La Biela: personajes ilustres, un gran incendio y los mozos de siempre en el mítico bar de Recoleta

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Sillas en la vereda y publicidad pintada por Aniko Szabó y Julio Freire en la década del 80

Hubo una única excepción. Fue durante la mañana del 11 de septiembre de 2001. Un cliente pidió ver “lo que estaba pasando con las Torres Gemelas” y pusieron un canal de noticias. Fue la única vez. Porque desde que están presentes, los dos televisores de La Biela solo pasan deportes. Fútbol, rugby, tenis… A veces incluso golf. “La casa no se mete en política”, asegura Joaquín Mauri, jefe de salón y mozo histórico de La Biela. Habla con la servilleta de camarero en el brazo y de parado, a pesar de que se toma más de media hora para deshilvanar la historia de este mítico bar de Recoleta que entre dandys, automovilistas e intelectuales se ganó el mote de “notable”.

Joaquín Mauri es mozo legendario de La Biela y jefe de salónDurante años el frente tuvo una publicidad de fernet

Con 40 años de mozo aquí, Mauri acepta que empecemos la charla con su origen en el lugar. “No sabía nada de esto”, desliza sobre el noble oficio de camarero. “Me recibí de tornero mecánico en la secundaria y en 1978 entré a una fábrica de piezas para automóviles, pero tuve diferencias con el sindicato y me fui después de tres quincenas. Entonces le vine a pedir trabajo a mi tío, que era gerente del Don Juan, un bar que estaba acá al lado”, rememora Mauri, que como tantos empezó pelando papas y durante años se tomó el tren Sarmiento para llegar de Morón –donde todavía vive– a Recoleta. También fue mozo en otro boliche de la misma sociedad, en la misma cuadra. “Los chetos de Recoleta iban ahí por los tragos largos, que eran un boom. En cambio, los que buscaban un cocktail, venían a La Biela”, cuenta Mauri, que en 1987 fue contratado por este bar de Quintana al 600.

El interior de La Biela a principios de los 90 y antes de las reformasTareas de refacción en la fachada de La Biela en 1983

Levantado cerca de 1850, lo que hoy es La Biela por entonces era el almacén de ramos generales con barra. Su nacimiento y devenir no tiene fechas demasiado claras, pero sí hay consenso sobre algunas cuestiones. El Vasco Michelena lo adquirió en 1880 y ocupaba solo la esquina. Fue luego bar La Viridita, de un gallego, y también Aerobar, porque lo frecuentaban los aeronáuticos que tenían las oficinas enfrente. Cerca de 1950 pasó a llamarse La Biela Fundida, para luego ser simplemente La Biela. Fue después que al piloto Bitito Mieres le fallara una biela en esta esquina de Quintana y Ortiz, punto de partida para la carrera Recoleta – Tigre. Lugar de reunión del ambiente automovilístico, por sus mesas pasaron Eduardo Tuqui Casá, Eduardo Copello, Juan Manuel Bordeu, Charly Menditeguy, Gastón Perkins y Rolo Álzaga, además de Froilán González, los hermanos Gálvez y Juan Manuel Fangio. “Los atendí a todos”, cuenta Mauri y me marca en las paredes las fotos que los recuerdan.

“Los dueños eran una sociedad de gallegos y asturianos que habían abierto confiterías y bodegones en la Avenida de Mayo. Les había ido bien. Entonces pusieron acá enfrente un bar que era como el Café de la Paix de París. Y montaron La Biela, que era confitería y restaurante. Sabían mucho de gastronomía”, asegura el jefe de salón. Agrega que distintos dueños –siempre de ascendencia española–, se fueron anexando a la sociedad inicial. Mientras se iban jubilando, sus hijos y sobrinos los han ido reemplazando hasta el día de hoy. Entonces me presenta a José Sosa, que está en la caja, y a Carlos Gutiérrez, hoy gerente y sobrino de uno de los precursores. Y entre los empleados históricos, desde la década del 70 en la cocina está Antonio Décima.

