La casta, la anticasta y la farándula

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En 2023, cuando la palabra casta alcanzaba su cenit, se creía que si Milei tenía éxito la política replantearía todas sus reglas. Muchos piensan que a Milei le fue muy bien: lleva gobernando más de 600 días con las dotaciones parlamentarias más raquíticas que haya tenido un presidente en toda la historia, sin equipos experimentados ni estructura partidaria, sin gobernadores propios, prácticamente sin intendentes, sin haber nombrado jueces, pese a lo cual logró la inédita proeza de realizar un ajuste récord sostenido con escasa merma por el apoyo popular originario, todo gracias a que cumplió la promesa principal de fulminar la inflación. Pero la nueva política, si se la esperaba, no termina de aparecer.

La imperfección del proceso oxigenante quedó en evidencia en la cartografía electoral planteada para octubre y en la creciente polisemia de la palabra casta. Las listas del oficialismo para las primeras elecciones organizadas por el gobierno libertario (las de la oposición son otro tema) no parecen haber producido una expectativa acorde con la vehemencia del discurso profiláctico, el discurso anticasta al que se le ha llegado a decir revolucionario. Las listas repusieron las maneras clásicas, agridulces, epidérmicas de la política tradicional, incluida la apelación a figuras del mundo del espectáculo, recurso que se inventó hace treinta años en los tiempos de pizza con champagne.

La confección fue en variante verticalista. Con la curiosidad de que en la vereda de enfrente, el peronismo -vertical por genética- consiguió en su peor momento un acuerdo de cúpulas para construir un mosaico de listas de mejor aspecto que su avinagrada realidad subyacente.

La Libertad Avanza, que desde noviembre de 2024 estaba reconocida a nivel federal, después de más de un año y medio en la Casa Rosada logró inscribirse en los veinticuatro distritos, ingeniería que armó Karina Milei. En lo político también ella fue fraternalmente empoderada para adoptar el formato del líder inapelable que resuelve según su mejor saber y entender quién debe estar en las listas y quién no, un sistema bastante parecido al del peronismo en cuanto a la ausencia de democracia interna y también al modelo de coalición aparente en la que los socios son meros satélites del partido aglutinante.

Hay una originalidad: el liderazgo desdoblado de los Milei. El Presidente se ocupa de gobernar -o casi exclusivamente de la economía, ya que tiende a delegar el resto de los temas- y su hermana manda en la parte política. No se conocen antecedentes de un desdoblamiento semejante. Incluso es difícil hallar en la historia universal (excluido el caso extrarepublicano de los hermanos Castro en Cuba) dúos agraciados con semejante nivel de confianza mutua, lo que les permite practicar una división del trabajo que tampoco se había visto hasta ahora en el único país del mundo que fue gobernado por matrimonios en tres oportunidades, la Argentina.

Si Karina Milei hizo bien su tarea desde los dos puntos de vista que interesan, el aritmético electoral y el político, es algo que se sabrá en la noche del domingo 26 de octubre y en los próximos años. Como lo que viene es una elección legislativa y hay profusión de nombres, importan sobre todo los cabeza de lista. Pero la boleta única de papel que se estrena en estos comicios traerá para cada opción dos fotos, la del primer candidato y la del segundo. Los segundos, especialmente, podrían resultar caras nuevas para muchos votantes. Por ejemplo, en el oficialismo porteño para senadores, detrás de Patricia Bullrich está Agustín Monteverde, y para diputados, debajo de Alberto Fargosi viene Patricia Holzman. En la provincia de Buenos Aires, que no elige senador, la segunda para diputada, detrás de José Luis Espert, es Karen Reichardt.

La visualización de estos seis nombres alcanza para imaginar los dolores de cabeza de un armador de listas del oficialismo: tiene que seleccionar a quien merece ser promocionado dentro del partido, asegurarse su lealtad, evaluar su capacidad, prefigurarse su eficiencia política. Hay quien dice, sin embargo, que en verdad lo determinante son tres cosas, en el siguiente orden: la lealtad, la lealtad y la lealtad. Pero siempre se necesita traccionar votos, lo que como mínimo exige que los electores conozcan al sujeto o a la sujeta, como decía el profesor Alberto Fernández.

