En la historia de amor de Juan Minujín y Laura de la Vega no hubo flechazos y nada fue apresurado. Se conocieron en una reunión y fueron amigos durante casi una década antes de tener una relación de amor. Luego de un breve noviazgo, se casaron en el 2002; cuatro años después nació su primogénita, Amanda, y en el 2009 llegó Carmela. De perfil bajo, Minujín no suele hablar de su vida privada porque es de los actores que piensan que el trabajo es trabajo y el resto se vive puertas adentro. Sin embargo, en distintas entrevistas contó algunos detalles de su intimidad a lo largo de los años.
Una primera cita difícil
La primera cita no salió del todo bien, pero pudieron remontarla y dio sus frutos: se dieron el primer beso. Y entonces ya no se separaron más. “La encaré yo, la invité a ver una película a mi casa, un VHS. Era una película con Sean Penn que era un bajón, tristísima; me parece que era Mi nombre es Sam. No sabía que era tan tremenda cuando la propuse, y remontar ese momento fue durísimo”, contó en No está todo dicho, el programa que Guido Kaczka conduce en La 100. Pero salió airoso: “Creo que empecé haciéndole un masaje, un elogio al pelo, y finalmente la besé“.
Cuando se conocieron él estaba dando sus primeros pasos como actor y ella acababa de recibirse de psicóloga, profesión que ejerce hasta hoy. Así las cosas, ella entendió perfectamente el trabajo de su pareja y jamás le hizo una escena de celos. “Laura es muy relajada, nada celosa, y sabe que en mi trabajo se plantean situaciones amorosas porque el guion lo exige. Nunca se le ocurriría hacerme una escena de celos o un reclamo; no es su estilo… En general siempre converso mucho con ella los personajes, porque tiene una mirada interesante sobre lo que les pasa”, contó hace unos años en LA NACION.
“No hoy claves ni fórmulas, pero puedo decir que nos llevamos muy bien, nos divertimos mucho, somos dos personas tranquilas que hablamos todo, y eso hace que los conflictos se desarmen bastante rápido. Todavía sentimos mucha curiosidad el uno por el otro… Creo que, tal vez, esa es una clave. Por suerte, formamos una muy buena dupla y aprendimos a encontrar un equilibrio entre lo laboral y lo familiar“, señaló el actor al ser consultado acerca del secreto para mantener viva una relación de 25 años.
Lo primero es la familia
Dice que cuando vuelve de trabajar y cierra la puerta de su casa, los problemas laborales quedan afuera y el tiempo y la dedicación es solo para la familia. “Me gusta disfrutar de mi tiempo libre en casa. Siempre intento priorizar el tiempo con mis hijas y mi mujer. Cuando eran más chicas, llegaba a casa de grabar y me están esperando. Entonces hacíamos los deberes de la escuela, buscábamos los mapas que necesitaban para el día siguiente y jugábamos. Esa etapa pasa muy rápido y era consciente ya de que en algunos años yo ya no iba a ser su mejor programa. Por eso siempre trato de aprovechar el tiempo al máximo, sin dispersarme. Para mí, el trabajo es mi cable a tierra y la familia es el lugar de expansión, de delirio y pura diversión”. Y también contó cuánto disfrutan de las vacaciones: “Nos encanta viajar. Hace un tiempo fuimos a Costa Rica los cuatro y la pasamos genial. Otra vez recorrimos Andalucía en auto y fue espectacular. A mí me fascina viajar y, por trabajo, me tocó conocer países a los que a lo mejor no me iría de vacaciones. Un año, por ejemplo, fui a Mónaco y me encantó conocerlo”, se entusiasma.
Pero no todo es diversión: a la hora de poner límites, tanto Juan como su mujer se hacen cargo. “Poner límites es una tarea compartida, como todas las de la crianza. Pero soy un papá que trata de no dar órdenes arbitrarias, sino que intento llegar a un acuerdo, sin autoritarismo. Por otra parte, tampoco soy culposo porque considero que es un sentimiento que te paraliza y, a la vez, es muy tóxico. Creo que es clave tener en cuenta la opinión de los hijos y no quedarse en esa idea de que ‘los chicos, a la larga, se acomodan a todo’, que mucha gente repite y es verdad, pero a veces se acomodan a situaciones horribles y no quiero eso… Por suerte con Lau tenemos mucha afinidad en cuanto a la idea de paternidad y de crianza, yo me apoyo mucho en ella, ella se apoya mucho en mí”.
Hace un par de años sus dos hijas, Amanda y Carmela, participaron de la película Las buenas intenciones, y Juan contó en LA NACION cómo lo vivió. “Fue una experiencia extraordinaria y hermosa desde lo afectivo y lo artístico. Sucedió porque estaban estudiando teatro y les surgió la oportunidad de hacer el casting. Con Laura, mi mujer, dijimos: ‘Bueno, vamos viendo cómo sale’. Y cuidamos que el proceso sea bueno para ellas. El resultado superó todo lo imaginado. Haber podido ir a San Sebastián a presentar la película, participar del festival de Mar del Plata son cosas que no ocurren muy seguido y que me hacen sentir muy agradecido. Y me sorprendí mucho con la capacidad expresiva de ambas y de la compresión sutil del mundo adulto. Evidentemente hay un talento y una sensibilidad que funciona muy bien ahí. Después, qué pasará en el futuro, quién sabe. Pero esta película ya forma parte de sus vidas y quedó en el corazón de la familia para siempre”.
Como cualquier pareja, Juan y Laura tuvieron crisis y pudieron sortearlas. Alguna vez contó en un programa que conducía Pampita Ardohaín, que tuvo que volver a seducir y enamorar a Laura. “Nos funciona muy bien conectar de verdad, estar atentos, ver qué necesita el otro, qué quiere. No me engancho tanto con la cena romántica a la luz de las velas, sino con encontrarnos, reírnos, divertirnos. El sentido del humor es fundamental en nuestra pareja”, concluyó.