La culpa no es del chancho

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No tienen paz. Justo cuando Javier Milei anuncia que dejará de insultar a diestra y siniestra tildando de parásitos mentales y mandriles a quienes “no la ven”, el senador kirchnerista Oscar Parrilli se queja de los “’diputados tero’ que por arte de magia cambian su voto”.

Dos cosas para decir antes de continuar con los vapuleados animalitos de Dios. La primera es que si alguien cambió como tero desquiciado –que hace escándalo en un lado, pero termina en cualquier otro– fue Parrilli. En 1992, exigía en Diputados votar en favor de la privatización de YPF porque iba a ser “una bocanada de aire puro” para el gobierno del presidente Menem. Veinte años después, como secretario general de la Presidencia de Cristina, apoyó la reestatización de la petrolera. Ni qué decir de cuando en 1993 Parrilli defendía con fiereza a las AFJP espoleando en el recinto de Diputados: “¿O acaso no sabemos que hay muchos jubilados que tienen 50 o 55 años, que aportaron durante 10 o 15 años y que a veces lo hicieron por el mínimo, pero buscaron luego alguna ley de privilegio para jubilarse con montos que nada tenían que ver con el aporte efectivo que realizaron?”. Años más tarde, aplaudió como foca las sucesivas moratorias previsionales sin años de aporte ni antigüedad. El archivo es un “caza teros” efectivísimo.

La otra cuestión es a futuro: ¿la estrategia de Milei de refinar lo que sale de su boca le durará hasta las elecciones de octubre o a la primera de cambio se le soltará el moño o, para seguir en la escala zoológica, se le desatará el bozal?

De lo que no hay dudas es de que, si de animalitos se trata, a lo largo de nuestra historia hubo quienes se mostraban fanfarrones como los gallos, pero terminaron siendo perritos falderos del poder de turno. O los que se hacían las tortugas, pero bastaba con darles la espalda para que atacaran como tiburones. Tuvimos dirigentes falsos y venenosos como las serpientes y cochinos como los cerdos. Otros dóciles como ovejas, torpes como bueyes y muchos payasos como los monos. Y nos cansamos de los ratones, tipos huidizos y cobardes que terminaron aferrados como garrapatas a algún supuesto iluminado al que, llegado el caso, no dudaron en cornear como rinocerontes.

Vaya para todos ellos un humilde reconocimiento de nosotros, los electores, que muchas veces nos comportamos como loros repitiendo decisiones que nos llevan al fracaso y porque, como bien reza el dicho popular: la culpa no es del chancho, sino de quien le da de comer.

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