Hablás de las cicatrices que deja la guerra.
-Más bien de las heridas que persisten y permanecen por años y por décadas afectando la psiquis, todo lo afectivo. Angelina es una directora espectacular, muy cercana además. Se nota que es actriz porque tuvo con nosotros una comunicación excelente. Como tiene mucha libertad para pensar las escenas, te libera y te estimula a la hora de actuar. Nosotros ensayamos con cámara, un sistema que me gusta mucho.
-Hiciste esta película con una gran estrella, pero en el fondo Sin sangre es una producción independiente.
-Con Salma Hayek y Demián Bichir como protagonistas. Como Angelina, son figuras muy reconocidas en Hollywood. Por suerte todavía quedan nombres de altísimo nivel que quieren seguir haciendo cosas más autorales.
Momento bisagra
-Te encontrás en este momento frente a la oportunidad de desarrollar una carrera global. ¿Cómo se para un actor argentino cuando enfrenta esta realidad?
-Este es un momento bisagra y complejo a la vez. Hay algo que nos está empujando como nunca antes hacia una narrativa más estandarizada y preformateada. Cuando queremos salir de ahí se nos hace muy difícil encontrar financiamiento y sobre todo encontrar público. Los cines ya se convirtieron en algo anecdótico. Estamos en Madrid, una de las pocas ciudades en las que todavía se puede ver cine de autor porque encontrás cada diez cuadras siempre alguna sala de 20 personas. Pero en nuestra región, en las grandes ciudades latinoamericanas como Buenos Aires, San Pablo, Ciudad de México, Bogotá, eso no existe más.
-¿Ves alguna salida?
-Todavía nos quedan algunos espacios. En Buenos Aires tenemos la sala del Malba, donde pasan películas a sala llena que se mantienen meses y meses. Esa es la manera de seguir haciendo algunas cosas. Pero como te decía, la narrativa está en un camino muy preformateado. Y los grandes complejos que exhiben en el circuito comercial nada más que las películas que ese sistema busca. Además, en este momento, tenemos que enfrentarnos en la Argentina a la falta de apoyo estatal, algo gravísimo.
-¿Tenés posición tomada sobre esta cuestión?
-Hoy por hoy, la cantidad de rodajes que deberían estar haciéndose en la Argentina y se mudaron a Uruguay es escandalosa. Me parece genial para Uruguay y lo ideal sería que podamos tener un ida y vuelta permanente. Pero la realidad es que hoy todo lo que no se puede hacer en la Argentina se va a Uruguay y eso me entristece muchísimo porque los equipos técnicos se quedan sin trabajo, lo mismo que los actores que aprendían a hacer cine con pequeños papeles, eso que conocemos como bolos. Eso ya no está y yo confío que va a volver, porque el cine y la televisión son los espacios que nos relatan. Allí es donde elaboramos nuestra propia historia.
-En 2011 debutaste como director con Vaquero, una película muy bien recibida. ¿Tenés ganas de volver a dirigir?
-Hay algo, pero por ahora va lento. Estoy escribiendo una nueva película con Facundo Agrelo, con quien había hecho Vaquero. Me acuerdo que la presentamos por primera vez en Toronto, al que volví con Los dos papas y ahora de nuevo con Sin sangre. Es un festival que me trae los mejores recuerdos.
-¿Cómo te sentís en este momento de tu carrera?
-Acá en Madrid me reencontré con Alfredo Castro, un enorme actor y un amigo desde que hicimos juntos El suplente. Nos cruzamos todo el tiempo, aquí y allá. Al ver su carrera me digo que yo quiero algo parecido. Hacer proyectos que me gratifiquen, encontrar personajes que me den ganas de interpretar. Coppola, por ejemplo. Y trabajar con gente que me gusta: Ariel Winograd, Vanessa Ragone. También tengo mucha curiosidad por ver cómo es trabajar afuera, en España, en México, en los Estados Unidos, en África. Si tuviese otra vida seguramente me dedicaría a filmar documentales o estudiar piano. Tengo muchas cosas para hacer.