NUEVA YORK.- Cuando Donald Trump eligió Alaska como sede de su cumbre para discutir la guerra de Ucrania con su par ruso, Vladimir Putin, los partidarios del presidente norteamericano dejaron entrever que el lugar escogido era un guiño a las buenas negociaciones del pasado: en 1867, Estados Unidos le compró ese territorio a Rusia por menos de 5 centavos de dólar por hectárea.
Pero con Ucrania excluida de la cumbre —tal como les pasó a los habitantes autóctonos de Alaska cuando fue transado su territorio—, entre algunos académicos se reavivó la discusión sobre un rasgo que, según dicen, Trump y Putin parecen compartir: una “mentalidad imperial”.
El término fue popularizado por primera vez por el historiador armenio-estadounidense Gerard Libaridian, quien lo utilizó en un discurso en Inglaterra en 2014 para referirse a antiguos imperios como Irán, Turquía y Rusia, que procuraban influir en los Estados postsoviéticos que alguna vez controlaron.
Para Libaridian, el término describe una idiosincrasia que perdura en la psiquis de muchos países y que fusiona una nostalgia ingenua de la grandeza pasada con convicciones muy arraigadas sobre su derecho a seguir dominando a naciones vecinas o más pequeñas.
Desde la invasión rusa a Ucrania de 2022, esa idea cobró impulso y fue usada generalmente para referirse a la Rusia de Putin. Pero en este segundo y duro mandato de Trump —con sus amenazas de apropiarse de Groenlandia y del Canal de Panamá, de convertir a Canadá en el estado número 51 y de enviar tropas norteamericanas a México—, los historiadores y líderes mundiales también apuntan que la deferencia que exige Trump refleja una mentalidad imperial.
Trump ha sido poco coherente. Suele condenar las intervenciones en países extranjeros y las “guerras estúpidas”, al tiempo que bombardea Irán y se muestra ambivalente sobre las alianzas que mantiene Estados Unidos y sobre la defensa de democracias vulnerables, como Taiwán.
Además, en su discurso sobre “intercambios de tierras” para lograr la paz en Ucrania —a pesar de las objeciones del propio país— también parece haber algo imperial, o al menos una versión del comportamiento típico de superpotencia con algunos aditivos.
La mentalidad imperial, por supuesto, nunca se limitó a los bienes raíces: es un marco conceptual para la política y para proyectar poder, un sistema de creencias con una amplia gama de posibilidades. Y con la reunión de Trump y Putin en Alaska, los historiadores y diplomáticos argumentan que esta cumbre ya ha legitimado al menos tres ideas imperiales que muchos creían desterradas.
Centro vs. periferia
La cumbre de Alaska fue anunciada como un asunto interno: ni los líderes ucranianos ni los europeos fueron invitados.
Esa exclusión desencadenó una semana de frenéticos contactos diplomáticos, que dio como resultado la garantía de que Trump escucharía más que decidiría. Pero seguía siendo una reunión de a dos. La Unión Europea quedó relegada a un segundo plano. En esta división reside la idea imperial de “centro versus periferia”.
Según los historiadores, los imperios son jerarquías de subordinación: el poder está concentrado en el centro, mientras que los márgenes se ven obligados a aceptar menos derechos y privilegios, supuestamente a cambio de “civilización” o enriquecimiento.
El presidente ucraniano, Volodimir Zelensky, ya vivió un momento marcado por la dinámica de las superpotencias y la subordinación que demandan en febrero pasado en la Casa Blanca, cuando Trump y el vicepresidente J.D. Vance lo reprendieron públicamente por su falta de gratitud hacia la ayuda militar norteamericana.
“No estás en buena posición”, le dijo Trump. “No tienes las cartas”. En otras palabras, sugirió que Ucrania es demasiado poco para considerarse más que un apéndice.
El gobierno de Ucrania teme que tras esta cumbre se refuerce la idea de que un par de superpotencias toman las decisiones por el resto del mundo. Pero los historiadores señalan que el intento de convertir a los 40 millones de ucranianos en espectadores de su propio futuro es sumamente delicado, porque la identidad ucraniana se centra en el principio de “nada sin nosotros, nada sobre nosotros”.
Supremacía y autoengrandecimiento
Desde las Cruzadas en adelante, pasando por la realeza europea y los emperadores asiáticos, la mentalidad imperial suele entrañar una fuerte creencia en la supremacía cultural, y a menudo racial.
Los colonizadores europeos justificaron su brutalidad y el saqueo de tesoros nacionales alegando que estaban salvando almas o protegiendo objetos valiosos de daños o deterioros.
A lo largo de la historia, los líderes con mentalidad imperial también se han presentado como encarnación de la grandeza: seres humanos superiores que están en la cúspide de naciones superiores y que por lo tanto deben ser honrados por todos.
Putin se ha convertido en una versión actualizada de ese afán imperial de autoengrandecimiento. Hace unos años se comparó directamente con Pedro el Grande, el primer emperador de Rusia, y varios exdiplomáticos que cumplieron funciones en Rusia dicen que Putin suele fomentar ideas de imperialismo mesiánico, buscando integrar a Ucrania y otros países vecinos en una “Gran Rusia”.
“La mentalidad imperial está muy vigente en Rusia”, apunta Michael McFaul, exembajador de Estados Unidos en Rusia y autor de varios libros sobre Putin.
Amitav Acharya, profesor de Relaciones Internacionales de la American University de Washington, señaló que la cumbre, solicitada por Putin, evocaba aquel orden mundial en el que las grandes potencias se repartían los Estados “para mayor gloria de sus gobernantes”.
Trump, en cierto modo, parece encaminado en la misma dirección, fomentando un borramiento de la frontera entre el patriotismo y el culto a la personalidad, la suya propia: vende monedas con su rostro en el anverso, y cuando cumplió 79 años se pasó el día disfrutando de un desfile militar que él mismo había ordenado, aparentemente para conmemorar el 250º aniversario del Ejército de Estados Unidos, pero posiblemente también en su propio honor.
Imperio económico
La Compañía Británica de las Indias Orientales era la poderosa empresa comercial que fue punta de lanza del colonialismo británico. Las intervenciones de Estados Unidos en América Latina para proteger a grandes empresas estadounidenses, como la United Fruit, llegaron mucho después.
Ambos son ejemplos del tipo de relación vertical y poco dependiente del mercado entre el comercio, las empresas y el Estado, una relación que en cierto modo parece estar resurgiendo en Rusia y Estados Unidos.
Hoy como ayer, la fusión de poder, política y comercio puede adoptar diversas formas. Los emperadores chinos tenían el monopolio estatal de productos claves, como la sal, al igual que las empresas energéticas estatales rusas o los actuales conglomerados estatales chinos.
La corona británica no solía dirigir de manera directa esos negocios, sino que participaba en las empresas que extraían riqueza del extranjero, algo similar a la exigencia de Trump de que Estados Unidos reciba una parte de los ingresos futuros de las reservas minerales de Ucrania a cambio de su ayuda militar. En este y otros casos, lo que hace es fusionar los intereses nacionales con los corporativos, y priorizar la riqueza como herramienta para moldear el orden global.
La relación entre Estados Unidos y Rusia planteada en Alaska ha sido más un acuerdo comercial que una competencia filosófica. A ambos presidentes los impulsan sus propias ideas de la grandeza del pasado. Trump insiste en que el objetivo es la paz. Y aparentemente, para ambos líderes la cuestión del territorio es apenas un medio para ese fin.
(Traducción de Jaime Arrambide)