La disrupción de Trump le plantea una oportunidad y una amenaza a Pedro Sánchez

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BARCELONA.- El giro radical a la política exterior estadounidense imprimido por Donald Trump no solo está distorsionando el orden mundial, sino también modificando las ecuaciones políticas internas de muchos países. Este hecho es evidente en el caso de sus más inmediatos vecinos, México y Canadá, pero también en otros situados a miles de kilómetros, como España.

Sin embargo, no está claro si la nueva versión de Trump, más radical y disruptiva, representa una bendición o amenaza para el presidente Pedro Sánchez, que está experimentando un mandato tan agónico como ya sugerían los ajustados resultados de las elecciones de 2023.

La mayoría parlamentaria que llevó a Sánchez a la Moncloa es tan exigua y heterogénea que el gobierno debe afrontar enormes dificultades para sacar adelante cada ley, y hasta el momento se ha mostrado incapaz de aprobar un solo Presupuesto General del Estado.

De momento, España todavía se rige por las cuentas prorrogadas de 2023, y hasta hace poco se rumoreaba que el gobierno pensaba renunciar a presentar un borrador de presupuestos para el presente año, lo que constituye toda una anomalía y ha dado argumentos a la oposición del Partido Popular (PP) para exigir una convocatoria electoral. En este laberinto se hallaba Sánchez hasta que apareció Trump y dio un golpe en el tablero.

El presidente chino, Xi Jinping, se reúne con el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, en la Residencia de Huéspedes de Estado Diaoyutai

El hecho de ser el único líder de centroizquierda de uno de los grandes países de la UE le ha otorgado a Sánchez la oportunidad de erigirse en una especie de punta de lanza contra las políticas trumpistas. Y para muestra, su actual viaje a China lo ha convertido en el primer mandatario europeo en entrevistarse con el presidente Xi Jinping desde el estallido de la guerra comercial lanzada por Trump. El gesto no ha pasado desadvertido en Washington, pues el secretario del Tesoro, Scott Bessent, llegó a advertir a España que acercarse ahora a China, principal damnificado de la estrategia arancelaria de Estados Unidos, sería como “cortarse el cuello”.

Quizás por ser consciente de cómo la confrontación con Trump ha disparado la popularidad de la presidenta mexicana Claudia Sheinbaum o del premier canadiense Mark Carney, Sánchez no se amedrentó ante las amenazas estadounidenses, sino que escenificó en Pekín su apuesta por reforzar los vínculos con China. Y no solo por parte de las autoridades españolas…

“España ve a China como un socio de la UE”, declaró Sánchez en una comparecencia conjunta con Xi, unas palabras que reflejan la buena sintonía del encuentro y contrastan con la descripción de China que hizo Bruselas hace unos meses como un “competidor y rival sistémico”.

El presidente chino correspondió al guiñó que le lanzó el presidente español con una velada mención a la tensa actualidad geopolítica: “Cuanto más turbulenta y cambiante sea la situación internacional, más importante será mantener un buen desarrollo de las relaciones chino-españolas”. Una de las posibles respuestas que se barajan en Bruselas frente a la agresiva política de Trump es un acercamiento a China, una opción que ahora Sánchez lidera.

La importancia que el presidente español concede a las relaciones con China no es una novedad: este ha sido su tercer viaje en los últimos tres años. De hecho, la visita estaba ya prevista antes de que Trump revelara el alcance de su guerra comercial. Así pues, la coincidencia entre ambas ha sido una oportuna casualidad que Sánchez, un político con una intuición y fortuna legendarias, no ha dudado en aprovechar para realzar su proyección internacional e intentar eclipsar sus problemas internos.

Ahora bien, el carácter disruptivo de Trump no siempre es una bendición para Sánchez. Su decisión de acercarse a Rusia y sus amenazas de retirar su protección a los países europeos de la OTAN ha propiciado un costoso “plan de rearme” por parte de la Comisión Europea que sitúa a la Moncloa en una delicada posición. El pacifismo es una de las señas de identidad de la izquierda española, y el presupuesto en Defensa de España es uno de los más bajos de toda la UE. El amplio consenso en Bruselas de aumentar de forma sensible el gasto armamentístico choca frontalmente con la postura de Sumar, único socio del PSOE en el gobierno, así como sus aliados parlamentarios, con Podemos al frente.

Bajo la presión de la UE y la OTAN, Sánchez aseguró a finales de marzo en el Congreso de los Diputados que antes del verano boreal presentaría un plan de aumento sensible del gasto en Defensa para alcanzar el 2% del PBI (actualmente, es del 1,28%). Sin embargo, el líder socialista no concretó cuál sería su costo y se limitó a afirmar que el grueso de los nuevos fondos se dedicarán a programas de inversión público-privada en el sector de las tecnologías de doble uso, civil y militar, así como a la innovación.

El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, se reúne con la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, tras participar en la cumbre del PPE en Bruselas.

Dado el rechazo frontal de sus socios de izquierda al plan de rearme, Sánchez enfrenta un dilema de difícil resolución: aprobarlo por la puerta trasera, sin pasar por el Parlamento, o bien buscar el apoyo del PP, a riesgo de provocar la ruptura de su gobierno. Si ya la prórroga de los Presupuestos Generales del Estado resulta cuestionable desde el punto de vista democrático, modificar partidas para incrementar el gasto en Defensa agrava aún más esta situación.

En esta incómoda posición se hallaba Sánchez la semana pasada hasta que Trump hizo detonar la “bomba” de los aranceles, desviando la atención de la clase política y la opinión pública. De repente, la búsqueda de medidas para compensar a los sectores más afectados se convirtió en la prioridad y la sensación de amenaza logró un hecho inaudito: una tregua en la guerra entre el PP y el PSOE.

El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, se ofreció al gobierno para pactar un plan de ayudas con el objetivo de labrarse una reputación de hombre de Estado y, de paso, aislar a VOX en su deriva trumpista.

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