Matías Almeyda no necesitó discursos grandilocuentes ni gestos teatrales. Apenas un par de frases en la pausa para hidratación, una mirada firme y un mensaje claro: “No pueden bajar la intensidad y la concentración. Liquídenlo, lo tienen que liquidar”. Lo demás lo hicieron sus jugadores, en una tarde que le devolvió al Sevilla la dignidad futbolística que parecía extraviada.
El Ramón Sánchez Pizjuán fue testigo de una goleada que sonó a resurgimiento. El equipo del Pelado se impuso 4 a 1 al Barcelona de Hansi Flick, rompió una racha de diez años sin vencer al conjunto catalán y encadenó dos triunfos consecutivos por primera vez en casi un año. Todo, con el estilo Almeyda: presión alta, intensidad y una comunión entre jugadores y público que recordó los mejores tiempos del club andaluz.
«NO PUEDEN BAJAR LA INTENSIDAD Y LA CONCENTRACIÓN. LIQUIDENLO, LO TIENEN QUE LIQUIDAR». La charla técnica de Matías Almeyda en el parate del primer tiempo ante Barcelona… ¡Su Sevilla venció 4-1 al Culé! pic.twitter.com/C1U21iNDO1
— SportsCenter (@SC_ESPN) October 5, 2025
“Cuando me llamaron, les dije que hubiese venido hasta caminando”, confesó el técnico argentino después del partido. “Hoy son solo tres puntos, pero lo importante es la manera”. Y tenía razón: más allá del resultado, lo que se respiró en el Pizjuán fue una sensación de reconstrucción.
El partido comenzó con el Sevilla lanzado. Empujado por su gente y por la energía contagiosa de su entrenador, el equipo andaluz fue el gran protagonista del inicio y a los 13 minutos ya estaba en ventaja. Ronald Araújo cometió un penal discutido (que fue revisado por el VAR) sobre Isaac Romero y Alexis Sánchez, con la ley del ex sobre los hombros, se hizo cargo de la ejecución. El chileno definió cruzado, marcó el 1-0 y lo celebró con ganas.
El conjunto de Almeyda siguió apretando. Su intensidad era tal que Barcelona apenas podía cruzar la mitad de la cancha con control. Isaac Romero e incluso Carmona tuvieron ocasiones para ampliar la diferencia.
El 2 a 0 llegó apenas un instante después de esa arenga del DT en medio del “cooling break”, la pausa que se emplea para que los futbolistas se hidraten cuando hace mucho calor. A los 36 minutos, una recuperación en campo propio derivó en un contragolpe de manual: Vargas condujo, abrió para Isaac Romero y el delantero definió con categoría. 2-0 y el Sánchez Pizjuán desbordaba de efervescencia. El Sevilla jugaba con el alma ante un Barça paralizado y sorprendido.
Antes del descanso, Rashford dio una señal de reacción para los azulgranas. Recibió un centro perfecto de Pedri y, con un remate ajustado, marcó el 1-2. El tanto generó una sensación engañosa: la de que el Barcelona todavía podía reaccionar.
Tras el descanso, Sevilla volvió al campo con el mismo ímpetu y la misma determinación. Barcelona, en cambio, lucía desordenado, desanimado y hasta aturdido.
Hubo un momento clave: a los 76 minutos, Alejandro Balde cayó en el área y el árbitro cobró penal. Lewandowski tomó la pelota con la convicción de los goleadores, pero la tiró afuera. Fue un símbolo de lo que fue su equipo: errático y sin foco. Almeyda, desde el banco, lo celebró como un gol propio, apretando los puños, consciente de que la historia empezaba a cerrarse.
El final fue un festival local. Sobre la hora, José Ángel Carmona selló el 3-1 con un derechazo inatajable. Y en el descuento Akor Adams, tras una contra perfecta, definió con tranquilidad para poner el 4-1 definitivo. El estadio explotó. Las tribunas fueron una marea roja y blanca. El Pelado sonreía con una mezcla de emoción y satisfacción.
“Se cortaron un montón de cosas negativas”, dijo Almeyda en la conferencia de prensa, todavía con un hilo de voz. “No se le ganaba al Barcelona desde hace diez años. Hoy lo hicimos con entrega, lucha, amor propio. Había que hacer un partido perfecto, y lo hicimos. Me quedo con la alegría de los futbolistas y de la gente”.
Luego agregó: “No hay ningún entrenador que prepare un equipo sabiendo que no va a ganar. Creo en los futbolistas, en lo que hacemos todos los días. Esto es mucha cosa y, a la vez, es nada. Lo más difícil será mantenerlo”.
Almeyda también se permitió un análisis táctico. “Sabíamos que si dejábamos avanzar al Barcelona, nos iban a lastimar. Había que sacrificarse, no darles ni un metro. Por momentos lo logramos, por otros no, pero el equipo entendió el plan y lo llevó adelante con una interpretación perfecta”.
Más allá de los nombres propios —Alexis, Isaac, Carmona, Vargas—, lo que brilló fue la tarea colectiva. Un equipo solidario, compacto, enérgico. Un plantel que creyó. “Todos están entregando el máximo. Si analizamos el equipo, no hubo uno que haya salido sobresaliente. Sobresalió el grupo, y eso me encanta”, resumió el técnico argentino.
Del otro lado, la cara de Flick lo decía todo. El Barcelona perdió el liderazgo y buena parte de su confianza. Las ausencias de Lamine Yamal, Gavi, Raphinha y Ter Stegen fue una excusa válida, pero insuficiente. Rashford fue el único que mostró rebeldía, Lewandowski falló su penal y el resto, sombras.
El resumen del partido
El 4-1 fue un golpe de realidad para el Barça y una inyección de autoestima para el Sevilla, que se metió en puestos de copas y volvió a mirar el futuro con optimismo. Después de una temporada irregular y de muchos cuestionamientos, el triunfo ante uno de los grandes del fútbol español tuvo sabor a revancha.
En un fútbol cada vez más dominado por la táctica y la estadística, Almeyda reivindicó lo emocional. Su equipo corre, presiona y celebra como si cada pelota fuera la última. “Esto es fútbol —dijo—. Hay que mantener la humildad, pero también disfrutar. No hay que creerse invencible ni pensar que todo está mal. Hoy se nos dio porque jugamos con el corazón”.