La alerta de una psicóloga sobre los adolescentes: “No saben gestionar la rabia, es culpa de los padres”

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La alerta de una psicóloga sobre los adolescentes (StockVault)

Con más de 70.000 seguidores en redes sociales, un doctorado por la Universidad de Trento y una década atendiendo consultas, Maria Rostagno se ha convertido en un referente en la psicología de relaciones y dinámicas familiares en Italia. Desde su despacho en Rovereto, ha visto desfilar pacientes de todas las edades con historias marcadas por dependencias afectivas, relaciones tóxicas y conflictos entre padres e hijos.

En los últimos años ha detectado un cambio: quienes han sufrido abusos o violencia acuden hoy con menos miedo a pedir ayuda profesional. Donde sigue viendo una gran carencia es en la prevención, sobre todo en la educación afectiva de los más jóvenes, que considera el verdadero punto débil. Con este panorama, Rostagno abordó varias cuestiones actuales en una entrevista con Corriere Della Sera, donde desgranó tanto las causas detrás del aumento de la percepción social sobre los feminicidios como los retos pendientes en la gestión emocional de adolescentes y sus familias.

La percepción de los feminicidios y la falta de educación afectiva

La psicóloga sostiene que la alarma social sobre los feminicidios adolescentes responde más a la menor edad de víctimas y agresores que a un incremento en los casos. “No ha habido un aumento en los números, aunque la cifra sigue siendo demasiado alta, pero la percepción ahora es altísima y el motivo es solo uno, la drástica disminución de la edad tanto de los autores como de las víctimas. Esto es lo que asusta. Pensar que un chico pueda matar a su novia por el hecho de ser mujer es aterrador, pero es la consecuencia natural de una falta de educación afectiva”.

Por educación afectiva, Rostagno entiende la capacidad para gestionar los impulsos y las emociones, algo que echa en falta en muchos jóvenes adultos: “Todos tenemos derecho a sentir emociones, la diferencia sustancial está en saber gestionar estas sensaciones, que pueden ser tanto positivas como negativas. Esta educación tendría que hacerse en casa, en familia, y también en la escuela. Si la persona no recibe una formación adecuada en este sentido, luego no logrará regular su empatía hacia el otro y será la emoción en sí misma la que actúe, moviéndose por impulso. Si tomo como ejemplo el caso del feminicidio de Afragola en mayo de 2025, el chico no supo controlar un acceso de ira ante una chica (de 14 años) que le dijo ‘no’”.

Rostagno identifica también la cultura de la posesión y el control sobre la mujer como uno de los pilares de la violencia, y se muestra crítica con la herencia de patrones patriarcales todavía presentes: “En nuestra cultura es frecuente la construcción de una identidad masculina disfuncional, basada en pilares tan tóxicos como los del patriarcado. Se habla de la idea de posesión y control sobre la mujer. Son aspectos que empujan a los chicos a estructurarse mentalmente dentro de ese marco, aunque se esté trabajando mucho para desmontar esos principios”.

Dopamina, inmediatez y dificultad para gestionar el sacrificio

Rostagno pone el acento en el cambio de modelo de crianza respecto a las generaciones anteriores, donde muchos padres tienen dificultades para tolerar la frustración de sus hijos y poner límites. “La nueva generación de padres tiene dificultades para tolerar la frustración de los hijos, una competencia indispensable para educar. Si una madre no logra soportar la frustración de un hijo enfadado o que sufre por cualquier motivo, y apaga esa emoción satisfaciendo cada mínimo deseo, no le está haciendo ningún bien. A esa incapacidad de ayudarles a soportar la insatisfacción, se suma también la evidente dependencia a la dopamina de los jóvenes de hoy”.

La especialista explica que la dopamina juega un papel central en este proceso: “Es un neurotransmisor relacionado con el sistema de recompensa del cerebro, que genera sensaciones de placer y motivación; en pocas palabras, lanza el impulso a nuestra mente diciéndole que sea feliz en ese instante. La nueva generación depende de ella por las redes sociales. Los chicos de hoy esperan que sus deseos se cumplan de inmediato porque tienen ante sus ojos un mundo irreal donde todos parecen tenerlo todo. Para poder vivir en la realidad hay que saber gestionar la insatisfacción momentánea para después obtener una gratificación a largo plazo. Por ejemplo, si se quiere sacar una buena nota en el colegio hay que estudiar, quizá no salir el sábado, pero luego la nota positiva en el examen me dará la sensación de que ha valido la pena. Muchos jóvenes de hoy no logran tener esa paciencia, ni soportar el sacrificio para obtener un buen resultado. Los padres actuales son perezosos, no quieren enseñar estos principios y prefieren convertirse en benefactores de los hijos”.

Los jóvenes dependen de la dopamina

En la entrevista, Rostagno señala el retraso en la maduración cerebral como clave para entender por qué muchos adolescentes y jóvenes responden con violencia emocional y física. “La inmadurez emocional derivada de una parentalidad debilitada tiene que ver también con el nivel de estructura cerebral. El cerebro de un niño o un adolescente no está completamente desarrollado, por lo que la maduración de las zonas responsables del control de los impulsos y de la valoración de las consecuencias no está terminada. El área de la que hablo es la corteza prefrontal, la que nos hace humanos, regula todo el razonamiento y la gestión emocional. Su maduración se completa cerca de los 25 años. Por eso un chico puede reaccionar a estímulos emocionales intensos con una reacción desproporcionada, y ahí es donde entra en juego el adulto adecuado que le ayude a aprender cómo gestionar esos impulsos”.

La importancia de pedir ayuda y reconocer las propias dificultades

Según la psicóloga, no todos los jóvenes llegan a la consulta lo hacen por imposición externa. Rostagno cuenta el caso de un paciente preocupado por su propia actitud y que buscó ayuda antes de que la situación fuera a más: “Sí, he tenido un chico que se reconocía peligroso y violento, aunque solo fuera verbalmente, hacia su pareja. Se dio cuenta de que su forma de gestionar las discusiones en la relación era equivocada y causaba sufrimiento a su novia. Sus ataques de ira eran tan fuertes que a veces se cegaba y ni siquiera recordaba los insultos que había dicho o el haber roto objetos en la casa. Fue un proceso muy duro, también porque tras algunas sesiones salió a la luz que él mismo había sufrido abusos en su familia”.

El análisis de Maria Rostagno muestra que, aunque hay avances en la búsqueda de ayuda psicológica, persisten importantes carencias en la prevención de la violencia y en la educación emocional de los más jóvenes. ¿El desafío? Dotar a las nuevas generaciones de herramientas para gestionar impulsos y construir relaciones sanas, tanto en casa como en la escuela

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