Junio, un mes cargado de historias

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No debería extrañarnos que un 10 de junio cualquiera se transforme en una fecha “histórica”. En este caso porque fue definitivamente condenada a prisión y privada de por vida del ejercicio de cargos públicos, la dos veces presidente y una vez vicepresidente Cristina Fernández de Kirchner.

Junio ha sido en la Argentina, desde poco antes de la segunda mitad del siglo XX, un mes que cada tanto nos impacta con eventos que el gran José Ortega y Gasset denominaba “hechos epocales”. Aquellos que afectan profundamente a una o más sociedades, y en particular a ciertas generaciones. Y que a su vez son producto del accionar de figuras consideradas señeras para unos y condenables para otros, a propósito de sus destacados protagonismos públicos. Para bien o para mal según quién emita el juicio.

Veamos nuestros junios “famosos” y no por ello siempre bien librados.

El 4 de junio de 1943 estalla la llamada “Revolución Nacional” liderada por el Ejército contra un preanunciado “fraude patriótico” del establishment liberal conservador. Golpe al poco tiempo aplaudido por los sindicatos “no comunistas”, que encontraron el apoyo irrestricto de un coronel de infantería. Verticalmente subordinados a ese líder militar popular que los interpretaba. Juan Domingo Perón, el futuro “tirano prófugo”. Quien entre 1944 y 1945 había acumulado los cargos de Secretario de Trabajo y Previsión, Ministro de Guerra y vicepresidente de facto. Para posteriormente ser elegido tres veces presidente dentro del periodo largo de 1946 a 1974. Con el intermedio de su exilio de 1955 a 1972.

Los “contreras” antiperonistas llamaban al día en que se instaló aquel régimen militar, en principio pro germano y al final pro aliados, la jornada “reventora” de la patria. En lugar de “redentora” como proclamaba una canción en honor a sus reales, o supuestos, logros de redención política nacional. Claro, según fuese la opinión de quién hubiese salido favorecido, o perjudicado, por el putsch. Un revival aggiornado del golpe, primero facistoide y luego liberal autoritario, de 1930. En el cual el brillante capitán Perón, desde el bando liberal, ya “mojaba la medialuna”.

Revolución de 1943

La glorificada jornada del 4 de junio no fue totalmente pacífica. Siempre hay un aguafiestas. Ya que las columnas del ejército “nacionalista” provenientes de Campo de Mayo, chocaron a cañonazos y ametralladoras con la marinería bajo mando de los oficiales de una armada argentina tradicionalmente “liberal”, atrincherada en la ESMA, al inicio de la Avenida del Libertador. Hubo varios muertos y heridos de ambos lados.

Si nos trasladamos poco más de una década después hasta el 16 de junio de 1955, sabemos del bombardeo aéreo sobre la Casa Rosada, la Plaza de Mayo, y calles y edificios aledaños.

Pasado el mediodía y en un día normal de semana, sucesivas oleadas de una docena y media de aviones de la Armada dejaron caer desde gran altura y con escasa precisión, decenas de bombas. A lo que se sumó el ametrallamiento en varias pasadas de algunas escuadrillas de Gloster Meteors (de origen inglés) de la Fuerza Aérea, sobre los mismos objetivos. Ataque inédito sobre una “ciudad abierta”, no alertada ni preparada para la guerra, que impactó sobre transeúntes, vehículos civiles y escasas tropas disponibles para repeler la agresión, con centenares de muertos entre los desprevenidos transeúntes.

Efectos de los destrozos causados por un poderoso proyectil, luego de ser hecho estallar en la Plaza de Mayo, el 16 de junio de 1955

Era un día en que estaba programado un desfile aéreo conmemorativo. Ardid poco honorable para tomar de sorpresa a la defensa gubernamental, a costa de las bajas de inocentes civiles además de soldados conscriptos.

La ofensiva aérea fue complementada por el ataque terrestre de la Infantería de Marina contra los Granaderos que defendían la Casa Rosada. Respondido finalmente por una contraofensiva preponderantemente militar con apoyo civil, contra el Ministerio de Marina, donde hoy se aloja la jefatura de la Prefectura Naval, una vez llegadas las tropas de refuerzo, fusiles, artillería y tanques leales.

Si saltamos a junio del año siguiente, nos encontramos con la frustrada insurrección nacionalista, filo peronista, del 9 de junio de 1956, contra la “Revolución Libertadora”. La que había derrocado a Perón el 6/9/55 luego de tres días de combate entre tropas del ejército leales vs. rebeldes. Estos últimos apoyados por la Armada y los comandos civiles.

Aquí debemos lamentarnos del horror e injusticia de la criminal represalia contra un reducido grupo de adherentes al peronismo insurreccional que ni siquiera portaban armas. Masacrados por la policía de la provincia de Buenos Aires en José León Suárez, y otros ametrallados por orden de un oficial de la marina en una comisaría de Lanús, junto con dos oficiales del ejército que operaban una radio esperando expandir una proclama revolucionaria. Hechos ocurridos entre la noche del 9 y la madrugada del 10 de junio. Y que dieron lugar a la aparición de un sobreviviente mal herido -“el fusilado que vive”- descrito en el libro “Operación Masacre” del futuro oficial montonero Rodolfo Walsh, y también llevado al cine.