Lugar de encuentro de la elite porteña durante décadas. Aquí, en los 70El gomero de Recoleta, los autos clásicos y La Biela en una obra de Jorge de la Puente, de 1952

Testigo –y también víctima– de nuestra compleja historia nacional, La Biela se incendió en 1975 por un atentado de Montoneros. La reconstrucción fue con esfuerzo, para que durante años quede una mitad del salón como restaurant y la otra, como confitería. En 1983, cuando se eliminó la calle Ortiz, las mesas se extendieron a la vereda, que desde entonces ha sido el caballito de batalla del negocio. Y desde 1994, con la última gran reforma, el bar luce como está ahora, unificado en un gran salón. “El arreglo anterior había sido a las apuradas. Cuando llovía, caía más agua adentro que afuera. Estamos hablando de una estructura muy antigua… Ahora hay mucha madera en revestimientos e incluso en la barra, que antes era de acero inoxidable. Las sillas llevan una biela como logo; antes eran de esterilla. Las luces y ventiladores son réplica de los originales, para mantener el estilo. Ya no usamos mantelería”, apunta Mauri.

En relación a los carteles que engalanaron la esquina, durante años Hiram Walker los contrató para su producto Old Smuggler. Eran ocho paneles espectaculares de unos 60 metros lineales que fueron pintados, en distintas épocas por artistas de la talla de Aniko Szabó y Julio Freire. Son muy recordados los dibujos que este ilustrador estrenó en 1987 –sobre una idea de la agencia Rubén Maril– que mostraba a distintos personajes del barrio en lo que hoy se llamaría storytelling gráfico. Los concibió, según explicaba Alberto Borrini en una nota en La Nación en 1998, no como anuncios, sino como “ventanas” de la confitería, y dibujó una serie de escenas que parecían tomadas en el interior y en las que el whisky estaba siempre presente, aunque en un discreto segundo plano. Pasaba una joven en minifalda y los de una mesa se daban vuelta para mirarla, un cliente se tropezaba con un mozo por andar distraído con la chica… distintas situaciones que le valieron el mote del “Norman Rockwell argentino”. Después del whisky, vino una etapa de Fernet Branca, con su gran globo terráqueo y la botella. Mientras que en la actualidad luce una mucho menos creativa publicidad de crema.

Fachada con publicidad de whisky en la década del 70La Biela en los años 90En las sillas, una biela tallada remite al nombre del lugar

Sobre el oficio que tanto ama y rodeado de mozos “como los de antes”, Mauri cuenta que cuando empezó a trabajar en La Biela lo mandaron a cortarse el pelo “dos dedos arriba del cuello de la camisa”. Nada de bigote; mucho menos, barba. La buena presencia no era negociable. Como jefe de salón, ahora coordina, entre otras cosas, las vacaciones y los francos de los 24 mozos del lugar, que cubren el turno mañana, intermedio y noche. La mayoría, como él, tienen muchos años de antigüedad. Además, hay un metre.

“Me gusta el servicio porque todos los días aprendés algo nuevo. Cada mesa es un mundo. Pero tenés que saber entrar y salir. Si la mesa te da pie, les das charla. Sino, retrocedes y la dejás”, comenta. Agrega que, durante años, los clientes de la mañana eran los de siempre. Los veía entrar y ya sabía que iban a pedir. Con los años llegó el turismo, que fue más que bienvenido. “Lo poco o lo mucho que tengo, lo hice trabajando en esta casa. Aquí te enriqueces por la calidad de la gente que viene. Muchos artistas bohemios, economistas, escritores, abogados, políticos y futbolistas. Si sos inteligente vas aprendiendo de las personas al escuchar sus anécdotas. Para mi es un orgullo trabajar acá”, resume Mauri.

Esculturas de Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges, clientes honorables de La BielaHace algunos años, cuando aún no estaban estatuas de los hermanos GálvezEn La Biela hay muchos mozos que son

Entre los personajes memorables nombra a Guy Williams –actor estadounidense de El Zorro–, Carlitos Balá y José Marrone. Por las noches, Alberto Olmedo, Jorge Porcel, Susana y Moria. También pasaron por acá Facundo Cabral, que se inspiraba en las mesas de afuera. Y claro que Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares (ahora emulados con estatuas) también hicieron al anecdotario de La Biela con sus conversaciones agudas y el culto al buen trato. “A veces se sentaban juntos, pero también tenían sus mesas por separado. Bioy venía todos los días y, en los últimos años de su vida, fue a la única persona a la que le hacíamos delivery”, comenta Mauri, digno representante de una generación de mozos que hizo escuela en La Biela y hoy la honra con su presencia.

Los hermanos Gálvez junto a la puerta de acceso al bar

Datos útiles

La Biela. Famoso por las picadas y el café con medialunas, la cocina no defrauda. De todas maneras, la mítica y la historia del lugar es el valor agregado. Abre todos los días, desde las ocho de la mañana hasta las 23.45 de la noche. Av. Pres. Manuel Quintana 600. T: 4804-0449. IG: @labielacafe

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