Aún faltaban seis años para la inauguración del Metrobús que cambiaría la fisonomía de la Avenida 9 de Julio. Aquel 22 de diciembre de 2007 la tradicional arteria de la ciudad de Buenos Aires amaneció más ancha que nunca. Pero de a poco fue quedando chica. Desde temprano, la gente desafió al calor y fue rodeando el escenario montado en la plaza del Obelisco. 300 mil personas se aglomeraron para vivir un momento histórico: la despedida de la figura más relevante del ballet en la Argentina. Había pasado mucho tiempo desde aquella medalla de oro que el bailarín, con apenas 18 años, había ganado en el Concurso Internacional de Danza de Moscú. Tras 27 años de trayectoria, Julio Bocca lograba lo que pocos elegidos pueden: popularizar una disciplina y convertirse en un referente, sobre quienes suele decirse que marcan un antes y un después y estimulan a nuevas generaciones.
-Julio, ¿cuál fue el momento en donde empezaste a conectarte con la danza y sentiste que iba a ser tu forma de vida?
-Bueno, mi madre era profesora, pero dentro de la familia ya mi abuelo, que es emigrante de Italia, traía el arte con él. Entonces, dentro de casa se vivía la cultura, la ópera, la música. Mi madre era profesora de piano, de violín, se recibió de maestra de clásico, de contemporáneo, de folklore, de tango, y mis abuelos le hicieron un estudio en el patio de atrás, para que ella pudiera dar las clases, y para mí, que tenía 4 años, era salir de la cocina, cruzar el patio, colgarme de la barra y mirar. Así empecé a estar conectado con la danza. Yo casi entré al Teatro Colón con chupete. Mi madre, a los 7 años, me anotó en la Escuela Nacional de Danzas, y ahí había un maestro que le dijo a mi madre por qué yo no audicionaba para entrar en la escuela del Teatro Colón, y al año siguiente entré. El ballet del teatro cumple 100 años y yo 50 en el Teatro Colón, así que conozco bastante.
-¿Cómo te sentís, hoy, al frente del Ballet del Teatro?
-Yo creo que para mí es como cerrar una etapa con la danza. Uno también está ya en un momento en el cual quiere retirarse de todo, completamente, disfrutar otras cosas, tener un tiempo. Entonces creo que va a ser como el cierre de una etapa, pero además poder transmitir a las nuevas generaciones todo lo que uno aprendió, la forma cómo se trabaja, el horario, las obras, las nuevas coreografías, hacia dónde está yendo la danza, ¿no?
-¿Se puede disfrutar y al mismo tiempo ser muy exigente con un mismo, con la técnica, con la disciplina?
-Cuando era bailarín, sí, disfrutaba. Todo ese trabajo de la clase, la exigencia, los ensayos, todo era para ir después al escenario y poder disfrutar. Uno eligió esta carrera. Entonces, cuando elegís algo y encima tenés la posibilidad de trabajar de eso, de ganar tu dinero, creo que el disfrute es mucho.
-Vos siempre decís que el talento sin trabajo es incompatible en esta profesión.
-Justamente, porque vos podés ser un talentoso, pero si después no hacés las clases, no tenés una disciplina, una conducta, una curiosidad de seguir creciendo, ahí te quedaste. Nuestra carrera es muy corta y tenés que aprovechar al máximo cuando el cuerpo te responde. El talento se trabaja, se entrena. La clase diaria es muy importante, soy muy hincha en ese sentido. Sin la clase no podés mejorar, sin la clase no podés crecer, sin la clase no podés disfrutar cuando subís al escenario.
-Y así se consigue esa emoción como la que vos supiste transmitir.
-Nosotros, la mayoría de las veces, contamos historias. Entonces, esas historias tenés que vivirlas para que sean reales. Digamos, vos podés hacer Romeo y Julieta, pero si no lo sentís, si no lo vivís, la gente no se va a emocionar. Y nuestro trabajo es que la gente se emocione, que durante una hora y media, o dos horas, la gente salga de todos sus problemas y se meta dentro de la historia que estamos contando.
-Ganar en Moscú a los 18 años aquella medalla de oro, entrar al American Ballet Theatre de Nueva York, ser dirigido por Mijaíl Baryshnikov, imagino que fue entrar en un mundo nuevo, más competitivo.
-Yo ya había tenido una experiencia antes de todo eso, porque a los 14 años me fui a vivir solo a Venezuela con un contrato de trabajo por un año. Entonces ya tuve que hacerme adulto de golpe para seguir mis sueños, que era bailar. Por supuesto tuve millones de problemas emocionales, porque tener que ir a vivir a otro país, cortar el cordón umbilical, bueno, fue muy muy duro, pero al mismo tiempo me preparó justamente para cuando pasó lo de Moscú y lo de Nueva York. Para mí, Nueva York fue algo totalmente diferente, trabajar desde las 10 de la mañana hasta las 7 de la tarde, sin un descanso, fue como tener que volver a reencontrarte con la danza y una nueva forma de entrenamiento.
-¿Cómo fue trabajar con Baryshnikov?
-Él dirigía la compañía, pero aparte también bailaba, hacía películas, me hubiera gustado estar más tiempo con él. La verdad, ha sido maravilloso, cada detalle, cada cosita que te decía, a mí me abrió mucho la cabeza, me abrió otro mundo. Hay una anécdota, cuando él tuvo un problema en un dedo y no pudo bailar, y me llamaron de urgencia para reemplazarlo, en el Metropolitan, para hacer Giselle con una bailarina con la que nunca había ensayado. Fue todo de golpe, mi cabeza hacía tac tac tac, la presión era enorme, pero, bueno, finalmente salió la función, fue maravilloso por suerte.