Poco tiempo después un grupo de oficiales de jerarquía medias y mayormente subalternas, quienes habían tenido un éxito parcial inicial al tomar un par de unidades de tropas, respetando a rajatabla a sus camaradas a cargo de las guardias a quienes hicieron prisioneros en sus propias habitaciones, iban a ser alevosamente fusilados en Campo de Mayo entre la noche del 10 y la madrugada del 11 de junio. Aun cuando el atribulado y compasivo tribunal militar que los juzgó sumariamente había sentenciado que no había lugar a la pena de muerte, ya que no habían disparado un tiro, y en su lugar los había condenado a reclusión por tiempo indeterminado de acuerdo al Código de Justicia Militar.

Otro tanto ocurrió con un grupo de suboficiales fusilados en la Escuela de Mecánica del Ejército, y con el coronel Cogorno y el subteniente de reserva Abadie en La Plata. Herido este último en la única acción militar de toda la intentona, fue sacado del hospital todavía vendado para fusilarlo el 12 de junio.

El mismo día fue fusilado en la “Penitenciaria Nacional” de la avenida Las Heras el general Juan José Valle, uno de los dos jefes de la intentona junto al general Tanco, que salvó la vida por poco y se exilió. Una rebelión que produjo sólo tres muertos durante el combate de una compañía insurrecta del Regimiento 7 de Infantería de La Plata, previamente tomado sin un tiro por Cogorno. La tropa luchó al mando del capitán Morgante -quien al fracasar la rebelión se dio a la fuga y salvó la vida- contra la policía provincial e infantería de marina leales al presidente de facto Pedro E. Aramburu y su vicepresidente Isaac Rojas.

Todos estos hechos fueron relatados en el libro “Mártires y Verdugos”, de Salvador Ferla.

También se salvó de ser fusilado el capitán Philippeaux, quien había tomado con éxito la casa de gobierno, la policía y la radio de la capital de La Pampa, desde dónde lanzaba proclamas revolucionarias. Habiendo primero sorprendido y hecho prisioneros al jefe y la oficialidad del Regimiento de Caballería de Toay, a quienes encerró en un teatro a cuyo espectáculo habían concurrido. Lo ayudaron civiles armados y unos pocos suboficiales y soldados.

La intervención de un tío general que pidió por su vida lo eximió de ser mártir cuando ya un cura le tomaba la confesión a la espera de ser llamado frente al pelotón de fusilamiento.

En total fueron asesinados 17 militares y 10 civiles.

Una década después, en la madrugada del 28 al 29 de junio de 1966, fue derrocado por un golpe cívico-sindical-militar el presidente Arturo Illia, un estoico médico cordobés radical.

Arturo Umberto Illia (1900 - 1983)

Si bien había sido elegido en 1963 con el PJ proscripto, desarrollaba un gobierno ejemplar en cuanto a su austeridad y defensa de la salud pública. Al tiempo que el país crecía al 7% anual. Bajo su gobierno se logró por primera vez que la ONU reconociera un conflicto de soberanía sobre las islas Malvinas y archipiélago de las Georgias y Sandwich del Sur, entre Argentina y el Reino Unido.

En 1965 Illia no autorizó al comandante en jefe, general Juan Carlos Onganía, a enviar una brigada del ejército bajo mandato de la OEA para apoyar una intervención militar norteamericana mediante la invasión de un país en la región caribeña. El objetivo de Estados Unidos era forzar la resolución de un conflicto político típico de la Guerra Fría desatado en la República Dominicana entre dos facciones del ejército y civiles, una de ellas “antiimperialista”. Que finalmente fue desarticulada por la fuerza de los marines.

Esa negativa colmó el vaso de la prepotencia del “partido militar”, y provocó el golpe de 1966 de corte “modernizador”, pero de modales pomposamente victorianos. Su política económica y crecientemente represiva con la oposición comenzó a ser cuestionada desde el “Cordobazo” en 1969 y otras insurrecciones urbanas de ese año y principios del siguiente, hasta su caída y reemplazo por otro dictador en 1970.

Mucho más acá, finalmente, tenemos el 14 de junio de 1982, día de la rendición de las fuerzas argentinas que habían recuperado las Malvinas el 2 de abril de ese año.

El 14 de junio de 1982: rendición argentina en Malvinas

No cabe duda que, al menos para dos generaciones de argentinos, sigue siendo el hecho de mayor relevancia nacional e internacional vivido.

Y el único que une los sentimientos patrióticos entre quienes podrán diferir en casi todos los demás asuntos de la Argentina y el mundo.

Aún estamos a mediados de junio del 2025, y quizás podríamos esperar nuevos “hechos epocales” que nuestra imaginación no alcanza a predecir. Y que en todo caso, según las últimas e inéditas novedades judiciales penales, podrían hacer peligrar la paz social, como se ha insinuado en la reacción de la militancia kirchnerista ante la prisión de su líder.

Si nada serio o fatal ocurriese, habría que esperar a junio del 2026. Quien sabe entonces tengamos otro de los espectáculos movidos de nuestra historia, aunque con la esperanza de que no haya hechos trágicos y nos conformemos con unos fuegos artificiales que ni merezcan que algún escriba los relate.

¿Será mucho pedir? Confiemos. En la actual patria de la (jamás) “fusilada que vive” todo es posible.

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El autor es sociólogo y exteniente de Artillería

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