La catástrofe del vuelo 123 de Japan Airlines, el mayor accidente en la historia de la aviación

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El 12 de agosto de 1985, Yumi Ochiai, de 26 años, tomó un vuelo doméstico de Tokio a Osaka en un Boeing 747SR de Japan Airlines (JAL). Estaba acostumbrada a los aviones: era empleada de sobrecargo en la aerolínea, pero ese día no le tocaba trabajar. Era una pasajera más que regresaba a casa después de pasar unos días con su familia, que vivía en la capital japonesa. Se ubicó en el asiento 56C, junto al pasillo, en la tercera fila desde el fondo.

Esta foto circula en las redes; habría sido tomada dentro del vuelo 123 de Japan Airlines y recuperada de una cámara encontrada en el lugar

Cerca suyo, en la fila 54, estaba Keiko Kawakami, una niña de 12 años (que viajaba junto a sus padres y su hermana menor, Sakiko, de 7 años), Hiroko Yoshizaki y su hija, Mikiko, de 8 años.

Esas cuatro pasajeras serían las únicas sobrevivientes del vuelo 123, el accidente aéreo más mortal de la historia protagonizado por un solo avión: murieron 520 personas, entre pasajeros y la tripulación.

El accidente

En las redes se encuentran algunos pocos audios, la charla del capitán Takahama, el copiloto, el ingeniero de vuelo y la torre de control, que quedó grabada en la caja negra. Se escucha la desesperación.

El avión del vuelo 123 de Japan Airlines con matrícula JA8119 (Archivo)

Ingeniero de Vuelo: -Presión hidráulica bajando… luz ámbar encendida…

Capitán Takahama: -¡Giro a la derecha! ¡Giro a la derecha!

Se oyó un ruido fuerte que provenía de la parte trasera de la aeronave. Todavía no sabían qué había pasado, pero a los 12 minutos del despegue, y tras ese ruido, algo empezó a fallar. Los detalles se conocieron tras varios estudios. El estruendo había sido el mamparo de presión trasero, un elemento de metal diseñado para resistir la diferencia de presión entre la cabina presurizada y el último tramo de la cola del avión, no presurizada. Se había desprendido.

Vuelo 123 de Japan Airlines, 1985 (Getty Images)

La presión de la primera se liberó de golpe: el aire, que escapó a la cola, arrancó el timón y el estabilizador vertical. Mientras la cabina se despresurizaba, se perdía, a la vez, el control de la aeronave. Es una imagen de película: las máscaras de oxígeno caen, los objetos vuelan, las alarmas suenan. Siguen los audios que evidencian el caos.

Control de Tokio: -¿Puede controlar ahora?

Capitán Takahama: -Incontrolable.

Capitán Takahama: -Hay una montaña.

Capitán Takahama: -Gire a la derecha. Arriba. ¡Luche!

La tripulación del avión (Archivo)

Los pilotos empezaron a perder el dominio del avión por completo. Primero, se sacudió como una hoja, de un lado al otro —un movimiento que se llama dutch roll—, y después, ascendió bruscamente mientras perdía velocidad y volvía a caer —conocido como ciclo fugoide—, al igual que una montaña rusa. No podían hacer nada.

Ingeniero de Vuelo: -¿Lo acelero?

Capitán Takahama: -Acelere, acelere… Oh no… pérdida. Máxima potencia.

Ingeniero de Vuelo: -Estamos ganando velocidad.

Capitán Takahama: -Siga intentando.

Por momentos, dada la dirección que tomaba el avión, la torre creía que se estaba aproximando a la base aérea Yokota para aterrizar, pero la falta del timón hacía que fuera cada vez más imposible ejercer la voluntad sobre el destino del vuelo. Estaban cerca del impacto.

Imágenes del vuelo 123 de Japan Airlines, 1985

Capitán Takahama: -¿Flaps listos?

Primer Oficial: -Sí, flap diez.

Capitán Takahama: -Trompa arriba… Trompa arriba… Trompa arriba. Mantenga el flap… ah, no baje tanto el flap. Flap arriba, flap arriba, flap arriba. ¡Potencia, potencia! Flaps.

Primer Oficial: -Está arriba.

Capitán Takahama: Trompa arriba… Trompa arriba… ¡Potencia!

De fondo, suena una alarma. Advierte: “Ascienda, ascienda, ascienda”. Habla, una vez más, el capitán: “Es el fin”.

A las 18:56, el ala derecha rozó una cresta montañosa y el avión se estrelló contra las laderas del Monte Takamagahara.

“Un humo blanco entra por atrás”

A pocos días del accidente, el diario español El País publicó varias cartas que encontraron en el lugar. Los pasajeros habían tenido el tiempo suficiente para despedirse a través del lápiz y el papel.

“A mis tres hijos: cuiden de su madre. El avión está cayendo en picada. No hay esperanza”, escribió Hiroji Kawaguchi, de 52 años, directivo de una compañía naviera. “Un humo blanco entra por atrás. Puede que solo nos queden otros cinco minutos. No quiero volver a subir a un avión nunca jamás”, continuaba. Luego, se despedía de su esposa y concluía: “Tuve una vida feliz. Gracias a todos. Tsuyoshi [su hijo], cuida de todos. Dios nos ampare. Adiós”.

Restos del avión de Japan Airlines (Getty Images)

Otra nota, de Masakatsu Taniguchi, de 40 años, decía: “Machiko, cuida de los niños”. Había ido a Tokio por un viaje de negocios. El mensaje se encontró en su bolsillo, junto al carnet de conducir.