-¿De todos los personajes que interpretaste en un escenario, hay alguno con el que te hayas sentido más pleno?
-Los ballets que tienen historia son los que más ganas tenía de hacer, porque en cada función era descubrir y aportar algo diferente o sentir algo diferente. Cuando empezaba, por supuesto, uno no tenía tanta experiencia como para poder transmitir lo que el personaje a veces necesitaba. Recuerdo mi primer beso con Julieta, y otras cosas como tener una persona muerta en tus brazos, amada, no era algo que uno estuviera acostumbrado. Recuerdo que la primera vez que hice Romeo y Julieta era como que me faltaba algo de sensaciones, no sabía qué, y me acuerdo que le pedí a Norma Leandro si me podía dar algún consejo y me dijo: “Buscá algo que te haya pasado, que recuerdes”. Y me vino cuando encontré a mi abuelo muerto en la cama, se me vino esa imagen que uno la había como borrado y escondido. Y me sirvió muchísimo para poder tratar de transmitir esa sensación que tuve. Yo hice muchos roles y cuando tomé la decisión de retirarme, empecé a retirarme de cada personaje. Hice mi última función de Giselle, mi última función de Romeo, mi última función de Quijote, porque era como despedirme de esos personajes que durante los años fueron cambiando. Yo Quijote lo empecé a hacer a los 15 años, imagínate que a los 39, 40 años era totalmente diferente, mi postura, mi conocimiento, la forma en que tenía que contar esa historia. La última Giselle que hice en el Metropolitan, cuando Giselle vuelve a la tumba, en el segundo acto, me senté, me saqué las zapatillas con las que había bailado, las dejé en la tumba y me fui caminando fuera del escenario, como diciendo “esto se acabó”. Fue como ir cerrando momentos de mi vida.
-¿Fue difícil?
-Sí, fueron momentos difíciles, pero al mismo tiempo con ganas, con ganas de decir “Basta de esto”, hay gente joven que viene, tenés que dejar el camino abierto, tenés que dejar el espacio para que esa juventud empiece a contar su historia.
-Hubo un momento en tu vida en que dijiste “no aguanto más esto”, y tuviste que analizarte. ¿Cómo fue ese momento de quiebre?
-El primer análisis que hice fue para volver a poner mi cabeza en su lugar y los pies en la tierra, que fue después del concurso de Moscú, que de golpe nadie te llamaba y cuando volvés tenés un millón de amigos, toda la prensa… No estaba preparado para eso, trataba mal a mi familia, a mis amigos, necesitaba bajar a tierra. Y además se daba algo con la danza, que empezó a estar en boca de todos, fue una explosión.
-Bueno, vos colaboraste mucho para esa popularidad de la danza.
-Sí, yo quería que la danza fuera para todo el mundo, no solo para una elite, no me interesaba eso. Me interesa que todos tuvieran la posibilidad de disfrutar. Y el segundo quiebre fue cuando estuve casi seis años sin vacaciones, porque me llamaban de la ópera de París, del Covent Garden, de la Scala, de Copenhague, y claro, no iba a decir que no. Y entonces llegaba a hacer 200 funciones al año. A veces bailaba a la tarde en Londres, a la noche en Italia o en París, al día siguiente me tomaba el Concorde, volaba a Nueva York y tenía función ahí. Claro, yo hacía todo porque tenía un contrato firmado, no porque lo disfrutara, había perdido esa sensación. Entonces, me acuerdo que dije: “No, no quiero saber más nada.” Me fui diez días a una isla y aprendí a decir que no. A veces cuesta decir que no.
-¿Es tu entusiasmo el que permite sostenerte en un lugar elevado, no solo en el arte, sino también en un ámbito más espiritual?
-Yo creo que hay algo que vino desde siempre. Otra de las cosas que siempre agradezco es que mi familia me dio esa libertad de ir conociéndome a mí mismo, de tener mis propias elecciones. Y eso para mí fue muy importante, sobre todo porque en esta carrera vos sos un artista y tenés que poner lo tuyo, tu personalidad, que es un poco lo que quiero transmitir. Viste que ahora es muy fácil copiar y a veces tenés que andar diciendo “copiá, pero poné de lo tuyo, no sos igual que esa persona, no vas a hacerlo igual”. Entonces creo que es primordial encontrarse, encontrarse a uno mismo, mirarse al espejo. No es fácil mirarse al espejo y ver todos los defectos y ver cómo uno puede cambiar esos defectos, pero es necesario para seguir creciendo.
-Justo hablabas de la copia y el filósofo Walter Benjamin hablaba un poco de eso, de aquello que es irrepetible, del aura en una obra de arte. Si tuvieras que elegir algo que te ha sucedido, en donde sentiste esa aura, ¿qué sería?
-He tenido la suerte de tener muchas de esas sensaciones, muchas en mi carrera, en diferentes lugares del mundo, en diferentes obras, con diferentes compañeros, en la vida en general, de tener esa fortuna, de conocer personajes maravillosos que te transmiten seguridad, te transmiten felicidad. Recuerdo mi última función, fue maravillosa, 300 mil personas, quizás la mayoría ni me veía, por la distancia, pero tan solo estar presente, como de gratitud, haber tenido el respeto de la gente, eso que es muy difícil de conseguir y, sobre todo, mantenerlo.
-¿Qué legado le dejás a los nuevos bailarines con los que trabajás?
-Creo que les estoy transmitiendo un respeto por lo que hacemos, un amor por lo que hacemos, ese día a día que tenemos que enfrentar, algo que nos gusta hacer y que no siempre sale bien. Espero que eso sea como un legado, el amor, el amor por lo que hacemos, el respeto. Yo siento que la danza hay que respetarla, hay que admirarla, es una forma de vida, es una elección, es un trabajo.
