
Aunque su icónico ático en el corazón de Madrid continúa siendo su residencia habitual, Alaska y Mario Vaquerizo llevan años disfrutando de un particular santuario a las afueras: un chalé en Boadilla del Monte que comparten desde 2017 y que se ha convertido en su espacio de desconexión y celebración. A tan solo veinte minutos de la capital, esta vivienda ha logrado condensar todo aquello que define a la pareja: extravagancia, humor, arte y una manera muy personal de entender la vida.
La casa no llegó a sus manos como una inversión cualquiera. Fue la propia Bibiana Fernández quien se la vendió en un momento complicado para sus finanzas. Según explicaron a ¡Hola!, el matrimonio no solo la adquirió por unos 550.000 euros, sino que además decidió conservar su espíritu rebautizándola como “Casa Bibiana”. Para la actriz, supuso un alivio; para ellos, un símbolo de amistad y gratitud. El inmueble cuenta con una generosa parcela de casi 2.000 metros cuadrados y alrededor de 350 metros construidos distribuidos en dos plantas.
El chalé destaca por su amplitud y comodidad: un gran salón con chimenea, tres habitaciones, varios baños y un jardín que incluye una piscina rodeada de vegetación. La cocina, de estilo abierto, funciona como un espacio social donde Mario –aficionado a experimentar entre fogones– da rienda suelta a la imaginación. El dormitorio principal es uno de los rincones más llamativos, ya que alberga un jacuzzi de hidromasaje, al que ambos recurren como ritual de descanso tras sus intensas semanas de trabajo.
La estética del hogar es un reflejo fiel de su identidad. Alaska y Mario nunca han ocultado su pasión por lo kitsch y por los contrastes atrevidos, una inclinación que se amplifica en este refugio. Colores vibrantes, piezas vintage, objetos sentimentales y guiños a México conviven en un estilo maximalista que rehúye la moderación y celebra lo excéntrico. Tal y como explicaron, su mundo se nutre tanto de subastas selectas como de hallazgos económicos del Rastro madrileño.
La planta baja, por ejemplo, funciona como una especie de galería dedicada al artista Fabio McNamara, amigo íntimo de la pareja y figura clave en su imaginario cultural. Cada rincón tiene una historia y una intención: desde lámparas de diseño hasta pequeñas piezas adquiridas por cinco euros, todo encuentra su lugar en esta mezcla impredecible y perfectamente coherente con ellos.

Una casa para compartir y celebrar
Lejos de ser un retiro aislado, “Casa Bibiana” es un auténtico centro de reunión. Alaska reconoce que es un espacio concebido para el ocio: noches de cartas con amigos, maratones de series, comidas sin remordimientos y encuentros improvisados forman parte de la vida cotidiana allí. “Aquí siempre hay buena energía”, suele decir Mario, recordando la frase que Bibiana les dedicó cuando se la entregó.
Aunque la pareja ya visitaba la casa antes de comprarla, ahora la han transformado en un lugar imprescindible para su bienestar. Para Alaska, rodeada de plantas y naturaleza, es casi como vivir en pleno campo. Este entorno le ha permitido profundizar en su faceta de jardinera, una afición que practica con devoción. Mario, por su parte, considera la vivienda una prolongación de su vida laboral y creativa.

Este chalé forma parte del pequeño mapa inmobiliario que ambos han construido en su relación, un recorrido que comenzó cuando Mario animó a Alaska a dar el paso hacia la compra de vivienda. Ella, que durante años vivió de alquiler, encontró en él una visión práctica y de futuro. Para ambos, las casas son una manera de expresar su amor y su forma de entender la convivencia. “No las compramos para sacarles algún beneficio. Son para vivirlas, para disfrutarlas, y en el momento en el que no podamos tenerlas, nos desharemos de ellas… ¿Mientras? Queremos divertirnos y ser felices viendo planos y decidiendo la decoración”, afirmó Mario al citado medio. Cada hogar, insisten, es una pieza más dentro del universo que han levantado en sus 25 años juntos.