En The New York Times contaron parte de lo que vivió Keiko Kawakami, la niña de 12 años que sobrevivió. Después del rescate, y una vez en el hospital, habría preguntado a su hermano: “¿Dónde están mamá y papá? Estaban sentados al lado mío».

Hiroko Yoshizaki y su hija Mikiko, de ocho años, fueron dos de las cuatro sobrevivientes (Archivo)

Kawakami, que había sufrido lesiones leves, pudo declarar en el hospital. Dijo que su papá y su hermana habían sobrevivido, por lo menos unos minutos, al accidente. Según contó, le llegó a pedir ayuda a su padre, quien le respondió: “No puedo moverme, no puedo ayudarte”. También dialogó con su hermana, a quien volvió a preguntar por su papá. Y, según su testimonio, su hermana le llegó a responder: “Papá y mamá están fríos”.

Los investigadores pudieron tomarle declaración también a Ochiai, la azafata, quien les dijo que recordaba los gritos de los pasajeros, los niños que, como Kawakami, lloraban y pedían por sus familiares en el momento en que el avión empezó a inclinarse y sacudirse.

Algunos de los cuerpos recuperados tras el accidente fueron llevados a un gimnasio en Fujioka, Japón (Getty Images)

Más tarde, dio detalles sobre el accidente: “Estaba leyendo una revista en el asiento 56C. El ambiente era igual al de siempre. A las 18.25 hubo un fuerte estruendo sobre mi cabeza y me dolieron los oídos. Al mismo tiempo, el interior de la cabina se volvió completamente blanco, y la rejilla de ventilación bajo los asientos de la tripulación se abrió de golpe. El piso no se levantó, pero el techo sobre los baños se hundió. Cayeron las máscaras de oxígeno y una grabación automática anunció que el oxígeno había comenzado a fluir”.

Su relato continúa: dijo que se encendieron las señales para abrocharse el cinturón, que el avión empezó a tambalearse. Podía ver, a su izquierda, el Monte Fuji. “Ayudé a las azafatas a repartir chalecos salvavidas y me aseguré de que los pasajeros tuvieran los cinturones abrochados. Después me abroché también el mío”, contó.

Los medios hablaron del milagro de la

Tras casi 20 minutos, llegó el impacto. “Los asientos se amontonaron sobre mí y no podía moverme. Me dolía el abdomen y logré desabrocharme el cinturón, pero quedé atrapada entre los asientos e incapaz de moverme. Perdí el conocimiento. Lo siguiente que recuerdo es que escuché la voz de un hombre. Era de mañana”.

Las fuerzas japonesas tardaron 14 horas en empezar el rescate terrestre (Getty Images)

Aunque sobrevivieron solo cuatro personas, hubo un error sustancial en los siguientes minutos que llevó a que murieran 520 personas, según contaron los médicos: la demora en el rescate. Mientras que el avión se estrelló cerca de las 19, la operación de salvamento empezó 14 horas después. Muchos de los pasajeros podrían haberse salvado, remarcaron los profesionales. Entre las causas de fallecimiento establecidas se registraron, por ejemplo, hipotermia o heridas tratables.

Ochiai lo dejó en evidencia en su misma declaración: “Después del impacto, escuché jadeos y respiraciones entrecortadas de mucha gente. Venían de todas partes alrededor de mí. Había un niño que lloraba y llamaba a su madre. Escuché claramente a una joven que gritaba: ‘¡Vení rápido!’“.

Una sucesión de errores

Los estudios que realizó la Comisión de Investigación de Accidentes de Aeronaves de Japón determinaron que la catástrofe fue consecuencia de un error humano. Un mal “arreglo” que habían realizado en el avión siete años antes.

En 1978, la cola de la aeronave sufrió un golpe durante un aterrizaje. En consecuencia, tuvieron que cambiar el mamparo de presión, el mismo que se desprendió el 12 de agosto de 1985. Según el manual de reparaciones de un Boeing, el procedimiento debía seguirse al pie de la letra: la sección dañada tenía que empalmarse en una sola pieza.

Las autoridades japoneses sobrevolaron el lugar del accidente y establecieron que no había sobrevivientes; la demora impactó en el número de muertos (Getty Images)

Los técnicos, sin autorización, cortaron la placa metálica para que fuera más fácil colocarla. Le pusieron, también, menos remaches de los necesarios. La resistencia a la fatiga se redujo, así, en un 70%. Con el uso y los años se fueron generando fallas, grietas invisibles por una cobertura que habían añadido, además, con sellador.

Este fue el primer error, al que se sumó el mencionado más arriba: el salvataje y la negligencia. Un avión de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, con base en Yokota, había localizado los restos del avión solo 20 minutos después del impacto. Todavía era de día, se podía empezar a buscar con luz. Por eso, se ofrecieron a empezar con el rescate. Pero las autoridades japonesas les pidieron que se retiraran, que ellos se harían cargo.

Imagen de la operación de rescate terrestre, la mañana del 13 de agosto de 1985, 14 horas después del impacto

Mandaron un helicóptero. Llegó de noche. Relevó la situación desde la altura, en un terreno que, además de difícil, ya no estaba iluminado. El piloto dijo que no se veían señales de vida, y se fueron. El rescate terrestre, después de ese diagnóstico erróneo, empezó 14 horas después de la catástrofe.

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