Bueno, todo junto no se puede. Algunas veces termina relegado el factor fama. Y otras, la trayectoria. Muy pocos candidatos reúnen la totalidad de los requisitos, de modo que en los hechos se opta por combinar virtudes y carencias dentro de una misma lista como si se compensaran unos con otros. Si la escasez persiste entonces se sale a pescar en otras lagunas. La variable crítica parece que es la del conocimiento público. Hasta la propia armadora era hasta hace poco una desconocida que nunca había estado en política.

Por eso el oficialismo salió a sumar modelos-vedettes como Karen Reichardt. El primer tuit como candidata de esta conductora que arrancó con Raúl Portal y que tiene un programa sobre perros en la televisión pública logró en las redes sociales gran repercusión y muchísimas respuestas, albricias, si bien unas cuantas de ellas estuvieron consagradas a comentar su ortografía y a expresar dudas relacionadas con sus dotes para ocupar una banca en representación del pueblo. Menem fue el inventor de los políticos in vitro, pero sus experimentos con Carlos Reutemann, Palito Ortega o el incombustible Daniel Scioli parecen haber estado un escalón más arriba del refill que el mileísmo decidió llevar adelante para reforzar el bloque que integran, entre otros, Juliana Santillán, Marcela Pagano y Lilia Lemoine.

Las candidaturas testimoniales, vicio electoral creado por Néstor Kirchner, se multiplicó ahora en el peronismo, donde además se lo empezó a considerar algo decente, mientras el oficialismo, con acierto y sentido común, lo repudia. Pero habrá que esperar hasta diciembre para apreciar la autenticidad de quienes en este campo sostienen el contradiscurso, es decir aseguran que asumirán las bancas para las que se postulan aunque deban renunciar a cargos ejecutivos. Porque las candidaturas testimoniales, quizás el contraste de orden ético político más expuesto del momento, tienen el inconveniente de que la verificación de las promesas recién se puede hacer cuando se aproxima el verano y los fervores electorales decantan.

Lo más difuso de la oferta electoral quizás sea el perímetro de la casta. Caballito de batalla de Milei, la idea de casta política, destinada en primera instancia a reforzar su perfil de outsider, no alude sólo a una clase privilegiada cuyos propios intereses difieren de los de la ciudadanía. Ya en 2021 él la definió como “aquellos que están en la política pero son inmorales”. Serían los que “le hacen daño a la gente” para mantener sus propios privilegios. Claro que el grupo de “los otros”, los inmorales, casualmente coincide con el de quienes no son mileístas.

“Personas de bien” en un tercer grupo no hay. O por lo menos no se reconoce su existencia. La polarización se impone. Al tercio del medio se lo fuerza a diluirse entre los extremos. Vieja receta desarrollada en profundidad por Carl Schmitt, el teórico jurídico alemán y activista nazi que inspiró a antiliberales de izquierda y de derecha, padre de la traspolación del planteo amigo-enemigo a la política que tanto agradaba a los Kirchner.

La composición de la casta mileísta es dinámica. En las listas que se inscribieron el domingo pasado hasta es posible hallar algún exkirchnerista devenido ferviente libertario (los conversos siempre son fervientes). Sin contar a Pilar Ramírez, la armadora de Karina Milei para la capital, quien cursó su formación en el peronismo porteño, se fogueó trabajando para la filokirchnerista María Laura Leguizamón y completó un máster como operadora política al lado, sucesivamente, de Mariano Recalde, Daniel Scioli y Julio Alak, para rematar como funcionaria de Alberto Fernández. Nada que no se sepa. En el gobierno explican que se trata de una abogada eficiente muy requerida que desempeñó funciones técnicas en distintos períodos.

Quizás no esté mal que existan en el Estado cuadros de vasta experiencia. En un Estado dinámico y eficiente serían fundamentales y le darían continuidad. El problema es cuando los discursos de intenciones chocan con la fría realidad.

Por supuesto, todo el mundo viene de alguna parte. También los votantes, que hacen que uno gane y otro pierda. O viceversa. Las campañas se hacen para que los votantes de otros cambien su voto.

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